[1508] • JUAN PABLO II (1978-2005) • SERVICIO RECÍPROCO DE LA FAMILIA Y LA CARIDAD
Mensaje Il tempo, con motivo de la cuaresma del año 1994, 3 septiembre 1993
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1. El tiempo de Cuaresma es un tiempo favorable que el Señor nos da, para renovar nuestra decisión de convertirnos y de fortalecer en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, con el fin de introducirnos en la Alianza querida por Dios y gozar de un tiempo de gracia y reconciliación.
“La familia está al servicio de la caridad, la caridad está al servicio de la familia”. Con ese lema, que ha sido elegido para el año 1994, deseo invitar a todos los cristianos a transformar su existencia y a modificar sus comportamientos para llegar a ser fermento y para hacer crecer en el seno de la familia humana la caridad y la solidaridad, valores esenciales de la vida social y de la vida cristiana.
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2. Ante todo, las familias han de tomar conciencia de su misión en la Iglesia y en el mundo. En la oración personal y comunitaria reciben al Espíritu Santo, que obra en ellas y a través de ellas cosas nuevas y abre el corazón de los fieles a una dimensión universal. Recibiendo de la fuente del amor, cada uno se preparará para transmitir este amor mediante su vida y sus obras. La oración nos une con Cristo y transforma a todos los hombres en hermanos.
La familia es el lugar privilegiado para la educación y el ejercicio de la vida fraterna, de la caridad y la solidaridad, cuyas expresiones son múltiples. En las relaciones familiares se debe tomar con interés, acoger y respetar a los demás, los cuales han de poder encontrar el lugar que les corresponde en la familia. La vida en común es, además, una invitación a compartir, que permite salir del egoísmo. Aprendiendo a compartir y a darse se descubre la alegría inmensa que proporciona la comunión de bienes. Los padres, con delicadeza, tendrán buen cuidado de despertar en sus hijos, mediante el ejemplo y las enseñanzas, el sentido de la solidaridad. Desde la infancia, cada uno está llamado también a hacer la experiencia de lo que significa la privación y el ayuno, para forjar así su carácter y dominar sus instintos, en particular el de la posesión exclusiva para uno mismo. Lo que se aprende en la vida de familia permanece luego durante toda la existencia.
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3. En los momentos particularmente difíciles por los que atraviesa nuestro mundo, pedimos que las familias, a ejemplo de María, que se apresuró a visitar a su prima Isabel, sepan hacerse cercanas a los hermanos que padecen necesidad y que les encomienden en sus oraciones. Como el Señor, que cuida de los hombres, que también nosotros podamos decir: “He visto la aflicción de mi pueblo, sus gritos han llegado hasta mí” (1 Sam 9, 16); nosotros no podemos permanecer sordos a sus llamadas, pues la pobreza de un número cada vez creciente de hermanos nuestros destruye su dignidad de hombres y desfigura a la Humanidad entera: es una injuria al deber de solidaridad y de justicia.
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4. Hoy nuestra atención ha de dirigirse especialmente hacia los sufrimientos y las carencias familiares. En efecto, muchas familias se hallan sumidas en la pobreza y no disponen del mínimo vital para nutrirse y alimentar a los hijos, ni para que éstos puedan crecer física y psíquicamente de modo normal, y desarrollar una actividad escolar adecuada y con regularidad. Muchas familias no disponen de medios para una vivienda digna. El desempleo se hace sentir cada vez más y acrecienta en proporciones considerables la depauperización de sectores enteros de población. Muchas mujeres se encuentran solas para hacer frente a las necesidades de sus hijos y para educarlos, lo cual lleva frecuentemente a los jóvenes a vagar por las calles, a refugiarse en la droga, en el abuso del alcohol y en la violencia. Se constata en la actualidad un aumento de parejas y de familias que atraviesan problemas psicológicos y de relación interpersonal. Las dificultades sociales contribuyen a menudo a la disgregación del núcleo familiar. Con demasiada frecuencia no es aceptado el niño que va a nacer. En ciertos países, los menores se ven sometidos a condiciones inhumanas o son explotados vergonzosamente. Las personas ancianas y los minusválidos, al no ser rentables económicamente, son relegadas a una soledad extrema, haciéndoles sentirse inútiles. Por ser de otras razas, culturas o religiones, hay familias que son expulsadas de la tierra donde viven.
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5. Ante tales flagelos, que afectan al conjunto del planeta, no podemos callar ni permanecer pasivos, pues desgarran la familia, célula básica de la sociedad y de la Iglesia. Ante todo esto hemos de reaccionar. Los cristianos y los hombres de buena voluntad tienen el deber de sostener a las familias en dificultades, facilitándoles los medios espirituales y materiales para salir de las situaciones, frecuentemente trágicas, que acabamos de mencionar.
En este tiempo de Cuaresma invito, pues, ante todo, a compartir con las familias más pobres, de manera que ellas puedan asumir, particularmente en lo que se refiere a los hijos, las responsabilidades que les compete. No se les puede rechazar por ser diferentes, débiles o pobres. Por el contrario, la diversidad representa una riqueza para la edificación común. Cuando damos a los pobres, es a Cristo a quien estamos dando, pues ellos se “revisten con el rostro de nuestro Salvador” y “son los preferidos de Dios” (San Gregorio de Nisa, Sobre el amor a los pobres). La fe exige compartir con nuestros semejantes. La solidaridad en lo material es una expresión esencial y prioritaria de la caridad fraterna; provee a cada uno los medios de subsistencia y cómo vivir su vida.
La tierra y sus riquezas pertenecen a todos. “La fecundidad de toda la tierra ha de ser la fertilidad para todos” (San Ambrosio de Milán, Nabot, VII, 33). En las horas dolorosas del presente no es suficiente, sin duda, tomar de lo superfluo, sino que se han de transformar los comportamientos y los modos de consumo, con objeto de tomar de lo necesario, no conservando sino lo esencial para que todos puedan vivir con dignidad. Hagamos ayunar nuestros deseos de poseer a veces inmoderados, con el fin de ofrecer a nuestro prójimo aquello de que carece radicalmente. El ayuno de los ricos ha de convertirse en alimento para los pobres (cfr. San León Magno, Homilía 20 sobre el ayuno).
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6. Hago una llamada particular a las comunidades diocesanas y parroquiales sobre la necesidad de encontrar los medios prácticos para ayudar a las familias necesitadas. Sé que numerosos sínodos diocesanos se han puesto ya en camino en esta dirección. La pastoral familiar ha de tener también un papel de primer orden. Por otra parte, en los organismos civiles en los que participan, los cristianos han de hacer presente siempre esta prioridad, junto con el deber imperioso de ayudar a las familias más débiles.
Me dirijo también a los dirigentes de las naciones para que, tanto en su país como a nivel mundial, se esfuercen por encontrar los medios para detener la espiral de la pobreza y del endeudamiento de los hogares. La Iglesia espera que, en las políticas económicas, los dirigentes y los responsables de empresas tomen conciencia de los cambios que se han de hacer y de sus obligaciones, para que las familias no dependan únicamente de las ayudas que se les concede, sino que el trabajo de sus miembros pueda proveer de los medios para su sustento.
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7. La comunidad cristiana acoge con gozo la iniciativa de las Naciones Unidas de proclamar el 1994 como Año Internacional de la Familia, y en el ámbito de sus posibilidades aporta decididamente su contribución específica.
¡No cerremos hoy nuestro corazón, sino oigamos la voz del Señor y el grito de nuestros hermanos los hombres! Que las obras de caridad, hechas durante esta Cuaresma por las familias y para las familias, proporcionen a cada uno la alegría profunda de abrir los corazones a Cristo resucitado, “primogénito de una multitud de hermanos” (Rom 8, 29).
[E 54 (1994), 190-191]
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1. Il tempo di Quaresima è una stagione favorevole, concessa dal Signore per rinnovare il cammino di conversione e rafforzare in noi la fede, la speranza e la carità per entrare nell’Alleanza voluta da Dio e per vivere più intensamente un periodo di grazia e di riconciliazione.
“La famiglia è al servizio della carità, la carità è al servizio della famiglia”. Con la scelta di questo tema, desidero di invitare tutti i cristiani a trasformare la propria esistenza e a modificare i comportamenti, per diventare vero fermento e per far crescere in seno alla famiglia umana la carità e la solidarietà: valori essenziali per la vita sociale e per la vita cristiana.
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2. Auspico, anzitutto, che le famiglie cristiane prendano coscienza della loro missione nella Chiesa e nel mondo. È con la preghiera personale e comunitaria che le famiglie ricevono lo Spirito Santo, il Quale crea in esse e per esse tutte le cose nuove ed apre il cuore dei fedeli alla dimensione universale. Attingendo a questa sorgente d’amore, ciascuno potrà trasmettere tale amore con la sua vita e le sue opere. La preghiera ci unisce a Cristo e fa sì che tutti gli uomini siano fratelli.
La famiglia è il primo luogo privilegiato dell’educazione e dell’esercizio della vita fraterna, della carità e della solidarietà, le cui forme sono molteplici. Nelle relazioni familiari si apprendono l’attenzione, l’accoglienza e il rispetto dell’altro, che deve sempre avere nel nostro cuore quel posto che gli spetta. La vita in comune è poi un invito alla condivisione che fa uscire dal proprio egoismo. Chi impara a condividere e a donare scopre la gioia immensa che procura la comunione dei beni. I genitori, con il loro esempio e il loro insegnamento, avranno cura di suscitare delicatamente nei propri figli il senso della solidarietà. Così, fin dall’infanzia, ciascuno è chiamato a fare l’esperienza della privazione e del digiuno al fine di forgiare il proprio carattere e di dominare i propri istinti, in particolare quello di possedere solo per sè. Quanto si recepisce nella vita familiare dura per tutta l’esistenza.
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3. Il nostro mondo attraversa tempi particolarmente difficili; occorre, perciò, che le famiglie, sull’esempio di Maria che si affretta ad aiutare la cugina Elisabetta, si avvicinino ai loro fratelli bisognosi recando loro il soccorso materiale e spirituale! Come il Signore ha cura degli uomini, così anche noi, mossi dalle sue parole: “ho visto la miseria del mio popolo e il suo grido è giunto fino a me” (1), non possiamo restare sordi ai suoi appelli, finchè la povertà di numerosi nostri fratelli avvilisce la loro dignità di uomini e sfigura l’umanità intera. È questa una palese ed eclatante ingiuria al dovere di solidarietà e di giustizia.
1. 1Sam 9,16.
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4. In questo tempo, la nostra attenzione dovrà rivolgersi specialmente verso le sofferenze e le povertà delle famiglie. Un grande numero di esse, infatti, ha varcato il limite estremo della povertà, non avendo neppure il minimo vitale per nutrirsi e nutrire i loro piccoli, per consentire ad essi una crescita fisica normale e una istruzione regolare, conforme alle leggi. Alcune famiglie non dispongono neanche di un alloggio decente. La disoccupazione colpisce ed impoverisce sempre di più interi strati della popolazione. Le donne sono sole nel provvedere ai bisogni dei propri bambini e alla loro educazione: tutto ciò porta spesso i giovani a vagare per le strade e a rifugiarsi nella droga, nell’abuso di alcol o nella violenza. Si nota attualmente un aumento di coppie e di famiglie che hanno problemi psicologici e relazionali. Le difficoltà sociali contribuiscono talvolta alla rottura del nucleo familiare. Troppo spesso il nascituro non è accettato. In alcuni paesi, i più giovani sono sottoposti a condizioni di vita disumane o vergognosamente sfruttati. Le persone anziane ed handicappate, considerate economicamente improduttive, si sentono inutili e relegate nella solitudine. Alcune famiglie, a causa della loro appartenenza ad altre razze, culture e religioni, sono espulse dalla terra nella quale si erano stabilite.
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5. Di fronte a questi flagelli, che colpiscono l’insieme del pianeta, non possiamo tacere, né restare inerti, perchè esse feriscono la famiglia, cellula fondamentale della società e della Chiesa. Bisogna rientrare in noi stessi! I cristiani e gli uomini di buona volontà hanno il dovere di sostenere le famiglie in difficoltà, donando loro i mezzi spirituali e materiali per uscire da situazioni spesso tragiche.
In questo tempo di Quaresima, vi esorto soprattutto alla condivisione con le famiglie più povere, perchè possano esercitare, particolarmente verso i propri figli, le responsabilità che ad esse competono. Nessuno può essere rifiutato in nome della differenza, della debolezza o della sua povertà. Al contrario, le diversità sono ricchezze per la costruzione comune. È a Cristo che noi diamo, allorchè doniamo ai poveri, perchè essi “hanno assunto il volto di Nostro Signore” e “sono i preferiti di Dio” (2). La fede esige la condivisione con i propri simili. La solidarietà materiale è una espressione essenziale e primaria della carità fraterna: essa dà a ciascuno i mezzi per sussistere e condurre la propria vita.
La terra e le sue ricchezze appartengono a tutti, “la fecondità di tutta la terra deve essere fertilità per tutti” (S. Ambrogio, De Nabuthe, VII, 33). Nelle ore difficili che stiamo vivendo, non basta prendere dal proprio superfluo, occorre piuttosto trasformare i propri comportamenti consumistici, al fine di attingere dallo stesso necessario, conservando soltanto l’essenziale, perchè tutti possano vivere con dignità. Facciamo digiunare la nostra brama di possedere per offrire al nostro prossimo ciò che a lui manca in modo radicale. “Il digiuno dei ricchi deve diventare il nutrimento dei poveri” (3).
2. S. Gregorio di Nissa, De pauperibus amandis.
3. S. Leone Magno, Sermo 20 De Ieiunio.
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6. Desidero di richiamare particolarmente l’attenzione delle comunità diocesane e parrocchiali sulla necessità di trovare i mezzi pratici per venire in aiuto alle famiglie bisognose. So che numerosi Sinodi diocesani hanno già fatto dei progressi in tal senso. La pastorale familiare deve così avere un ruolo di primo piano; inoltre, i cristiani, negli organismi civili di cui sono partecipi, ricordino sempre questa attenzione e questo dovere imperiosi di aiutare le famiglie più deboli.
Mi rivolgo ancora ai Dirigenti delle nazioni perchè trovino su scala nazionale e planetaria il modo di far cessare la spirale della povertà e dell’indebitamento. La Chiesa si augura che, nelle politiche economiche, i dirigenti e i capi d’azienda prendano coscienza dei cambiamenti da compiere e dei loro obblighi, perchè le famiglie non dipendano più unicamente dagli aiuti che sono loro concessi, ma con il proprio lavoro possano guadagnarsi i mezzi di sussistenza.
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7. La comunità cristiana accolga con gioia l’iniziativa delle Nazioni Unite di dichiarare il 1994 Anno Internazionale della Famiglia; là dove può, essa porti generosamente il suo specifico contributo.
Non chiudiamo il nostro cuore, ma ascoltiamo la voce del Signore e quella degli uomini, nostri fratelli! Possano le opere di carità compiute nel corso di questa Quaresima, mediante le famiglie e per le famiglie, procurare a ciascuno gioia profonda e aprire i cuori a Cristo risorto, “primogenito di una moltitudine di fratelli” (4).
[Insegnamenti GP II, 16/2, 600-603]
4. Rm 8,29.