[1399] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS PADRES, PRIMEROS EDUCADORES DE LA FE DE SUS HIJOS
Homilía de la Misa en la explanada de Nyandungu, Kigali (Rwanda), 9 septiembre 1990
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“Bendito seas, Señor, Dios del universo” (Ofertorio de la Misa).
1. He aquí que avanzan hasta el altar del Señor las familias de Ruanda. Reunidas en esta explanada por sus pastores, desean, junto con el Obispo de Roma, sucesor de Pedro, presentar su ofrenda sobre el altar.
Esta ofrenda es el pan y el vino. La Eucaristía, instituida por nuestro Salvador, es el sacrificio “a semejanza de Melquisedec”. Bajo las especies sacramentales del pan y del vino, esta ofrenda es toda la vida de vuestras familias; la unidad y la indisolubilidad del matrimonio; el amor de los esposos y su fidelidad, hasta la muerte, a la alianza sellada en el sacramento; la educación de los hijos y todo lo que sostiene su crecimiento dentro de la comunidad familiar.
Antes de realizar esta presentación de los dones en la liturgia, meditaremos juntos en la palabra de Dios con que la Iglesia nos alimenta hoy.
Agradezco a monseñor Vincent Nsengiyumva, arzobispo de Kigali, las palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todo el pueblo cristiano de Ruanda.
Un saludo deferente también al señor presidente de la República, a las autoridades civiles que han querido tomar parte en esta celebración eucarística.
Saludo cordialmente a los obispos presentes, así como a sus colaboradores: los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y todos los catequistas.
Por fin, os saludo de corazón a vosotros, fieles laicos y familias de Ruanda, en especial a los que renovaréis las promesas hechas en el momento en que decidisteis fundar un hogar cristiano. ¡Que Dios os guarde!
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2. En el seno de la familia se teje un conjunto de relaciones interpersonales. Se entablan relaciones particulares entre los conjuntos de personas: entre padres e hijos, y entre los hijos mismos.
En la primera lectura hemos escuchado a un sabio de Israel que comenta el cuarto mandamiento sobre las relaciones entre hijos y padres: “En obra y palabra honra a tu padre, para que te alcance su bendición” (Si 3, 8). “Como el que atesora es quien da gloria a su madre” (Si 3, 4). El sabio está comentando la Ley del decálogo, que es palabra de Dios: “Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado Yahvéh tu Dios, para que se prolonguen tus días y seas feliz en el suelo que Yahvéh tu Dios te da” (Dt 5, 16).
Sin nuestros padres, sin nuestros antepasados, no seríamos nada. A su amor, a su entrega y a su trabajo debemos el primero de los dones: la vida. Por esto, Dios nos pide que oremos a nuestro padre, a nuestra madre, es decir, que les ofrezcamos, en nuestro corazón, el afecto y el respeto al que tienen derecho.
Ciertamente, al crecer, los jóvenes adquieren una cierta autonomía, pero la piedad filial hacia sus padres se hace más profunda y, dialogando con ellos, conquistan su libertad: aprenden a ser responsables, en especial a tomar, con claridad y en conciencia, las decisiones que los comprometerán en los verdaderos caminos de la felicidad.
A este respecto, quisiera decir que los estudiantes de Ruanda me han dado a conocer sus reflexiones. Les agradezco de todo corazón el hecho de que hayan tenido la gentileza de escribirme para darme la bienvenida y también para confiarme sus preocupaciones. Me han conmovido sus cartas: en ellas muestran su deseo de conocer a Jesús, de crecer en la fe y de practicar el amor fraterno, como Cristo nos pide en el Evangelio de hoy: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
Los estudiantes de Ruanda manifiestan que tienen sed de aprender. Algunos sufren, incluso, por no poder satisfacer esa sed a causa de las dificultades económicas. Hay algunos que se declaran desorientados por la proliferación de confesiones religiosas en el país. Padres cristianos, a vosotros en primer lugar os corresponde iluminar a vuestros hijos. Vosotros sois los primeros catequistas de vuestros hijos.
Cuanto más cerca estéis de vuestros hijos, cumpliendo fielmente vuestra misión de educadores, tanto mejor responderéis a sus expectativas. Para dar a vuestros hijos el sostén y el afecto que necesitan, es indispensable vuestra presencia constante, tanto la del padre como la de la madre. Cread en torno vuestro una atmósfera de amor que favorezca el desarrollo armonioso de su vida afectiva y de su personalidad. Con el testimonio de vuestra vida, ayudadlos a encontrar a Cristo, a amarlo y a escuchar su llamada.
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3. Cuando se acercaba su sacrificio en la cruz, Cristo dirigió a los Apóstoles estas palabras magníficas, que ahora debemos meditar: “Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
Son palabras ricas de significado. Fueron dirigidas a los Apóstoles, pero la liturgia de hoy las aplica a los esposos y a las familias. San Juan –que nos ha revelado el nombre secreto de Dios: “Dios es Amor”– nos coloca, con algunas frases, en el centro del cristianismo y nos ofrece la clave de la existencia cristiana: “Amaos los unos a los otros”.
“Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Permanecer en el amor de alguien es el sueño de todo ser humano. En un mundo de trastornos y de inseguridad, muchos se sienten desarraigados y buscan arraigar en el amor de un ser amado. Pero Jesús nos enseña que el amor infinito de Dios, sólido como la roca, es la fuente de todo amor. Cristo los hace cercano a nosotros. Más aún, Él, que está totalmente habitado por el amor del Padre, nos invita a dejarnos conquistar por su amor, a compartirlo y a vivirlo entre nosotros: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).
Jesús, que permanece en el amor del Padre, es también su Enviado. Y, para que permanezcamos en el amor de Cristo, nosotros también somos sus enviados. Enviados ¿para qué? Para ser signos del amor de Dios, para amar a nuestra vez, como Cristo. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Ofreciendo su vida por sus amigos, Jesús manifiesta el amor absoluto, que es Dios. La lógica del amor cristiano consiste en dar más valor a la vida de otros que a la propia vida.
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4. El amor de los esposos se manifiesta de una forma semejante. Unidos por una alianza espiritual querida, el hombre y la mujer crean la familia. La mujer es su corazón; el marido, su guardián. La familia cristiana ha de ser un lugar de don de sí, de respeto y de fidelidad. Y, para los jóvenes, ha de ser lugar de seguridad y de equilibrio, en el que despierten a la fe y se formen en la oración.
Como pequeña célula de la Iglesia, la familia es un lugar donde Cristo está presente. Como Cristo se dio por amor a su Iglesia, los esposos se dan el uno a la otra en una alianza perpetua e indisoluble. El esposo y la esposa no sólo se aman como Cristo y la Iglesia, sino también con el mismo amor. El Espíritu Santo, el Espíritu de amor que Cristo da a su Iglesia, está presente, por la gracia del sacramento del matrimonio, en el vínculo que une al esposo y a la esposa. Mediante Cristo y la Iglesia, la pareja humana permanece en el amor de las tres Personas divinas.
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5. Las parejas deben asumir la paternidad y la maternidad de una manera siempre responsable, buscando de modo consciente y voluntario el dominio de sí mismos, dentro del respeto a la fecundidad, que forma parte de los dones que Dios ha inscrito en lo más profundo de su naturaleza. La Iglesia siente el deber de iluminar, por medio de su doctrina en materia familiar, a los esposos a fin de que vivan su vida conyugal y su papel de padres de acuerdo con el plan de Dios, y para que tengan el valor de no dar a las satisfacciones inmediatas más importancia que a una fidelidad exigente al verdadero sentido de su unión.
Las familias sanas y equilibradas ofrecen a los jóvenes un apoyo real para que se formen en el dominio de su sexualidad y no se dejen llevar a un libertinaje indigno del hombre.
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6. Actualmente, la responsabilidad común de las familias se encuentra frente a una prueba que afecta a la sociedad, tanto en vuestro país como en otras regiones del mundo. Se trata de la difusión de la grave enfermedad del SIDA. Diversos comportamientos humanos contribuyen a difundir esa enfermedad; y, con frecuencia, se trata de comportamientos contrarios a una sana moral. Sin duda alguna, es necesario ayudar a los enfermos, rodearlos de cuidados y de afecto. Muchos de vosotros los atienden con generosidad. Seguid mostrándoles toda vuestra compasión, a ejemplo de Cristo que nos enseñó cómo superar la barrera de la enfermedad, e incluso de la culpa moral, para salir al encuentro de la persona herida y acompañarla en su sufrimiento: “Revestíos..., de entrañas y misericordia y de bondad” (Col 3, 12).
Espero que a los que sufren y a los niños que quedan huérfanos nunca les falte la solidaridad concreta. Pero es necesario también reflexionar más a fondo, pues, dado que no contamos aún con los medios para aliviar y curar esta enfermedad, las generaciones actuales tienen una responsabilidad real de evitar que siga difundiéndose. No sólo deben luchar contra la epidemia en el plano sanitario, sino también han de regular la propia conducta de tal modo que no corran el riesgo de contraer o transmitir un mal que disminuye al hombre e hiere a todo un pueblo. Es preciso que las familias de hoy se preocupen de transmitir, junto con la vida, la salud a las siguientes generaciones.
En todos estos planes, el éxito de las familias felices constituye un factor importante para lograr el éxito de toda la sociedad; y esto vale también para lo que atañe a la moral conyugal, así como para los otros aspectos de la vida social.
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7. En su carta a los Colosenses San Pablo escribe: “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza” (Col 3, 16). ¿Cuándo habita en nosotros la palabra de Cristo? ¿Cuándo nos enriquece espiritualmente? Ciertamente, cuando la escuchamos, cuando la leemos con la estima que se le debe. Pero, de una manera más verdadera aún, la palabra de Dios da fruto en nosotros cuando oramos.
La oración nos cambia y, de ese modo, cambia el mundo. La oración pública y común del pueblo de Dios es una función esencial de la Iglesia y se aprende en familia. “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Cuando los miembros de una misma familia oran juntos, Jesús, con su presencia, refuerza su unión. Y el Evangelio de hoy nos confirma en la esperanza que nos abre la fidelidad a la oración: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá” (Jn 15, 16).
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8. Queridas familias de Ruanda, hemos meditado juntos la palabra de Dios en la liturgia de hoy. Ahora os invito al banquete eucarístico. Os invito con estas palabras: “¡Bendito seas, Señor, Dios del universo!”. Sí, ¡bendito seas, Señor, Dios de nuestras familias, Dios de nuestras alegrías y de nuestras tristezas!
Te pedimos por todos los que sufren, por los que no tienen dinero, por los que no han recibido educación, por los que carecen de ternura: haz que estemos atentos a sus necesidades y enséñanos a compartir.
Te pedimos por los parados y por los jóvenes que buscan trabajo: ayúdanos a prepararles un lugar en nuestra sociedad.
Te pedimos por los enfermos, por los que han perdido toda esperanza de curación, por los que se acercan a la muerte: sosténlos, confórtalos, consuélalos, dales paciencia y serenidad.
Te pedimos por los que sufren hambre en este país, por los desterrados, por los refugiados. Señor, tú que lo puedes todo, pon fin a nuestras divisiones, ensancha nuestros corazones y congréganos en la unidad.
Por último, te pedimos y te bendecimos por todos los hermanos del mundo en los que descubrimos tu rostro.
Te pedimos y te bendecimos por las familias de Ruanda, en especial por las que te hacen la ofrenda de la vida de su hogar. Hermanos y hermanas unidos en el sacramento del matrimonio, la Iglesia ha bendecido vuestra unión indisoluble de esposos y esposas. Ahora renovaréis los compromisos de vuestro matrimonio, vuestro don recíproco para todos los días de vuestra vida. Hoy la Iglesia quiere renovar sobre vosotros la bendición de Dios, para que recibáis todo el apoyo de la gracia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la vida familiar a la que él os ha llamado. Amén.
[OR (e. c.), 23.IX.1990, 6, 8]
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“Tu es béni,
Dieu de l’univers” 1.
1. Voici que s’avancent jusqu’à l’autel du Seigneur les familles rwandaises réunies sur cette esplanade par leurs pasteurs, elles désirent, avec l’Évêque de Rome, successeur de Pierre, présenter leur offrande sur cet autel.
Cette offrande, c’est le pain et le vin. L’Eucharistie, instituée par notre Sauveur, est le sacrifice “selon le sacerdoce de Melkisédek”. Sous les espèces sacrificielles du pain et du vin, cette offrande, c’est toute la vie de vos familles; l’unité et lé du mariage; l’amour des époux et leur fidélité, jusqu’à la mort, à l’alliance conclue dans le sacrement; l’éducation des enfants et tout ce qui soutient leur croissance au sein de la communauté familiale.
Avant d’accomplir cette présentation des dons dans la liturgie, nous méditerons ensemble la Parole de Dieu dont l’Église nous nourrit en ce jour.
Je remercie Monseigneur Vincent Nsengiyumva, Archevêque de Kigali, de ses paroles de bienvenue au nom de tout le peuple chrétien du Rwanda.
J’adresse mes salutations déférentes à Monsieur le Président de la République et aux Autorités civiles qui ont tenu à prendre part à cette célébration eucharistique.
Je salue cordialement les évêques présents, ainsi que leurs collaborateurs les prêtres, les religieux et les religieuses, et tous les catéchistes.
Enfin, c’est de grand cœur que je vous salue, fidèles laïcs et familles rwandaises, particulièrement vous qui allez renouveler les promesses que vous avez déjà faites au moment où vous avez décidé de fonder un foyer chrétien. Imana ibalinde! (Que Dieu vous garde!).
1. Offertorium Missae.
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2. Au sein de la famille se tisse tout un ensemble de relations interpersonnelles; des rapports particuliers se créent entre les conjoints, entre les parents et les enfants; entre les enfants eux-mêmes.
Dans la première lecture, nous avons écouté un sage d’Israël qui commente le quatrième commandement sur les rapports entre les enfants et les parents: “En actes comme en paroles, honore ton père afin que la bénédiction te vienne de lui” (2). “Celui qui glorifie sa mère est comme quelqu’un qui amasse un trésor” (3). Le sage développe la Loi du décalogue qui est Parole de Dieu: “Honore ton père et ta mère, comme te l’a commandé le Seigneur ton Dieu, afin d’avoir longue vie et bonheur sur la terre que te donne le Seigneur ton Dieu” (4).
Sans nos parents, sans nos ancêtres, nous ne serions rien. C’est à leur amour, à leur dévouement et à leur travail que nous devons le premier des dons: la vie. C’est pourquoi Dieu nous demande d’honorer notre père et notre mère, c’est-à-dire de leur accorder dans notre cœur l’affection et le respect auxquels ils ont droit.
Certes, en grandissant, les jeunes acquièrent une certaine autonomie, mais la piété filiale envers leurs parents s’approfondit et, en dialoguant avec eux, ils font la conquête de leur liberté: ils apprennent à devenir responsables, en particulier à faire clairement et en conscience les choix qui les engageront sur les vrais chemins du bonheur.
À ce propos, je voudrais dire que les écoliers rwandais m’ont fait connaître leurs propres réflexions. Je les remercie de tout cœur de m’avoir écrit avec gentillesse pour me souhaiter la bienvenue et aussi me confier leurs préoccupations. J’ai été sensible à leurs lettres: elles témoignent de leur souci de connaître Jésus, de grandir dans la foi et de pratiquer l’amour fraternel, comme le Christ nous le demande dans l’Évangile d’aujourd’hui: “Aimez-vous les uns les autres comme je vous ai aimés” (5).
Les écoliers rwandais montrent qu’ils ont soif d’apprendre; certains souffrent même de ne pas pouvoir satisfaire cette soif, en raison de difficultés économiques. Il en est aussi qui se déclarent désorientés par la prolifération des confessions religieuses dans le pays. Parents chrétiens, c’est à vous, en premier lieu, d’éclairer vos enfants. Vous êtes les premiers catéchistes de vos enfants.
Vous répondrez d’autant mieux aux attentes de vos fils et de vos filles que vous saurez rester proches d’eux en remplissant fidèlement votre mission d’éducateurs. Pour donner à vos enfants le soutien et l’affection dont ils ont besoin, votre présence constante, celle du père comme celle de la mère, est nécessaire. Créez autour de vous l’atmosphère d’amour qui favorise le développement harmonieux de leur vie affective et de leur personnalité. Par le témoignage de votre vie, aidez-les à rencontrer le Christ, à l’aimer et à entendre son appel.
2. Sir 3,8.
3. Sir 3,4.
4. Dt 5,16.
5. Gv 15,12.
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3. À l’approche de son sacrifice sur la croix, le Christ a adressé aux Apôtres ces paroles magnifiques, qu’il nous faut méditer maintenant “Mon commandement, le voici: Aimez-vous les uns les autres comme je vous ai aimés” 6.
Ce sont des paroles riches de signification. Elles ont été dites aux Apôtres mais la liturgie de ce jour les applique aux époux et aux familles. Saint Jean –qui nous a révélé le nom secret de Dieu: “Dieu est Amour”– nous place, en quelques phrases, au centre du christianisme et il nous livre la clé de l’existence chrétienne: “Aimez-vous les uns les autres”.
“Demeurez dans mon amour” (7). Demeurer dans l’amour de quelqu’un, c’est le rêve de tout être humain. Dans un monde de bouleversements et d’insécurité, beaucoup ont le sentiment d’être des déracinés et cherchent à s’enraciner dans l’amour d’un être aimé. Mais Jésus nous apprend que l’amour infini de Dieu, solide comme le roc, est la source de tout amour. Le Christ le rend proche de nous. Plus encore, lui qui est totalement habité par l’amour du Père, il nous appelle à nous laisser saisir par son amour, à le partager et à le vivre entre nous: “Comme le Père m’a aimé, moi aussi je vous ai aimés. Demeurez dans mon amour” (8).
Jésus, qui demeure dans l’amour du Père est aussi son Envoyé. Et, parce que nous demeurons dans l’amour du Christ, nous sommes ses envoyés à notre tour. Envoyés pour quoi? Pour être signes de l’amour de Dieu, pour aimer à notre tour, à la manière du Christ. “Il n’y a pas de plus grand amour que de donner sa vie pour ses amis” (9). En livrant sa vie pour ses amis, Jésus manifeste l’amour absolu qui est Dieu. La logique de l’amour chrétien, c’est d’attacher plus de prix à la vie de l’autre qu’à sa propre vie.
6. Gv 15,12.
7. Gv 15,9.
8. Gv 15,9.
9. Gv 15,13.
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4. L’amour des époux s’exprime d’une manière semblable. Unis par une alliance spirituelle voulue, l’homme et la femme créent la famille. La femme en est le cœur, umutima, et le mari en est le gardien, umwugaliro. Que la famille chrétienne soit un lieu de don de soi, de respect et de fidélité! Qu’elle soit pour les jeunes un lieu de sécurité et d’équilibre, où ils s’éveillent à la foi et se forment à la prière!
Petite cellule d’Église, la famille est un lieu où le Christ est présent. De même que le Christ s’est livré par amour à Son Église, les époux se donnent l’un à l’autre dans une alliance perpétuelle et indissoluble. L’époux et l’épouse ne s’aiment pas seulement de la même manière que s’aiment le Christ et l’Église, mais du même amour. L’Esprit Saint, l’Esprit d’amour que le Christ donne à son Église, est présent, par la grâce du sacrement de mariage, dans le lien qui unit l’époux et l’épouse. Par le Christ et l’Église, le couple humain demeure dans l’amour des trois Personnes divines.
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5. Que les couples assument la paternité et la maternité de manière toujours plus responsable, dans une recherche consciente et volontaire de la maîtrise d’eux-mêmes, dans le respect de la fécondité qui fait partie des dons de Dieu inscrits dans leur nature profonde! L’Église ressent le devoir, par sa doctrine en matière familiale, d’éclairer les époux, pour qu’ils mettent délibérément leur vie conjugale et leur rôle de parents en accord avec le plan de Dieu, pour qu’ils aient le courage de ne pas donner plus d’importance à des satisfactions immédiates qu’à une fidélité exigeante au sens véritable de leur union.
Des familles saines et équilibrées offrent aux jeunes un appui réel pour qu’ils se forment à la maîtrise de leur sexualité et qu’ils ne se laissent pas aller à un libertinage qui n’est pas digne de l’homme.
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6. Actuellement, la responsabilité commune des familles est engagée face à une épreuve qui atteint la société dans votre pays, comme dans d’autres régions du monde. Je pense à la diffusion de la grave maladie du SIDA. Divers comportements humains contribuent à répandre cette maladie; et, bien souvent, il s’agit de comportements contraires à une saine morale. Sans aucun doute, il faut aider les malades, les entourer de soins et d’affection. Beaucoup d’entre vous s’y emploient avec générosité. Continuez à leur témoigner toute votre compassion, à l’exemple du Christ qui nous a montré comment dépasser la barrière de la maladie ou même de la faute morale pour rencontrer la personne blessée et devenir présent à sa souffrance: “Revêtez votre cœur de tendresse et de bonté”, nous a rappelé saint Paul dans la seconde lecture de cette Messe (10).
J’espère que la solidarité concrète ne fera pas défaut à ceux qui souffrent ni aux enfants qui restent orphelins. Mais il faut aussi réfléchir plus profondément, car si l’on reste encore démuni pour soigner et guérir cette maladie, les générations présentes ont une réelle responsabilité pour éviter qu’elle continue à se répandre. C’est un devoir non seulement de lutter contre l’épidémie sur le plan sanitaire, mais aussi de régler sa conduite de telle sorte qu’on ne courre pas le risque de contracter ou de transmettre un mal qui diminue l’homme, qui blesse un peuple. Il faut que les familles d’aujourd’hui aient le souci de transmettre la santé avec la vie aux générations suivantes.
Sur tous ces plans, la réussite de familles heureuses constitue un élément important pour la réussite de toute la société; et cela vaut pour ce qui concerne la morale conjugale comme pour les autres aspects de la vie sociale.
10. Col 3,12.
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7. Dans sa Lettre aux Colossiens, saint Paul écrit: “Que la parole du Christ habite en vous dans toute sa richesse” 11! Quand la parole du Christ demeure-t-elle en nous? Quand nous enrichit-elle spirituellement? Assurément, quand nous l’écoutons, quand nous la lisons avec l’estime qui lui est due. Mais, d’une manière plus vraie encore, la Parole de Dieu porte du fruit en nous quand nous prions.
La prière nous change et, par là, elle change le monde. La prière publique et commune du Peuple de Dieu est une fonction essentielle de l’Église et elle s’apprend en famille. “Là où deux ou trois sont réunis en mon nom, dit Jésus, je suis au milieu d’eux” (12). Lorsque les membres d’une même famille prient ensemble, Jésus, par sa présence, affermit leur union. Et l’Évangile d’aujourd’hui nous confirme dans l’espérance que nous ouvre la fidélité à la prière: “Tout ce que vous demanderez au Père en mon nom, il vous l’accordera” (13).
11. Col 3,16.
12. Mt 18,20.
13. Gv 15,16.
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8. Chères familles rwandaises, nous venons de méditer ensemble la Parole de Dieu dans la liturgie de ce jour. Maintenant, je vous invite à la table de l’Eucharistie. Je vous y invite avec ces paroles: “Tu es béni, Dieu de l’univers”. Oui, béni sois-tu, Seigneur, Dieu de nos familles! Dieu de notre travail quotidien! Dieu de nos joies et de nos peines!
Nous te prions pour tous ceux qui souffrent, pour ceux qui manquent d’argent, ceux qui manquent d’éducation, ceux qui manquent de tendresse: rends-nous attentifs à leurs besoins et apprends-nous à partager.
Nous te prions pour les chômeurs et les jeunes qui cherchent du travail: aide-nous à leur préparer une place dans notre société.
Nous te prions pour les malades, ceux qui ont perdu tout espoir de guérir, ceux qui approchent de la mort: soutiens-les, soulage-les, console-les, donne-leur la patience et l’apaisement.
Nous te prions pour ceux qui ont faim dans ce pays, pour les exilés, les réfugiés. Seigneur, Maître de l’impossible, mets fin à nos déchirures, élargis nos cœurs et rassemble-nous dans l’unité.
Enfin, nous te prions et nous te bénissons pour tous nos frères du monde, en qui nous retrouvons ton visage!
Nous te prions et nous te bénissons pour les familles rwandaises, en particulier pour celles qui te présentent l’offrande de la vie de leur foyer! Frères et sœurs unis dans le sacrement du mariage, l’Église a béni votre union indissoluble d’époux et d’épouses. Vous allez renouveler maintenant les engagements de votre mariage, votre don mutuel pour tous les jours de votre vie. Aujourd’hui l’Église veut renouveler sur vous la Bénédiction de Dieu afin que vous receviez tout le soutien de la grâce de Dieu, Père, Fils et Saint-Esprit, dans la vie familiale à laquelle il vous a appelés. Amen.
[Insegnamenti GP II, 13/2, 547-553]