[1608] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA ATENCIÓN A LAS PERSONAS VIUDAS
Alocución Nella tradizione, en la Audiencia General, 10 agosto 1994
1994 08 10b 0001
1. En la tradición cristiana, ya desde los primeros tiempos, se prestó atención particular a las mujeres que, después de haber perdido a su marido, quedaban solas en la vida, a menudo necesitadas e indefensas. Ya en el Antiguo Testamento se recordaba con frecuencia a las viudas por su situación de pobreza y se las recomendaba a la solidaridad y solicitud de la comunidad, especialmente de los responsables de la ley (cf. Ex 22, 21; Dt 10, 18; 24, 17; 26, 12; 27, 19).
En los Evangelios, los Hechos y las Cartas de los Apóstoles abundan los ejemplos de caridad para con las viudas. En repetidas ocasiones Jesús manifiesta su atención solícita con respecto a ellas. Por ejemplo, alaba públicamente a una pobre viuda que da un óbolo para el templo (cf. Lc 21, 3; Mc 12, 43); se compadece de la viuda que en Naim acompaña a su hijo difunto a la sepultura, y se acerca a ella para decirle dulcemente: “No llores”, y luego le devuelve a su hijo resucitado (cf. Lc 7, 11-15). El Evangelio nos transmite, también, el recuerdo de las palabras de Jesús sobre la “necesidad de orar siempre, sin desfallecer”, tomando como ejemplo a la viuda que con la insistencia de sus demandas obtiene del juez injusto que se le haga justicia (cf. Lc 18, 5); y las palabras con que Jesús critica severamente a los escribas que “devoran la hacienda de las viudas”, ostentando de forma hipócrita largas oraciones (cf. Mc 12, 40; Lc 20, 47).
Esa actitud de Cristo, que es fiel al auténtico espíritu de la antigua alianza, sirve de fundamento a las recomendaciones pastorales de San Pablo y Santiago sobre la asistencia espiritual y caritativa a las viudas: “Honra a las viudas” (1 Tm 5, 3); “la religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación” (St 1, 27).
1994 08 10b 0002
2. Pero en la comunidad cristiana a las viudas no sólo les correspondía el papel de recibir asistencia; también desempeñaban una función activa, casi por su participación específica en la vocación universal de los discípulos de Cristo en la vida de oración.
En efecto, la primera carta a Timoteo explica que una tarea fundamental de las mujeres que quedaban viudas consistía en consagrarse a “sus plegarias y oraciones noche y día” (5, 5). El Evangelio de Lucas nos presenta como modelo de viuda santa a “Ana, hija de Fanuel”, que quedó viuda después de sólo siete años de matrimonio. El evangelista nos relata que “no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (2, 36-37) y tuvo la gran alegría de encontrarse en el templo en el momento de la presentación del niño Jesús. Del mismo modo, las viudas pueden y deben contar, en su aflicción, con grandes gracias de vida espiritual, a las que están invitadas a corresponder generosamente.
1994 08 10b 0003
3. En el marco pastoral y espiritual de la comunidad cristiana había también un catálogo en el que se podía inscribir la viuda que, para usar las palabras de la misma carta a Timoteo, “no tenga menos de sesenta años (es decir, que sea anciana), haya estado casada una sola vez, y tenga el testimonio de sus buenas obras: haber educado bien a sus hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos (antiguo rito de hospitalidad, que el cristianismo hizo suyo), socorrido a los atribulados, y haberse ejercitado en toda clase de buenas obras” (1 Tm 5, 9-10).
La Iglesia primitiva da, en esto, un ejemplo de solidaridad caritativa, que encontramos en muchos otros momentos de la historia cristiana, sobre todo cuando, por razones sociales, políticas, bélicas, epidémicas, etc., el fenómeno de la viudez o de otras formas de soledad alcanzaba dimensiones preocupantes. La caridad de la Iglesia no podía permanecer inerte.
Hoy existen muchos otros casos de personas solas, con respecto de las cuales la Iglesia no puede menos de ser sensible y solícita. Está, ante todo, la categoría de los separados y los divorciados, a los que he dedicado atención particular en la exhortación apostólica Familiaris consortio (cf. n. 83). Viene luego la de las madres solteras, expuestas a especiales dificultades de orden moral, económico y social. A todas estas personas quisiera decirles que, cualquiera que sea su responsabilidad personal en el drama en que se ven envueltos, siguen formando parte de la Iglesia. Los pastores, partícipes de su prueba, no las abandonan a sí mismas, sino que, por el contrario, quieren hacer todo lo posible para ayudarlas, confortarlas y hacer que se sientan vinculadas a la grey de Cristo.
La Iglesia, incluso cuando no puede establecer costumbres que estarían en contradicción con las exigencias de la verdad y con el mismo bien común de las familias y de la sociedad, no renuncia nunca a amar, a comprender, a estar al lado de todos los que se hallan en dificultad. Y se siente especialmente cerca de las personas que, tras un fracaso matrimonial, perseveran en la fidelidad, renunciando a una nueva unión, y se dedican, en la medida de sus posibilidades, a la educación de sus hijos. Esas personas merecen de parte de todos apoyo y aliento. La Iglesia y el Papa no pueden menos de alabarlas por el hermoso testimonio de coherencia cristiana, vivida generosamente en la prueba.
1994 08 10b 0004
4. Pero, dado que esta catequesis está dedicada, como las demás del ciclo que estamos desarrollando, al apostolado de los laicos en la Iglesia, quisiera mencionar aquí el gran número de personas solas y especialmente de viudas y viudos que, hallándose menos ocupados por obligaciones familiares, se han decidido voluntariamente al desarrollo de las virtudes cristianas en las parroquias o en obras de más alcance. Su existencia queda así elevada a una participación más alta en la vida eclesial, como fruto de un grado mayor de amor. De allí brota, para la Iglesia y para la Humanidad, el beneficio de una entrega más generosa de parte de personas que encuentran así el modo de alcanzar una mayor calidad de vida, realizándose plenamente en el servicio que prestan a sus hermanos.
1994 08 10b 0005
5. Así pues, para concluir, recordemos lo que nos dice el Concilio Vaticano II: el ejemplo de la caridad benéfica no sólo lo dan los esposos y padres cristianos, sino que “lo proporcionan, de otro modo, quienes viven en estado de viudez o de celibato, los cuales también pueden contribuir no poco a la santidad y a la actividad de la Iglesia” (Lumen gentium, 41). Sea cual sea el origen de su estado de vida, muchas de estas personas pueden reconocer el designio superior de la sabiduría divina, que dirige su existencia y la lleva a la santidad por el camino de la cruz; una cruz que en su situación se manifiesta particularmente fecunda.
[E 54 (1994), 1314-1315]
1994 08 10b 0001
1. Nella tradizione cristiana fin dai primi tempi si ebbe una particolare attenzione per le donne che, avendo perso il marito, rimanevano sole nella vita, spesso bisognose e indifese. Già nell’Antico Testamento le vedove erano spesso ricordate per la loro misera situazione e additate alla solidale premura della comunità e particolarmente dei responsabili della legge (1).
I Vangeli, gli Atti e le Lettere degli Apostoli sono attraversati da un soffio di carità verso le vedove. Ripetutamente Gesù manifesta premurosa attenzione verso di loro. Egli, ad esempio, loda pubblicamente l’obolo offerto da una povera vedova per il Tempio (2); si muove a compassione alla vista della vedova che a Nain accompagna il figlio defunto alla sepoltura, le si accosta per dirle dolcemente: “Non piangere”, e poi le ridà il fanciullo risuscitato (3). Il Vangelo ci trasmette altresì il ricordo delle parole di Gesù sulla “necessità di pregare sempre, senza stancarsi”, prendendo ad esempio la vedova che con l’insistenza delle sue richieste ottiene dal giudice disonesto che le faccia giustizia (4); e quelle altre parole con cui Gesù depreca severamente gli scribi che “divorano le case delle vedove” ostentando ipocritamente lunghe preghiere (5).
Tale atteggiamento di Cristo, che adempie il genuino spirito dell’Antico Patto, sta alla radice delle raccomandazioni pastorali di san Paolo e di san Giacomo sull’assistenza spirituale e caritativa alle vedove: “Onora le vedove” (6); “Religione pura e senza macchia davanti a Dio nostro Padre è questa: soccorrere gli orfani e le vedove nelle loro afflizioni...” (7).
1. Cfr. Es. 22, 21; Dt. 10, 18; 24, 17; 26, 12; 27, 19.
2. Cfr. Lc. 21, 3; Mc. 12, 43.
3. Cfr. Lc. 7, 11-15.
4. Cfr. Lc. 18, 5.
5. Cfr. Mc. 12, 40; Lc. 20, 47.
6. 1 Tm. 5, 3.
7. Gc. 1, 27.
1994 08 10b 0002
2. Ma nella comunità cristiana il posto delle vedove non era solo quello delle assistite; esse vi avevano anche una funzione attiva, quasi per una specifica partecipazione alla vocazione universale dei discepoli di Cristo alla vita di preghiera.
Dalla Prima Lettera a Timoteo risulta infatti che un fondamentale compito raccomandato alle donne rimaste vedove era quello di consacrarsi “all’orazione e alla preghiera giorno e notte” (8). Il Vangelo di Luca ci presenta un modello di santa vedova, nella persona di “Anna, figlia di Fanuele”, rimasta vedova dopo soltanto sette anni di matrimonio. Ella, riferisce l’Evangelista, “non si allontanava mai dal tempio, servendo Dio notte e giorno con digiuni e preghiere” (9). Ebbe la grande gioia di trovarsi nel tempio al momento della presentazione di Gesù bambino. Nella loro afflizione, le vedove possono e debbono contare similmente su grazie preziose di vita spirituale, alle quali sono invitate a corrispondere generosamente.
8. 1 Tm. 5, 5.
9. Lc. 2, 36-37.
1994 08 10b 0003
3. Nel quadro pastorale e spirituale della comunità cristiana vi era anche un “catalogo” nel quale poteva essere iscritta la vedova che, per usare le parole della Lettera ora citata, “abbia non meno di sessant’anni [sia cioè anziana], sia andata sposa una sola volta, abbia la testimonianza di opere buone: abbia cioè allevato figli, praticato l’ospitalità, lavato i piedi ai santi [antico rito di ospitalità, fatto proprio dal cristianesimo], sia venuta in soccorso agli afflitti, abbia esercitato ogni opera di bene...” (10).
La Chiesa degli inizi offre, in questo, un esempio di solidarietà caritativa (11), che ritroviamo in tanti altri momenti della storia cristiana, soprattutto quando, per ragioni sociali, politiche, belliche, epidemiche ecc., il fenomeno della vedovanza o di altre forme di solitudine prendeva dimensioni preoccupanti. La carità della Chiesa non poteva rimanere inerte.
Oggi esistono molti altri casi di persone sole, di fronte a cui la Chiesa non può non essere sensibile e sollecita. Vi è, innanzitutto, la categoria dei “separati” e dei “divorziati”, ai quali ho dedicato una particolare attenzione nell’Esortazione apostolica Familiaris consortio12. Vi è poi quella delle “madri nubili”, esposte a particolari difficoltà di ordine morale, economico e sociale. A tutte queste persone vorrei dire che, qualunque sia la loro responsabilità personale nel dramma in cui si trovano coinvolte, esse continuano a far parte della Chiesa. I Pastori, partecipi della loro prova, non le abbandonano a se stesse, e vogliono invece fare il possibile per aiutarle, confortarle, farle sentire ancora legate all’ovile di Cristo.
La Chiesa, anche quando non può dar luogo a prassi che sarebbero in contrasto con le esigenze della verità e con lo stesso bene comune delle famiglie e della società, non rinuncia mai ad amare, a capire, ad essere accanto a tutti coloro che sono in difficoltà. Particolarmente vicina la Chiesa si sente alle persone che, avendo un matrimonio sfasciato alle spalle, perseverano nella fedeltà rinunciando a un’altra unione, e si dedicano, per quanto possono, all’educazione dei loro figli. Essi meritano da parte di tutti sostegno e incoraggiamento. La Chiesa, il Papa non possono non lodarli per la bella testimonianza di coerenza cristiana, vissuta generosamente nella prova.
10. 1 Tm. 5, 9-10.
11. Cfr. At. 6, 1.
12. Cfr. n. 83. [1981 11 22/83]
1994 08 10b 0004
4. Ma poichè la presente catechesi è dedicata, come le altre del ciclo che stiamo svolgendo, all’apostolato dei laici nella Chiesa, vorrei ancora menzionare qui il gran numero di persone sole e specialmente di vedove e vedovi che, essendo meno occupati da obblighi familiari, si sono dedicati volontariamente allo sviluppo delle attività cristiane nelle parrocchie o in opere di maggior estensione. La loro esistenza viene così elevata a una più alta partecipazione alla vita ecclesiale, come frutto di un più alto grado d’amore. Scaturisce da ciò, per la Chiesa e per l’umanità, il beneficio di una dedizione più generosa da parte di persone che trovano così il modo di realizzare una qualità superiore di vita, esprimendo appieno se stesse nel servizio reso ai fratelli.
1994 08 10b 0005
5. Concludiamo dunque col ribadire ciò che leggiamo nel Concilio Vaticano II, ossia che l’esempio della carità benefica è dato non solo dai coniugi e genitori cristiani, ma “è offerto in altro modo dalle persone vedove e da quelle nubili, le quali pure possono contribuire non poco alla santità e operosità nella Chiesa” (13). Quale che sia l’origine del loro stato di vita, molte di queste persone possono riconoscere il disegno superiore della sapienza divina che dirige la loro esistenza e la conduce alla santità sulla via della Croce; una Croce che nelle loro condizioni si rivela particolarmente feconda.
[Insegnamenti GP II, 17/2, 121-124]
13. Costituzione Lumen gentium, 41. [1964 11 21ª/41]