[1439] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA RESPONSABILIDAD DE LA FAMILIA EN EL CUIDADO Y FORMACIÓN DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
De los capítulos IV y V de la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis –sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual–, 25 marzo 1992
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41. La vocación sacerdotal es un don de Dios, que constituye ciertamente un gran bien para quien es su primer destinatario. Pero es también un don para toda la Iglesia, un bien para su vida y misión. Por eso la Iglesia está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales. En consecuencia, la pastoral vocacional tiene como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y, análogamente, desde ésta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de Dios.
Es muy urgente, sobre todo hoy, que se difunda y arraigue la convicción de que todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones. El Concilio Vaticano II ha sido muy explícito al afirmar que «el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana» (Optatam totius, 2). Solamente sobre la base de esta convicción, la pastoral vocacional podrá manifestar su rostro verdaderamente eclesial, desarrollar una acción coordinada, sirviéndose también de organismos específicos y de instrumentos adecuados de comunión y de corresponsabilidad.
La primera responsabilidad de la pastoral orientada a las vocaciones sacerdotales es del Obispo (Christus Dominus, 15), que está llamado a vivirla en primera persona, aunque podrá y deberá suscitar abundantes tipos de colaboraciones. A él, que es padre y amigo en su presbiterio, le corresponde, ante todo, la solicitud de dar continuidad al carisma y al ministerio presbiteral, incorporando a él nuevos miembros con la imposición de las manos. Él se preocupará de que la dimensión vocacional esté siempre presente en todo el ámbito de la pastoral ordinaria, es más, que esté plenamente integrada y como identificada con ella. A él compete el deber de promover y coordinar las diversas iniciativas vocacionales (Optatam totius 2).
El Obispo sabe que puede contar ante todo con la colaboración de su presbiterio. Todos los sacerdotes son solidarios y corresponsables con él en la búsqueda y promoción de las vocaciones presbiterales. En efecto, como afirma el Concilio, «a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, atañe procurar, por sí mismos o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación» (Presbyterorum Ordinis, 6). «Este deber pertenece a la misión misma sacerdotal, por la que el presbítero se hace ciertamente partícipe de la solicitud de toda la Iglesia, para que aquí en la tierra nunca falten operarios en el Pueblo de Dios» (Ibid., 11). La vida misma de los presbíteros, su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia –un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual–, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional (Optatam totius, 2).
Una responsabilidad particularísima está confiada a la familia cristiana, que en virtud del sacramento del matrimonio participa, de modo propio y original, en la misión educativa de la Iglesia, maestra y madre. Como han afirmado los Padres sinodales, «la familia cristiana, que es verdaderamente ‘como iglesia doméstica’ (Lumen gentium, 11), ha ofrecido siempre y continúa ofreciendo las condiciones favorables para el nacimiento de las vocaciones. Y puesto que hoy la imagen de la familia cristiana está en peligro, se debe dar gran importancia a la pastoral familiar, de modo que las mismas familias, acogiendo generosamente el don de la vida humana, formen ‘como un primer seminario’ (Optatam totius, 2) en el que los hijos puedan adquirir, desde el comienzo, el sentido de la piedad y de la oración y el amor a la Iglesia» (Proposición 14). En continuidad y en sintonía con la labor de los padres y de la familia está la escuela, llamada a vivir su identidad de «comunidad educativa» incluso con una propuesta cultural capaz de iluminar la dimensión vocacional como valor propio y fundamental de la persona humana. En este sentido, si es oportunamente enriquecida de espíritu cristiano (sea a través de presencias eclesiales significativas en la escuela estatal, según las diversas legislaciones nacionales, sea sobre todo en el caso de la escuela católica), puede infundir «en el alma de los muchachos y de los jóvenes el deseo de cumplir la voluntad de Dios en el estado de vida más idóneo a cada uno, sin excluir nunca la vocación al ministerio sacerdotal» (Proposición 15).
También los fieles laicos, en particular los catequistas, los profesores, los educadores, los animadores de la pastoral juvenil, cada uno con los medios y modalidades propios, tienen una gran importancia en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Cuanto más profundicen en el sentido de su propia vocación y misión en la Iglesia, tanto más podrán reconocer el valor y el carácter insustituible de la vocación y de la misión sacerdotal.
En el ámbito de las comunidades diocesanas y parroquiales hay que apreciar y promover aquellos grupos vocacionales, cuyos miembros ofrecen su ayuda de oración y de sufrimiento por las vocaciones sacerdotales y religiosas, así como su apoyo moral y material.
También hay que mencionar aquí a los numerosos grupos, movimientos y asociaciones de fieles laicos que el Espíritu Santo hace surgir y crecer en la Iglesia, con vistas a una presencia cristiana más misionera en el mundo. Estas diversas agrupaciones de laicos están resultando un campo particularmente fértil para el nacimiento de vocaciones consagradas y son ambientes propicios de oferta y crecimiento vocacional. En efecto, no pocos jóvenes, precisamente en el ambiente de estas agrupaciones y gracias a ellas, han sentido la llamada del Señor a seguirlo en el camino del sacerdocio ministerial y han respondido a ella con generosidad (Proposición 16). Por consiguiente, hay que valorarlas para que, en comunión con toda la Iglesia y para el crecimiento de ésta, presten su colaboración específica al desarrollo de la pastoral vocacional.
Los diversos integrantes y miembros de la Iglesia comprometidos en la pastoral vocacional harán tanto más eficaz su trabajo, cuanto más estimulen a la comunidad eclesial como tal –empezando por la parroquia– para que sientan que el problema de las vocaciones sacerdotales no puede ser encomendado en exclusiva a unos «encargados» (los sacerdotes en general, los sacerdotes del Seminario en particular), pues, por tratarse de «un problema vital que está en el corazón mismo de la Iglesia» (Mensaje para la XXII Jornada mundial de oración por las vocaciones sacerdotales, 13 abril 1985: AAS 77 (1985) 982.), debe hallarse en el centro del amor que todo cristiano tiene a la misma.
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68. Las comunidades de las que proviene el aspirante al sacerdocio, aun teniendo en cuenta la separación que la opción vocacional lleva consigo, siguen ejerciendo un influjo no indiferente en la formación del futuro sacerdote. Por eso deben ser conscientes de su parte específica de responsabilidad.
Recordemos, en primer lugar, a la familia: los padres cristianos, como también los hermanos, hermanas y otros miembros del núcleo familiar, no deben nunca intentar llevar al futuro presbítero a los límites estrechos de una lógica demasiado humana, cuando no mundana, aunque a esto sea un sincero afecto lo que los impulse (cf. Mc 3, 20-21. 31-35). Al contrario, animados ellos mismos por el mismo propósito de «cumplir la voluntad de Dios», sepan acompañar el camino formativo con la oración, el respeto, el buen ejemplo de las virtudes domésticas y la ayuda espiritual y material, sobre todo en los momentos difíciles. La experiencia enseña que, en muchos casos, esta ayuda múltiple ha sido decisiva para el aspirante al sacerdocio. Incluso en el caso de padres y familiares indiferentes o contrarios a la opción vocacional, la confrontación clara y serena con la posición del joven y los incentivos que de ahí se deriven, pueden ser de gran ayuda para que la vocación sacerdotal madure de un modo más consciente y firme.
En estrecha relación con las familias está la comunidad parroquial: ambas se unen en el plano de la educación en la fe; además, con frecuencia, la parroquia, mediante una específica pastoral juvenil y vocacional, ejerce un papel de suplencia de la familia. Sobre todo, por ser la realización local más inmediata del misterio de la Iglesia, la parroquia ofrece una aportación original y particularmente preciosa a la formación del futuro sacerdote. La comunidad parroquial debe continuar sintiendo como parte viva de sí misma al joven en camino hacia el sacerdocio, lo debe acompañar con la oración, acogerlo entrañablemente en los tiempos de vacaciones, respetar y favorecer la formación de su identidad presbiteral, ofreciéndole ocasiones oportunas y estímulos vigorosos para probar su vocación a la misión.
También las asociaciones y los movimientos juveniles, signo y confirmación de la vitalidad que el Espíritu asegura a la Iglesia, pueden y deben contribuir a la formación de los aspirantes al sacerdocio, en particular de aquellos que surgen de la experiencia cristiana, espiritual y apostólica de estas instituciones. Los jóvenes que han recibido su formación de base en ellas y las tienen como punto de referencia para su experiencia de Iglesia, no deben sentirse invitados a apartarse de su pasado y cortar las relaciones con el ambiente que ha contribuido a su decisión vocacional ni tienen por qué cancelar los rasgos característicos de la espiritualidad que allí aprendieron y vivieron, en todo aquello que tienen de bueno, edificante y enriquecedor (Proposición 25). También para ellos este ambiente de origen continúa siendo fuente de ayuda y apoyo en el camino formativo hacia el sacerdocio.
Las oportunidades de educación en la fe y de crecimiento cristiano y eclesial que el Espíritu ofrece a tantos jóvenes a través de las múltiples formas de grupos, movimientos y asociaciones de variada inspiración evangélica, deben ser sentidas y vividas como regalo del espíritu que anima la institución eclesial y está a su servicio. En efecto, un movimiento o una espiritualidad particular «no es una estructura alternativa a la institución. Al contrario, es fuente de una presencia que continuamente regenera en ella la autenticidad existencial e histórica. Por esto, el sacerdote debe encontrar en el movimiento eclesial la luz y el calor que lo hacen ser fiel a su Obispo y dispuesto a los deberes de la institución y atento a la disciplina eclesiástica, de modo que sea más fértil la vibración de su fe y el gusto de su fidelidad» (Discurso a los sacerdotes colaboradores con el movimiento «Comunión y Liberación», 12 septiembre 1985: AAS 78 (1986), 256).
Por tanto, es necesario que, en la nueva comunidad del Seminario –que el Obispo ha congregado–, los jóvenes provenientes de asociaciones y movimientos eclesiales aprendan «el respeto a los otros caminos espirituales y el espíritu de diálogo y cooperación», se atengan con coherencia y cordialidad a las indicaciones formativas del Obispo y de los educadores del Seminario, confiándose con actitud sincera a su dirección y a sus valoraciones (Cf. Proposición 25). Dicha actitud prepara y, de algún modo, anticipa la genuina opción presbiteral de servicio a todo el Pueblo de Dios, en la comunión fraterna del presbiterio y en obediencia al Obispo.
La participación del seminarista y del presbítero diocesano en espiritualidades particulares o instituciones eclesiales es ciertamente, en sí misma, un factor beneficioso de crecimiento y de fraternidad sacerdotal. Pero esta participación no debe obstaculizar sino ayudar el ejercicio del ministerio y la vida espiritual que son propios del sacerdote diocesano, el cual «sigue siendo siempre pastor de todo el conjunto. No sólo es el “hombre permanente”, siempre disponible para todos, sino el que va al encuentro de todos –en particular está a la cabeza de las parro quias– para que todos descubran en él la acogida que tie nen derecho a esperar en la comunidad y en la Eucaristía que los congrega, sea cual sea su sensibilidad religiosa y su dedicación pastoral» (Encuentro con los representanes del clero suizo en Einsiedeln, 15 junio 1984, Insegnamenti VII/I (1984), 1798).
[OR (e. c.), 10.IV.1992, 5, 15-16 y 22-23]
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41. Vocatio sacerdotalis est donum Dei, ingens procul dubio bonum, ei saltem cui primo destinatur. Sed ingens donum praecipue donum est ipsi Ecclesiae, ad cuius vitam et missionem vocatio singularis adiungitur. In eam proinde officium incumbit donum hoc aestimandi, amandi, custodiendi; fiat scilicet responsalis nascentium et ma turescentium vocationum sacerdotalium. Hinc sequitur ut pastoralis vocationum navitas subiectum habeat activum, ut dicimus, vel protagonistes, ipsam communitatem ecclesialem qua talem, variato vocabulo iuxta varietatum mensuram: aliud enim est Ecclesia universalis, aliud Ecclesia particularis; aliud paroecia, aliud denique fortuitus aliquis eorum coetuum, qui hodie plurimi in Populo Dei enascuntur.
Urget maxime, hodiernis praesertim temporibus, ut diffundatur atque radices iaciat ea persuasio: gratiam et responsalitatem circa vocationum curam partiendam esse inter omnia Ecclesiae membra, nullo excluso. Concilium Vaticanum II id explicite ac severe enuntiavit cum scripsit: “Fovendarum vocationum officium ad totam christianam communitatem pertinet, quae imprimis vita plene christiana id provehere debet” (262). Pastoralis ergo vocationalis tum tantum vere ecclesialem viam sectari dicetur, cum haec persuasa habens concordem navitatem sequatur, sedulo adhibendo quae reperta sunt organa specifica vel communionis et corresponsalitatis instrumenta.
Ceterum in episcopum (263) recidit prima responsalitas huius pastoralis navitatis erga vocationes sacerdotales: ipse eam curam suam faciat, ad quam procul dubio multiplices collaboratores trahere poterit: sed ipse pater imprimis et amicus sit in presbyterio, in quem onus incumbit et sollicitudo “continuandi” charismata et ministerium presbyterale, nova adiuncta propagine “per manuum impositionem”; curam item sibi sollicite assumat ut prospectus quidam vocationis praesens perseveret in quotidiana pastorali navitate, atque adeo, ut cum eadem integretur. Ad eum praeterea officium spectat promovendi et coordinandi varia illa vocationalia incepta quae forte enascantur (264).
Sciat nihilominus Episcopus posse se benevolenter per reliquum Presbyterium iuvari, cum sacerdotes omnes responsaliter coniungantur in quaerendis et provehendis vocationibus sacerdotalibus. Nam, ut per Concilium fuerat assertum: “Ad sacerdotes, qui fidei educatores sunt pertinet curare... ut singuli fideles ad suam propriam vocationem secundum Evangelium excolendam... in Spiritu Sancto adducantur” (265), et alibi adiungit: “Quod officium sane pertinet ad ipsam missionem sacerdotalem, qua quidem particeps fit presbyter sollicitudinis totius Ecclesiae, ne in Populo Dei hic in terris operarii unquam desint” (266). Vita ergo ipsorum presbyterorum, eorumque incondicionata in Dei legem deditio, necnon testimonium benevolentis servitii Domino et eius Ecclesiae praestiti –testimonium etiam per Crucis optionem signatum, in spe et gaudio Paschali– eorum insuper fraterna concordia et zelus pro mundi evangelizatione, primum atque efficacissimum exstabunt instrumentum fecunditatis vocationalis (267).
Peculiaris vero spectat responsalitas ad christianam familiam, quippe quae vi sacramenti matrimonii particeps fit, modo quodam proprio ac singulari, missionis Ecclesiae, quae magistra est et mater. Ut enim synodales Patres scripserunt, “familia christiana, quae est vera ‘ecclesia domestica’268, condiciones vocationum ortui favorabiles offerebat et offert. Quia hodie imago traditionalis familiae in periculo versatur, magnum momentum tribuatur actioni circa familias, ut sint iterum ‘velut primum seminarium’269, ubi filii sensum pietatis, orationis et amorem erga Ecclesiam quam primum acquirant” (270). In harmonia autem et continuitate cum parentum et totius familiae opere, addendum est scholae munus et officium, cum ipsa suam identitatem “communitatis educatricis” vivere vocata sit tanquam culturale servitium, a quo excludi non potest illa dimensio vocationalis quae evadere nata est fundamentalis et nativus quidam personae humanae valor. In eo sensu, si schola convenienter imbuta est spiritu christiano (idque fieri potest per qualificatam ecclesialem praesentiam in schola publica, iuxta varietatem normarum nationalium, sed praesertim in schola manifeste catholica) potest “in animos puerorum et iuvenum infundere universale optatum voluntatem Dei exsequendi, in statu unicuique aptiore, nunquam exclusa vocatione ad servitium sacerdotale” (271).
Etiam christifideles laici, praesertim catechistae, magistri, educatores omnis generis, animatores quos dicimus operae pastoralis iuvenilis, sua quisque ratione ac methodo, summum habere possunt momentum in hac pastorali vocationum presbyteralium; quo altius enim ipsi penetraverint sensum propriae vocationis in Ecclesia, eo celerius agnoscent valorem et, quod substitui nequit vocationis et missionis sacerdotalis pretium.
Intra communitates autem dioecesanas vel paroeciales, peculiari quadam cura aestimandi ac promovendi sunt coetus vocationales, quorum scilicet membra supplicationes, et ipsas praecipue infirmitates, pro vocationibus offerunt sacerdotalibus et religiosis, et aliquando etiam moralia aliqua aut materialia subsidia suppeditant.
Commemorandi hic quoque sunt ii crebriores coetus, motus, consociationes christifidelium laicorum, quos Spiritus Sanctus sparsim per Ecclesias enasci ac crescere efficit, eo consilio ut testimonium persequantur praesentiae christianae, missionariae praesertim, in mundo. Haec varietas aggregationum laicorum, sese in dies clarius ostendit ut campum peculiariter fertilem unde enascantur vocationes consecratae, ut vera ac propria loca proponendis ac maturandis vocationibus opportuna. Nam non pauci reperiuntur iuniores, qui in his consociationibus Dominum audierunt eos vocantem ut se in via sacerdotii ministerialis sequerentur (272), atque liberum ac liberale dederunt responsum. Provehantur ergo huiusmodi coetus, quandoquidem, in communione cum Ecclesia crescentes, poterunt non parum conferre promovendae efficaciter navitati pastorali.
Tandem varia illa coetuum soboles atque multiformia Ecclesiae membra quae curam huius navitatis susceperunt, eo efficacius suo muneri fungentur, quo impensius addere stimulos didicerint communitatibus ecclesialibus qua talibus, paroeciis imprimis, ut nempe quaestionem hanc de presbyteralibus vocationibus sic intellegant ut nullo modo quibusdam dumtaxat “delegatis” eam concredant (qui de more vel sacerdotes esse solent vel seminario addicti), sed id esse “problema vitale, quo nullum aliud Ecclesiae cor intimius angat” (273), cuique proinde potior amor cuiusvis christiani est servandus.
262. Optatam totius, 2 [1965 10 28ª/ 2].
263. Cfr. Christus Dominus, 15.
264. Cfr. Optatam totius, 2 [1965 10 28ª/ 2].
265. Presbyterorum ordinis, 6 [1965 12 07ª/ 6].
266. Presbyterorum ordinis, 11.
267. Cfr. Optatam totius, 2 [1965 10 28ª/ 2].
268. Lumen gentium, 11 [1964 11 21ª/ 11].
269. Optatam totius, 2 [1965 10 28ª/ 2].
270. Patrum Synodi Episc. 1990 Propositio 14.
271. Patrum Synodi Episc. 1990 Propositio 15.
272. Cfr. Patrum Synodi Episc. 1990 Propositio 16.
273. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob XXII Diem Mundialem precationis vocationibus fovendis dicatum, 1, die 13 apr. 1985: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VIII, 1 (1985) 1014.
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68. Communitates ex quibus candidatus sacerdotii provenit, quamvis illa necessaria acta sit separatio, quam ipse vocationis delectus exigit, influxum non neglegendum exercere pergunt in futuri sacerdotis formationem; quare specificae suae responsalitatis partis bene consciae esse debent.
In primis familia memoranda est: parentes christiani, sicut etiam fratres et sorores ac omnia nuclei familiaris membra, cavere debent, ne futurus presbyter inter angustos inducatur limites illius nimis humanae logicae, quae, etsi non mundana, tamen sincero affectu sustineri videatur (409). Ipsi autem, eodem proposito animati “Dei voluntatem adimplendi”, formationis itinerarium orationibus, debito respectu, recto virtutum domesticarum exemplo, spirituali et materiali auxilio, praesertim in difficilioribus adiunctis persequi scient. Multiplex enim hoc auxilium in plurimis casibus experientia docet praeponderans fuisse pro candidato sacerdotii. Dein si forte genitores et familiares indifferentes sese ostendant vel adversos vocationis delectui, comparatio quaedam clara et serena cum eorum positione et consequentes stimuli magno auxilio esse possunt, ut sacerdotalis vocatio consultius ac firmius maturet.
In intima coniunctione cum familiis manet communitas paroecialis; et illae et haec sese complent in educationis ad fidem opus efficiendum; dein specifica pastorali actione pro educanda iuventute proque vocationibus suscitandis paroecia familiae munere saepe fungitur. Praesertim autem paroecia egregiam operam dat et singulariter pretiosam ad futuri sacerdotis formationem efficiendam. Paroecialis communitas constanter sentire debet, quasi vivam sui ipsius partem, quemvis iuvenem itinerarium ad sacerdotium persequentem eumque orationibus sequi, aperto corde feriarum temporibus accipere, semper vereri atque fovere dum in debitam suam presbyteralem identitatem formandam progreditur, opportunitates ei praebendo durosque quoque stimulos admovendo ut eius probetur vocatio ad missionem sacerdotalem.
Consociationes iuvenumque motus etiam, ut signum illiusque vitalitatis certitudo, quam in Ecclesia Spiritus constanter infundit, operam praestare possunt et debent ad formationem candidatorum sacerdotii fovendam, praesertim pro iis qui ex christiana, spirituali et apostolica harum consociationum experientia proveniunt. Iuvenes igitur illi, qui primariam formationem in huiusmodi consociationibus receperunt quique ad easdem sese referre pergunt pro sua ipsorum Ecclesiae experientia, nullam obligationem omnino sentire, quasi per interiorem invitationem, debebunt sese e praeterito tempore eradicandi easque scindendi relationes cum ambitu, qui non parvo auxilio fuit eorum vocationis et initio et incremento, neque illas notas spiritualitatis proprias delere debent, quas illic didicerunt atque vixerunt, quidquid boni, quidquid aedificationis virtutumque copiae in ipsis fuerint (410). Pro illis quoque, igitur, ambitus hic originis fons auxilii pergit esse atque praesidium in ipso formationis itinerario ad sacerdotium peragendo.
Omnes educationum ad fidem et christiani et ecclesialis incrementi occasiones, quas Spiritus tam multis iuvenibus praebet in multiplicibus sodalitatum formis, motibus et consociationibus variae evangelicae inspirationis, magnopere expedit ut sic sentiantur ac vivantur quasi altricis animae donum intra ipsam institutionem, immo velut in huius servitium. Motus enim vel singularis spiritus animatio “non est altera structura alterna institutioni. Fons est contra cuiusdam praesentiae, quae usque renovat eiusdem sinceritatem essentialem et historicam. Quapropter invenire debet sacerdos in motu quodam lucem et calorem, unde habilis sit ad fidelitatem erga episcopum, promptus ad institutionis munera atque vigil ad ecclesiasticam disciplinam, sic ut vehementior sit impetus in fidem et fidelitatis gustatus” (411).
Omnes igitur iuvenes ex associationibus motibusque ecclesiasticis provenientes in nova Seminarii communitate, in qua sunt ab episcopo congregati, necesse est ut ediscant “obsequium erga alias spirituales vias simulque spiritum disputandi atque operandi”, formationis praeceptis episcopi et Seminarii educatoribus fiducialiter atque benevole se referant seseque sincere et fidenter committant eorum ductui et iudicio (412). Hic enim agendi modus parat et quadam ratione anticipat genuinam presbyteralem electionem inserviendi Populo Dei in fraterna presbyterii communione et in oboedientia episcopo praestanda.
Tam Seminarii alumnis quam presbyteris participatio specialium spiritus animationum secundum quasdam ecclesiales associationes certe per se ipsa est vera benefica vis interius crescendi ac sacerdotalem fraternitatem fovendi. Haec autem participatio impedimento esse non debet, sed auxilio ad ministerii vitaeque spiritualis exercitium agendum, quod proprium est dioecesani sacerdotis, qui “manet totius coetus semper pastor. Non modo est “permanens ipsum”, omnibus promptus, verum omnibus congregatis praesidet –nominatim est paroeciarum moderator– ut cunctis pateat aditus in communitate et Eucharistia, iure requisitus, unde inveniatur unitas, quicumque sit religiosus sensus et eorum pastorale studium” (413).
[AAS 84 (1992) 726-729, 775-778]
409. Cfr. Mc. 3,20-21.31-35.
410. Cfr. Patrum Synodi Episc. 1990 Propositio 25.
411. Ioannis Pauli PP. II Allocutio ad presbyteros, qui curam habent sodalium consociationis cui titulus “Comunione e Liberazione”, 3, die 12 sept. 1985: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VIII, 2 (1985) 660.
412. Cfr. Patrum Synodi Episc. 1990 Propositio 25.
413. Ioannis Pauli PP. II Allocutio ad presbyteros qui Helveticum repraesentabant clerum Einsiedeln, 10, die 15 iun. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 1798.