[1513] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL RESPETO A LA DIGNIDAD HUMANA, EXIGENCIA ÉTICA FUNDAMENTAL EN EL TRATAMIENTO DEL EMBRIÓN HUMANO
Discurso Vos journées, a los participantes en un grupo de trabajo sobre “El genoma humano”, promovido por la Pontificia Academia de las Ciencias, 20 noviembre 1993
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1. Vuestras jornadas de trabajo sobre el tema Los aspectos legales y éticos relativos al proyecto del genoma humano se desarrollan en un momento muy oportuno. Las recientes noticias sobre experimentos en el campo de la genética humana han turbado a la comunidad científica y a muchos de nuestros contemporáneos. Frente a los rápidos progresos científicos, la reflexión ética y jurídica sobre estas cuestiones tan graves es sumamente urgente en esta etapa final del siglo.
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2. Ante todo, deseo manifestar mi aprecio por los grandes esfuerzos de numerosos científicos, investigadores y médicos que se dedican a descifrar el genoma humano y analizar sus secuencias, para alcanzar un conocimiento mejor de la biología molecular y de las bases génicas de muchas enfermedades. Hay que alentar esos estudios, con la condición de que abran nuevas perspectivas de curación y de terapias génicas, que respeten la vida y la integridad de las personas, y busquen la protección o la curación individual de los pacientes, nacidos o por nacer, afectados por patologías casi siempre mortales. Sin embargo, no se debe ocultar que esos descubrimientos corren el riesgo de ser utilizados para seleccionar embriones, eliminando los que están afectados por enfermedades genéticas o los que presentan caracteres genéticos patológicos.
La profundización permanente de los conocimientos sobre el ser vivo es de suyo un bien, pues la búsqueda de la verdad forma parte de la vocación primordial del hombre y constituye la primera alabanza tributada a aquel que “modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas” (2 Mac 7, 23). La razón humana, con sus innumerables poderes y sus variadas actividades, es al mismo tiempo razón científica y razón ética. Es capaz de poner a punto los mecanismos del conocimiento experimental de la creación y, a la vez, de recordar a la conciencia las exigencias de la ley moral al servicio de la dignidad humana. El deseo de conocer no puede ser, como a veces tenemos la tentación de pensar, el único motivo y la única justificación de la ciencia, poniendo en peligro la finalidad de la actividad médica: buscar, de manera inseparable, el bien del hombre y de la humanidad entera.
La ciencia es seductora y fascinadora, porque nos hace descubrir lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, consiguiendo resultados impresionantes. Pero conviene recordar que, aunque tenga la capacidad de explicar el funcionamiento biológico y las interacciones entre las moléculas, no podría enunciar por sí sola la verdad última y proponer la felicidad que el hombre anhela alcanzar, ni dictar los criterios morales para llegar al bien. En efecto, estos últimos no se establecen sobre la base de las posibilidades técnicas ni se deducen tampoco de las verificaciones de las ciencias experimentales, sino que “están en la dignidad propia de la persona” (Veritatis splendor, 50).
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3. El proyecto de descifrar las secuencias del genoma humano y estudiar su estructura macromolecular para establecer el mapa génico de cada persona, pone a disposición de los médicos y los biólogos conocimientos, algunas de cuyas aplicaciones pueden ir más allá del campo médico; puede hacer que sobre el hombre se ciernan amenazas terribles. Baste recordar las múltiples formas de eugenismo o de discriminación, ligadas a la posible utilización de la medicina preventiva. Todo el género humano debe asumir su propia responsabilidad, comprometiéndose a garantizar el respeto debido a la persona ante las nuevas investigaciones. Según sus competencias, las familias espirituales, los moralistas, los filósofos, los juristas y las autoridades políticas vigilarán para que todas las actividades científicas respeten la integridad del ser humano, “exigencia indeclinable” (Veritatis splendor, 13).
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4. Es importante, pues, examinar los problemas morales que se refieren, no al conocimiento mismo, sino a los nuevos medios de adquisición del saber, así como a sus aplicaciones posibles o previsibles. En efecto, sabemos que es posible conocer hoy el genoma humano sin perjudicar la integridad de la persona. Así pues, el primer criterio moral, que debe guiar toda investigación, es el respeto al ser humano sobre el que se realiza la investigación. Pero ciertos descubrimientos, que se presentan como hazañas técnicas y proezas de los científicos, pueden ser fuente de cierta tensión para el mismo espíritu científico: por una parte, eso despierta admiración ante el alarde de ingenio y, por otra, el temor frecuentemente fundado de que se hiera y se amenace gravemente la dignidad del hombre. Esa tensión honra al que reflexiona sobre los valores que guían sus opciones en materia de investigación, porque denota el sentido ético, presente naturalmente en toda conciencia.
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5. No corresponde a la Iglesia establecer los criterios científicos y técnicos de la investigación médica. Sin embargo, por su misión y su tradición secular, sí le compete recordar los límites dentro de los cuales toda actividad es un bien para el hombre, porque la libertad debe ordenarse siempre hacia el bien. La Iglesia contempla en Cristo al hombre perfecto, el modelo por excelencia de todo hombre y el camino de la vida eterna; desea ofrecer pistas de reflexión para iluminar a sus hermanos en la humanidad y proponer los valores morales necesarios para la acción, que son también puntos de referencia indispensables para los investigadores llamados a tomar decisiones relacionadas con el sentido del hombre. En efecto, sólo la Revelación abre al conocimiento íntegro del hombre, que la sabiduría filosófica y las disciplinas científicas pueden alcanzar de manera progresiva y maravillosa, pero siempre incierta e incompleta.
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6. Todo ser humano ha de ser considerado y “respetado como persona desde el momento de su concepción” (Congregación para la Doctrina de la Fe, instrucción Donum vitae, 2, 8), compuesto de un cuerpo y un alma espiritual, y dotado de un valor intrínseco (cfr. Jer 1, 5): para la Iglesia éste es el principio que guía el desarrollo de la investigación. La persona humana no se define a partir de su acción presente o futura, ni del devenir que puede entreverse en el genoma, sino a partir de las cualidades esenciales del ser, de las capacidades ligadas a su misma naturaleza. Apenas fecundado, el nuevo ser no se puede reducir a su patrimonio genético, que constituye su base biológica y lleva en sí la esperanza de vida de la persona. Como dijo Tertuliano, “ya es hombre el que se va a convertir en hombre” (Apologética, IX, 8). En materia científica, como en todos los demás campos, la decisión moral justa necesita tener una visión íntegra del hombre, es decir, una concepción que, traspasando lo visible y lo sensible, reconozca su valor trascendente y tome en cuenta lo que lo constituye en ser espiritual.
En consecuencia, utilizar el embrión como mero objeto de análisis o de experimentación significa atentar contra la dignidad de la persona y del género humano, pues nadie tiene el derecho de establecer el umbral de humanidad de un individuo, porque esto equivaldría a atribuirse un poder exorbitante sobre sus semejantes.
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7. En ningún momento de su crecimiento el embrión puede ser objeto de experimentos que no representen un beneficio para él, o que puedan causar inevitablemente sea su destrucción sea amputaciones o lesiones irreversibles, porque en ese caso se lastimaría y se heriría la naturaleza misma del hombre. El patrimonio genético es el tesoro que pertenece o puede pertenecer a un ser personal, que tiene derecho a la vida y a un desarrollo humano íntegro. Las manipulaciones arbitrarias de los gametos o de los embriones, que consisten en transformar las secuencias específicas del genoma, portador de las características propias de la especie y del individuo, hacen que la humanidad corra graves riesgos de cambios genéticos, que alterarán la integridad física y espiritual no sólo de los seres en los que se han efectuado esas transformaciones, sino también en personas de las generaciones futuras.
Si la experimentación en el hombre, que en un primer momento parecía ser una conquista en el ámbito del conocimiento, no va encaminada a su bien, corre el peligro de llevar a la degradación del sentido auténtico y el valor de lo humano. En efecto, el criterio moral de la investigación sigue siendo siempre el hombre en su ser a la vez corporal y espiritual. El sentido ético supone rechazar las investigaciones que puedan ofender su dignidad humana y entorpecer su crecimiento íntegro. Esto no significa en absoluto condenar a los investigadores a la ignorancia; al contrario, se les invita a redoblar su ingenio. Con un agudo sentido del hombre, sabrán hallar caminos nuevos para el conocimiento y prestarán así el servicio inestimable que la comunidad humana espera de ellos.
La utilización de la medicina preventiva, que nace con el tratamiento secuencial del genoma humano, plantea también otros problemas delicados. Se trata, en particular, del consentimiento iluminado de la persona adulta en la que se efectúa la investigación genética, así como del respeto al secreto sobre los elementos que podrían llegar a conocerse sobre la persona y su descendencia. No hay que descuidar tampoco la delicada cuestión de comunicar a las personas los datos que manifiestan la existencia, bajo forma latente, de patologías genéticas, cuyo diagnóstico es negativo para la salud de la persona.
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8. La Iglesia desea recordar a los legisladores la responsabilidad que les incumbe en materia de protección y promoción de las personas, pues los proyectos de análisis del genoma humano abren caminos ricos en promesas, pero implican muchos riesgos. Las leyes nacionales deben reconocer al embrión como sujeto de derecho, so pena de poner en peligro a la humanidad. Al defender al embrión, la sociedad protege a todo hombre, a quien reconoce en ese pequeño ser indefenso tal como era él al comienzo de su existencia. Esa fragilidad humana, más que cualquier otra, solicita desde el comienzo el cuidado de la sociedad, que se debe sentir orgullosa de garantizar el respeto de sus miembros más débiles. Así responde a la exigencia fundamental de justicia y solidaridad que une a la familia humana.
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9. Al término de nuestro encuentro deseo renovar a la comunidad científica mi exhortación para que el sentido del hombre y los valores morales sigan siendo los fundamentos de toda decisión en el campo de la investigación. Espero que las reflexiones de vuestro grupo de trabajo aporten elementos de referencia a los investigadores, así como a los redactores de los documentos deontológicos y legislativos. Doy las gracias a quienes han cooperado de diferentes maneras en estas jornadas de estudio. A vosotros, que habéis dado vuestra contribución durante esos valiosos intercambios, os agradezco vivamente vuestra participación en este grupo de investigación, del que podemos esperar abundantes frutos. Ruego al Todopoderoso que os asista en vuestros esfuerzos de reflexión moral y en vuestras investigaciones.
[E 53 (1993), 1867-1868]
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1. Vos journées de travail, sur le thème “Les aspects légaux et éthiques relatifs au projet du génome humain”, se déroulent à un moment particulièrement opportun. De récentes communications sur des expérimentations en génétique humaine ont bouleversé la communauté scientifique et beaucoup de nos contemporains. Face aux progrès scientifiques rapides, la réflexion éthique et juridique sur des questions aussi graves paraît urgente en cette fin de siècle.
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2. Il me faut tout d’abord saluer les nombreux efforts des scientifiques, chercheurs et médecins qui s’attachent à décrypter le génome humain et à en analyser les séquences pour avoir une meilleure connaissance de la biologie moléculaire et des bases géniques de nombreuses maladies. On ne peut qu’encourager ces études, à condition qu’elles ouvrent des perspectives nouvelles de soins et de thérapies géniques, respectueux de la vie et de l’intégrité des sujets, et tendant à la sauvegarde ou à la guérison individuelle de patients, nés ou à naître, atteints de pathologies le plus souvent létales. On ne doit pas cependant occulter que ces découvertes risquent d’être utilisées pour opérer des sélections entre les embryons, en éliminant ceux qui sont atteints de maladies génétiques ou porteurs de caractères génétiques pathologiques.
L’approfondissement permanent des connaissances sur le vivant est de soi un bien, car la recherche de la vérité fait partie de la vocation primordiale de l’homme et constitue la louange première à l’égard de celui “qui a formé le genre humain et qui est à l’origine de toute chose” (1). La raison humaine, aux puissances innombrables et aux activités variées, est tout à la fois raison scientifique et raison éthique. Elle est capable de mettre au point les procédures de connaissance expérimentale de la création et, en même temps, de rappeler à la conscience les exigences de la loi morale au service de la dignité humaine. Le souci de connaître ne peut donc pas être, comme on est parfois tenté de le penser, le seul motif et la seule justification de la science au risque de mettre en péril le but de la démarche médicale: rechercher, de manière indissociable, le bien de l’homme et de l’humanité entière.
Parce qu’elle nous fait découvrir l’infiniment grand et l’infiniment petit, et qu’elle obtient des résultats impressionnants, la science est séduisante et fascinante. Mais il convient de rappeler que, si elle a la capacité d’expliquer le fonctionnement biologique et les interactions entre les molécules, elle ne saurait cependant énoncer à elle seule la vérité ultime et proposer le bonheur que l’homme souhaite atteindre, ni dicter les critères moraux pour parvenir au bien. En effet, ces derniers ne sont pas établis sur la base des possibilités techniques et ne se déduisent pas des constats des sciences expérimentales, mais ils doivent “être recherchés dans la dignité propre à la personne” (2).
1. 2Mac 7,23.
2. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Veritatis splendor, 50.
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3. Le projet qui consiste à décrypter les séquences du génome humain et à en étudier la structure macromoléculaire pour établir la carte génique de chaque personne met à la disposition des médecins et des biologistes des connaissances dont certaines applications peuvent dépasser le champ médical; il peut faire peser sur l’homme des menaces redoutables. Il suffit d’évoquer les multiples formes d’eugénisme ou de discrimination, liées aux utilisations possibles de la médecine prédictive. Pour garantir le respect dû à la personne, face aux recherches nouvelles, la responsabilité de la communauté humaine tout entière est engagée. Selon leurs compétences, les familles spirituelles, les moralistes, les philosophes, les juristes et les autorités politiques exerceront leur vigilance pour que toute démarche scientifique respecte l’intégrité de l’être humain, “nécessité imprescriptible” (3).
3. Ioannis Pauli PP. II Veritatis splendor, 13.
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4. Il importe donc de prendre la mesure des problèmes moraux qui portent, non sur la connaissance elle-même, mais sur les moyens d’acquisition du savoir ainsi que sur ses applications possibles ou prévisibles. En effet, nous savons que l’on est capable aujourd’hui d’acquérir la connaissance du génome humain sans pour autant léser l’intégrité du sujet. Le premier critère moral, qui doit guider toute recherche, est donc le respect de l’être humain sur lequel se fait la recherche. Mais certaines découvertes, qui se présentent comme des exploits techniques et comme des prouesses de la part des scientifiques, peuvent être à la source d’une certaine tension pour l’esprit scientifique lui-même: cela suscite, d’une part, l’admiration devant l’ingéniosité déployée et, d’autre part, la crainte souvent fondée que la dignité de l’homme ne soit gravement blessée et menacée. Cette tension est tout à l’honneur de celui qui réfléchit sur les valeurs qui guident ses choix en matière de recherche, car elle dénote le sens éthique, naturellement présent dans toute conscience.
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5. Il ne revient pas à l’Église de fixer les critères scientifiques et techniques de la recherche médicale. Mais, il lui revient de rappeler, au nom de sa mission et de sa tradition séculaire, les limites à l’intérieur desquelles toute démarche demeure un bien pour l’homme, car la liberté doit toujours être ordonnée au bien. L’Église contemple dans le Christ, l’Homme parfait, le modèle par excellence de tout homme et le chemin de la vie éternelle; elle souhaite offrir des pistes de réflexion pour éclairer ses frères en humanité et proposer les valeurs morales nécessaires à l’action, qui sont aussi les points de repère indispensables pour les chercheurs amenés à prendre des décisions dans lesquelles le sens de l’homme est engagé. En effet, seule la Révélation ouvre à la connaissance intégrale de l’homme que la sagesse philosophique et les disciplines scientifiques peuvent appréhender de manière progressive et merveilleuse, mais toujours incertaine et incomplète.
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6. Chaque être humain doit être considéré et “respecté comme une personne dès le moment de sa conception” 4, constituée d’un corps et d’une âme spirituelle et ayant une valeur intrinsèque (5): tel est pour l’Église le principe qui guide le développement de la recherche. La personne humaine ne se définit pas à partir de son action présente ou future, ni du devenir que l’on peut entrevoir dans le génome, mais à partir des qualités essentielles de l’être, des capacités liées à sa nature même. À peine fécondé, le nouvel être n’est pas réductible à son patrimoine génétique, qui constitue sa base biologique et qui est porteur de l’espérance de vie du sujet. Comme le dit Tertullien, “il est déjà homme celui qui doit devenir un homme” (6). En matière scientifique comme dans tous les domaines, la décision morale juste nécessite d’avoir une vision intégrale de l’homme, c’est-à-dire une conception qui, dépassant le visible et le sensible, reconnaisse la valeur transcendante et prenne en considération ce qui l’établit comme être spirituel.
En conséquence, utiliser l’embryon comme un pur objet d’analyse ou d’expérimentation est attenter à la dignité de la personne et du genre humain. En effet, il n’appartient à personne de fixer les seuils d’humanité d’une existence singulière, ce qui reviendrait à s’attribuer un pouvoir exorbitant sur ses semblables.
4. Congr. pro Doctrina Fidei Donum vitae, 2, 8 [1987 02 22/ 2, 8].
5. Cfr. Ger 1,5.
6. Tertulliani Apologeticum, IX, 8.
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7. À aucun moment de sa croissance, l’embryon ne peut donc être sujet d’essais qui ne seraient pas pour lui un bénéfice, ni d’expériences qui impliqueraient inéluctablement soit sa destruction, soit des amputations ou des lésions irréversibles, car la nature même de l’homme serait, dans le même temps, bafouée et blessée. Le patrimoine génétique est le trésor appartenant ou susceptible d’appartenir à un être singulier qui a droit à la vie et à un développement humain intégral. Les manipulations inconsidérées sur les gamètes ou sur les embryons, qui consistent à transformer les séquences spécifiques du génome, porteur des caractéristiques propres de l’espèce et de l’individu, font courir à l’humanité des risques sérieux de mutations génétiques qui ne manqueront pas d’altérer l’intégrité physique et spirituelle non seulement des êtres sur lesquels ces transformations ont été effectuées, mais encore sur des personnes des générations futures.
Si elle n’est pas ordonnée à son bien, l’expérimentation sur l’homme qui, dans un premier temps, paraît être une conquête dans l’ordre de la connaissance, risque de conduire à la dégradation du sens authentique et de la valeur de l’humain. En effet, le critère moral de la recherche demeure toujours l’homme dans son être à la fois corporel et spirituel. Le sens éthique suppose d’accepter de ne pas s’engager dans des recherches qui offenseraient sa dignité humaine et qui entraveraient sa croissance intégrale. Ce n’est pas cependant condamner à l’ignorance les chercheurs, qui sont invités à redoubler d’ingéniosité. Avec un sens aigu de l’homme, ils sauront trouver des chemins nouveaux de connaissance et remplir ainsi le service inestimable que la communauté humaine attend d’eux. L’utilisation de la médecine prédictive, qui naît avec le séquençage du génome humain, pose aussi d’autres problèmes délicats. Il s’agit en particulier du consentement éclairé du sujet adulte sur lequel se fait la recherche génétique ainsi que du respect du secret sur les éléments qui pourraient être connus, portant sur la personne et sur sa descendance. On ne négligera pas non plus la délicate question de la communication aux personnes des données qui mettent en évidence l’existence, sous forme latente, des pathologies génétiques, autorisant des pronostics funestes pour la santé du sujet.
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8. L’Église désire rappeler aux législateurs la responsabilité qui leur incombe en matière de protection et de promotion des personnes, car les projets d’analyse du génome humain ouvrent des voies riches de promesses mais elles comportent des risques multiples. L’embryon doit être reconnu comme sujet de droit par les lois des nations, sous peine de mettre l’humanité en danger. En défendant l’embryon, la société protège tout homme qui reconnaît dans ce petit être sans défense celui qu’il a été au début de son existence. Plus que tout autre, cette fragilité humaine des commencements demande la sollicitude de la société qui s’honore en garantissant le respect de ses membres les plus faibles. Elle répond ainsi à l’exigence fondamentale de justice et de solidarité qui unit la famille humaine.
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9. Au terme de notre rencontre, je désire renouveler à la communauté scientifique mon appel pour que le sens de l’homme et les valeurs morales demeurent le fondement des décisions dans le domaine de la recherche. Je souhaite que les réflexions menées par votre groupe de travail apportent des éléments de référence aux chercheurs ainsi qu’aux rédacteurs des documents déontologiques et législatifs. Ma gratitude va à ceux qui ont coopéré de différentes manières à ces journées d’études. Vous qui avez apporté votre contribution au cours de riches échanges, je vous remercie vivement de votre participation à ce groupe de recherches dont on peut espérer de nombreux fruits et je prie le Tout-Puissant de vous assister dans vos efforts de réflexion morale ainsi que dans vos recherches.
[AAS 86 (1994), 735-739]