[1526] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS PADRES, COLABORADORES DE DIOS EN LA TRANSMISIÓN Y EDUCACIÓN DE LA VIDA
De la Homilía de la Misa en el Bautismo de un grupo de niños provenientes de diversos países, 9 enero 1994
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3. La liturgia, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos en oración al término del tiempo de Navidad, nos invita a meditar el misterio de una mies singular, de una cosecha espiritual. Se trata del campo de las almas, que la palabra de Dios, salida de la boca de la Iglesia, hace fecundo. Las almas constituyen el terreno llamado a producir frutos para la vida eterna. Es verdad. La palabra divina, gracias al poder de Cristo resucitado, siempre produce efecto. Más aún, actuando en los signos sacramentales, lleva a cumplimiento la obra de la salvación, para la que Dios la mandó (cf. Is 55, 10-11).
Sí, queridos padres, Dios quiere esta salvación para vuestros hijos, al igual que para todo hombre. El Padre que está en los cielos desea que “tengan vida [...] en abundancia” (Jn 10, 10) y de vosotros, padres y madres, padres terrenos, que ya habéis colaborado con él a dar la vida a estos pequeños, espera otra colaboración: os pide que secundéis la acción de su palabra salvífica mediante el compromiso de su educación cristiana. También de vosotros, queridos padrinos y madrinas, Dios espera una cooperación singular que se manifieste mediante vuestra ayuda a los padres en esa labor de educación.
Queridos padres y madres, queridos padrinos y madrinas, el hombre puede transmitir la vida a otros seres humanos, pero no es capaz de darle su sentido último. Sólo en la palabra de Dios se halla encerrado el sentido pleno de la vida y de la muerte del hombre. Así pues, sed vosotros los primeros lectores asiduos de la sagrada Escritura. Leed el evangelio en familia, escuchadlo atentamente en la comunidad parroquial. Sed sus testigos en la vida diaria. Así, los pequeños aprenderán de vosotros a conocer, amar y seguir a Cristo por el camino de la vida verdadera.
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4. La Iglesia se alegra hoy por todos estos niños – son cuarenta y uno– que, procedentes de varios países del mundo, pero sobre todo de Roma, comienzan a formar parte de la gran familia de Dios. En esta celebración eucarística experimentan la realidad de la comunidad eclesial como familia universal constituida por esas células fundamentales que son precisamente los núcleos familiares, pequeñas iglesias domésticas. Y eso cobra un sentido singular en este Año de la familia. Dentro de la familia es donde se manifiesta la riqueza de la existencia humana y sobrenatural, pues a los padres corresponde en primer lugar la tarea de hacer que se desarrolle en los hijos la vida nueva injertada en ellos por el bautismo.
“Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1, 11). Hoy, queridos padres, esta “complacencia” del Padre se posa en vuestros hijos, revelando en cada uno de ellos la semejanza con su Hijo unigénito, primogénito.
Acojamos con espíritu lleno de fe y de amor la exhortación del salmo a sacar agua “con gozo de los hontanares de salvación” (cf. Is 12, 3). A esto os invito. Me alegro con vosotros; me congratulo con vosotros; os deseo frutos abundantes en esta celebración para todas las familias que representáis.
Demos gracias a la Providencia divina por el misterio que estamos celebrando.
Encomendemos a la Sagrada Familia, a María, a José y al Hijo unigénito del Padre, a los niños que dentro de poco serán engendrados a una vida nueva. Sobre ellos descienda la bendición de Dios y les acompañe durante toda su vida. Amén.
[O.R. (e.c.) 14.I.1994, 7]
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3. Carissimi fratelli e sorelle! Raccolti in preghiera, al termine del tempo di Natale, siamo invitati dalla liturgia a meditare il mistero di una singolare “messe”, di un “raccolto spirituale”. Il campo è quello delle anime, reso fertile dalla parola di Dio uscita dalla bocca della Chiesa. Le anime, terreno chiamato a produrre frutti per la vita eterna. È vero! La Parola divina, grazie alla potenza di Cristo Risorto, non rimane mai senza effetto. Agendo anzi nei segni sacramentali, porta a compimento l’opera della salvezza, per la quale Dio l’ha mandata (1).
Sì, cari genitori, Dio vuole questa salvezza per i vostri figli, come per ogni uomo. Il Padre che è nei cieli desidera che essi “abbiano la vita... in abbondanza” (2) e attende da voi, padri e madri, genitori terreni, che già avete collaborato con lui nel dare alla luce questi piccoli, una collaborazione ulteriore: vi domanda di assecondare l’azione della sua Parola salvifica mediante l’impegno della loro educazione cristiana. Anche da voi, cari padrini e madrine, Dio attende una singolare cooperazione che si esprima nel sostegno dato ai genitori in tale opera educativa.
Cari papà e mamme, cari padrini e madrine! L’uomo può, sì, comunicare la vita ad altri esseri umani, ma non è in grado di conferirle il senso ultimo. Solo nella Parola di Dio è racchiuso il senso pieno del vivere e del morire dell’uomo. Siate dunque voi per primi “frequentatori” della Sacra Scrittura! Leggete il Vangelo in famiglia, ascoltatelo atten tamente nella Comunità parrocchiale; siatene testimoni nella quotidiana esistenza. I piccoli impareranno, in tal modo, da voi a conoscere Cristo, ad amarlo e a seguirlo sulla strada della vita vera.
1. Cfr. Is. 55, 10-11.
2. Gv. 10, 10.
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4. La Chiesa si rallegra oggi per questa schiera di bambini –sono quarantuno– che, provenendo da vari Paesi del mondo, ma maggiormente da Roma, entrano a far parte della grande famiglia di Dio. In questa celebrazione eucaristica sperimentiamo la realtà della Comunità ecclesiale come famiglia universale costituita da quelle cellule fondamentali che sono appunto i nuclei familiari, “piccole chiese domestiche”. E ciò assume un senso singolare in quest’Anno della Famiglia. È all’interno della famiglia che si manifesta la ricchezza dell’esistenza umana e soprannaturale. Ai genitori, infatti, spetta in primo luogo il compito di far maturare nei figli la vita nuova innestata in loro dal Battesimo.
“Tu sei il Figlio mio prediletto, in te mi sono compiaciuto” (3). Oggi, cari genitori, questo “compiacimento” del Padre si posa sui vostri figli, svelando in ciascuno di essi la somiglianza col suo Figlio unigenito, primogenito.
Accogliamo con animo pieno di fede e di amore l’esortazione del Salmo ad attingere “con gioia alle sorgenti della salvezza” (4). A questo vi invito. Gioisco con voi, mi congratulo con voi, auguro frutti abbondantissimi nella celebrazione odierna per ogni famiglia che rappresentate.
Rendiamo grazie alla Provvidenza divina per il mistero che stiamo celebrando.
Affidiamo alla Santa Famiglia, a Maria e Giuseppe ed al Figlio Unigenito del Padre, coloro che tra poco saranno rigenerati a vita nuova. Su di essi scenda la benedizione di Dio e li accompagni nel corso dell’intera loro esistenza. Amen!
[Insegnamenti GP II, 17/1, 54-56]
3. Mc. 1, 11.
4. Cfr. Is. 12, 3.