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[1587] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, PARTÍCIPE DE LA VIDA Y MISIÓN DE LA IGLESIA
Mensaje La Chiesa, en la Jornada Misionera Mundial, 22 mayo 1994
1994 05 22 0001
1. La Iglesia, enviada a todo el mundo para anunciar el Evangelio de Cristo, ha dedicado a la familia el año 1994, rezando con ella y por ella, y reflexionando sobre las problemáticas que le afectan. También en el presente Mensaje anual con motivo de la Jornada Misionera Mundial deseo referirme a este tema, consciente como soy de la estrecha relación que existe entre la misión de la Iglesia y de la familia.
Cristo mismo eligió a la familia humana como ámbito de su encarnación y de la preparación para la misión que le había sido encomendada por el Padre celestial. Él, además, fundó una nueva familia, la Iglesia, como prolongación de su universal acción de salvación. Iglesia y familia, pues, en la perspectiva de la misión de Cristo, manifiestan lazos mutuos y finalidades convergentes. Si todo cristiano es corresponsable de la actividad misionera, constitutiva de la familia eclesial, a la cual, por gracia de Dios, todos pertenecemos (cfr. Redemptoris missio, 77), con mayor razón impulsada por el afán misionero debe sentirse la familia cristiana, que se apoya sobre un específico sacramento.
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2. El amor de Cristo que consagra el pacto conyugal es también el fuego siempre ardiente que impulsa la evangelización. Todo miembro de la familia, en sintonía con el Corazón del Redentor, está invitado a comprometerse por todos los hombres y las mujeres del mundo, manifestando “la solicitud tanto por los que están lejos como por los que están cerca” (Redemptoris missio, 77).
Es este amor el que impulsa a los misioneros a anunciar con celo la Buena Nueva “a las gentes” y a dar su testimonio con la entrega de sí mismos, a veces, hasta llegar a la suprema señal del martirio. Objetivo único del misionero es el anuncio del Evangelio a fin de edificar una comunidad que sea prolongación de la familia de Dios y “fermento” para el crecimiento del Reino de Dios y para la promoción de los más altos valores del hombre (cfr. ibid., 34). Trabajando por Cristo y con Cristo, el misionero se afana por una justicia, por una paz, por un desarrollo no ideológicos, sino reales, contribuyendo así a construir la civilización del amor.
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3. El Concilio Vaticano II ha querido reafirmar fuertemente el concepto preferido por la tradición de los Padres de la Iglesia según el cual la familia cristiana, constituida mediante la gracia sacramental, refleja el misterio de la Iglesia en la dimensión doméstica (cfr. Lumen gentium, 11). La Santísima Trinidad habita en la familia fiel, la cual, en virtud del Espíritu, participa de la solicitud de toda la Iglesia por la misión, contribuyendo a la animación y a la cooperación misionera.
Es oportuno subrayar que los dos santos Patronos de las misiones, al igual que muchos operarios del Evangelio, han gozado en su niñez de un ambiente familiar verdaderamente cristiano. San Francisco Javier reflejó en la vida misionera la generosidad, la lealtad y el profundo espíritu religioso que había experimentado en el seno de su familia y especialmente junto a la madre. Santa Teresa del Niño Jesús, por su parte, señala con su característica sencillez: “Durante toda la vida el buen Dios ha querido rodearme de amor: mis primeros recuerdos están llenos de las caricias y de las sonrisas más tiernas” (Historia de un alma, Manuscrito A, f. 4v.)
La familia participa de la vida y de la misión eclesial según una triple acción evangelizadora: en su mismo seno, en la comunidad a la que pertenece y en la Iglesia universal. El sacramento del matrimonio, en efecto, “‘constituye a los cónyuges y a los padres cristianos en testigos de Cristo hasta los últimos confines de la tierra’, en verdaderos y propios ‘misioneros’ del amor y de la vida” (Familiaris consortio, 54).
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4. La familia es misionera, ante todo, con la oración cristiana, la oración familiar debe incluir también la dimensión misionera para que sea eficaz en la evangelización. Por esta razón los misioneros, según la lógica evangélica, sienten la necesidad de solicitar constantemente oraciones y sacrificios como ayuda valiosísima para su labor evangelizadora.
Orar con espíritu misionero implica varios aspectos, entre los cuales es preeminente la contemplación de la acción de Dios, que nos salva por medio de Jesucristo. La oración se convierte así en una sincera acción de gracias por la evangelización que ya nos ha alcanzado y que continúa difundiéndose en el mundo entero; al mismo tiempo, la oración se convierte en invocación al Señor para que haga de nosotros instrumentos dóciles de su voluntad, concediéndonos los medios morales y materiales para la construcción de su Reino.
Complemento inseparable de la oración es, además, el sacrificio, tanto más eficaz cuanto más generoso. De valor inestimable es el sufrimiento de los inocentes, de los enfermos, de los pacientes, de los que sufren opresión o violencia, es decir, de aquellos que están unidos de forma especial, en el camino de la Cruz, a Jesús redentor de todo hombre y de todo el hombre.
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5. Opiniones y acontecimientos, problemas y conflictos, éxitos y fracasos del mundo entero, gracias a la acción persuasiva de los instrumentos de comunicación social, ejercen una notable influencia sobre las familias. Los padres, por tanto, ejercen un papel específico propio cuando, comentando, junto a los hijos, las noticias, las informaciones y las opiniones, reflexionan de forma ponderada sobre todo lo que los medios de comunicación permiten que entre en sus hogares y se comprometen también en acciones concretas.
La familia, de esta forma, corresponde también a la función más verdadera de la comunicación social, que consiste en promover la comunión y el desarrollo de la familia humana (cfr. Communio et progressio, l’Aetatis novae, 6-11). Semejante objetivo necesariamente tiene que ser compartido por todo apóstol del Evangelio, que lo persigue, a la luz de la fe, en la perspectiva de la civilización del amor.
Pero la acción en el delicado y complejo ámbito de los medios de comunicación social supone notables inversiones de capacidades humanas y de medios económicos. Doy las gracias a todos los que contribuyen con generosidad a fin de que, entre los innumerables mensajes que recorren el planeta, no falte la voz, suave, pero firme, de quien anuncia a Cristo, salvación y esperanza para todo hombre.
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6. La expresión más sublime de generosidad es el don integral de sí. Con motivo de la Jornada Misionera considero necesario dirigirme de forma particular a los jóvenes. ¡Queridísimos! El Señor os ha dado un corazón abierto a grandes horizontes: ¡no temáis comprometer totalmente vuestra vida en el servicio de Cristo y de su Evangelio! Ecuchadle mientras que repite también hoy: “La mies es mucha y los obreros pocos” (Lc 10, 2).
Me dirijo, además, a vosotros padres. ¡Que jamás disminuya en vuestros corazones la fe y la disponibilidad, cuando el Señor tenga a bien bendeciros llamando a un hijo o a una hija a un servicio misionero! Actuad de suerte que esta llamada sea preparada con la oración familiar, con una educación rica de impulso y de entusiasmo, con el ejemplo cotidiano de la atención a los demás, con la participación en las actividades parroquiales y diocesanas, con el compromiso en el asociacionismo y en el voluntariado.
La familia que cultiva el espíritu misionero en la forma de plantear el estilo de vida y la misma educación, prepara el buen terreno para la semilla de la divina llamada y refuerza, al mismo tiempo, los lazos efectivos y las virtudes cristianas de sus miembros.
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7. Que María Santísima, Madre de la Iglesia, y San José, su esposo, invocados con confianza por todas las familias cristianas, consigan que en toda comunidad doméstica se desarrolle durante todo este año el espíritu misionero, a fin de que toda la Humanidad llegue a ser “en Cristo la familia de los hijos de Dios” (Gaudium et spes, 92).
Con este auspicio invoco sobre los misioneros esparcidos por el mundo como también sobre toda familia cristiana, de forma especial sobre las familias comprometidas en el anuncio del Evangelio, los dones del divino Espíritu, en prenda de los cuales a todos imparto la bendición apostólica.
[E 54 (1994), 1344-1345]
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1. La Chiesa, mandata in tutto il mondo ad annunciare il Vangelo di Cristo, ha dedicato il 1994 alla Famiglia, pregando con essa e per essa, e riflettendo sulle problematiche che la riguardano. Anche nel presente Messaggio annuale per la Giornata Missionaria Mondiale desidero riferirmi a questo tema, consapevole come sono dello stretto rapporto che intercorre tra la missione della Chiesa e la famiglia.
Cristo stesso ha scelto la famiglia umana come ambito della sua incarnazione e della preparazione alla missione affidatagli dal Padre celeste. Egli, inoltre, ha fondato una nuova famiglia, la Chiesa, quale prolungamento della sua universale azione di salvezza. Chiesa e famiglia, quindi, nella prospettiva della missione di Cristo, manifestano vicendevoli legami e convergenti finalità. Se ogni cristiano è corresponsabile dell’attività missionaria, costitutiva della Famiglia ecclesiale alla quale, per grazia di Dio, tutti apparteniamo (2), a maggior ragione sollecitata dall’anelito missionario deve sentirsi la famiglia cristiana, che poggia su di uno specifico sacramento.
2. Cfr. Redemptoris missio, 77.
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2. L’amore di Cristo che consacra il patto coniugale è anche il fuoco sempre ardente che sospinge l’evangelizzazione. Ogni membro della famiglia, in sintonia con il Cuore del Redentore, è invitato ad impegnarsi per tutti gli uomini e le donne del mondo, manifestando “la sollecitudine per coloro che sono lontani, come per quelli che sono vicini” (3).
È questo amore che spinge i missionari ad annunciare con zelo e perseveranza la Buona Notizia “alle genti” e a darne testimonianza con il dono di se stessi, talvolta sino al supremo segno del martirio. Scopo unico del missionario è l’annuncio del Vangelo al fine di edificare una comunità che sia estensione della famiglia di Gesù Cristo e “lievito” per la crescita del Regno di Dio e per la promozione dei più alti valori dell’uomo (4). Lavorando per Cristo e con Cristo, egli opera per una giustizia, per una pace, per uno sviluppo non ideologici, ma reali contribuendo così a costruire la civiltà dell’amore.
3. Ivi, 77.
4. Cfr. Ivi, 34.
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3. Il Concilio Vaticano II ha voluto fortemente riaffermare il concetto –caro alla tradizione dei Padri della Chiesa– secondo il quale la famiglia cristiana, costituita con la grazia sacramentale, riflette il mistero della Chiesa nella dimensione domestica (5). La Santissima Trinità abita nella famiglia fedele, la quale, in virtù dello Spirito, partecipa alla sollecitudine della Chiesa intera per la missione, contribuendo all’animazione ed alla cooperazione missionaria.
È opportuno sottolineare come i due santi Patroni delle missioni, al pari di tanti operai del Vangelo, abbiano goduto nella loro fanciullezza di un ambiente familiare veramente cristiano. San Francesco Saverio riflettè nella vita missionaria la generosità, la lealtà e il profondo spirito religioso di cui aveva fatto esperienza all’interno della sua famiglia e specialmente accanto alla madre. Santa Teresa di Gesù Bambino, per parte sua, annota con la caratteristica semplicità: “Per tutta la vita il buon Dio ha voluto circondarmi di amore: i miei primi ricordi sono pieni delle carezze e dei sorrisi più teneri!” (6).
La famiglia partecipa alla vita e alla missione ecclesiale secondo una triplice azione evangelizzatrice: al suo stesso interno, nella comunità di appartenenza e nella Chiesa universale. Il sacramento del matrimonio, infatti, “costituisce i coniugi e i genitori cristiani testimoni di Cristo “fino agli estremi confini della terra”, veri e propri “missionari” dell’amore e della vita” (7).
5. Cfr. Lumen gentium, 11.
6. Storia di un’anima, Manoscritto A, f. 4v.
7. Familiaris consortio, 54. [1981 11 22/54]
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4. La famiglia è missionaria anzitutto con la preghiera e col sacrificio. Come ogni orazione cristiana, quella familiare deve includere anche la dimensione missionaria, così da essere efficace per l’evangelizzazione. Per tale ragione i missionari, secondo la logica evangelica, sentono la necessità di sollecitare costantemente preghiere e sacrifici come aiuto validissimo per la loro opera evangelizzatrice.
Pregare con spirito missionario comporta vari aspetti, tra i quali è preminente la contemplazione dell’azione di Dio, che ci salva per mezzo di Gesù Cristo. La preghiera diventa così un vivo ringraziamento per l’evangelizzazione che ci ha già raggiunto e che prosegue diffondendosi nel mondo intero; al tempo stesso, essa si fa invocazione al Signore affinchè faccia di noi strumenti docili della sua volontà, concedendoci i mezzi morali e materiali indispensabili per la costruzione del suo Regno.
Complemento inseparabile dell’orazione è poi il sacrificio, tanto più efficace quanto più generoso. Di valore inestimabile è la sofferenza degli innocenti, degli infermi, dei malati, di quanti patiscono oppressione e violenza, di coloro cioè che sono uniti in modo speciale, sulla via della Croce, a Gesù redentore di ogni uomo e di tutto l’uomo.
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5. Opinioni e avvenimenti, problemi e conflitti, successi e fallimenti del mondo intero, grazie all’azione persuasiva propria degli strumenti di comunicazione sociale, esercitano una notevole influenza sulle famiglie. I genitori, pertanto, svolgono un loro specifico ruolo quando, commentando insieme ai figli le notizie, le informazioni e le opinioni, riflettono in modo maturo su quanto i mezzi di comunicazione fanno entrare nelle loro case e si impegnano anche in azioni concrete.
La famiglia, in tal modo, corrisponde anche alla funzione più vera della comunicazione sociale, che consiste nel promuovere la comunione e lo sviluppo della famiglia umana (8). Un simile obiettivo non può che essere condiviso da ogni apostolo del Vangelo, che lo persegue, alla luce della fede, nella prospettiva della civiltà dell’amore.
Ma l’azione nel delicato e complesso ambito dei mass media comporta notevoli investimenti di capacità umane e di mezzi economici. Ringrazio quanti contribuiscono con generosità affinchè, tra gli innumerevoli messaggi che percorrono il pianeta, non manchi la voce, mite ma ferma, di chi annuncia Cristo, salvezza e speranza per ogni uomo.
8. Cfr. Communio et progressio; cfr. anche Aetatis novae, 6-11.
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6. L’espressione più alta di generosità è il dono integrale di sè. In occasione della Giornata Missionaria non posso fare a meno di rivolgermi in modo particolare ai giovani. Carissimi! Il Signore vi ha dato un cuore aperto a grandi orizzonti: non temete di impegnare interamente la vostra vita nel servizio di Cristo e del suo Vangelo! Ascoltatelo mentre ripete anche oggi: “La messe è molta, ma gli operai sono pochi” (9).
Mi rivolgo, inoltre, a voi genitori. Mai venga meno nei vostri cuori la fede e la disponibilità, quando il Signore vorrà benedirvi chiamando un figlio o una figlia ad un servizio missionario. Sappiate rendere grazie! Fate anzi in modo che questa chiamata sia preparata con la preghiera familiare, con un’educazione ricca di slancio e di entusiasmo, con l’esempio quotidiano dell’attenzione agli altri, con la partecipazione alle attività parrocchiali e diocesane, con l’impegno nell’associazionismo e nel volontariato.
La famiglia, che coltiva lo spirito missionario nel modo d’impostare lo stile di vita e la stessa educazione, prepara il buon terreno per il seme della divina chiamata e rafforza, al tempo stesso, i vincoli affettivi e le virtù cristiane dei suoi membri.
9. Lc. 10, 2.
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7. Maria santissima, Madre della Chiesa, e San Giuseppe, suo sposo, invocati con fiducia da tutte le famiglie cristiane, ottengano che in ogni comunità domestica si sviluppi durante tutto quest’anno lo spirito missionario, affinchè l’intera umanità diventi “in Cristo la famiglia dei figli di Dio” (10).
Con tale auspicio invoco sui missionari sparsi nel mondo come pure su ogni famiglia cristiana, in modo speciale su quelle impegnate nell’annuncio del Vangelo, i doni del divino Spirito, in pegno dei quali a tutti imparto la benedizione apostolica.
[AAS 87 (1995), 272-276]
10. Gaudium et spes, 92.