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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1447] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, AL SERVICIO DEL AMOR Y DE LA VIDA

Homilía en la celebración de la Palabra, en la “Plaza de la Revolución”,  Lubango (Angola), 5 junio 1992

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1. Esas palabras del Apóstol San Pablo, proclamadas en esta celebración, nos invitan a entonar un cántico de alabanza al Señor por la gracia maravillosa de nuestra vocación cristiana. Esta gracia nos ha reconciliado con Dios y ha hecho de nosotros un solo cuerpo, la Iglesia. En nombre de Jesucristo y como Sucesor de Pedro, he venido a esta provincia eclesiástica del sur de Angola, que tiene como centro esta archidiócesis de Lubango.

Queridos cristianos de la archidiócesis de Lubango y de las diócesis de Menongue y de Ondijiva, el Papa está con vosotros. En mi corazón se alternan la alegría de veros y el deseo de dar gracias con vosotros al Padre del cielo, que os ha sostenido de forma admirable en vuestra entrega a Jesucristo, como recordaba hace poco el venerado hermano monseñor Manuel Franklin da Costa. Le agradezco el saludo que me ha dirigido.

Mi abrazo fraterno va a toda la gente de Huila, de Cubango, de Cunene y de Namibe, con un saludo deferente a sus autoridades. Saludo en particular a las familias de estos lugares y de toda Angola, a las que dirijo ahora mi palabra de pastor universal: con la palabra del Señor que os traigo, quiero confirmaros en el papel propio de la familia cristiana, es decir, transmitir y defender la vida, y en su tarea de construir un mundo nuevo de paz.

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2. En África la familia es muy estimada y el matrimonio siempre ha sido considerado algo muy importante. La evangelización, indudablemente, ha venido a completar estos bienes con la gracia de Cristo redentor, a elevar el matrimonio a sacramento y la familia a “santuario doméstico de la Iglesia” (Apostolicam actuositatem, 11). Con todo, influjos extraños y los acontecimientos de los últimos años han producido daños enormes a la institución del matrimonio y a las familias de Angola.

Por una parte, la guerra ha dispersado las familias, las ha dividido, ha sido ocasión para que la vida de las parejas se complicase; ha separado a los hijos de los padres o los ha dejado huérfanos. La pérdida de las raíces debida a la disgregación del mundo rural y a la emigración de los jóvenes hacia las ciudades han perjudicado también la solidez familiar, tradicionalmente defendida por la atención de los “más ancianos”.

Por otra parte, los valores familiares angoleños han sido puestos a prueba por ideas y costumbres venidos de fuera, que tenían como objetivo desviar de su sentido auténtico el amor entre hombre y mujer, con perjuicio de su dimensión de comunidad estable de vida y de amor.

Queridos “esposos”, no tengáis miedo de ser “signo de contradicción”, a semejanza de Cristo, en este mundo que quiere permitir todo y que piensa sólo en gozar; así, a veces, “rechaza la indi solubilidad matrimonial y se mofa abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad”(Familiaris consortio, 20; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1981, p. 8). Pensar sólo en el cuerpo del otro o en la utilidad que su persona puede tener, no es amor: es egoísmo y explotación. El amor es querer bien a la persona del otro más que a sí mismo, interesarse por la persona del otro y querer compartir con ella el peso y las alegrías de la vida.

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3. Para llegar a vivir este ideal tan noble y exigente, es preciso que reciban una adecuada preparación todos los que por vocación, están llamados al matrimonio. Los primeros misioneros escucharon este llamamiento y lo tomaron en serio cuando, hace más de un siglo, anunciaron aquí la buena nueva cristiana. Comenzaron por cuidar de forma particular los primeros matrimonios entre aquellos que acogían, en su corazón bien dispuesto, el fermento nuevo del mensaje de Jesucristo. Podríamos decir que los buenos resultados de la evangelización en la tierra de Angola se debieron al cuidado con que los misioneros se dedicaron a la formación de familias verdaderamente cristianas. Pues bien, al igual que ayer, también hoy “la evangelización depende, en gran parte, de la Iglesia doméstica” (ib., 65).

En este momento, renuevo aquí para vosotros, familias cristianas de Angola, el llamamiento que dirigí a todas las familias del mundo: “Familia, ¡sé lo que eres!” (ib., 17). Sí, lo que eres “desde el principio” (cfr. Mt, 19, 3-6), según el plan de Dios, creador y redentor. ¡Conviértete en una verdadera comunidad de amor, sólida y estable, en la que la vida humana pueda germinar y crecer!

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4. La familia posee un bien propio: los hijos, y tiene como tarea fundamental el servicio a la vida: es su cuna y la primera escuela. El respeto a la vida es una de las características más importantes de la tradición y de la cultura africana, que acepta el matrimonio como es, y como Dios lo ha querido, fecundo por su propia naturaleza. Hermanos y amigos míos, rechazad decididamente, con vuestra palabra y con vuestro ejemplo, la propaganda engañosa en favor del aborto; rechazad la eliminación criminal de personas inocentes e indefensas. Jóvenes que os preparáis para la vida, respetad siempre la maternidad. Recordad lo que dice el Evangelio (cfr. Lc 1, 41 y 44), cuando Jesús quiso ser reconocido por Juan Bautista antes de su nacimiento: Juan Bautista se alegró y saltó de gozo ante la presencia de Cristo en el seno virginal de María.

La vida debe defenderse desde el instante de la concepción hasta su término natural. Así, la educación es también defensa de la vida, y el núcleo familiar deberá funcionar como transmisor fiel de los valores humanos y de la fe cristiana. En verdad, “puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y, por tanto, hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia, que, cuando falta, difícilmente puede suplirse” (Gravissimum educationis, 3). Conozco las serias dificultades que debéis afrontar en vuestra tarea educativa, pero, con la gracia de Dios, vosotros –padres y madres juntos– podréis hacer de vuestra familia la primera escuela de las virtudes humanas y cristianas.

También aquí la influencia de la tradición antigua se va perdiendo. Antes, en las aldeas, toda la familia cuidaba las buenas maneras y la educación de los hijos. Las actuales circunstancias han debilitado esa influencia de la familia llamada “alargada”. Así aumenta la responsabilidad del padre y de los parientes más próximos. Padres cristianos, tomad en serio vuestra obligación de educar humana y cristianamente a vuestros hijos, que son vuestra prolongación. Dadles lo mejor que tenéis: una recta conciencia, una vida cristiana, la capacidad de ser miembros útiles y preparados para la sociedad y el país.

Elevad vuestra mirada hacia la Sagrada Familia de Nazaret. Contemplad el estilo de vida oculta, que el Hijo de Dios hecho hombre vivía junto con María y José. Dice el Evangelio: “Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51-52). Que la Sagrada Familia os conceda esta profunda madurez humana y cristiana. Condición necesaria para conseguirla es que vuestro hogar sea un lugar privilegiado de oración y de catequesis viva, que haga crecer a los hijos en su vocación sobrenatural y los forme en los valores dignos del hombre y de la mujer. Entonces vuestra familia será de verdad una “Iglesia doméstica” (Lumen gentium 11), donde encuentren el terreno fértil para que germinen y crezcan las diversas vocaciones que la sociedad y la Iglesia necesitan. Padres y madres, a veces esta vocación es un don total al servicio de la Iglesia como sacerdotes o como consagrados en la vida religiosa. Sabed reconocer esta vocación, respetadla y colaborad en su realización.

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5. Contemplando aquí a tantos hijos e hijas vuestros, no puedo menos de dirigirles una palabra:

Amadísimos niños y niñas, estar aquí con vosotros, en este momento, es una gran alegría para mí. Ante todo, quiero decir esto: en Roma, donde tengo mi casa, cuando voy a visitar las parroquias, el encuentro con los niños es siempre un momento de gran alegría para mí. Soy amigo de los niños. Y también soy amigo de todos vosotros. Y vosotros ¿sois también mis amigos? ¿Sois amigos del Papa?

Yo tengo más edad que vosotros. Puedo enseñaros muchas cosas. Vosotros, si sois buenos, podéis también enseñar a los mayores. Creo que vais a la escuela; supongo que vais al catecismo. ¿Es verdad? El catecismo, la escuela, vuestros padres, los tíos, el misionero, las religiosas, el señor arzobispo, os enseñan el camino para llegar a Dios. También yo quiero enseñaros el camino para llegar a Dios. ¿Queréis realmente aprender el camino para llegar a Dios?

El futuro será hermoso para vosotros, si, con la ayuda de vuestros padres y de vuestros maestros, lo preparáis bien. Preparar el futuro es aprender bien ahora, es tener un buen corazón, es querer hablar con Jesús en la iglesia. Vosotros no amáis la guerra, ¿verdad? Mirad: ha provocado muchas desgracias, ha causado muchos sufrimientos, y ahora hay muchos niños y muchas niñas sin papá y sin mamá. Por eso, quiero pediros que seáis buenos, a fin de que no haya nunca más guerras.

Ser buenos a veces cuesta. Debéis orar mucho. ¿Sabéis orar? Mirad: había una vez tres niños que vieron a la Santísima Virgen; se llamaban Lucía, Jacinta y Francisco. Dos niñas y un niño. Oraban mucho; y, entonces, un día la Virgen María comenzó a hablar con ellos. Nosotros llamamos a esos niños los pastorcillos de Fátima. ¿Cuántos eran? Eran tres, sí. Dado que oraban mucho, eran muy buenos. ¿Queréis ser buenos como ellos? Entonces, orad. Orad a Jesús, orad a la Santísima Virgen. Y escuchad a vuestros padres y a vuestros tíos. Espero que ellos sólo os den buenos consejos. Escuchad también a los catequistas, a vuestros maestros y a los misioneros. Y sed amigos unos de otros. ¿De acuerdo?

Yo también oraré por vosotros y por todos los niños y niñas de Angola. Tened la certeza de que el Papa es muy amigo vuestro. Pediré para que todos seáis buenos, para que ayudéis a los amigos que han perdido a su mamá o a su papá, o a los que pasan necesidad. Rezaré también para que las personas mayores os den un país sin guerra, un país en paz y de progreso. ¿Cómo no desear la bendición de Dios y la prosperidad para Angola ante esta inmensa riqueza que son los niños, tan pequeños, pero que ya se han visto obligados a conocer el sufrimiento?

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6. En el nombre de Jesús, niños y niñas, os abrazo a todos y os bendigo. De corazón extiendo mi Bendición a vuestros padres y a vuestras madres, a vuestros hermanos y a toda vuestra familia. Bendigo a todas las familias de Angola, sobre todo a las que más sufren o más han tenido que sufrir en los últimos años. Bendigo también a los ancianos y a los enfermos.

A la Sagrada Familia encomiendo todos los corazones y todos los hogares angoleños, con sus propósitos de fidelidad y de renovación. Gracias, familias angoleñas, porque también vosotras queréis ser mensajeras de vida. Abrid de par en par las puertas de vuestro hogar a Cristo.

Al concluir, os dejo la exhortación del apóstol San Pablo: “Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3, 17). Así sea.

[OR (e. c.), 26.VI.1992, 8]