[1433] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA LUCHA DE LA FAMILIA CONTRA LA PORNOGRAFÍA
Del Discurso I am pleased, a la Alianza Religiosa contra la Pornografía, 30 enero 1992
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2. La difusión de la literatura pornográfica es sólo uno de los signos de una crisis más amplia de los valores morales, que afecta a la sociedad contemporánea (cfr. Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia en los medios de comunicación social: una respuesta pastoral, 19-20). La pornografía es inmoral y, en última instancia, antisocial, precisamente porque se opone a la verdad sobre la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1, 26-27). Por su verdadera naturaleza, la pornografía niega el significado auténtico de la sexualidad humana como don de Dios, que quiere abrir a los hombres al amor, a fin de que compartan la obra creadora de Dios a través de la procreación responsable. Reduciendo el cuerpo a un mero instrumento para el placer de los sentidos, la pornografía frustra el auténtico crecimiento moral y atenta contra el desarrollo de relaciones maduras y sanas. Lleva inexorablemente a la explotación de las personas, especialmente de las que son más vulnerables, como es el caso –trágicamente evidente– de la pornografía infantil.
Vuestra Alianza ha tratado de mostrar que la difusión de la pornografía representa un serio peligro para toda la sociedad. La fuerza de una sociedad se mide por su capacidad de respetar los imperativos morales fundados en la verdad objetiva sobre la vocación trascendente de la persona humana. Cuando una sociedad exalta la “libertad” por sí misma, y se desarrolla en la indiferencia hacia las exigencias de la verdad, acaba limitando severamente la verdadera libertad del hombre, que es la libertad interior del espíritu. La libertad, separada así de sus fundamentos morales, se confunde fácilmente con el libertinaje. Los efectos de esa confusión son, por desgracia, evidentes en muchas sociedades occidentales a través de un comercio de la sexualidad en continuo aumento. La producción de la pornografía se ha convertido en una industria floreciente y, al mismo tiempo, su expansión es considerada como una expresión legítima de la libertad de expresión, con la consiguiente degradación de las personas, sobre todo de las mujeres. Sin embargo, este problema se ha hecho sentir casi con idéntica intensidad en los países en vías de desarrollo, donde la expansión de la industria de la pornografía constituye un gran problema precisamente porque debilita los fundamentos morales tan necesarios para el progreso integral de esas sociedades.
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3. Me complace que celebréis vuestro encuentro en el Vaticano junto con el Consejo Pontificio para la Familia. La familia es, generalmente, la primera que sufre la embestida de la pornografía y sus efectos perjudiciales para los niños. Por tanto, como célula primaria de la sociedad, la familia ha de ser el primer vencedor en la batalla contra ese mal. Abrigo la esperanza de que vuestros esfuerzos por combatir la plaga de la pornografía ayude a las familias en su delicada misión de formar la conciencia de los jóvenes, inculcándoles una reverencia profunda hacia la sexualidad y una estima madura de las virtudes de la modestia y la castidad. Confío, asimismo, en que vuestra labor ayude a que aumente el interés público frente a la gravedad del problema ético que plantea la pornografía, y lleve a una conciencia más clara de que es necesaria la intervención decisiva de las autoridades encargadas de la promoción del bien común. Considerando que todo ataque contra la familia y su integridad es un ataque contra el bien de la Humanidad (cfr. Familiaris consortio, 86), es fundamental que se reconozcan claramente los derechos de la familia y se garanticen mediante legislaciones apropiadas.
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4. Queridos amigos, vuestro encuentro es un ejemplo notable de creyentes que se han unido con el fin de afrontar juntos uno de los mayores males sociales de nuestro tiempo. Estoy convencido de que ofreciendo el “testimonio unánime de las comunes convicciones acerca de la dignidad del hombre, creado por Dios” (Centesimus annus, 60), los seguidores de las diversas confesiones religiosas, tanto ahora como en el futuro, contribuirán en gran medida al crecimiento de la “civilización del amor”, que se funda en los principios de un humanismo auténtico. Aliento vuestros esfuerzos valiosos, al tiempo que invoco sobre todos vosotros las abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso.
[E 52 (1992), 325]
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2. The proliferation of pornographic literature is only one indication of a broader crisis of moral values affecting contemporary society (1). Pornography is immoral and ultimately anti–social, precisely because it is opposed to the truth about the human person, made in the image and likeness of God (2). By its very nature, pornography denies the genuine meaning of human sexuality as a God-given gift intended to open individuals to love and to sharing in the creative work of God through responsible procreation. By reducing the body to an instrument for the gratification of the senses, pornography frustrates authentic moral growth and undermines the development of mature and healthy relationships. It leads inexorably to the exploitation of individuals, especially those who are most vulnerable, as is so tragically evident in the case of child pornography.
As your Alliance has sought to make clear, the spread of pornography represents a serious threat to society as a whole. The strength of any society is measured by its ability to respect those moral imperatives which are grounded in the objective truth about the transcendent vocation of the human person. When a society exalts “freedom” for its own sake, and grows indifferent to the demands of truth, it ends by severely limiting man’s true freedom–the interior freedom of the spirit. Freedom, once detached from its moral foundations, easily becomes confused with license. The effects of this confusion are unfortunately apparent in many Western societies in an increasing commercialization of sexuality. The production of pornography has become a thriving industry and its diffusion is at times considered a legitimate expression of free speech, with the consequent debasement of individuals, particularly women. The problem, however, is felt no less strongly in developing countries, where the expansion of the pornography industry is a source of concern precisely because it weakens the moral foundations so necessary for the integral development of those societies.
1. Cfr. Pont. Consilii de Comm. Socialibus Pornografia e violenza nei mezzi do comunicazione: una risposta pastorale, 19-20 [1989 05 07/ 19-20].
2. Cfr. Gen. 1,26-27.
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3. I am pleased that your meeting in the Vatican is taking place in conjunction with the Pontifical Council for the Family. The family is usually the first to suffer from pornography and its damaging effects on children. Consequently, as the primary cell of society, the family must be the first champion of the battle against this evil. It is my hope that your efforts to combat the plague of pornography will help families in their delicate task of forming the consciences of the young, instilling in them a deep reverence for sexuality and a mature appreciation of the virtues of modesty and chastity. At the same time, I trust that your work will help to increase public concern about the gravity of the ethical issues posed by pornography, and lead to a clearer awareness of the need for decisive intervention by the authorities charged with the promotion of the common good. Because every attack on the family and its integrity is an attack on the good of humanity (3), it is essential that the rights of families should be clearly acknowledged and safeguarded through appropriate legislation.
3. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Familiaris consortio, 86 [1981 11 22/ 86].
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4. Dear friends: your meeting is a noteworthy example of religious believers coming together in order to address one of the great social ills of our time. I am convinced that by offering the “unanimous witness of our common convictions regarding the dignity of man, created by God” (4), the followers of the various religions, both now and in the future, will contribute, in no small measure, to the growth of that “civilization of love” which is founded on the principles of an authentic humanism. I encourage your worthy efforts and I cordially invoke upon all of you the abundant blessings of Almighty God.
[Insegnamenti GP II, 15/1, 192-194]
4. Ioannis Pauli PP. II Centesimus annus, 60.