[1501] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA SACRALIDAD DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Del Discurso Grace to you, a un grupo de Obispos de Estados Unidos de América, en la visita ad limina, 8 junio 1993
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2. La semana pasada, abordé con otro grupo de obispos algunos aspectos del Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía. Hoy deseo hablaros acerca del Matrimonio y el Orden Sagrado, dos sacramentos orientados a la vida colectiva de la comunidad eclesial. Quienes reciben estos sacramentos son consagrados por el Espíritu Santo para una misión especial dentro de la Iglesia, ya sea como esposos y padres cristianos, ya como pastores de almas (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1534-1535). La crisis general de valores en la sociedad ha tenido un efecto especialmente perjudicial sobre el modo de considerar y vivir estos sacramentos. Pero la Iglesia, como realidad viva y dinámica, cuyo poder es el Evangelio, “fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm 1, 16), debe reaccionar para defender toda la verdad y apoyar la realización correcta del plan de Dios con respecto al matrimonio y al sacerdocio.
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3. Una concepción que expresa la supuesta autonomía absoluta del juicio personal pretende considerar la familia solamente como una de las muchas instituciones disponibles y libremente elegidas, cuyo objetivo es favorecer la realización de la persona. Esa concepción hace que surjan intentos de legitimar otras formas de convivencia que reivindican derechos que de suyo pertenecen únicamente a la familia. Por el contrario, para la Iglesia, el matrimonio y la familia son realidades sagradas. No constituyen sólo un estilo de vida personal, el proyecto personal de los individuos implicados. El respeto a la voluntad de Dios, revelada claramente a través de la creación (cfr. Gn 1, 26-28), exige que la Iglesia se oponga a cualquier intento de definir el matrimonio y la familia a partir de otras consideraciones. La Iglesia sigue proclamando que los valores familiares auténticos sólo pueden construirse en el matrimonio entre un hombre y una mujer, tal como Dios lo ordenó “desde el comienzo” (cfr. Mt 19, 4). Los pastores deberían alentar a los laicos a asumir plenamente sus responsabilidades en la promoción de leyes civiles políticas nacionales e instituciones sociales que defiendan y favorezcan los derechos y los deberes de la familia según su verdad original (cfr. Familiaris consortio, 44).
En una reciente declaración de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos habéis notado con preocupación que los Estados Unidos tiene “el índice de divorcios, de embarazos de adolescentes, de niños pobres y de abortos, más elevado del mundo occidental”(Poner en primer lugar a los niños y a las familias, 1991, II, A). Estas señales de decadencia social y moral lanzan un serio desafío a la comunidad católica, que debe responder con realismo pastoral. Habrá que prestar seria atención al fortalecimiento del sentido del matrimonio y de la vida familiar entre los mismos católicos, especialmente entre las parejas jóvenes que se preparan para el matrimonio.
Un programa rico y exigente de preparación para los catecúmenos ha dado resultados excelentes en muchas diócesis de los Estados Unidos. Dada la importancia del matrimonio como sacramento vocacional, por cuya gracia la mayoría de los hombres y mujeres son santificados y los niños son educados en la vida y en la fe, es necesario un proceso espiritual parecido para cuantos tienen que contraer matrimonio “en el Señor” (cfr. 1 Co 7, 39). La consolidación del programa Pre-Caná y de otros, así como la labor personal de los sacerdotes en la preparación espiritual de las parejas, proporcionarán la base para matrimonios más sólidos. Por otra parte, así como el catecumenado sigue un período de mistagogía, del mismo modo habría que ofrecer una atención pastoral continua a las parejas de recién casados.
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4. Este año la Iglesia celebra el 25.º aniversario de la Humanae vitae con la que Pablo VI reafirmó la enseñanza acerca de la inmoralidad de separar –de manera intencional y con medios artificiales– los dos significados intrínsecos del acto conyugal: el unitivo y el procreativo (cfr. n 14). Esta enseñanza ha sido repetida una y otra vez en la Iglesia durante estos 25 años (cfr. por ejemplo, Familiaris consortio, 29-33). El Catecismo de la Iglesia Católica la reafirma claramente (cfr. n. 2370). Sin embargo, una explicación inadecuada e insuficiente es responsable, por lo menos parcialmente, del hecho de que a muchos católicos les resulte difícil aplicar esta enseñanza. El reto consiste en hacer que sea más conocida y apreciada la dignidad y la alegría de la sexualidad humana vivida de acuerdo con la verdad del significado nupcial del cuerpo. Tanto en los programas de preparación para el matrimonio, como en todos los demás esfuerzos pastorales encaminados a apoyar el matrimonio y la vida familiar, habría que presentar a las parejas la verdad plena del plan de Dios, a fin de que vivan su amor conyugal con integridad.
Una vez más, os aliento a vosotros y a vuestros hermanos obispos de los Estados Unidos a apoyar con generosidad los programas de planificación familiar natural. Cada diócesis debería examinar con sinceridad sus prioridades, para descubrir si está ofreciendo los medios necesarios para que se conozcan mejor los métodos naturales de regulación de la fertilidad (cfr. Familiaris consortio, 35). De igual forma, en vuestro ministerio deberíais inspirar confianza y esperanza en los padres, poniendo el acento en las alegrías y los desafíos de su vocación. La caridad pastoral requiere que las organizaciones de la Iglesia se ocupen especialmente de las familias que se hallan en dificultad, de las familias divididas y de las familias que cuentan únicamente con el padre o la madre, y también que el objetivo central de la atención pastoral de la Iglesia sea la familia tradicional y estable, en la que se lleva a cabo la educación, la socialización y la transmisión de la fe y los valores católicos. La Santa Sede, reconociendo el valor de la propuesta de las Naciones Unidas de celebrar en 1994 el Año de la Familia, se ha adherido con mucho gusto a esa iniciativa. En el ámbito local, las diócesis y las instituciones católicas deben aprovechar esta oportunidad para aumentar sus esfuerzos encaminados a defender y promover la vida familiar.
[OR (e. c.), 16.VII.1993, 6]
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2. Last week I spoke to another group of Bishops about some aspects of Baptism, Penance and the Eucharist. Today I wish to say something about Marriage and Holy Orders, two sacraments ordained to the corporate life of the ecclesial community. Those who receive these Sacraments are consecrated by the Holy Spirit for a special mission in the Church, either as Christian spouses and parents or as pastors of souls (7). The general crisis of values in society has had an especially harmful effect on the way these two Sacraments are considered and lived. But the Church –as a living and dynamic reality whose strength is the Gospel, “the power of God for salvation to every one who has faith”–8, must react to defend the whole truth and support the rightful application of God’s intentions for marriage and the priesthood.
7. Catechismus Catholicae Ecclesiae, nn. 1534-1535.
8. Rm. 1,16.
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3. An outlook expressing the supposed absolute autonomy of personal judgement claims to see the family as just one of many freely chosen and disposable institutions whose purpose is to foster the individual’s self-fulfillment. This outlook gives rise to efforts to legitimize other so-called “domestic partnerships” which claim rights that properly belong only to families. Instead, for the Church, marriage and the family are sacred realities. They are not simply a personal lifestyle, the personal project of the individuals involved. Respect for God’s will so clearly revealed in the order of creation (9) demands that the Church oppose any attempt to redefine marriage and the family on any other basis. The Church continues to proclaim that authentic family values can only be built upon marriage between man and woman as ordained “in the beginning” (10). Pastors should encourage the laity to assume their full responsibility for promoting civil laws, national policy and social institutions that defend and foster the rights and duties of the family in its original truth1 (1).
In a recent statement of the National Conference of Catholic Bishops, you noted with alarm that the United States has “the highest divorce rate, the highest teen-age pregnancy rate, the highest child poverty rate and the highest abortion rate in the Western world” (12). These indications of social and moral breakdown provide a serious challenge for the Catholic community to respond with pastoral realism. Serious attention should be given to strengthening the sense of marriage and family life among Catholics themselves, especially among young couples preparing for marriage.
A rich and demanding program of preparation for catechumens has given excellent results in many Dioceses of the United States. Given the importance of marriage as the vocational sacrament through whose grace most men and women are sanctified, and children are schooled in life as well as in faith, an analogous spiritual preparation for those who are to be married “in the Lord” (13) is surely needed. A strengthening of Pre-Cana and other programs, and the personal involvement of priests in the spiritual preparation of couples will help provide the foundation for stronger marriages. Moreover, just as the catechumenate is followed by a period of mystagogia, so also sustained pastoral care should be offered to the newly married.
9. Cfr. Gen. 1,26-28.
10. Cfr. Mt. 19,4.
11. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Familiaris consortio, 44 [1981 11 22/ 44].
12. Confer. Episc. Americae Septemtrionalis, Putting Children and Families First, 1991, n. II, A.
13. Cfr. 1Cor. 7,39.
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4. This year the Church celebrates the twenty-fifth anniversary of “Humanae Vitae”, in which Pope Paul VI reaffirmed the teaching on the immorality of separating –intentionally and by artificial means– the two intrinsic meanings of the marital act: the unitive and the procreative 14. This teaching has been repeated over and over again in the Church during the past twenty-five years (15). The “Catechism of the Catholic Church” clearly reaffirms it (16). However, inadequate and insufficient explanation is at least partially responsible for the fact that many Catholics have difficulty in applying that teaching. The challenge is to make better known and appreciated the dignity and joy of human sexuality lived according to the truth of the body’s nuptial meaning. In programs for marriage preparation, and other pastoral efforts directed to the support of marriage and family life, couples should be presented with the full truth of God’s plan for living their conjugal love with integrity.
Again, I encourage you and your Brother Bishops of the United States to give generous support to natural family planning programs. Each Diocese should candidly examine its priorities to determine whether it provides the necessary means to make better known the natural methods of regulating fertility 17. Likewise, in your ministry you should inspire confidence and hope in parents, emphasizing the joys and challenges of their vocation. Pastoral charity requires that Church agencies be particularly concerned with families in difficulty, broken families, one parent families, but it also demands that the central object of the Church’s pastoral attention should be the traditional, stable family where education, socialization and transmission of Catholic faith and values is accomplished. The Holy See, acknowledging the value of the United Nations proposal to make 1994 the Year of the Family, has willingly adhered to that initiative. At the local level, Dioceses and Catholic institutions are called to take this opportunity in order to increase their efforts to defend and promote family life.
[AAS 86 (1994), 341-344]
14. Cfr. Pauli VI Humanae vitae, 14 [1968 07 25/ 14].
15. Cfr., ex. gr., Ioannis Pauli PP. II Familiaris consortio, 29-33 [1981 11 22/ 29-33].
16. Cfr. Catechismus Catholicae Ecclesiae, n. 2370 [1992 10 11f/ 2370].
17. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Familiaris consortio, 35 [1981 11 22/ 35].