[1432] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL AMOR HUMANO EN EL PLAN DIVINO
Discurso È ormai diventata, a los participantes en un Curso sobre Métodos Naturales de Regulación de la Fertilidad, 10 enero 1992
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1. Este encuentro con los participantes en el curso de formación para profesores, promovido anualmente por el Centro de estudios e investigación sobre la regulación natural de la fertilidad de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, se ha convertido en una agradable tradición. Os saludo cordialmente y os manifiesto una vez más mi satisfacción por esta iniciativa, que se pone al servicio de la pastoral familiar, ayudando a los cónyuges a vivir su vocación en armonía con la ley de Dios auténticamente interpretada por el Magisterio de la Iglesia. Calificando vuestro curso mediante la palabra “formación”, centráis la atención en un aspecto decisivo de la problemática de la que os ocupáis. En efecto, la regulación natural de la fertilidad no sólo reviste un carácter técnico, sino que implica siempre una dimensión moral esencial. Por ella, no se trata únicamente de adquirir y difundir conocimientos científicos sobre la fisiología de la sexualidad y los métodos para conocer los períodos de la fecundidad femenina. Se trata también, y sobre todo, de comprender la verdad del amor humano en el plan divino, y de tener una mayor sensibilidad hacia los valores morales que contiene. Así, pues, el conocimiento cada vez más preciso de los ritmos de fertilidad del organismo femenino encuentra su dimensión adecuada y las condiciones para su empleo moralmente lícito en el marco de la castidad conyugal, entendida como la virtud del amor matrimonial auténtico.
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2. Hablar hoy día de virtud, y en particular de castidad, no resulta fácil. Muy a menudo la mentalidad corriente ha identificado la virtud con una actitud temerosa y tímida con respecto a la vida y, sobre todo, la castidad se ha presentado como una negación de los valores de la sexualidad. Por el contrario, ún la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana; significa, más bien, energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena” (Familiaris consortio, 33). De hecho, esta virtud, realizando una integración creciente de los impulsos instintivos y psíquicos propios de la sexualidad, permite lograr el dominio de sí, que es presupuesto del don y de la acogida, a saber, del amor. Sólo quien es libre, quien no está dominado por la concupiscencia, puede darse a sí mismo y acoger al otro sin reservas. El papel de la continencia es precisamente el de asegurar el dominio de sí mismo. Rechazar la transmisión de la vida y excluir la procreación, rasgos característicos de la mentalidad que propugna la anticoncepción, implica deformar la lógica del don propia del amor matrimonial y es signo de grave degradación moral. Esa actitud refleja un juicio pesimista sobre la existencia y una preferencia de los placeres inmediatos, al tiempo que se rechaza la responsabilidad propia de la paternidad y la maternidad.
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3. A la luz de estas reflexiones es posible comprender la diferencia ética que existe entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos naturales para vivir responsablemente la paternidad y la maternidad. No se trata simplemente de una distinción en el plano de la técnica o de los métodos, en la que el elemento decisivo estaría constituido por el carácter “artificial” o “natural” del procedimiento. Se trata, más bien, de una diferencia de comportamiento. En realidad, los llamados “métodos naturales” son medios de diagnóstico para determinar los períodos fértiles de la mujer, que ofrecen la posibilidad de abstenerse de las relaciones sexuales cuando por motivos justificados de responsabilidad se quiere evitar la concepción. En este caso los cónyuges modifican su comportamiento sexual mediante la abstinencia, y la dinámica del don de sí mismo y de la acogida del otro, propias del acto conyugal, no sufre ninguna falsificación. Por el contrario, la elección de la anticoncepción, mientras deja prácticamente invariable el comportamiento sexual, falsifica el significado intrínseco del don y de la acogida, propios del acto sexual conyugal, cerrándolo arbitrariamente a la dinámica de la transmisión de una nueva vida. En lugar de elevar los impulsos instintivos y psíquicos de la sexualidad hasta el nivel de la persona, es decir, de la responsabilidad del sujeto que los asume y los integra a la luz de la verdad del amor, la anticoncepción los abandona a sí mismos, haciendo que la persona se reduzca a simple objeto.
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4. Cuando la Iglesia propone a los esposos la verdad integral sobre el amor humano y les recuerda sus leyes exigentes, no ignora las dificultades que pueden surgir en su camino. Pero también sabe que el mandamiento de Dios es proporcionado a la capacidad del hombre, al que se le da el Espíritu, que suscita en los esposos, mediante la gracia de los sacramentos, principalmente del sacramento del matrimonio, la virtud de la castidad, esto es, la energía creativa del amor matrimonial auténtico. Ahora bien, a esa acción del Espíritu se ha de añadir el apoyo humano, ofrecido por personas que sepan vivir y testimoniar el verdadero rostro del amor. Por eso, es importante que las comunidades cristianas, las parroquias y los movimientos se conviertan en auténticas escuelas de vida, en las que cada familia pueda encontrar su ámbito de crecimiento. A tal fin, será útil promover la formación adecuada de médicos, de agentes de pastoral familiar y de parejas que puedan comprometerse en el servicio a las familias y en la preparación de los novios para el matrimonio.
También vuestra contribución se sitúa en este marco de amplio compromiso pastoral, cuyo objetivo es la promoción y el apoyo a la familia y al verdadero amor matrimonial. Vuestra obra competente de difusión de conocimiento acerca de los ritmos naturales de las fecundidad femenina se pone al servicio de las personas en una esfera decisiva de su vida y en un ámbito importante para la misión de la Iglesia. Por esta razón, espero que vuestros esfuerzos obtengan pleno éxito. La acción informativa y, sobre todo, educativa, deberá ser capilar, de persona a persona, de pareja a pareja, conscientes de que no sólo se necesitan maestros sino también testigos y amigos.
Que el Espíritu Santo del Señor anime y conforte vuestra acción y os conceda su asistencia eficaz. Como prenda de esa asistencia divina, os imparto mi Bendición, que con gusto extiendo a vuestras familias y a las familias con las que entréis en contacto.
[E 52 (1992), 1235]
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1. È ormai diventata grata tradizione questo incontro con i partecipanti al corso di formazione per insegnanti, promosso annualmente dal “Centro Studi e Ricerche sulla regolazione naturale della fertilità” dell’Università Cattolica del Sacro Cuore. Vi porgo il mio cordiale saluto e rinnovo il mio compiacimento per questa iniziativa, che si pone al servizio della pastorale familiare, aiutando i coniugi a vivere la loro vocazione in armonia con la legge di Dio autenticamente interpretata dal Magistero della Chiesa. Qualificando il vostro corso con l’attributo della “formazione”, voi attirate l’attenzione su un aspetto decisivo della problematica di cui vi occupate: la regolazione naturale della fertilità non ha, infatti, un carattere meramente tecnico, ma implica sempre un’essenziale dimensione morale. Non si tratta, perciò solo di acquisire e diffondere cognizioni scientifiche circa la fisiologia della sessualità e i metodi diagnostici della fecondità femminile. Si tratta anche e soprattutto di comprendere la verità dell’amore umano nel piano divino e di maturare nella sensibilità per i valori morali in esso implicati. Pertanto la conoscenza sempre più accurata dei ritmi di fertilità dell’organismo femminile trova il suo orizzonte adeguato e la condizione per il suo utilizzo moralmente lecito nel quadro della castità coniugale, intesa come virtù dell’autentico amore sponsale.
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2. Parlare oggi di virtù e, in particolare, di castità non è facile. Nella mentalità corrente la virtù è stata identificata troppo spesso con un atteggiamento impaurito e timido nei confronti della vita e soprattutto la castità è stata vista, e talora presentata, come una negazione dei valori della sessualità. Invece, “secondo la visione cristiana, la castità non significa affatto né rifiuto né disistima della sessualità umana: significa piuttosto energia spirituale, che sa difendere l’amore dai pericoli dell’egoismo e dall’aggressività e sa promuoverlo verso la sua piena realizzazione” (1). Tale virtù, infatti, realizzando un’integrazione crescente dei dinamismi istintuali e psichici propri della sessualità, consente quel dominio di sè che è presupposto del dono e dell’accoglienza, cioè dell’amore. Solo chi è libero, ossia non dominato dalla concupiscenza, può donare se stesso e accogliere l’altra persona senza riserve. Il ruolo della continenza è precisamente quello di assicurare la padronanza di se stessi. Il rifiuto di trasmettere la vita, infatti, e la chiusura alla procreazione, propri di una mentalità contraccettiva, deformano la logica del dono propria dell’amore sponsale e sono segno di grave degrado morale. Tali atteggiamenti riflettono un giudizio pessimistico sull’esistenza e una preferenza dei piaceri immediati, respingendo le responsabilità proprie della paternità e maternità.
1. Familiaris consortio, 33 [1981 11 22/ 33].
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3. Alla luce di queste riflessioni si può comprendere la differenza etica, che esiste tra la contraccezione e il ricorso ai ritmi naturali per vivere responsabilmente la paternità e maternità. Non si tratta di una distinzione a livello semplicemente di tecniche o di metodi, in cui l’elemento decisivo sarebbe costituito dal carattere “artificiale” o “naturale” del procedimento. Si tratta soprattutto di una differenza di comportamenti. In realtà i cosiddetti “metodi naturali” sono mezzi diagnostici dei periodi fertili della donna, che aprono la possibilità all’astinenza dai rapporti sessuali quando giustificati motivi di responsabilità chiedono di evitare il concepimento. In questo caso i coniugi modificano il loro comportamento sessuale mediante l’astinenza. La dinamica del dono di sè e dell’accoglienza dell’altro, proprie dell’atto coniugale, non viene falsificata. La scelta contraccettiva, invece, mentre lascia praticamente immutato il comportamento sessuale, falsifica l’intrinseco significato di dono e di accoglienza proprio dell’atto sessuale coniugale, chiudendolo arbitrariamente alla dinamica della trasmissione di una nuova vita. Invece di portare i dinamismi istintuali e psichici della sessualità a livello della persona, cioè della responsabilità del soggetto che li assume e integra alla luce della verità dell’amore, essa li abbandona a se stessi, permettendo una riduzione a oggetto della persona.
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4. Quando la Chiesa propone ai coniugi la verità intera sull’amore umano e ne richiama le esigenti leggi, non ignora le difficoltà che possono sorgere sul loro cammino. Ma essa sa pure che il comandamento di Dio è proporzionato alle capacità dell’uomo, cui è donato lo Spirito, il quale suscita nei coniugi, mediante la grazia dei sacramenti, soprattutto del sacramento del matrimonio, la virtù della castità, cioè l’energia creativa dell’amore sponsale autentico. All’azione dello Spirito dovrà però affiancarsi anche il sostegno umano, offerto da persone che sappiano vivere e testimoniare il vero volto dell’amore. È perciò importante che le comunità cristiane, le parrocchie e i movimenti diventino autentiche scuole di vita, in cui le singole famiglie trovino il loro ambito di crescita. Sarà utile, a tal fine, promuovere la formazione adeguata di medici, di operatori di pastorale familiare, di coppie che possano impegnarsi al servizio delle famiglie e nella preparazione al matrimonio dei fidanzati.
È in tale contesto di vasto impegno pastorale a promozione e sostegno della famiglia e del vero amore sponsale, che si colloca anche il vostro contributo. La vostra competente opera di diffusione delle conoscenze circa i ritmi della fecondità femminile si pone al servizio delle persone, in una sfera decisiva della loro vita e in un ambito importante per la missione della Chiesa. Auspico, pertanto, un pieno successo dei vostri sforzi. L’azione informativa e soprattutto educativa dovrà essere capillare, da persona a persona, da coppia a coppia, nella consapevolezza che c’è bisogno non solo di maestri, ma anche di testimoni e di amici.
Che lo Spirito del Signore animi e conforti la vostra azione e vi conceda la sua efficace assistenza, in pegno della quale vi imparto la mia benedizione, che volentieri estendo alle vostre famiglie e alle famiglie con cui verrete a contatto.
[Insegnamenti GP II, 15/1, 53-56]