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[1605] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO, CAMINO DE SANTIDAD Y APOSTOLADO
Alocución Abbiamo sottolineato, en la Audiencia General, 3 agosto 1994
1994 08 03 0001
1. Hemos puesto de relieve el papel de la mujer en la Iglesia. Obviamente, no es menos importante la misión del hombre. La Iglesia tiene necesidad de la colaboración de ambos para el cumplimiento de su misión. El ámbito fundamental en el que se manifiesta esta colaboración es la vida matrimonial, la familia que es “la primera expresión original de la dimensión social de la persona” (CL, 40).
El Concilio Vaticano II, al reconocer “en los diversos géneros de vida y en las diversas misiones una única santidad”, cita expresamente el camino del matrimonio como camino de santidad: “los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben ayudarse el uno al otro en la gracia con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y educar en la doctrina cristiana a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, construyen una fraternidad de caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella” (Lumen gentium, 41).
Dos son, pues, los aspectos esenciales de la vida del matrimonio y de la familia: la santificación en la unión de amor fiel, y la santificación en la fecundidad, con el cumplimiento de la misión de educar cristianamente a la prole.
Hoy queremos reflexionar sobre el camino de santidad que es propio de los cristianos casados, y por ello de una gran parte de los fieles. Es un camino importante, dificultado hoy por el influjo de algunas corrientes de pensamiento, alimentadas por el hedonismo que se extiende por toda la sociedad.
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2. Recordemos aquella hermosa afirmación del Concilio según la cual el camino del matrimonio es camino de santidad, porque está destinado a ser “señal y participación de aquel amor con el que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella”.
Según esta visión eclesiológica el amor de Cristo es fuente y fundamento del amor que une a los esposos. Conviene subrayar que se trata del verdadero amor conyugal, y no solamente de un impulso instintivo. Hoy la sexualidad es exaltada frecuentemente hasta llegar a ofuscar la naturaleza profunda del amor. Ciertamente, también la vida sexual tiene un valor propio y real, que no puede ser minimizado, pero se trata de un valor limitado, que no es suficiente para construir la unión matrimonial, que se fundamenta por su naturaleza en el compromiso total de la persona. Toda sana psicología y filosofía del amor está de acuerdo sobre este punto. También la doctrina cristiana ilustra las cualidades del amor unitivo de las personas y proyecta sobre el mismo una luz superior, elevándolo –en virtud del sacramento– al nivel de la gracia y de la comunicación del amor divino por parte de Cristo.
En este sentido San Pablo dice del matrimonio: “este misterio es grande” (Ef 5, 32), en relación con Cristo y con la Iglesia. Este misterio teológico se encuentra para el cristiano en la raíz de la ética del matrimonio, del amor conyugal y de la misma vida sexual: “vosotros, los maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25).
La gracia y el vínculo sacramental son causa de que, como señal y participación del amor de Cristo-Esposo, la vida conyugal sea, para los esposos cristianos, el camino de la santificación y, al mismo tiempo, para la Iglesia un incentivo eficaz para reavivar la comunión de amor que la caracteriza. Como dice el Concilio, los cónyuges “edifican una fraternidad de caridad” (LG, 41).
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3. El Concilio detalla y explica las exigencias de este noble amor de los cónyuges cristianos. Afirmando que deben apoyarse mutuamente, pone de relieve el carácter altruista de su amor: un amor que se concreta en el recíproco apoyo y en la generosa entrega. Al hablar de un “constante amor... para toda la vida”, el Concilio llama la atención sobre la fidelidad como compromiso que se fundamenta en la fidelidad absoluta de Cristo Esposo. La invitación a este compromiso, necesario siempre, lo es en máximo grado. frente a uno de los grandes males de la sociedad moderna, la extendida plaga de los divorcios, con las graves consecuencias que de dicha plaga se derivan para los mismos esposos y para los hijos.
Con el divorcio, marido y mujer se infligen a sí mismos una profunda herida, faltando a la propia palabra y rompiendo un vínculo vital. Al mismo tiempo, perjudican a los hijos. ¡Cuantos niños sufren por el alejamiento de uno u otro de los padres! Es necesario repetir a todos que Jesucristo, con su amor absolutamente fiel, da a los esposos cristianos la fuerza de la fidelidad y los capacita para resistir a la tentación, hoy tan extendida y atractiva, de la separación.
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4. Es necesario también recordar que, dado que el amor de Cristo Esposo hacia la Iglesia es un amor redentor, el amor de los cónyuges cristianos se convierte en participación activa en la redención.
La redención está vinculada a la Cruz, y esto ayuda a comprender el significado de las pruebas, de las que, ciertamente, no se ve libre a vida del matrimonio, pero que en el plano divino están destinadas a consolidar el amor y a procurar una fecundidad más grande a la vida conyugal. Lejos de prometer a sus seguidores que se unen en matrimonio un paraíso terrenal, Jesucristo les ofrece la posibilidad y la vocación de recorrer con un itinerario que, a través de dificultades y sufrimientos, refuerza su unión y los conduce a una alegría más grande, como demuestra la experiencia de tantos matrimonios cristianos, incluso en nuestro tiempo.
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5. Ya el cumplimiento de su misión procreadora contribuye a la santificación de la vida conyugal como hemos observado a propósito de la maternidad: el amor de los cónyuges, que no se encierra en sí mismo, sino que según el impulso y la ley de la naturaleza se abre a nuevas vidas, se convierte, con la ayuda. de la gracia divina, en un ejercicio de caridad santa y santificadora, mediante el cual los cónyuges contribuyen al crecimiento de la Iglesia.
Lo mismo sucede en el cumplimiento, de la tarea educativa, que es un deber vinculado con la misma procreación. Como dice el Concilio Vaticano II, los cónyuges cristianos deben “instruir en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas” (LG, 41) a sus hijos. Es el apostolado más esencial en el ámbito de la familia. Esta obra de formación espiritual y moral de los hijos santifica al mismo tiempo a los padres, que reciben, ellos mismos, el beneficio de la renovación y profundización de su fe, como demuestra frecuentemente la experiencia de las familias cristianas.
Una vez más podemos concluir que la vida conyugal es camino de santidad y de apostolado. Por ello esta catequesis sirve también para profundizar nuestra visión de la familia tan importante en este año que es para la Iglesia y para el mundo el Año de la familia.
[E 54 (1994), 1258-1259]
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1. Abbiamo sottolineato il ruolo della donna nella Chiesa. Ovviamente, non meno importante è il compito dell’uomo. La Chiesa ha bisogno della collaborazione di entrambi per l’adempimento della sua missione. L’ambito fondamentale in cui questa collaborazione si manifesta è la vita matrimoniale, la famiglia, che è “la prima originaria espressione della dimensione sociale della persona” (1).
Il Concilio Vaticano II, riconoscendo “nei vari generi di vita e nei vari uffici un’unica santità”, cita espressamente la via del matrimonio come via di santità: “I coniugi e i genitori cristiani, seguendo la loro propria via, devono con costante amore sostenersi a vicenda nella grazia per tutta la vita, e istruire nella dottrina cristiana e nelle virtù evangeliche la prole che hanno con amore ricevuta da Dio. Così offrono a tutti l’esempio di un amore instancabile e generoso, edificano una fraternità di carità e diventano i testimoni e i cooperatori della fecondità della madre Chiesa, in segno e in partecipazione di quell’amore col quale Cristo ha amato la sua sposa e ha dato se stesso per lei” (2).
Due sono, dunque, gli aspetti essenziali della via della coppia e della famiglia: la santificazione nell’unione d’amore fedele, e la santificazione nella fecondità, con l’adempimento del compito di educare cristianamente la prole.
Oggi vogliamo riflettere sulla via di santità che è propria dei cristiani sposati, e perciò della gran parte dei fedeli. È una via importante, ma scossa oggi dall’influsso di alcune correnti di pensiero, alimentate dall’edonismo dilagante in tutta la società.
1. Christifideles laici, 40. [1988 12 30/40]
2. Lumen gentium, 41. [1964 11 21c/41]
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2. Riprendiamo quella bella affermazione del Concilio secondo la quale la via del matrimonio è via di santità, perchè è destinata ad essere “segno e partecipazione di quell’amore col quale Cristo ha amato la sua sposa e ha dato se stesso per lei”.
Secondo questa visione ecclesiologica, l’amore di Cristo è fonte e fondamento dell’amore che unisce gli sposi. Conviene sottolineare che si tratta del vero amore coniugale, e non soltanto di un impulso istintivo. Oggi la sessualità è spesso esaltata al punto da offuscare la natura profonda dell’amore. Certo, anche la vita sessuale ha un proprio reale valore, che non può essere sottovalutato, ma si tratta di un valore limitato, che non basta a fondare l’unione matrimoniale, poggiante per sua natura sulltotale della persona. Ogni sana psicologia e filosofia dell’amore è d’accordo su questo punto. Anche la dottrina cristiana mette in luce le qualità dell’amore unitivo delle persone, e proietta su di esso una luce superiore, elevandolo –in virtù del sacramento– al livello della grazia e della comunicazione dell’amore divino da parte di Cristo.
In questo senso san Paolo dice del matrimonio: “Questo mistero è grande” (3), in relazione a Cristo e alla Chiesa. Questo mistero teologico è per il cristiano alla radice dell’etica del matrimonio, dell’amore coniugale e della stessa vita sessuale: “E voi, mariti, amate le vostre mogli come Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei” (4).
La grazia e il vincolo sacramentale fanno sì che, come segno e partecipazione dell’amore di Cristo-Sposo, la vita coniugale sia, per gli sposi cristiani, la via della santificazione e, nello stesso tempo, per la Chiesa un incentivo efficace a ravvivare la comunione d’amore che la caratterizza. Come dice il Concilio, i coniugi “edificano una fraternità di carità” (5).
3. Ef. 5, 32.
4. Ef. 5, 25.
5. LG. 41. [1964 11 21ª/41]
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3. Il Concilio enuncia e spiega le esigenze di questo nobile amore dei coniugi cristiani. Affermando che essi devono sostenersi a vicenda, sottolinea il carattere altruistico del loro amore: un amore che si concretizza nel reciproco sostegno e nella generosa dedizione. Parlando di un “costante amore... per tutta la vita”, il Concilio attira l’attenzione sulla fedeltà come impegno che si fonda sulla fedeltà assoluta di Cristo Sposo. Il richiamo a questo impegno, necessario sempre, lo è massimamente di fronte a uno dei grandi mali della società contemporanea, la diffusa piaga dei divorzi, con le gravi conseguenze che ne derivano per gli sposi stessi e per i loro figli.
Con il divorzio, marito e moglie infliggono a se stessi una ferita profonda, venendo meno alla propria parola, rompendo un legame vitale. Allo stesso tempo, nuocciono ai figli. Quanti bambini soffrono per l’allontanamento dell’uno o dell’altro genitore! Bisogna ripetere a tutti che Gesù Cristo, con il suo amore assolutamente fedele, dà agli sposi cristiani la forza della fedeltà e li rende capaci di resistere alla tentazione, oggi così diffusa e seducente, della separazione.
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4. Bisogna anche ricordare che, siccome l’amore di Cristo-Sposo verso la Chiesa è un amore redentivo, l’amore dei coniugi cristiani diventa partecipazione attiva alla redenzione.
La redenzione è legata alla Croce: e questo aiuta a capire e a valorizzare il significato delle prove, che non sono certo risparmiate alla vita della coppia, ma che nel piano divino sono destinate a fortificare l’amore e a procurare una fecondità più grande alla vita coniugale. Lungi dal promettere ai suoi seguaci che si uniscono in matrimonio un paradiso terrestre, Gesù Cristo offre loro la possibilità e la vocazione a percorrere con Lui stesso un cammino che, attraverso difficoltà e sofferenze, rafforza la loro unione e li conduce a una gioia più grande, come prova l’esperienza di tante coppie cristiane, anche nel nostro tempo.
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5. Già l’adempimento del compito procreativo contribuisce alla santificazione della vita coniugale, come abbiamo osservato a proposito della maternità: l’amore dei coniugi, che non si racchiude su se stesso, ma secondo l’impulso e la legge della natura si apre a nuove vite, diventa, con l’aiuto della grazia divina, un esercizio di carità santa e santificatrice, mediante il quale i coniugi contribuiscono alla crescita della Chiesa.
Lo stesso avviene nell’adempimento del compito educativo, che è un dovere connesso con la stessa procreazione. Come dice il Concilio Vaticano II, i coniugi cristiani devono “istruire nella dottrina cristiana e nelle virtù evangeliche” (6) i loro figli. È l’apostolato più essenziale nell’ambito della famiglia. Quest’opera di formazione spirituale e morale dei figli santifica nello stesso tempo i genitori, che ricevono essi stessi il beneficio del rinnovamento e approfondimento della loro fede, come l’esperienza delle famiglie cristiane spesso dimostra.
Ancora una volta possiamo concludere che la vita coniugale è via di santità e di apostolato. Così questa catechesi serve anche ad approfondire la nostra visione della famiglia tanto importante in questo anno che è per la Chiesa e per il mondo l’Anno della Famiglia.
[Insegnamenti GP II, 17/2, 96-99]
6. LG. 41. [1964 11 21ª/41]