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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1601] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA APERTURA DEL AMOR CONYUGAL A LA VIDA

Saludo en el rezo del Ángelus, 17 julio 1994

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1. Hoy deseo atraer vuestra atención sobre otro aspecto fundamental del amor conyugal; su intrínseca apertura a la vida. Lo subraya el Catecismo de la Iglesia Católica cuando pone de relieve que el amor conyugal “tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento” (CIC, n. 2.366).

Es de fundamental importancia comprender la grandeza misteriosa de este hecho. Como escribí en la Carta a las familias, “en la paternidad y en la maternidad humanas Dios mismo está presente. [...] En realidad, sólo de Dios puede provenir esa imagen y semejanza que es propia del ser humano, como ocurrió en la creación. La generación es la continuación de la creación” (n. 9).

Ciertamente. este discurso tiene una particular resonancia para los creyentes. Pero su valor es reconocible también por la simple razón de que, en el milagro de la vida humana naciente, esta razón se ve impulsada a reconocer algo que va mucho más allá de un puro hecho biológico. En la generación de la vida humana, la biología postula su misma superación. Y eso no puede dejar de tener implicaciones también en el plano ético: no se puede considerar lo que se refiere a la generación de la vida humana como si se tratase de un puro hecho biológico, susceptible de cualquier manipulación.

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2. Es en esta base fundamental antropológica y ética en la que se apoya la doctrina eclesial de la “paternidad y maternidad responsables”. Desgraciadamente, sobre este punto el pensamiento católico está frecuentemente equivocado, como si la Iglesia sostuviese una ideología de la fecundidad a ultranza, estimulando a los cónyuges a procrear sin discernimiento alguno y sin proyecto. Pero basta una atenta lectura de los pronunciamientos del Magisterio para constatar que no es así.

En realidad, en la generación de la vida, los esposos realizan una de las dimensiones más altas de su vocación: son colaboradores de Dios. Precisamente por eso están obligados a un comportamiento extremadamente responsable. A la hora de decidir si quieren generar, o no, deben dejarse guiar no por el egoísmo ni por la ligereza, sino por una generosidad prudente y consciente que valore las posibilidades y las circunstancias, y sobre todo que sepa poner en el centro el bien mismo del nasciturus. Por lo tanto, cuando existen motivos para no procrear, ésta es una opción, no sólo lícita, sino que podría ser obligatoria. Queda también el deber, sin embargo, de realizarla con criterios y métodos que respeten la verdad total del encuentro conyugal en su dimensión unitiva y procreativa, como ha sido sabiamente regulada por la misma naturaleza en sus ritmos biológicos. Éstos pueden ser ayudados y valorizados, pero no “violentados” con intervenciones artificiales.

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3. Pidamos a María Santísima el don de la sabiduría del corazón, tan necesario para ver claro en esta delicada materia, particularmente expuesta a las desviaciones de una cultura hedonista y permisiva. Que ella ilumine a los cónyuges para que vivan con gran sentido de responsabilidad su servicio a la vida y haga de las familias verdaderos “santuarios de la vida”.

[E 54 (1994), 1207]