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[1457] • JUAN PABLO II (1978-2005) • HOMBRE Y MUJER LOS CREÓ

Del Catecismo de la Iglesia Católica, Parte 1, Sección 2, Capítulo I, Artículo 1, Párrafo 6: El hombre, 11 octubre 1992

1992 10 11b 0369

Igualdad y diferencia queridas por Dios

El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. “Ser hombre”, “ser mujer” es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (239). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, “imagen de Dios”. En su “ser-hombre” y su “ser-mujer” reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.

239 Cf. Gn 2, 7.22.

1992 10 11b 0370

370. Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las “perfecciones” del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre (240) y las de un padre y esposo.(241)

240 Cf. Is 49, 14-15; 66, 13; Sal 131, 2-3.

241 Cf. Os 11, 1-4; Jr 3, 4-19.

1992 10 11b 0371

“El uno para el otro”, “una unidad de dos”

371. Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18). Ninguno de los animales es “ayuda adecuada” para el hombre.(242) La mujer, que Dios “forma” de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2, 23). El hombre descubre en la mujer como un otro “yo”, de la misma humanidad.

242 Cf. Gn 2, 19-20.

1992 10 11b 0372

372. El hombre y la mujer están hechos “el uno para el otro”: no que Dios los haya hecho “a medias” e “incompletos”; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser “ayuda” para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas (“hueso de mis huesos...”) y complementarios en cuanto masculino y femenino.(243) En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando “una sola carne” (Gn 2, 24), puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1, 28). Al transmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador.(244)

243 Cf. Juan Pablo II, Carta Apost. Mulieris Dignitatem, 7: AAS 80 (1988) 1664-1665 [1988 08 15/ 7].

244 Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 50: AAS 58 (1966) 1070-1071 [1965 12 07c/ 50].

1992 10 11b 0373

373. En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a “someter” la tierra (245) como “administradores” de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen del Creador, “que ama todo lo que existe” (Sb 11, 24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la Providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado.

[Asociación de Editores del Catecismo – Librería Editrice Vaticana, 104-106]