[1533] • JUAN PABLO II (1978-2005) • TELEVISIÓN Y FAMILIA: CRITERIOS PARA SABER MIRAR
Mensaje In recent decades, con ocasión de la XXVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 1994
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[1.–] En las últimas décadas, la televisión ha revolucionado las comunicaciones influenciando profundamente la vida familiar. Hoy, la televisión es una fuente importante de noticias, de información y de entretenimiento para innumerables familias, hasta el extremo de modelar sus actitudes, sus opiniones, sus valores y sus prototipos de comportamiento.
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[2.–] La televisión puede enriquecer la vida familiar: puede unir más a sus miembros y promover su solidaridad hacia otras familias y hacia la Humanidad en su conjunto; puede aumentar no sólo su cultura general, sino también la religiosa, permitiendo a sus miembros escuchar la Palabra de Dios, reforzar su identidad religiosa y nutrir su vida moral y espiritual.
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[3.–] La televisión puede también dañar la vida familiar: difundiendo valores y modelos de comportamiento degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia; inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso; difundiendo mensajes distorsionados o información manipulada sobre los hechos y los problemas de actualidad; transmitiendo publicidad de explotación, que recurre a los más bajos instintos; exaltando falsas visiones de la vida que obstaculizan la realización del recíproco respeto, de la justicia y de la paz.
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[4.–] La televisión puede seguir teniendo efectos negativos sobre la familia aunque los programas televisivos no sean de por sí moralmente criticables: puede aislar a sus miembros en sus mundos privados, eliminando las auténticas relaciones interpersonales, y dividir también a la familia, alejando a los padres de los hijos y a los hijos de los padres.
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[5.–] Dado que la renovación moral y espiritual de la familia humana, en su conjunto debe radicarse en la auténtica renovación de las familias individuales, el tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 1994 –“Televisión y familia: criterios para sanos hábitos en su uso”– es particularmente apropiado, sobre todo en este Año Internacional de la Familia, durante el cual la comunidad mundial está buscando la forma de dar nuevo vigor a la vida familiar.
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[6.–] En este mensaje, deseo subrayar especialmente la responsabilidad de los padres, de los hombres y de las mujeres de la industria televisiva, las responsabilidades de las autoridades públicas y de los que tienen deberes educativos y pastorales en la Iglesia. En sus manos está el poder de hacer de la televisión un medio cada vez más eficaz para ayudar a las familias a desarrollar su papel, que es el de constituir una fuerza de renovación moral y social.
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[7.–] Dios ha investido a los padres de la grave responsabilidad de ayudar a los hijos a “buscar la verdad desde su más tierna infancia y a vivir de conformidad con ella, a buscar el bien y a promoverlo” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1991, n. 3). Tienen, por lo tanto, el deber de llevar a sus hijos a apreciar “todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable” (Flp 4, 8).
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[8.–] Por consiguiente, además de ser espectadores en condiciones de discernir por sí mismos, los padres deberían contribuir activamente a formar en sus hijos hábitos en el uso de la televisión que conduzcan a un sano desarrollo humano, moral y religioso. Los padres deberían informar previamente a sus hijos sobre el contenido de los programas y, consecuentemente, hacer una elección consciente, para el bien de la familia, sobre lo que se debe ver o no. A este propósito pueden ser de ayuda tanto las recensiones y los juicios proporcionados por organismos religiosos y por otros grupos responsables, como programas adecuados educativos propuestos por los medios de comunicación social. Los padres deberían también discutir sobre la televisión con sus hijos, capacitándolos para regular la cantidad y la calidad de los programas que ven y para discernir y juzgar los valores éticos que están en la base de determinados programas, puesto que la familia es “el vehículo privilegiado para la transmisión de esos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a conseguir la propia identidad” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 2).
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[9.–] Formar los hábitos de los hijos, a veces puede querer decir sencillamente apagar el televisor porque hay cosas mejores que hacer, o porque la consideración hacia otros miembros de la familia lo requiere o porque la visión indiscriminada de la televisión puede ser perjudicial. Los padres que hacen un uso regular y prolongado de la televisión como si se tratara de una especie de “niñera” electrónica, abdican de su deber de principales educadores de sus hijos. Tal dependencia de la televisión puede privar a los miembros de la familia de la oportunidad de relacionarse los unos con los otros por medio de la conversación, las actividades y la oración comunes. Los padres prudentes son, además, conscientes de que también los buenos programas deben ser complementados por otras fuentes de información, entretenimiento, educación y cultura.
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[10.–] Para garantizar que la industria televisiva salvaguarde los derechos de las familias, los padres deberían expresar sus legítimas preocupaciones a los productores y a los responsables de los medios de comunicación social. A veces, será útil unirse a otros, formando asociaciones que representen sus intereses con relación a los medios de comunicación, a los anunciadores, a los “sponsors”, y a las autoridades públicas.
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[11.–] Los que trabajan para la televisión –ejecutivos y “managers”, productores y directores, escritores e investigadores, periodistas, personajes de la pantalla y técnicos– todos tienen graves responsabilidades morales hacia las familias, que constituyen la gran parte de su público. En su vida profesional y personal, los que trabajan en el ámbito televisivo deberían comprometerse al máximo con la familia en cuanto comunidad social fundamental de vida, amor y solidaridad. Reconociendo la capacidad de persuasión de la estructura en la que trabajan, deberían hacerse promotores de auténticos valores espirituales y morales y evitar “todo lo que puede dañar a la familia en su existencia, en su estabilidad, en su equilibrio y en su felicidad”, incluyendo “erotismo o violencia, apología del divorcio o actitudes antisociales entre los jóvenes”, (Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunidades sociales 1969, n. 2).
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[12.–] La televisión trata con frecuencia temas serios: la humana debilidad y el pecado, y sus consecuencias para los individuos y la sociedad; los defectos de las instituciones sociales, incluidos los gobiernos y la religión, los interrogantes fundamentales sobre el significado de la vida. Debería tratar estos temas responsablemente, sin sensacionalismos, con sincera solicitud por el bien de la sociedad y un respeto escrupuloso por la verdad. “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32), dijo Jesús; y toda la verdad tiene su fundamento en Dios, que es también la fuente de nuestra libertad y de nuestras capacidad creativa.
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[13.–] Al cumplir sus propias responsabilidades, la industria televisiva debería desarrollar y observar un código ético que incluya el compromiso de satisfacer las necesidades de las familias y promover valores que apoyen la vida familiar. También los Consejos de los medios de comunicación, formados tanto por miembros de la industria televisiva como por representantes del gran público, son también un camino muy deseable para hacer la televisión más sensible a las necesidades y a los valores de sus audiencias.
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[14.–] Tanto si los canales de la televisión están gestionados por la industria televisiva pública o privada, son un instrumento público al servicio del bien común; no son solamente un “terreno” privado para intereses comerciales o un instrumento de poder o de propaganda para determinados grupos sociales, económicos o políticos; existen para servir al bien de toda la sociedad.
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[15.–] Como “célula” fundamental de la sociedad, la familia merece, por lo tanto, ser atendida y defendida con medidas apropiadas por parte del Estado y de las demás instituciones (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 5). Esto subraya la responsabilidad que incumbe a las autoridades públicas con respeto a la televisión.
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[16.–] Reconociendo la importancia de un libre intercambio de ideas o de información, la Iglesia apoya la libertad de expresión y de prensa (cf. Gaudium et spes, n. 59). Al mismo tiempo, insiste en el hecho de que “debe ser respetado el derecho de cada persona, de las familias y de la sociedad, a la privacidad, a la pública decencia y a la protección de los valores fundamentales de la vida” (Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia en los medios de comunicación: una Respuesta Pastoral, n. 21). Las autoridades públicas son invitadas a fijar y a hacer respetar razonables modelos éticos para la programación, que promuevan los valores humanos y religiosos sobre los que se base la vida familiar y que rechacen todo lo que le es perjudicial. Deberían, además, promover el diálogo entre la industria televisiva y el público, proporcionando estructuras y ocasiones para hacerlo posible.
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[17.–] Los organismos religiosos, por su parte, prestan un excelente servicio a las familias instruyéndolas sobre los medios de comunicación social y ofreciéndoles juicios sobre las películas y programas. Donde los recursos lo permiten, las organizaciones eclesiales de comunicación social pueden también ayudar a las familias, produciendo y transmitiendo programas para las mismas o promoviendo este tipo de programación. Las Conferencias Episcopales y las diócesis deberían insertar constantemente en su programación pastoral para las comunicaciones sociales la “dimensión familiar” de la televisión (cf. Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, Aetatis novae, 21 y 23).
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[18.–] Dado que trabajan para presentar una visión de la vida a un amplio público que comprende niños y adolescentes, los profesionales de la televisión tienen la posibilidad de valerse del ministerio pastoral de la Iglesia, que puede ayudarles a apreciar esos principios éticos y religiosos que confieren pleno significado a la vida humana y familiar: “programas pastorales en condiciones de garantizar una formación permanente, capaz de ayudar a esas mujeres y a esos hombres –muchos de los cuales están sinceramente deseosos de saber y de practicar lo que es justo en el campo ético y moral– y estar cada vez más compenetrados con criterios morales tanto en su vida profesional como en su vida privada” (ibid, n. 19).
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[19.–] La familia, basada en el matrimonio, es una comunión única de personas, constituida por Dios como “núcleo natural y fundamental de la sociedad” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 16, 3). La televisión y los demás medios de comunicación social tienen un poder inmenso para apoyar y reforzar tal comunión en la familia, así como la solidaridad con las demás familias y un espíritu de servicio hacia la sociedad. Agradecida por la contribución que la televisión, en cuanto medio de comunicación, ha dado y puede dar a esa comunión en la familia y entre las familias, la Iglesia –ella misma comunión en la verdad y en el amor de Jesucristo, Palabra de Dios– aprovecha la ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones 1994 para alentar a las familias, a los que trabajan en el ámbito de los medios de comunicación social y a las autoridades públicas, a que cumplan plenamente el noble mandato de apoyar y de reforzar la primera y más vital “célula” de la sociedad: la familia.
[E 54 (1994), 274-275]
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[1.–] In recent decades, television has spearheaded a communications revolution which has profoundly affected family life. Today television is a primary source of news, information and entertainment for countless families, shaping their attitudes and opinions, their values and patterns of behaviour.
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[2.–] Television can enrich family life. It can draw family members closer together and foster their solidarity with other families and with the community at large. It can increase not only their general knowledge but also their religious knowledge, making it possible for them to hear God’s word, to strengthen their religious identity, and to nurture their moral and spiritual life.
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[3.–] Television can also harm family life: by propagating degrading values and models of behaviour, by broadcasting pornography and graphic depictions of brutal violence; by inculcating moral relativism and religious scepticism; by spreading distorted, manipulative accounts of news events and current issues; by carrying exploitative advertising that appeals to base instincts, and by glorifying false visions of life that obstruct the realization of mutual respect, of justice and of peace.
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[4.–] Even when television programmes themselves are not morally objectionable, television can still have negative effects on the family. It can isolate family members in their private worlds, cutting them off from authentic interpersonal relations; it can also divide the family by alienating parents from children and children from parents.
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[5.–] Because the moral and spiritual renewal of the human family as a whole must be rooted in the authentic renewal of individual families, the theme for the 1994 “World Communications Day” –“Television and the Family: Guidelines for Good Viewing”– is especially timely, particularly during this “International Year of the Family”, when the world community is seeking ways to strengthen family life.
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[6.–] In this message, I wish especially to highlight the responsibilities of parents, of the men and women of the television industry, of public authorities, and of those with pastoral and educational duties in the Church. In their hands lies the power to make television an ever more effective medium in helping families to fulfil their role as a force for moral and social renewal.
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[7.–] God has entrusted parents with the grave responsibility of helping their children “to seek the truth from their earliest years and to live in conformity with the truth, to seek the good and promote it” (1). It is therefore their duty to lead their children to appreciate “whatever is true, whatever is honourable, whatever is just, whatever is pure, whatever is lovely, whatever is gracious” (2).
1. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1991, 3, die 8 dec. 1990: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XIII, 2 (1990) 1561.
2. Fil. 4, 8.
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[8.–] Thus, besides being discriminating television viewers themselves, parents should actively help to form in their children viewing habits conducive to sound development, human, moral and religious. Parents should inform themselves in advance about programme content and make a conscious choice on that basis for the good of the family –to watch or not to watch. Reviews and evaluations provided by religious agencies and other responsible groups –together with sound media education programmes– can be helpful in this regard. Parents should also discuss television with their children, guiding them to regulate the amount and quality of their viewing, and to perceive and judge the ethical values underlying particular programmes, because the family is “the privileged means for transmitting the religious and cultural values which help the person to acquire his or her own identity” (3).
3. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1994, 2, die 8 dec. 1993: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVI, 2 (1993) 1414. [1993 12 08/2]
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[9.–] Forming children’s viewing habits will sometimes mean simply turning off the television set: because there are better things to do, because consideration for other family members requires it, or because indiscriminate television viewing can be harmful. Parents who make regular, prolonged use of television as a kind of electronic baby-sitter surrender their role as the primary educators of their children. Such dependence on television can deprive family members of opportunities to interact with one another through conversation, shared activities and common prayer. Wise parents are also aware that even good programmes should be supplemented by other sources of news, entertainment, education and culture.
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[10.–] To guarantee that the television industry will safeguard the rights of the family, parents should express their legitimate concerns to media managers and producers. Sometimes they will find it useful to join with others in associations which represent their interests in relation to the media, to sponsors and advertisers, and to public authorities.
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[11.–] Television personnel –executives and managers, producers and directors, writers and researchers, journalists–, on –camera performers and technical workers– all have serious moral responsibilities to the families that make up such a large part of their audience. In their professional and personal lives, those who work in television should be committed to the family as society’s basic community of life, love and solidarity. Recognizing the influence of the medium in which they work, they should promote sound moral and spiritual values, and avoid “anything that could harm the family in its existence, its stability, its balance and its happiness”, including “eroticism or violence, the defence of divorce or of antisocial attitudes among young people” (4).
4. Pauli VI Nuntius ob diem ad communicationes sociales dicatum pro a. D. 1969, die 7 apr. 1969: Insegnamenti di Paolo VI, VII (1969) 1276.
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[12.–] Television is often required to deal with serious themes: with human weakness and sin, and their consequences for individuals and society; with the failings of social institutions, including government and religion; with weighty questions about the meaning of life. It should treat these subjects responsibly –without sensationalism and with a sincere concern for the good of society, as well as with scrupulous regard for the truth. “The truth shall make you free” (5), Jesus said, and ultimately all truth has its foundation in God, who is also the source of our freedom and creativity.
5. Gv. 8, 32.
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[13.–] In fulfilling its public responsibilities, the television industry should develop and observe a code of ethics which includes a commitment to serving the needs of families and to promoting values supportive of family life. Media councils, with members from both the industry and the general public, are also a highly desirable way of making television more responsive to the needs and values of its audiences.
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[14.–] Whether television channels are under public or private management, they represent a public trust for the service of the common good; they are not the mere private preserve of commercial interests or an instrument of power or propaganda for social, economic or political elites; they exist to serve the well –being of society as a whole.
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[15.–] Thus, as the fundamental “cell” of society, the family deserves to be assisted and defended by appropriate measures of the State and other institutions (6). This points to certain responsibilities on the part of public authorities where television is concerned.
6. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1994, 5, die 8 dec. 1993: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVI, 2 (1993) 1417 s. [1993 12 08/5]
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[16.–] Recognizing the importance of a free exchange of ideals and information, the Church supports freedom of speech and of the press (7). At the same time, she insists that “the rights of individuals, families and society itself to privacy, public decency and the protection of basic values” demand to be respected (8). Public authorities are invited to set and enforce reasonable ethical standards for programming which will foster the human and religious values on which family life is built, and will discourage whatever is harmful. They should also encourage dialogue between the television industry and the public, providing structures and forums to make this possible.
7. Cfr. Gaudium et Spes, 59.
8. Pont. Cons. de Communicationibus Socialibus, Pornografia e violenza nei mezzi di comunicazione: una risposta pastorale, 21. [1989 05 07/21]
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[17.–] Church –related agencies, for their part, render an excellent service to families by offering them media education and film and programme evaluation. Where resources permit, Church communications agencies can also help families by producing and disseminating family –oriented programming, or by promoting such programming. Episcopal Conferences and Dioceses should consistently make the “family dimension” of television part of their pastoral planning for communications (9).
9. Cfr. Pont. Cons. de Communicationibus Socialibus Aetatis Novae, 21-23.
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[18.–] Since television professionals are engaged in presenting a vision of life to a vast audience, which includes children and young people, they can profit from the pastoral ministry of the Church, which can help them to appreciate those ethical and religious principles which give full meaning to human and family life. “Typically, pastoral programmes of this sort should include ongoing formation which will help these men and women –many of whom sincerely wish to know and to do what is ethically and morally right– to integrate moral norms ever more fully into their professional work as well as their private lives” (10).
10. Cfr. Pont. Cons. de Communicationibus Socialibus Aetatis Novae, 19.
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[19.–] The family, founded on marriage, is a unique communion of persons which God has made the “natural and fundamental group unit of society” (11). Television and the other communications media have immense power to sustain and strengthen such communion within the family, as well as solidarity with other families and a spirit of service to society. Grateful for the contribution to such communion within the family and among families which television as a communications medium has made and can make, the Church –herself a communion in the truth and love of Jesus Christ, the Word of God– takes the occasion of World Communications Day 1994 to encourage families themselves, media personnel and public authorities to realize to the full their noble calling to strengthen and promote society’s first and most vital community, the family.
[Insegnamenti GP II, 17/1, 183-188]
11. Dichiarazione Universale dei Diritti Umani”, art. 16, 3.