[1535] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FUNCIÓN DE LA FAMILIA EN LA FORMACIÓN Y EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Del Discurso With great pleasure, a los Obispos de las Antillas, en la visita ad limina, 29 enero 1994
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3. El papel de las familias sólidas y unidas en la construcción de la cultura de la solidaridad es insustituible. El verano pasado, en Kingston, no pude menos de hablar sobre la importancia de la familia. Destaqué que en un ambiente en el que formas sistemáticas de explotación, como la esclavitud, han contribuido a crear modelos de irresponsabilidad sexual, los esposos y las esposas cristianos tienen el deber urgente de disipar las tinieblas del pecado y del egoísmo con su fidelidad recíproca durante toda la vida y con su compromiso en favor de los hijos nacidos de su unión (cf. Homilía en Kingston, 10 de agosto de 1993, n. 6). De esta manera, testimonian la verdad, según la cual la persona sólo puede encontrarse a sí misma mediante su entrega sincera (cf. Gaudium et spes, 24).
Los esposos se entregan mutuamente en el matrimonio conforme a la naturaleza de su identidad sexual. En su condición de esposa y madre, la mujer descubre y desarrolla su femineidad por medio de una profunda comunión de amor con su esposo, y educando a sus hijos, que reciben, desde el primer momento de su vida, sus energías mentales y psíquicas (cf. Mulieris dignitatem, 18 y 29-30). El esposo realiza y perfecciona su masculinidad, ofreciendo completamente todo lo que es y tiene a su espo sa y a sus hijos, y cumpliendo generosamente su responsabilidad de asegurar el bienestar de todos ellos (cf. Familiaris consorcio, 25). Cuando tantas voces procuran inducir a las personas hacia una falsa comprensión de lo que son y de dónde reside su felicidad, es más importante que nunca que nosotros, los pastores, digamos la verdad: la medida real del éxito de una pareja y el camino de su plena realización consisten en que cada uno se sienta responsable del bienestar espiritual y material del cónyuge y de sus propios hijos.
Vuestro compromiso en la proclamación de estas y otras verdades que forman parte de la enseñanza de la Iglesia sobre la familia es una respuesta indispensable a la crisis que afecta a la vida familiar en las Antillas. El número de niños que nacen fuera del matrimonio y el aumento de la práctica del aborto y del divorcio, son signos preocupantes de las dificultades que hay que afrontar. Estos serios problemas se ven agravados por el desempleo, el aumento del consumo de drogas y la difusión de una moral materialista y egocéntrica. Al considerar la catequesis y la formación de la vida familiar como una prioridad del programa pastoral y un punto constante de referencia para la actividad de cada parroquia, vosotros y vuestros colaboradores proporcionaréis los medios para revitalizar la célula fundamental de la comunidad cristiana y de toda la sociedad en el Caribe. Confío en que el Catecismo de la Iglesia católica sea para vosotros un instrumento providencial con vistas a una evangelización y una renovación eclesial más profundas. Una sólida educación en la fe proporcionará también a los fieles la ayuda que necesitan para afrontar el desafío apremiante que lanza la difusión cada vez mayor de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos.
La renovación de la familia supone necesariamente el fortalecimiento de muchos otros elementos de la vida eclesial. ¿Puede haber un progreso real en el restablecimiento de la integridad del matrimonio cristiano, misterio de comunión de amor, sin que los esposos y los hijos participen del misterio de la comunión trinitaria a través de la sagrada Eucaristía? Si la participación en la liturgia es escasa, ¿no es esto causa y efecto de una vida familiar inestable? Si la Iglesia doméstica está en crisis, ¿no se debe a que muchos miembros de la Iglesia local carecen de la disposición necesaria para que la sagrada liturgia pueda “asegurar esta plena eficacia” (Sacrosanctum concilium, 11)?
[E 54 (1994), 328-329]
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3. The role of strong and united families in building up a culture of solidarity is irreplaceable. In Kingston last summer, I could not fail to speak about the importance of the family. I pointed out that in a context where systematic forms of exploitation such as slavery had helped to engender patterns of sexual irresponsibility, Christian husbands and wives have a pressing duty to dispel the darkness of sin and selfishness by their life-long fidelity to each other and by their commitment to the children conceived through their union (1). In this way they witness to the truth that it is only through a sincere gift of self that a person can find himself (2).
In marriage the spouses make this gift of self according to the character of their sexual identity. As wife and mother, the woman reveals and develops her femininity in a deep communion of love with her husband and in nurturing the children who from the first moment of their existence absorb her mental and physical energies (3). The husband finds and perfects his masculinity by completely entrusting all that he is and has to his wife and children, and by exercising generous responsibility for their well-being (4). When so many voices seek to beguile people into a false understanding of who they are and where their happiness lies, it is more important than ever that we Pastors speak the truth: the real measure of a couple’s success and the path to their fulfilment lies in whether or not they hold themselves accountable for the spiritual and material welfare of each other and of their children.
Your commitment to the proclamation of these and the other truths that make up the Church’s teaching about the family is an indispensable response to the crisis affecting family life in the Antilles. The number of children born out of wedlock, the growing practice of abortion and an increase in divorce are disturbing signs of the difficulties to be faced. These serious problems are made even worse by unemployment, the spread of drug abuse and the diffusion of a materialistic self-centred morality. By making catechesis and formation for family life a priority in all pastoral planning and a constant point of reference in the activity of every parish, you and your co-workers will provide the means to reinvigorate the fundamental cell of the Christian community and of the whole of society in the Caribbean. I am confident that you will find the “Catechism of the Catholic Church” to be a providential instrument for a deeper evangelization and ecclesial renewal. Sound education in the faith will likewise provide the faithful with much needed help in responding to the pressing challenge posed by the growth of sects and new religious movements.
The renewal of the family necessarily entails the strengthening of many other elements of ecclesial life. Can there be any real progress in restoring the integrity of Christian marriage, a mystery of loving communion, unless spouses and children share in the mystery of Trinitarian communion through the Holy Eucharist? If liturgical participation is sometimes weak, is this not both cause and effect of a weak family life? If the “domestic church” is in crisis, will not many members of the local Church lack those dispositions necessary for the sacred liturgy to be able to “produce its full effect” (5)?
[AAS 86 (1994), 953-954]
1. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Homilia in stadio urbis “Kingston” habita, 6, die 10 aug. 1993: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVI, 2 (1993) 413s. [1993 08 10/6]
2. Gaudium et Spes, 24.
3. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Mulieris Dignitatem, 18.29-30. [1988 08 15/18,29-30]
4. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 25. [1981 11 22/25]
5. Sacrosanctum Concilium, 11.