[1523] • JUAN PABLO II (1978-2005) • UN AÑO DE ORACIÓN Y CATEQUESIS SOBRE LA FAMILIA
Alocución Domenica scorsa, en la Audiencia General, 29 diciembre
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1. El domingo pasado, en la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia, la Iglesia ha dado inicio al Año de la Familia, en sintonía con la iniciativa promovida por la Organización de las Naciones Unidas. La inauguración eclesial de ese Año se ha realizado con la Eucaristía celebrada por el Legado Pontificio en Nazaret. En efecto, el Año de la Familia debe ser sobre todo un año de oración, para implorar al Señor gracia y bendición para todas las familias del mundo.
Pero la ayuda que pedimos al Señor, como siempre, supone nuestro esfuerzo y exige nuestra correspondencia. Debemos, pues, ponernos a la escucha de la Palabra de Dios, valorando este Año como ocasión privilegiada para una catequesis sobre la familia, realizada sistemáticamente en todas las Iglesias locales esparcidas por el mundo, a fin de ofrecer a las familias cristianas la oportunidad de una reflexión que les ayude a crecer en la conciencia de su vocación. En esta catequesis deseo, por tanto, ofrecer algunos puntos de meditación, tomados de varios pasajes de la Sagrada Escritura.
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2. Un primer tema nos lo propone el Evangelio de San Mateo (2, 13-23) y se refiere a la amenaza que sufrió la Sagrada Familia casi inmediatamente después del nacimiento de Jesús. La violencia gratuita que pone en peligro su vida afecta también a muchas otras familias, provocando la muerte de los Santos Inocentes, cuya memoria celebramos ayer.
Recordando esa terrible prueba vivida por el Hijo de Dios y sus coetáneos, la Iglesia se siente invitada a orar por todas las familias amenazadas desde dentro o desde fuera. Y ora, en particular, por los padres, cuya gran responsabilidad pone de relieve especialmente el Evangelio de San Lucas. En efecto, Dios confía su Hijo a María, y ambos a José. Es preciso orar con insistencia por todas las madres y todos los padres, para que sean fieles a su vocación y sean dignos de la confianza que Dios deposita en ellos, al encomendarles el cuidado de sus hijos.
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3. Otro tema es el de la familia como el lugar donde madura la vocación. Podemos ver este aspecto en la respuesta que dio Jesús a María y a José, que lo buscaban angustiados mientras Él se encontraba con los doctores en el templo de Jerusalén: “¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). En la carta que dirigí a los jóvenes de todo el mundo el año 1985, con ocasión de la Jornada de la Juventud, quise destacar el gran valor que tiene ese proyecto de vida que cada joven debe tratar de elaborar precisamente durante el tiempo de su juventud. Como Jesús, a sus doce años, estaba completamente entregado a las cosas del Padre, así cada uno está llamado a plantearse la pregunta: ¿Cuáles son esas “cosas del Padre”, de las que debo ocuparme durante toda la vida?
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4. La parénesis apostólica, como se encuentra por ejemplo en las cartas de San Pablo a los Efesios y a los Colosenses, nos presenta otros aspectos de la vocación de la familia. Para los apóstoles, al igual que más tarde para los Padres de la Iglesia, la familia es la Iglesia doméstica. A esta gran tradición permanece fiel el Papa Pablo VI en su admirable homilía sobre Nazaret y sobre el ejemplo que nos da la Sagrada Familia: “Enseñe Nazaret lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable...” (cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de enero de 1964, p. 3).
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5. Así, desde el inicio, la Iglesia escribe su Carta a las familias, y yo mismo he querido seguir esa tradición, preparando una Carta para el Año de la Familia, que se publicará dentro de poco tiempo. La Sagrada Familia de Nazaret es para nosotros un desafío permanente, que nos obliga a profundizar el misterio de la Iglesia doméstica y de toda familia humana. Nos sirve de estímulo para orar por las familias y con las familias, y a compartir todo lo que para ellas constituye alegría y esperanza, pero también preocupación e inquietud.
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6. La experiencia familiar, dentro de la vida cristiana, está llamada a convertirse en el contenido de un ofertorio diario, como una ofrenda santa, un sacrificio agradable a Dios (cfr. 1 P 2, 5; Rm 12, 1). Nos lo sugiere también el Evangelio de la presentación de Jesús en el templo. Jesús, que es “la luz del mundo” (Jn 8, 12), pero también “signo de contradicción” (Lc 2, 34), desea aceptar este ofertorio de toda familia como acepta el pan y el vino en la Eucaristía. Quiere unir esas alegrías y esperanzas humanas, pero también los inevitables sufrimientos y preocupaciones, propios de toda vida de familia, al pan y al vino destinados a la transubstanciación, asumiéndolos así, en cierto modo, en el misterio de su cuerpo y su sangre. Este cuerpo y esta sangre nos los ofrece en la comunión como fuente de energía espiritual, no sólo para cada persona sino también para cada familia.
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7. La Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a comprender cada vez más profundamente la vocación de toda familia, que encuentra en Cristo la fuente de su dignidad y de su santidad. En la Navidad Dios ha salido al encuentro del hombre y lo ha unido indisolublemente a sí; este admirabile consortium incluye también el familiare consortium. Contemplando esta realidad, la Iglesia se pone de rodillas como ante un “gran misterio” (cfr. Ef 5, 32): en la experiencia de comunión a que está llamada la familia ve un reflejo, en el tiempo, de la comunión trinitaria y sabe bien que el matrimonio cristiano no es sólo una realidad natural, sino también el sacramento de la unidad esponsal de Cristo con su Iglesia. El Concilio Vaticano II nos ha invitado a promover esta sublime dignidad de la familia y del matrimonio. Benditas las familias que sepan comprender y realizar este proyecto originario y maravilloso de Dios, caminando por las sendas marcadas por Cristo.
[E 54 (1994), 118]
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1. Domenica scorsa, nella Festa liturgica della Santa Famiglia, la Chiesa ha dato avvio all’Anno della Famiglia, in sintonia con l’iniziativa promossa dall’Organizzazione delle Nazioni Unite. L’inaugurazione ecclesiale di tale Anno è avvenuta con l’Eucaristia celebrata dal Legato Pontificio a Nazaret. L’Anno della Famiglia, infatti, deve essere soprattutto un anno di preghiera, per implorare dal Signore grazia e benedizione per tutte le famiglie del mondo.
Ma l’aiuto che chiediamo al Signore, come sempre, suppone il nostro impegno ed esige la nostra corrispondenza. Dobbiamo dunque metterci in ascolto della Parola di Dio, valorizzando questo anno come occasione privilegiata per una catechesi sulla famiglia, compiuta sistematicamente in tutte le Chiese locali sparse nel mondo, per offrire alle famiglie cristiane l’opportunità di una riflessione che le aiuti a crescere nella consapevolezza della loro vocazione. Nell’odierna catechesi, desidero pertanto offrire degli spunti di meditazione, tratti da alcuni brani della Sacra Scrittura.
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2. Un primo tema ci viene proposto dal Vangelo di Matteo (1), e riguarda la minaccia subita dalla Santa Famiglia quasi subito dopo la nascita di Gesù. La violenza gratuita che insidia la sua vita si abbatte anche su tante altre famiglie, provocando la morte dei Santi Innocenti, dei quali ieri abbiamo fatto memoria.
Ricordando questa terribile prova vissuta dal Figlio di Dio e dai suoi coetanei, la Chiesa si sente invitata a pregare per tutte le famiglie minacciate dall’interno o dall’esterno. Essa prega in particolare per i genitori, dei quali specialmente il Vangelo di Luca evidenzia la grande responsabilità. Dio infatti affida il suo Figlio a Maria, ed entrambi a Giuseppe. Occorre insistentemente pregare per tutte le madri e per tutti i padri, perchè siano fedeli alla loro vocazione e si mostrino degni della fiducia che Dio ripone in loro, con l’affidamento dei figli alle loro cure.
1. Mt 2,13-23.
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3. Un altro tema è quello della famiglia come luogo in cui matura la vocazione. Possiamo cogliere questo aspetto nella risposta data da Gesù a Maria e Giuseppe, che lo cercavano angosciati mentre egli si intratteneva coi dottori nel tempio di Gerusalemme: “Non sapevate che io devo occuparmi delle cose del Padre mio?” (2). Nella Lettera che ho indirizzato ai giovani di tutto il mondo nel 1985, in occasione della Giornata della Gioventù, ho cercato di evidenziare come è prezioso questo progetto di vita che proprio durante l’età giovanile ciascun giovane deve sforzarsi di elaborare. Come Gesù dodicenne era tutto dedito alle cose del Padre, così ciascuno è chiamato a porsi la domanda: quali sono queste “cose del Padre”, in cui devo impegnarmi per tutta la vita?
2. Lc 2,49.
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4. Altri aspetti inerenti alla vocazione della famiglia ci vengono illustrati dalla parenesi apostolica, quale ad esempio si trova nelle Lettere agli Efesini e ai Colossesi. Per gli Apostoli, così come più tardi per i Padri della Chiesa, la famiglia è la “chiesa domestica”. A questa grande tradizione rimane fedele il Papa Paolo VI nella sua meravigliosa omelia su Nazaret e sull’esempio che ci viene dalla Santa Famiglia: “Nazaret ci ricordi cos’è la famiglia, cos’è la comunione di amore, la sua bellezza austera e semplice, il suo carattere sacro ed inviolabile...” (3).
3. Insegnamenti di Paolo VI, II, 1964, p. 25.
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5. Così dunque, fin dall’inizio, la Chiesa scrive la sua Lettera alle famiglie, e io stesso intendo muovermi in questo solco, preparando una Lettera per l’Anno della Famiglia: essa sarà resa pubblica tra non molto. La Santa Famiglia di Nazaret è per noi una sfida permanente, che ci obbliga ad approfondire il mistero della “chiesa domestica” e di ogni famiglia umana. Essa ci è di stimolo a pregare per le famiglie e con le famiglie e a condividere tutto ciò che per loro costituisce gioia e speranza, ma anche preoccupazione e inquietudine.
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6. L’esperienza familiare, infatti, è chiamata a diventare, nella vita cristiana, il contenuto di un offertorio quotidiano, come un’offerta santa, un sacrificio a Dio gradito (4). Ce lo suggerisce anche il Vangelo della presentazione di Gesù al tempio. Gesù, che è “la luce del mondo” (5), ma anche “segno di contraddizione” (6), desidera accogliere questo offertorio di ogni famiglia come accoglie il pane e il vino nell’Eucaristia. Queste umane gioie e speranze, ma anche le inevitabili sofferenze e preoccupazioni, proprie di ogni vita di famiglia, egli vuole unire al pane e al vino destinato alla transustanziazione, assumendole così in certo modo nel mistero del suo Corpo e del suo Sangue. Questo Corpo e questo Sangue egli poi dona nella comunione come fonte di energia spirituale, non soltanto per ogni singola persona ma anche per ogni famiglia.
4. Cfr. 1Pt 2,5; Rm 12,1.
5. Gv 8,12.
6. Lc 2,34.
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7. La Santa Famiglia di Nazaret voglia introdurci ad una comprensione sempre più profonda della vocazione di ogni famiglia, che trova in Cristo la fonte della sua dignità e della sua santità. Nel Natale Dio ha incontrato l’uomo e lo ha unito indissolubilmente a sè: questo “admirabile consortium” include anche il “familiare consortium”. Contemplando questa realtà, la Chiesa piega le ginocchia come di fronte a un “grande mistero” (7): essa vede nell’esperienza di comunione a cui è chiamata la famiglia un riflesso nel tempo della comunione trinitaria e sa bene che il matrimonio cristiano non è soltanto una realtà naturale, ma anche il sacramento dell’unità sponsale di Cristo con la sua Chiesa. È questa sublime dignità della famiglia e del matrimonio che il Concilio Vaticano II ci ha invitato a promuovere. Benedette le famiglie, che sapranno cogliere e realizzare questo originario e meraviglioso progetto di Dio, camminando per le vie indicate da Cristo.
[Insegnamenti GP II, 16/2, 1569-1572]
7. Cfr. Ef 5,32.