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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1422] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PROCLAMAR LA GRANDEZA DEL AMOR CONYUGAL

Del Discurso Agradeço as palavras, a los fieles congregados en la catedral, Campo Grande (Brasil), 17 octubre 1991

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2. Dentro de esa responsabilidad amplia y entusiasta que os es propia, quiero detenerme hoy sobre todo en la consideración de tres aspectos de las realidades temporales que requieren, con particular urgencia, el influjo de la santidad y del apostolado de los fieles laicos: la familia, el trabajo y la acción socio-política.

En primer lugar, más aún, en primerísimo lugar, la familia. “El matrimonio y la familia, se lee en la Christifideles laici, constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos” (n. 40).

No perdáis nunca la conciencia de que la salud del cuerpo social depende del robustecimiento y la santidad de la familia, puesto que ésta, por designio de Dios, es y será siempre la “célula primaria y vital de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11). También la vitalidad de la Iglesia depende de la santidad de la familia.

No os diría nada nuevo si os hablara de la grave crisis moral que hoy día se abate, de muchas maneras, sobre la familia brasileña. Precisamente por esta razón es necesaria y urgente una profunda renovación de la institución familiar. Ésta es una tarea prioritaria para los laicos.

Es doloroso observar en este amado país la extrema fragilidad de muchos matrimonios, con la triste consecuencia de innumerables separaciones, cuyas víctimas son siempre los hijos. Más doloroso todavía es ver el desprecio hacia la ley divina, que se extiende con la difusión del uso de prácticas anticonceptivas gravemente ilícitas; ver el índice alarmante de esterilizaciones de mujeres y hombres, voluntarias o inducidas, a veces, por los responsables de la sociedad política o por profesionales que deberían mostrarse celosos de la dignidad y la integridad de la persona y del cuerpo social; ver el aumento, igualmente alarmante, del recurso al aborto, de ese atentado criminal contra el derecho humano primario y fundamental, es decir, el derecho a la vida desde el momento de la concepción, que nunca puede tener una justificación práctica y mucho menos legal.

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3. Al tiempo, no se pueden ignorar las restantes causas, también graves, de la deteriorización de la familia como, por ejemplo, las que derivan de las condiciones inhumanas en el sector de la vivienda, la alimentación, la salud, la instrucción y la higiene, en las que viven millones de personas en el campo y en los suburbios de las ciudades, con la consecuencia lamentable de un elevado número de menores abandonados y marginados.

Bien sabéis que no estoy recargando las tintas del cuadro que acabo de describir. Al hablar así, deseo ante todo lanzar un fuerte llamamiento a la responsabilidad moral de los que tienen el poder público en sus diferentes niveles, y de todos los hombres de buena voluntad, católicos o no, para que creen, en la medida de sus posibilidades, condiciones económicas y sociales que garanticen la dignidad de la vida humana y de la familia. Mucho se puede y se debe hacer para cambiar esa situación. Vosotros, especialmente, tenéis la seria obligación de promover con valentía los valores cristianos del matrimonio y de la familia. Comenzad por vuestros propios hogares, para que seáis vosotros mismos “luz del mundo” y sal que preserva de la corrupción.

Vosotros, que recibisteis la vocación al matrimonio, proclamad con vuestro ejemplo y vuestra entrega, cimentados en la fe y en el amor a Cristo, la grandeza del amor conyugal, renovándolo cada día mediante la gracia divina. Considerad generosamente el don de los hijos como el mayor tesoro, y su educación como vuestro primer apostolado. En verdad, es grande la tarea que os compete en este campo. Pero también es grande, es inmensa, la fuerza de la fe, de la esperanza y del amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones de los fieles (Rm 5, 5).

[E 51 (1991), 1653-1655]