[1509] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO INDISOLUBLE, MARCO APROPIADO PARA ENGENDRAR NUEVAS VIDAS
Del Discurso With affection, a los Obispos de Malawi, en la visita ad limina, 24 septiembre 1993
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3. La tarea de encarnar el Evangelio en la cultura de Malawi, que comenzó hace sólo algunas generaciones, continuará hasta el fin de los tiempos. Junto con vosotros, doy gracias a Dios por los frutos positivos que ya han madurado y le ruego que os conceda a vosotros, pastores de la Iglesia en Malawi, el don del discernimiento y del juicio recto para que podáis desarrollar cada vez más eficazmente vuestro papel indispensable de responsables en este proceso. Asimismo, comparto con vosotros y con todos los obispos de África la esperanza de que, mediante la próxima Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, la genuina inculturación del Evangelio reciba un nuevo impulso en todo el continente.
La familia está en el centro de la vida de la sociedad y de sus miembros y por eso constituye uno de los objetivos más importantes del ministerio y de la solicitud de la Iglesia. Esto es verdad, de modo especial en la sociedad africana, en la que la familia y los vínculos que unen a sus miembros tienen un gran significado. La finalidad de vuestro ministerio en este campo sólo puede ser promover esa forma de vida familiar que, al mismo tiempo, está profundamente enraizada en Malawi y centrada completamente en Cristo.
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4. Un aspecto que despierta especial atención en el proceso de transformación de la vida familiar a través de la gracia y la luz del Evangelio, puesto que siempre tiene necesidad de ser purificado y elevado, es el de la procreación, que tiene tanto valor para los pueblos de África. En el ámbito de la nueva creación alcanzada por medio de la gracia, la paternidad cobra el significado de una participación en la obra de Dios como autor de toda vida. De él toma su nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (cfr. Ef 3, 15).
Precisamente por eso el marco apropiado para engendrar una nueva vida humana es la unión permanente y exclusiva que los cónyuges establecen gracias al don de sí, completo, definitivo y recíproco. La insistencia de la Iglesia acerca del matrimonio monógamo no es la imposición de una realidad extraña que altera las tradiciones locales. Más bien la Iglesia, fiel a su Señor, proclama –como afirma la Exhortación Apostólica Familiaris consortio– que “Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer... Así como el Señor Jesús es el testigo fiel, es el sí de las promesas de Dios y consiguientemente la realización suprema de la fidelidad incondicional con la que Dios ama a su pueblo, así también los cónyuges cristianos están llamados a participar realmente en la indisolubilidad irrevocable, que une a Cristo con la Iglesia, su esposa, amada por Él hasta el fin” (n. 20). La comprensión del matrimonio y de la paternidad que Cristo nos dio es la clave para descubrir el significado pleno de estas realidades en todo tiempo y lugar. Como concluye la Exhortación: “Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y la fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas... De manera útil y valiente, cumplen el cometido a ellas confiado de ser un signo en el mundo, un signo pequeño y precioso, a veces expuesto a tentación, pero siempre renovado de la incansable fidelidad con que Dios y Jesucristo aman a todos los hombres y a cada hombre” (ibid.).
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5. El vivir esta realidad renovada es la vocación a la que Dios llama a la mayoría de los católicos en Malawi. Para responder bien a esa invitación, los fieles deben recibir la formación necesaria no sólo acerca del matrimonio y de la vida familiar en particular, sino también acerca de todo el misterio cristiano que constituye su fundamento. Los esfuerzos que se están realizando en vuestras diócesis para impartir esta información, en especial a los jóvenes, a quienes desde su más temprana edad se les deberían enseñar a recorrer los caminos del Espíritu, son las fuentes seguras de la futura fuerza de la vida familiar católica.
Comparto con vosotros, queridos hermanos, la preocupación por el hecho de que un programa sólo genérico de educación religiosa en las escuelas es insuficiente. Confío en el hecho de que cuando estos programas se confronten con el “Catecismo de la Iglesia Católica”, promulgado recientemente como “norma segura para la enseñanza de la fe” (Fidei depositum, 4), se detecten y corrijan fácilmente todo sus defectos. Expreso el aprecio de la Iglesia a los generosos catequistas, que trabajan incansablemente para ayudar a los catecúmenos y a los bautizados a madurar en la vida de la fe. Pido a Dios que los ayude y sostenga en su labor vital.
[E 53 (1993), 1873-1875]
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3. The task of incarnating the Gospel in the culture of Malawi, which began only a few generations ago, will continue until the end of time. With you I thank God for the positive fruits that it has already borne, and I pray that God will give you, the Pastors of Church in Malawi, the gift of discernment and right judgment so that you may exercise ever more effectively your indispensable rôle as leaders in this process. I likewise share with you, and all the Bishops of Africa, the hope that through the forthcoming Special Assembly for Africa of the Synod of Bishops, the genuine inculturation of the Gospel will receive new impetus throughout the Continent.
The family is at the heart of the life of society and its members and, for this reason, is one of the most important objects of the Church’s ministry and care. This is especially true in the African context, where the family and the ties binding together its members are of such great significance. The goal of your ministry in this field cannot be other than to foster that form of family life which is at one and the same time truly rooted in Malawi and completely filled with Christ.
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4. In the process of the transformation of family life through the grace and light of the Gospel, one aspect which calls for particular attention –because it is always in need of being purified and elevated– is that of procreation: something which is so highly prized among the peoples of Africa. In the context of the new creation achieved by grace, parenthood takes on the sense of having a share in God’s work as the author of all life. From him, all parenthood in heaven and on earth is named (5).
It follows that the proper context for engendering a new human life is the permanent and exclusive union which spouses establish by the complete and irrevocable gift of self to each other. The Church’s insistence on monogamous marriage is not an imposition of a foreign reality displacing local traditions. Rather, in fidelity to her Lord, the Church proclaims –as the Apostolic Exhortation “Familiaris Consortio” states– that “Christ renews the first plan that the Creator inscribed in the hearts of man and woman... Just as the Lord Jesus is the ‘faithful witness’, the ‘yes’ of the promises of God and thus the supreme realization of the unconditional faithfulness with which God loves his people, so Christian couples are called to participate truly in the irrevocable indissolubility that binds Christ to the Church his bride, loved by him to the end” (6). The understanding of marriage and parenthood given us by Christ is the key for unlocking the fullest meaning of these realities in every time and place. As the Exhortation concludes: “To bear witness to the inestimable value of the indissolubility and fidelity of marriage is one of the most precious and most urgent tasks of Christian couples... in a humble and courageous manner, they perform the rôle committed to them of being in the world a ‘sign’ –a small and precious sign, sometimes also subjected to temptation, but always renewed– of the unfailing fidelity with which God and Jesus Christ love each and every human being” (7).
5. Cfr. Ef 3,15.
6. Ioannis Pauli PP. II Familiaris consortio, 20 [1981 11 22/ 20].
7. Ioannis Pauli PP. II Familiaris consortio, 20 [1981 11 22/ 20].
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5. Living this renewed reality is the vocation to which the vast majority of the Catholics in Malawi are called by God. In order to respond well to his invitation, the faithful must receive the necessary formation, in regard not only to marriage and family life in particular, but to the whole Christian mystery which is their foundation. The efforts being made in your Dioceses to impart this training, especially to young people, who from the earliest age should be educated to walk in the ways of the Spirit, are the sure sources of the future strength of Catholic family life.
I share, dear Brothers, your concern that a merely generic syllabus of religious education in schools is insufficient. I am confident that when such programmes are measured against the “Catechism of the Catholic Church”, recently promulgated as “a sure norm for teaching the faith” (8), any inadequacies will be easily detected and corrected. To the devoted catechists, working tirelessly to help catechumens and the baptized to mature in the life of faith, I express the Church’s appreciation. I pray that God will aid and sustain them in their vital work.
[AAS 86 (1994), 500-502]
8. Ioannis Pauli PP. II Fidei depositum, 4.