[1510] • JUAN PABLO II (1978-2005) • DEFENDER LA SANTIDAD DE LA FAMILIA
Del Discurso È per me, a las Familias, Asti (Italia), 25 septiembre 1993
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1. Es para mí motivo de viva alegría encontrarme con vosotros en esta catedral, en la que os reunís frecuentemente con vuestro obispo y los presbíteros, con ocasión de la Misión para los esposos que estáis realizando y que concluirá en Pentecostés del año próximo. Aún más me alegra el hecho de hacerlo en compañía del Cardenal Angelo Sodano, hijo ilustre de vuestra tierra.
Saludo al querido Monseñor Severino Poletto, vuestro dinámico pastor y le agradezco las palabras de saludo que me acaba de dirigir. Saludo asimismo a la pareja de esposos que, en nombre vuestro me ha manifestado sentimientos de devoto afecto, explicándome la interesante iniciativa pastoral que estáis llevando a cabo. Queréis consolidar vuestra vinculación con Cristo, profundizando su mensaje, con una atención especial al evangelio del matrimonio.
Vuestra experiencia es sumamente oportuna. La Iglesia y el mundo tienen hoy, más necesidad que nunca de cónyuges y familias que sigan con generosidad el ejemplo de Cristo.
Las muchas tristezas de nuestro tiempo y las inauditas formas de violencia que, por desgracia, lo caracterizan tienen como explicación última el rechazo del corazón humano al amor de Dios. Es muy urgente, por tanto, la tarea de los creyentes, y sobre todo de las familias cristianas, para lograr que la sociedad actual vuelva a estar anclada, en la fe y en el amor, en el muelle seguro de la Palabra de Dios.
El amor que se vive en la familia brinda el clima propicio para que arraigue y se desarrolle la relación personal con Dios, de la que brota el manantial de una auténtica renovación individual y comunitaria.
Eso supone, desde luego, que se trata del amor genuino. A menudo, por desgracia, en la cultura hedonista que hoy se respira, hay quien llama amor a lo que es más bien su caricatura e, incluso, su traición. Por eso, con razón, el pasaje bíblico que acabamos de proclamar trata de aclarar dos veces el verdadero sentido del amor.
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2. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él” (1 Jn 4, 9).
Éste es el amor en su manantial. El amor es entrega de sí. Es salir de sí mismo para ir al encuentro del otro. Significa, en cierto sentido, olvidarse de sí mismos por el bien del otro.
El auténtico amor humano refleja en sí la lógica del amor divino. En esta perspectiva se comprende plenamente el deber de la fidelidad conyugal. “Tú eres todo para mí, me entrego totalmente a ti para siempre”: éste es el compromiso que brota del corazón de toda persona sinceramente enamorada.
¡Fidelidad! Y, junto con ella, fecundidad, otro aspecto típico de la relación entre los esposos. ¿No existe, acaso, un nexo entre la disminución demográfica y el fenómeno alarmante de muchas parejas en las que el amor se agosta fácilmente y muere?
Queridos esposos, ¡no tengáis miedo! Vivid la grandeza del amor animados por el deseo generoso de verlo dilatado y casi encarnado en el rostro de vuestros hijos. Cuando la pareja rechaza colaborar con Dios para transmitir el don de la vida, muy difícilmente tiene en sí los recursos necesarios para alimentar su entendimiento recíproco.
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3. Continúa el texto bíblico: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó” (1 Jn 4, 10).
El amor de Dios es gratuidad total. Así ha de ser el amor de una pareja y la relación entre los miembros de una familia. Por amor los esposos deben gastar sus mejores energías en la obra educativa, asegurando a sus hijos una guía coherente y rodeándolos de afecto solícito y respetuoso. A su vez, los hijos han de hallar en el amor la motivación más profunda para una actitud responsable, dócil y agradecida hacia sus padres.
El amor tomado del corazón de Dios ha de impulsar a toda la familia a encontrar el tiempo para atender a los ancianos, dedicarse a los enfermos y esforzarse por resolver las situaciones difíciles de su ambiente, incluyendo los problemas del territorio y los más generales de la nación. Si no se abre a las exigencias de la comunidad, la familia no vive a fondo su vocación. Cuando sus miembros se cierran en una especie de egoísmo de grupo, se privan de la posibilidad de crecer en el amor y de experimentar así la verdadera alegría.
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4. Queridos esposos, vuestra presencia en tan gran número y la de vuestros hijos conmueve profundamente mi corazón. Permitidme abrazaros a todos con afecto. Como conclusión de nuestro encuentro quisiera dejaros, en nombre del Señor, dos consignas.
Una la tomo de la recomendación contenida en la primera carta de Pedro: “Acercaos a Cristo, piedra viva” (1 P 2, 4). Sí, queridos hermanos y hermanas, haced que Cristo, el Señor, sea vuestro maestro, y también de vuestros hijos.
En toda situación debéis tomar de Él los criterios justos de orientación y discernimiento.
Resistid con fuerza a la mentalidad favorable al divorcio, que altera el designio de Dios acerca del matrimonio como alianza inquebrantable de amor.
No permitáis que entre en vuestras casas esa cultura permisiva para la que todo es lícito, incluso la supresión de la vida antes de que nazca o de que se consuma y se apague naturalmente.
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5. La segunda consigna se refiere a vuestra responsabilidad en el anuncio del Evangelio.
Sed comunidades evangelizadoras, capaces de transmitir e irradiar el Evangelio. ¿No es éste el objetivo hacia el que tiende la Misión para los esposos, que estáis realizando? ¡Tened la valentía del Evangelio!
Queridos esposos, os bendigo y os aliento a proseguir vuestra providencial iniciativa, con la esperanza de que el celo misionero que os anima siga alimentando toda la actividad pastoral de esta diócesis.
Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo al amor de Dios a cada uno de vosotros, a vuestros hijos, a vuestras familias y vuestros proyectos, invocando sobre vuestras casas la protección de los santos patronos y la intercesión maternal de la Virgen María.
A todos imparto mi bendición.
[DP-129 (1993) 201, 202]
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1. È per me motivo di viva gioia incontrarmi con voi in questa Cattedrale, dove frequentemente vi riunite con il vostro Vescovo e i presbiteri a motivo della Missione-Sposi che state conducendo e che si concluderà a Pentecoste del prossimo anno. E sono ancor più lieto di farlo in compagnia del Cardinale Angelo Sodano, illustre figlio della vostra terra.
Saluto il caro Mons. Severino Poletto, vostro dinamico Pastore, e lo ringrazio per l’indirizzo rivoltomi. Saluto pure la coppia di sposi che, a nome vostro, mi ha espresso sentimenti di devoto affetto, illustrandomi l’interessante iniziativa pastorale che state attuando. Voi mirate a consolidare il vostro legame con Cristo, approfondendone il messaggio, con singolare attenzione al “Vangelo del Matrimonio”.
La vostra è una esperienza quanto mai opportuna. La Chiesa e il mondo hanno bisogno, oggi più che mai, di coniugi e famiglie che si mettano con generosità alla scuola di Cristo.
Le molte tristezze del nostro tempo e le inaudite forme di violenza che purtroppo lo segnano hanno come ultima spiegazione la chiusura del cuore all’amore di Dio. Quanto è urgente allora il compito dei credenti, soprattutto delle famiglie cristiane, nel restituire all’odierna società il necessario ancoraggio di fede e di amore alla sponda sicura della parola di Dio!
L’amore che si vive in famiglia offre il clima propizio perchè si radichi e sviluppi quel rapporto personale con Dio da cui scaturisce la sorgente di un autentico rinnovamento individuale e comunitario.
Ciò suppone, ovviamente, che si tratti di amore genuino. Spesso, purtroppo, nella cultura edonistica che oggi si respira, vien chiamato amore ciò che ne costituisce piuttosto la caricatura e persino il tradimento. Opportunamente, pertanto, il brano biblico poc’anzi proclamato si preoccupa di chiarire per ben due volte il vero senso dell’amore.
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2. “In questo si è manifestato l’amore di Dio per noi. Dio ha mandato suo Figlio nel mondo, perchè noi avessimo la vita per Lui” 1.
Ecco l’amore alla sua sorgente. L’amore è dono di sè. È uscire da se stessi per andare verso l’altro. È, in certo senso, dimenticare se stessi per il bene dell’altro.
L’autentico amore umano riflette in sè la logica di quello divino. È in tale prospettiva che si comprende appieno il dovere della fedeltà coniugale. “Tu per me sei tutto, mi dono totalmente a te, per sempre”: è questo l’impegno che scaturisce dal cuore di ogni persona sinceramente innamorata.
La fedeltà! Accanto ad essa, la fecondità, altro tipico aspetto del rapporto tra coniugi. Non esiste forse un legame tra il calo demografico e l’allarmante fenomeno di non poche coppie nelle quali l’amore così facilmente inaridisce e muore?
Cari sposi, non abbiate paura! Vivete la grandezza dell’amore animati dal desiderio generoso di vederlo dilatato e quasi incarnato nel volto dei vostri figli. Quando la coppia si rifiuta di collaborare con Dio per trasmettere il dono della vita, ben difficilmente ha in sè le risorse per nutrire l’intesa vicendevole.
1. 1Gv 4,9.
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3. Continua il testo biblico: “In questo sta l’amore: non siamo stati noi ad amare Dio, ma è Lui che ha amato noi” 2.
L’amore di Dio è gratuità totale. Tale deve essere pertanto l’amore di coppia e il rapporto tra i membri di una famiglia. In forza dell’amore i genitori sapranno spendere le migliori energie nell’opera educativa, assicurando ai figli una guida coerente e circondandoli di affetto sollecito e rispettoso. A loro volta, i figli troveranno nell’amore la motivazione più profonda di un atteggiamento responsabile, docile e riconoscente nei confronti dei genitori.
L’amore attinto al cuore di Dio spingerà l’intera famiglia a trovare il tempo di accudire gli anziani, di dedicarsi agli ammalati, di impegnarsi per le situazioni di difficoltà che la circondano, compresi i problemi del territorio e quelli più generali della Nazione. La famiglia non vive fino in fondo la sua vocazione, se non si apre alle esigenze della comunità. Quando i suoi membri si chiudono in una sorta di egoismo di gruppo, si privano da soli della possibilità di crescere nell’amore e di sperimentare così la vera gioia.
2. 1Gv 4, (10)
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4. Carissimi coniugi la numerosa presenza vostra e dei vostri figli colma il mio cuore di commozione. Permettetemi che tutti con affetto vi abbracci. A voi, nel nome del Signore, vorrei lasciare, a conclusione di questo nostro incontro, due “consegne”.
Una la traggo dalla raccomandazione contenuta nella Prima Lettera di Pietro: “Stringetevi a Cristo, pietra viva” 3. Sì, carissimi fratelli e sorelle, fate in modo che Cristo Signore sia il vostro maestro, e che lo sia anche per i vostri figli.
È da Lui che dovete attingere in ogni situazione i giusti criteri di orientamento e di discernimento.
Resistete con forza alla mentalità divorzista, che sconvolge il disegno di Dio sul matrimonio come inscindibile alleanza di amore.
Non lasciate che entri nelle vostre case quella cultura permissiva per cui ogni cosa è lecita, persino la soppressione della vita prima del suo sbocciare o del suo naturale declinare e spegnersi.
3. 1Pt 2,4.
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5. L’altra consegna riguarda la vostra responsabilità nell’annuncio del Vangelo.
Siate comunità evangelizzanti, capaci di trasmettere e di irradiare il Vangelo! Non è forse questo l’obiettivo al quale tende la Missione-Sposi che state realizzando? Abbiate il coraggio del Vangelo!
Vi benedico, carissimi, e vi incoraggio a proseguire nella vostra provvidenziale iniziativa, auspicando che l’ansia missionaria, da cui siete animati, continui ad informare l’intera pastorale della Diocesi.
Carissimi fratelli e sorelle! Affido all’amore del Padre ciascuno di voi, i vostri figli, le vostre famiglie, i vostri progetti, ed invoco sulle vostre case la protezione dei Santi Patroni e la materna intercessione della Vergine Maria.
A tutti la mia benedizione!
[Insegnamenti GP II, 16/2, 857-860]