[1500] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL TESTIMONIO DE LA VERDAD Y DE LA FIDELIDAD DEL AMOR
Homilía de la Misa con motivo de la clausura del “Familyfest’93”, convocado por el Movimiento de los Focolares, 6 junio 1993
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1. “Que el Señor se digne caminar en medio de nosotros” (Éx 34, 9).
Así ora Moisés, presentándose ante el Dios de la Alianza –en medio del pueblo que Dios ha hecho salir del país de Egipto, de la condición de esclavitud–.
“Que el Señor se digne caminar en medio de nosotros”.
Así oráis también vosotras, “Familias nuevas”, reunidas hoy en la Plaza de San Pedro. Vosotras que sois un nuevo “Pueblo de Dios”, “estirpe elegida” y “sacerdocio real” (Cfr. 1 Pe 2, 9), una “generación que busca el rostro de Dios” (Cfr. Sal 24, 6) por los caminos de aquella particular comunidad que es la “familia”. Familia –comunidad perennemente presente en la historia, comunidad primordial, primera entre todas las demás comunidades humanas– pero siempre nueva. “Nueva” no sólo a causa de la confusión de las cambiantes circunstancias; “nueva”, porque engendrada siempre por un amor nuevo, por una nueva opción por una renovada fidelidad mutua, por una vida nueva.
En esta gran asamblea litúrgica os saludo afectuosamente y lo hago con las palabras de Moisés: “Que el Señor se digne caminar en medio de nosotros”.
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2. Estas palabras constituyen, ante todo, una revelación de Dios.
Dios está dispuesto a “caminar en medio” de los hombres. Él, que en todo hombre encuentra su imagen y semejanza, la vuelve a encontrar en la comunidad humana, en la comunión de las personas, en la alianza del matrimonio entre el hombre y la mujer.
“Bendito es el Dios eterno, Dios de nuestros padres” (Cfr. Dn 3, 52) de nuestros padres y de nuestras madres –Dios de los padres, de los hijos y de las hijas–. “Bendito en su templo santo glorioso” (Cfr. Dn 3, 53) y al mismo tiempo en el “templo” de tantas familias humanas, en el templo de toda “Iglesia doméstica”, donde desea morar y donde encuentra el “trono de su reino” (Cfr. Dn 3, 54).
Este Dios, una vez invitado por las palabras de Moisés, responde; responde de forma que supera toda humana expectativa.
Este Dios “amó tanto al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna... Dios ha enviado a su Hijo... para que el mundo sea salvo por medio de Él” (Jn 3, 16-17).
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3. En la plenitud de los tiempos, este Dios, que una vez habló a Moisés en medio de la nube en forma de columna, se dirige a la Humanidad entera en su Hijo –en el Hijo consustancial al Padre–. El Hijo dice: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre... Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14, 9-10). “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30).
Este Hijo Jesucristo es la “Gracia”. En Él se cumple de forma sobreabundante la oración de Moisés: “Que el Señor se digne caminar en medio de nosotros”. El Hijo enviado por el Padre ha entrado en la historia del hombre, de suerte que Él mismo “ha desvelado al hombre a sí mismo” (Cfr. Gaudium et spes, 22), revelándole el amor del Padre.
En el Hijo se revela el Padre. El hombre envuelto por el misterio de Dios, que es Uno en su Divinidad y este Uno –el Único– es también Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Gracia del Hijo de Jesucristo revela a “Dios que es amor” (Cfr. 1 Jn 4, 8) –revela el amor del Padre–. La misma gracia del Hijo es un comienzo de la comunicación de la vida divina en el Espíritu Santo.
“El amor de Dios Padre, la gracia del Señor Jesucristo y el don de la comunión en el Espíritu Santo sean con todos vosotros” (Cfr. 2 Cor 13, 13).
Dios, que aceptó la invitación de Moisés a caminar juntamente con su pueblo, se ha dado a conocer a nosotros en este inescrutable misterio de “Él que es” (Cfr. Éx 3, 14).
Nosotros vivimos siempre inmersos en este misterio, en la vida trinitaria del Único Dios. Hoy celebramos este misterio de forma particular.
El que en Jesucristo se ha dado a conocer a nosotros como Padre, Hijo y Espíritu Santo, es en su Divinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo, y ésta es la plenitud de la vida de Dios. Y esto es justamente el amor.
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4. ¡Queridísimos hermanos y hermanas! “¡Familias nuevas!”. Habéis elegido la solemnidad de la Santísima Trinidad como día de vuestra peregrinación “Ad limina Apostolorum”. Queréis dar testimonio de Dios, que es el amor. Queréis dar el testimonio de Dios, que como unidad trinitaria de personas constituye un arquetipo divino de las familias humanas. Arquetipo eterno, pero al mismo tiempo siempre nuevo, para las “familias nuevas”: Nuevas por la novedad de la vida, nuevas por la novedad de la entrega recíproca que origina una “comunidad de personas”: Del hombre y de la mujer, que genera seguidamente una nueva comunión de personas –es decir, la de los padres y de los hijos–.
“Familias nuevas”, surgidas de una gran experiencia del movimiento de los “Focolares”, a vosotros se os pide que deis testimonio de Dios, que es el amor; de Dios que es la unidad en la Trinidad; de Dios que “amó tanto al mundo hasta dar el propio Hijo”, para comunicarse en el Espíritu Santo, insertando así en nuestros corazones una vida nueva.
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5. Dicho testimonio adquiere una actualidad particular en la prospectiva del “Año de la Familia”, proclamado para el próximo 1994 por la Organización de las Naciones Unidas. La Iglesia saluda cordialmente esta iniciativa y se asocia a ella con todo el amor que tiene por toda familia humana. Más aún, querría anunciar, justamente en el curso de este Encuentro Internacional de las Familias, una convocatoria especial para todo el pueblo cristiano. Desde la Fiesta de la Sagrada Familia de este año a la misma Fiesta del año 1994 celebraremos también en el seno de la Iglesia Católica el Año Internacional de la Fa milia.
El Pontificio Consejo para la Familia, en relación con los demás organismos competentes, seguirá las iniciativas de las Naciones Unidas en espíritu de diálogo y colaboración, preparando y coordinando las celebraciones que serán organizadas en el seno de la Iglesia Católica.
El Año Internacional de la Familia ofrecerá, sin más, una oportunidad providencial para profundizar los valores constitutivos de esta institución natural. Tengo la certeza de que un mejor conocimiento y revalorización de los mismos ayudará a construir un mundo más fraternal y solidario, reconociendo la familia como célula fundamental de la sociedad.
Invito, por tanto, a las Conferencias Episcopales, a los obispos, a las comunidades diocesanas y parroquiales, a los movimientos, a los grupos y a las asociaciones, especialmente a aquellos cotidianamente comprometidos en la pastoral familiar, a acoger este singular momento de gracia para un trabajo que se impulse todavía más en profundidad.
La familia, institución natural, comunión de vida y de amor, está hoy en el centro del interés de los creyentes. Los valores de entrega, comunión, generosidad, amor y los cometidos sublimes de la procreación y de la educación, que nacen y se alimentan en la familia, constituyen motivos de reflexión para todos los que consideran en serio el destino del hombre y de la humana convivencia.
A los cristianos se les pide que ofrezcan “un más” que brota de la fe y de la dignidad del sacramento otorgada por Cristo a esta institución natural. Se trata de testimoniar la verdad y la fidelidad del amor en el matrimonio y en la sincera apertura al don de la vida.
Una apertura y una atención especial deberán ser reservadas a las familias que viven en la pobreza, en medio de las guerras, que se ven obligadas a salir del propio país y son visitadas por el dolor y por sufrimientos de diverso orden. Que todos se comprometan en asegurar solidaridad y vecindad a las familias que experimentan momentos de crisis y necesitan la oración y el apoyo de la comunidad cristiana.
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6. Es cuanto pretende hacer vuestro el movimiento por medio del compromiso apostólico de las familias. “Familias nuevas”, es, en efecto, un programa de vida propuesto a los núcleos familiares cristianos para que, a imagen de la Sagrada Familia de Nazaret, se esfuercen por vivir de forma concreta el Evangelio del amor en constante y dócil escucha del Espíritu del Señor. La auténtica renovación del mundo pasa por la renovación de las familias bajo la acción salvadora de Dios.
¡Queridísimas “familias nuevas”! Gracias por vuestra numerosa presencia. A todas os saludo con afecto, y me siento feliz de poder celebrar la Eucaristía con vosotros en esta fecha, solemnidad de la Santísima Trinidad.
Mientras os manifiesto mi gratitud por todo vuestro trabajo al servicio de la evangelización de la familia en todas las partes del mundo, os animo a continuar en vuestra labor misionera. Que vuestro compromiso sea un compromiso de anuncio y de testimonio, un esfuerzo de conversión y de comunión para la construcción de un mundo vivificado por el amor de Cristo obediente e interiormente abandonado a la voluntad del Padre.
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7. “Familias nuevas”, es necesario que deis testimonio de la grandeza de la vocación de esposos y de padres ante todas las familias del mundo contemporáneo, en todos los lugares de la tierra, entre las diversas naciones, pueblos y culturas.
¡Es necesario que deis aquel peculiar testimonio que solamente vosotras podéis dar: Familias a las familias!
“Familias nuevas”, convertíos en un signo viviente del amor de Dios y de la Iglesia para toda nueva familia.
[E 53 (1993), 1067-1068]
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1. “Che il Signore cammini in mezzo a noi” (1).
Così prega Mosè, presentandosi di fronte al Dio dell’Alleanza –in mezzo al popolo che Dio ha fatto uscire dal paese d’Egitto, dalla condizione di schiavitù.
“Che il Signore cammini in mezzo a noi”.
Così pregate anche voi, “Famiglie nuove”, riunite oggi in Piazza San Pietro. Voi che siete un nuovo “popolo di Dio”, “stirpe eletta” e “sacerdozio regale” (2), una “generazione che cerca il volto di Dio” (3) nelle vie di quella particolare comunità che è la “famiglia”. Famiglia –comunità perennemente presente nella storia, comunità primordiale, prima fra tutte le altre comunità umane –ma sempre nuova. “Nuova” non solo a causa dell’intreccio delle mutevoli circostanze; “nuova”, perchè generata sempre da un amore nuovo, da una nuova scelta per una rinnovata fedeltà reciproca, per una vita nuova!
In questa grande assemblea liturgica vi saluto affettuosamente e lo faccio con le parole di Mosè: “Che il Signore cammini in mezzo a noi”!
1. Es. 34,9.
2. Cfr. 1Pt. 2,9.
3. Cfr. Sal. 24,6.
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2. Queste parole costituiscono innanzitutto una rivelazione di Dio.
Dio è disposto a “camminare in mezzo” agli uomini. Egli che in ogni uomo trova la sua immagine e somiglianza, la ritrova nella comunità umana, nella Comunione delle persone, nell’alleanza del matrimonio fra l’uomo e la donna.
“Benedetto è il Dio eterno, Dio dei padri nostri” (4) –dei nostri padri e delle nostre madri– Dio dei genitori, dei figli e delle figlie. “Benedetto nel suo tempio santo glorioso” 5, e al tempo stesso nel “tempio” di tante famiglie umane, nel tempio di ogni “chiesa domestica”, dove desidera dimorare e dove trova il “trono del suo regno” (6).
Questo Dio, una volta invitato dalle parole di Mosè, risponde; risponde in maniera che supera ogni umana aspettativa.
Questo Dio “ha tanto amato il mondo da dare il suo Figlio unigenito, perchè chiunque crede in lui non muoia, ma abbia la vita eterna... Ha mandato il Figlio... perchè il mondo si salvi per mezzo di lui” (7).
4. Cfr. Dn. 3,52.
5. Cfr. Dn. 3,53.
6. Cfr. Dn. 3,54.
7. Gv. 3,16-17.
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3. Nella pienezza dei tempi, questo Dio, che una volta ha parlato a Mosè nella colonna di nube, si rivolge all’umanità intera nel suo Figlio –nel Figlio consustanziale al Padre. Il Figlio dice: “Chi ha visto me ha visto il Padre... Io sono nel Padre e il Padre è in me” (8). “Io e il Padre siamo una cosa sola” (9).
Questo Figlio –Gesù Cristo– è la “Grazia”. In Lui si compie in maniera sovrabbondante la preghiera di Mosè: “Che il Signore cammini in mezzo a noi”. Il Figlio mandato dal Padre è entrato nella storia dell’uomo, così che Lui stesso “ha svelato l’uomo a se stesso” 10, rivelandogli l’amore del Padre.
Nel Figlio si rivela il Padre. L’uomo avvolto dal mistero di Dio, che è Uno nella sua Divinità e quest’Uno –l’Unico– è anche Padre, Figlio e Spirito Santo. La Grazia del Figlio Gesù Cristo rivela “Dio che è Amore” (11)– rivela l’amore del Padre. La stessa grazia del Figlio è un avvio del comunicarsi della vita divina nello Spirito Santo.
“L’amore di Dio Padre, la grazia del Signore nostro Gesù Cristo e il dono della comunione nello Spirito Santo” 12.
Dio che ha accettato l’invito di Mosè a camminare insieme con il suo popolo, si è fatto conoscere a noi in questo inscrutabile mistero di “Colui che è” (13).
Noi viviamo sempre immersi in questo mistero, nella Vita trinitaria dell’Unico Dio. Oggi celebriamo questo mistero in modo particolare.
Colui che in Gesù Cristo si è fatto conoscere a noi come Padre, Figlio e Spirito Santo, è nella sua Divinità Padre, Figlio e Spirito Santo. E questa è la pienezza della Vita di Dio. E questo è proprio l’Amore.
8. Gv. 14,9-10.
9. Gv. 10,30.
10. Cfr. Gaudium et spes, 22.
11. Cfr. 1Gv. 4,8.
12. Cfr. 2Cor. 13,13.
13. Cfr. Es. 3,14.
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4. Carissimi fratelli e sorelle! “Famiglie nuove”! Avete scelto la Solennità della Santissima Trinità come giorno del vostro pellegrinaggio “ad limina Apostolorum”. Volete dare la testimonianza a Dio, che è l’Amore. Volete dare la testimonianza a Dio, che –come Unità Trinitaria di Persone– costituisce un archetipo divino delle famiglie umane. Archetipo eterno, ma al tempo stesso sempre nuovo, per le “famiglie nuove”: nuove della novità della vita, nuove della novità della donazione reciproca originante una “comunione di persone”: dell’uomo e della donna, che genera in seguito una nuova comunione di persone –quella cioè dei genitori e dei figli.
“Famiglie nuove”, scaturite da una grande esperienza del movimento dei “Focolari”, a voi è domandato di dare testimonianza a Dio che è l’Amore; a Dio, che è l’Unità nella Trinità; a Dio che “tanto ha amato il mondo da dare il proprio Figlio” –da comunicarsi nello Spirito Santo, innestando così nei nostri cuori una vita nuova.
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5. Tale testimonianza acquista una attualità particolare in prospettiva dell’“Anno della Famiglia”, proclamato per il prossimo 1994 dall’Organizzazione delle Nazioni Unite. La Chiesa saluta cordialmente questa iniziativa e ad essa si associa con tutto l’amore che ha per ogni famiglia umana. Vorrei anzi annunciare, proprio nel corso di questo Incontro Internazionale delle Famiglie, una convocazione speciale per l’intero popolo cristiano. Dalla Festa della Sacra Famiglia di quest’anno, fino alla stessa Festa del 1994 celebreremo anche all’interno della Chiesa Cattolica l’Anno Internazionale della Famiglia.
Il Pontificio Consiglio per la Famiglia, in rapporto con gli altri organismi competenti, seguirà le iniziative delle Nazioni Unite in spirito di dialogo e collaborazione, preparando e coordinando le celebrazioni e le manifestazioni che saranno promosse all’interno della Chiesa Cattolica.
L’Anno Internazionale della Famiglia offrirà senz’altro un’opportunità provvidenziale per approfondire i valori costitutivi di questa istituzione naturale. Sono certo che una loro migliore conoscenza e valorizzazione aiuterà a costruire un mondo più fraterno e solidale, riconoscendo la famiglia come cellula fondamentale della società.
Invito pertanto le Conferenze Episcopali, i Vescovi, le Comunità diocesane e parrocchiali, i Movimenti, i Gruppi e le Associazioni, specialmente quelli quotidianamente impegnati nella pastorale familiare, ad accogliere questo singolare momento di grazia per un lavoro che si spinga ancor più in profondità.
La famiglia, istituzione naturale, comunione di vita e di amore è oggi al centro dell’interesse dei credenti. I valori di donazione, comunione, generosità, amore e i compiti sublimi della procreazione e dell’educazione, che nascono e si alimentano nella famiglia, costituiscono motivo di riflessione per quanti hanno a cuore il destino dell’uomo e dell’umana convivenza.
Ai cristiani è domandato di offrire “un di più” che scaturisce dalla fede e dalla dignità del sacramento conferita da Cristo a questa istituzione naturale. Si tratta di testimoniare la verità e la fedeltà dell’amore nel matrimonio e nella sincera apertura al dono della vita.
Un’apertura ed un’attenzione speciale dovranno essere riservate alle famiglie che vivono nella povertà, in mezzo alle guerre, che sono costrette ad uscire dal proprio paese o sono visitate dal dolore e da sofferenze di vario genere. Ciascuno si impegni nell’assicurare solidarietà e vicinanza alle famiglie che attraversano momenti di crisi ed abbisognano della preghiera e del sostegno della Comunità cristiana.
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6. È quanto cerca di fare il vostro Movimento attraverso l’impegno apostolico delle famiglie. “Famiglie nuove” è infatti un programma di vita proposto ai nuclei familiari cristiani, perchè, ad immagine della Sacra Famiglia di Nazaret, si sforzino di vivere in modo concreto il Vangelo dell’amore in costante e docile ascolto dello Spirito del Signore. L’autentico rinnovamento del mondo passa attraverso il rinnovamento delle famiglie sotto l’azione salvatrice di Dio.
Carissime “Famiglie nuove”! Grazie per la vostra numerosa presenza. Vi saluto tutte con affetto e sono lieto di poter celebrare l’Eucaristia con voi quest’oggi, Solennità della SS.ma Trinità.
Mentre vi esprimo gratitudine per quanto operate al servizio dell’evangelizzazione della famiglia in ogni parte del mondo, vi incoraggio a proseguire nel vostro lavoro missionario. Sia il vostro un impegno di annuncio e di testimonianza, uno sforzo di conversione e di comunione per la costruzione d’un mondo vivificato dall’amore di Cristo obbediente e interiormente abbandonato alla volontà del Padre.
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7. “Famiglie nuove”, occorre che diate testimonianza della grandezza della vocazione di sposi e di genitori a tutte le famiglie del mondo contemporaneo, in ogni luogo della terra, tra le varie nazioni, popoli e culture.
Bisogna che diate quella peculiare testimonianza che solo voi potete dare: famiglie –alle famiglie!
“Famiglie nuove”, diventate un segno vivo dell’amore di Dio e della Chiesa per ogni nuova famiglia.
[Insegnamenti GP II, 16/1, 1431-1436]