[1664] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL AÑO 1994, UN AÑO PARA LA FAMILIA, LOS NIÑOS Y LA VIDA
Discurso In questo incontro, a la Familia Pontificia, la Curia y la Prelatura Romana, con ocasión de la felicitación de Navidad, 22 diciembre 1994
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1. En este encuentro que se lleva a cabo a la luz de la Navidad ya próxima, quiero iniciar mi discurso con algunas palabras angustiosas de la Madre Teresa de Calcuta: “Os hablo desde lo profundo del corazón, dijo en su intervención en la reciente Conferencia Internacional de El Cairo sobre ‘Población y Desarrollo’ convocada por la Organización Mundial de las Naciones Unidas; hablo a todo hombre en todos los países del mundo... Cada uno de nosotros está aquí hoy gracias al amor de Dios que nos creó, y a nuestros padres, que nos acogieron y nos quisieron dar la vida. La vida es el don más grande de Dios. Por esta razón es penoso ver lo que ocurre hoy en muchas partes del mundo: la vida se destruye deliberadamente por la guerra, por la violencia, por el aborto. Y nosotros hemos sido creados por Dios para cosas más grandes –amar y ser amados–.
”He afirmado frecuentemente, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué nos podrá detener a ti y a mí en matarnos recíprocamente? El único que tiene derecho para quitar la vida es Él que la ha creado. Ningún otro tiene ese derecho; ni la madre, ni el padre, ni el médico, ni un organismo, ni una conferencia, ni un gobierno.
”Estoy segura de que en lo profundo de vuestros corazones sabéis que el niño no nacido es un hombre amado por Dios, como vosotros y como yo. El que sabe esto, ¿puede deliberadamente destruir la vida? Me aterroriza el pensamiento de todos los que matan la propia conciencia, para poder realizar el aborto. Después de la muerte nos encontraremos cara a cara con Dios, Dador de la vida. ¿Quién asumirá la responsabilidad frente a Dios de los millones y millones de niños a los que no les ha sido dada la posibilidad de vivir, de amar y de ser amados?
‘Dios Creó un mundo suficientemente grande para todas las vidas que Él desea que nazcan. Son sólo nuestros corazones los que no son bastante grandes para desearlas y aceptarlas (...) Si hay un niño al que no deseáis o no podéis cuidar o educar, dádmelo a mí. No quiero rechazar a ningún niño. Les ofreceré una casa, o les encontraré padres amorosos...’”.
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2. He querido referir estas palabras de la Madre Teresa de Calcuta en el presente encuentro antes de Navidad, ya que ellas parecen confirmar una característica particular del año que está para concluir. 1994 ha sido un año dedicado a la familia: la Organización de las Naciones Unidas lo proclamó Año Internacional de la Familia. La Iglesia se unió a esa propuesta, celebrando en todo el mundo el Año de la Familia. En la iniciativa de las Naciones Unidas, en efecto, hemos elegido un gran tema que no puede dejar de solicitar nuestra atención en el camino de la preparación del tercer milenio ya próximo. Durante los meses pasados, en toda la Iglesia se ha rezado por las familias y con las fami lias y se han organizado peregrinaciones a diferentes santuarios; las familias se han encontrado en múltiples reuniones para debatir sus problemas y buscar oportunas soluciones; como coronación de todo, tuvo lugar en Roma los días 8 y el 9 de octubre el “encuentro mundial de las familias”.
Hoy, recogidos ante el misterio de la Natividad del Señor, nos damos realmente cuenta de la importancia que tiene la familia en el itinerario de la preparación para el próximo Gran Jubileo. En la Sagrada Familia, Dios exaltó a toda familia humana. La exaltó, convirtiéndose en un recién nacido –el Hijo del hombre–. Hablando de sí mismo, el Señor recurría gustosamente a esta definición sacada del libro del profeta Daniel (cf Dn 7, 9-14). Al que Pedro confesó Hijo de Dios (cf Mt 16, 16) y que la Iglesia proclama Hijo consubstancial al Padre, Dios de Dios, amaba calificarse a sí mismo como Hijo del hombre. Nacido de la Virgen María, creció, en realidad, en una familia humana y, como Hijo de Dios, quiso dar a esta familia la inagotable riqueza de la santidad divina.
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3. Al celebrar el año de la Familia en la perspectiva de tal misterio, la Iglesia ha querido poner de relieve, al mismo tiempo, la belleza y la sublimidad de la vocación conyugal y la de los padres. Ha deseado recordar a todos los hombres lo que cada uno de nosotros debe a la propia familia, subrayando nuevamente lo que el Concilio Vaticano II expresó de forma tan apropiada en la Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, donde habla de la valorización de la dignidad del matrimonio y de la familia.
Un aspecto peculiar del interés de la Iglesia por la familia es ciertamente la solicitud por el niño. ¿Podría, por lo demás, la Iglesia, que es madre, no tener esta solicitud, cuando de tantas partes se sabe de hechos verdaderamente espantosos? Pienso, en particular, en el exterminio brutal de los niños de la calle, en la constricción de niños a la prostitución, en el comercio de niños por parte de organizaciones que se ocupan del transplante de órganos; pienso en los menores víctimas de la violencia y de la guerra y en los que son utilizados para el tráfico y la venta de la droga o para otras actividades criminales. Todas éstas son aberraciones que hacen sentir horror sólo al nombrarlas.
¡Cuántas tareas pastorales se perfilan para la Iglesia frente a problemas tan urgentes y tan graves! El Año de la Familia ha contribuido en verdad a suscitar en diferentes. ambientes eclesiales una más viva sensibilidad a este respecto. Las múltiples iniciativas promovidas en estos meses han dado nuevo impulso a la pastoral familiar, estimulando el compromiso apostólico de las personas miembros de la familia, en la línea en la que es tal vez la más específica dimensión del compromiso de los laicos en la Iglesia. El Pontificio Consejo para la Familia ha participado en toda esta rica actividad y ha emprendido iniciativas propias. Deseo, por lo tanto, expresar hoy un particular agradecimiento a su Presidente, el señor cardenal Alfonso López Trujillo y a todos sus colaboradores.
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4. Del mismo modo, con la atención al niño y a la familia, se ha desarrollado la consideración hacia la vida. El matrimonio y la familia deben constituir un ambiente de amor responsable, precisamente porque el amor conyugal está orientado a la vida. Es lo que ya subrayaba el Papa Pablo VI en la encíclica Humanae vitae, texto que con el paso de los años se confirma cada vez más como una intervención profético y providencial.
El año que llega ya a su término ha ofrecido una prueba de ello particularmente significativa. Con ocasión de la Conferencia de El Cairo, la Humanidad se ha encontrado, en efecto, frente a un proyecto de documento preparado por un Organismo que está a la cabeza de la Organización de las Naciones Unidas, bajo el influjo de algunos gobiernos y organizaciones no gubernamentales. En su formulación originaria tal documento constituía una seria amenaza para la dignidad del matrimonio y de la familia y, de forma especial, para la vida de los que, según el plan del Creador, matrimonio y familia deben estar a su servicio.
La Iglesia ha enseñando siempre que tal servicio debe desarrollarse de forma responsable. En los últimos años, frente al problema del aumento de población en el planeta, ella no sólo ha enseñado el principio de la paternidad y maternidad responsables, sino que ha actuado con compromiso pastoral para orientar las conciencias hacia su conveniente actuación.
Sin embargo, lo que se quería realizar en este ámbito, y que figuraba en el proyecto inicial de la conferencia de El Cairo, era absolutamente inaceptable. En la práctica, se intentaba incluir, con lenguaje ambiguo, el aborto entre los otros medios para el control de los nacimientos. Afortunadamente, las preocupantes propuestas iniciales fueron posteriormente redimensionadas en el curso de los trabajos de la Conferencia y se ha incluido un llamamiento para el respeto de los valores religiosos y éticos entre los principios que inspiran el documento final. La voz de la Iglesia ha tratado de hacerse sentir de todas las formas posibles, para contribuir al despertar de las conciencias. Ello ha suscitado un eco favorable, no solamente entre los católicos y los cristianos, sino también entre los seguidores de la Ley de Moisés, entre los musulmanes, entre los representantes de otras religiones no cristianas, así como entre personas de buena voluntad no vinculadas a un credo religioso. El quinto mandamiento del Decálogo “No matarás” refleja un principio primordial de la ley natural, válido para todos.
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5. El año que está acabando se ha revelado, además, oportuno para suscitar en las conciencias una sensibilidad más aguda hacia el valor de la vida, comprendida también la vida de los no nacidos. Querría recordar la actividad generosa e iluminante desarrollada en este campo por numerosos laicos, sobre todo entre los científicos y los médicos. Y entre éstos, considero un deber hacer explícita mención de un hombre de todos muy conocido, que el Señor llamó a su presencia el día de Pascua del año en curso: hablo del Profesor Jerôme Lejeune. Partió de él la iniciativa de fundar la Pontificia Academia para la Vida, de la que forman parte científicos y expertos que quieren dedicarse a la defensa de la vida y a su promoción en la sociedad. Misión de la Academia es, en particular, el promover los estudios científicos sobre la vida, valor fundamental que se debe cultivar de todas las formas posibles y con todos los medios, en estrecho contacto con la comunidad eclesial y con el mundo. Están invitadas a formar parte de la Academia, como miembros correspondientes, personas que dedican al tema de la vida su actividad profesional y apostólica, actuando en este campo a costa, a veces, de no pocos sacrificios.
La Pontificia Academia para la Vida tiene, pues, carácter de organismo científico y pastoral. Al igual que Pío XI en su pontificado promovió la relación de la Iglesia con las ciencias mediante la institución de la Pontificia Academia de las Ciencias, así en nuestros tiempos se ha sentido la necesidad de una institución académica dedicada a la vida. Ella permanecerá en estrecho contacto tanto con el Pontificio Consejo para la familia como con el Pontificio Consejo de la Pastoral para los Agentes Sanitarios. La responsabilidad por la vida, en efecto, está estrechamente ligada al servicio realizado por los médicos y por todos los que trabajan en el ámbito de la sanidad. Agradezco al señor cardenal Fiorenzo Angelini las iniciativas de estudio, los encuentros y las demás actividades que constantemente promueve para difundir los principios éticos cristianos en el ambiente sanitario.
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6. El año que está acabando se ha revelado particularmente favorable para las Instituciones de la Sede Apostólica. En efecto, en los meses pasados, inició felizmente también sus trabajos la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. Al dar las gracias vivamente al cardenal Roger Etchegaray, Presidente del Pontificio Consejo “Iustitia et Pax” y a cuantos han sido promotores y organizadores, expreso el deseo de que la Sede apostólica y, en particular el mencionado Pontificio Consejo, puedan encontrar en la nueva Academia una ayuda eficaz.
La doctrina social de la Iglesia se ha desarrollado, en realidad, también por mérito de muchos expertos en ciencias sociales, que han ayudado al mismo Magisterio a ilustrar cada vez mejor las exigencias evangélicas con respecto a los desafíos de la historia.
Me es grato a tal propósito mencionar la contribución que grandes pensadores católicos aportaron para la elaboración del concepto cristiano de democracia. Me ofrece la ocasión un hecho significativo, que ocurrió exactamente en estos días: hace cincuenta años, con ocasión de la Navidad de 1944, el Papa Pío XII pronunció un memorable radiomensaje precisamente sobre la democracia. Ante los desastres provocados por los totalitarismos y por la guerra, el gran pontífice quiso examinar las normas según las cuales se debe regular la democracia “para poderse llamar una verdadera y sana democracia” (Discursos y radiomensajes de Su Santidad Pío XII, vol. VI, p. 237). Y recordó a tal propósito que una auténtica democracia supone un pueblo consciente de sus derechos y de sus deberes, capaz de darse gobernantes a la altura de sus obligaciones, es decir, dotados de una “clara comprensión de los fines asignados por Dios a cada sociedad humana, unida al sentimiento profundo de los sublimes deberes de la acción social” (ibid., p. 241). En efecto, los que han recibido la confianza para gobernar, sólo en estas condiciones pueden cumplir sus propias obligaciones “con conciencia de la propia responsabilidad, con objetividad, con imparcialidad, con generosidad y con incorruptibilidad, sin lo cual, un gobierno democrático difícilmente llegaría a conseguir el respeto, la confianza y la adhesión de la parte mejor del pueblo” (ibid.).
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7. Sobre esto como sobre otros temas importantes de la vida social se sigue recurriendo siempre al Magisterio de la Iglesia. Corresponde a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, pues, la misión de favorecer la fecunda relación entre estudiosos de la sociedad y los pastores de la Iglesia. En particular, se trata de afrontar las problemáticas que nacen de las injusticias sociales hoy presentes en formas nuevas con respecto a las denunciadas hace cien años en la encíclica Rerum novarum. Hablaron ya de ellas los Papas Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra y Pablo VI en la Populorum progressio. Las formas de injusticia social de nuestros días alcanzan dimensiones mucho mayores que en el pasado, ya que no afectan sólo a las clases en el interior de las naciones individuales, sino que se extienden más allá de los confines de los Estados por ser de interés las relaciones internacionales e incluso intercontinentales. Es difícil en este momento realizar un análisis más amplio. Sin embargo, observando simplemente también algunas tendencias presentes en la reciente Conferencia de El Cairo sobre “Población y Desarrollo”, no se puede dejar de percibir la tentativa de avalar una injusticia a expensas de las capas sociales más humildes del llamado tercer mundo. Más bien que emprender una acción tendente a una más justa distribución de los bienes, promoviendo un desarrollo integral, se ha tratado de proponer, y en cierto sentido incluso de imponer, a las naciones más pobres y en vías de desarrollo soluciones que incluyen el aborto como su componente esencial, sin ningún respeto por el valor fundamental de la vida.
A este propósito, expreso el deseo de que sea muy diferente la tendencia que caracterice la “cumbre mundial sobre el desarrollo social”, que tendrá lugar en Copenhague en marzo próximo y que afrontará los temas de la lucha contra la pobreza, de la creación de puestos de trabajo productivo y de la integración social, temas todos ellos que la doctrina social de la Iglesia considera importantes y urgentes.
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8. De todo esto se puede deducir la necesidad apremiante de que los grandes problemas de la justicia social se afronten con solicitud activa y con claros y sólidos principios éticos, si se quiere evitar el riesgo del recurso a remedios peores que el mal mismo. Precisamente con este fin fue creado, como uno de los primeros frutos del Vaticano II, el Pontificio Consejo “Iustitia et Pax”. En el período postconciliar se ha demostrado lo oportunamente que ha respondido a las necesidades del tiempo, y lo indispensable que ha sido para dar a la Iglesia posibilidades de cumplir con sus obligaciones, al servicio del Evangelio y al servicio del hombre.
Esto vale también para el Consejo de la Cultura y para los demás Dicasterios de la Santa Sede. Si ellos sirven a la Iglesia ad intra, al mismo tiempo no cesan de asumir obligaciones ad extra, en colaboración con los episcopados de todos los países, junto con los cuales buscan las vías de oportunas soluciones.
Deseo cordialmente expresar hoy mi agradecimiento a los señores cardenales y arzobispos, presidentes de los diferentes Dicasterios, así como a sus colaboradores: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. En el Año de la Familia lo hago pensando, en particular, en las familias de los colaboradores laicos, y espero que la Curia Romana revista cada vez más el carácter de una familia especial. Con igual afecto expreso mis mejores deseos para los Superiores y para el personal del gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano, a todos y a cada uno en particular.
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9. El año que está acabando ha visto la celebración en Roma de dos Sínodos de los Obispos: en primavera un sínodo continental, dedicado a los problemas de la Iglesia en el continente africano; en otoño, el dedicado a la vida consagrada y a su misión en la Iglesia y en el mundo. Se puede decir que en ambos se ha vuelto a vivir de algún modo la experiencia del Concilio Vaticano II y de su espíritu. Es una experiencia que permite analizar con el método sinodal los problemas que van surgiendo y buscarles la solución. En el arco de los años transcurridos desde la conclusión del Concilio hasta hoy, este método se ha renovado mucho. Para decidir cuestiones de gran importancia, hay necesidad del Sínodo, es decir, de un encuentro de pastores ayudados por expertos, los cuales, mediante la oración y el intercambio de experiencias, están en condiciones de proponer indicaciones operativas útiles para el anuncio del Evangelio, que se pone en práctica con la palabra y con la vida.
Nos preparamos así para el término del segundo milenio. En el Año jubilar la Iglesia quiere presentarse ante su Maestro y Señor como esposa fiel, que lo ama y es solícita de su misión salvífica en el mundo. Cuando realmente el Hijo del hombre viene entre nosotros, misterio que se renueva litúrgicamente en el tiempo de Navidad, nos trae siempre el mismo mensaje, germen de una esperanza que es más fuerte que cualquier miedo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Con estos sentimientos, agradecido por las palabras del cardenal decano, deseo expresar mi más cordial felicitación a todos los señores cardenales, arzobispos y obispos, así como a los presbíteros, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los empleados laicos: ¡Hagamos nuestra la esperanza y la alegría de la Natividad del Señor en la noche de Navidad y durante todo el período de las fiestas natalicias!
¡Felicidades!
[E 55 (1995), 22-25]
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1. In questo incontro che si svolge nella luce del Natale ormai prossimo, voglio iniziare il mio discorso con alcune accorate parole di Madre Teresa di Calcutta. “Vi parlo dal profondo del cuore –ella disse intervenendo alla recente Conferenza Internazionale del Cairo su “Popolazione e Sviluppo” convocata dall’Organizzazione Mondiale delle Nazioni Unite– parlo ad ogni uomo in tutti i paesi del mondo... Ognuno di noi oggi è qui grazie all’amore di Dio che ci ha creati, e ai nostri genitori, che ci hanno accolti e hanno voluto darci la vita. La vita è il più grande dono di Dio. È per questo che è penoso vedere cosa accade oggi in tante parti del mondo: la vita viene deliberatamente distrutta dalla guerra, dalla violenza, dall’aborto. E noi siamo stati creati da Dio per cose più grandi –amare ed essere amati.
“Ho spesso affermato, e io ne sono sicura, che il più grande distruttore di pace nel mondo di oggi è l’aborto. Se una madre può uccidere il suo proprio figlio, che cosa potrà fermare te e me dall’ucciderci reciprocamente? Il solo che ha il diritto di togliere la vita è Colui che l’ha creata. Nessun altro ha quel diritto; né la madre, né il padre, né il dottore, né un’agenzia, né una conferenza, né un governo.
“Sono certa che nel profondo del vostro cuore sapete che il bambino non nato è un uomo amato da Dio, come voi e come me. Colui che lo sa può deliberatamente distruggere la vita? Mi terrorizza il pensiero di tutti coloro che uccidono la propria coscienza, per poter compiere l’aborto. Dopo la morte ci troveremo faccia a faccia con Dio, Datore della vita. Chi si assumerà la responsabilità davanti a Dio per milioni e milioni di bambini ai quali non è stata data la possibilità di vivere, di amare e di essere amati?
“Dio ha creato un mondo grande abbastanza per tutte le vite che Egli desidera nascano. Sono soltanto i nostri cuori che non sono grandi abbastanza per desiderarle ed accettarle [...]. Se vi è un bambino che non desiderate o non potete curare o educare, date quel bimbo a me. Non voglio rifiutare nessun bambino. Gli offrirò una casa, o gli troverò genitori amorosi...”.
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2. Ho voluto riportare queste parole di Madre Teresa di Calcutta nell’odierno incontro prima del Natale, poichè esse sembrano mettere in evidenza una particolare caratteristica dell’anno che sta per concludersi. Il 1994 è stato un anno dedicato alla famiglia: l’Organizzazione delle Nazioni Unite lo ha proclamato Anno Internazionale della Famiglia. La Chiesa si è unita a tale proposta, celebrando in tutto il mondo l’Anno della Famiglia. Nell’iniziativa delle Nazioni Unite, infatti, abbiamo colto un grande tema che non può non sollecitare la nostra attenzione nel cammino di preparazione del terzo millennio ormai vicino. Durante i mesi scorsi in tutta la Chiesa si è pregato per le famiglie e con le famiglie e sono stati organizzati pellegrinaggi a vari santuari; le famiglie si sono incontrate in molteplici convegni, per dibattere i loro problemi e cercare opportune soluzioni; a coronamento di tutto si è tenuto a Roma l’8 e il 9 ottobre l’“incontro mondiale delle famiglie”.
Oggi, raccolti davanti al mistero del Natale del Signore, ci rendia -
mo veramente conto dell’importanza che la famiglia ha nell’itinerario
di preparazione al prossimo Grande Giubileo. Nella Santa Famiglia,
Dio ha esaltato ogni famiglia umana. L’ha esaltata, divenendo un neonato –il Figlio dell’uomo. Parlando di sè, il Signore volentieri ricorreva a questa definizione tratta dal libro del profeta Daniele (1). Colui che Pietro confessò Figlio di Dio (2) e che la Chiesa proclama Figlio consustanziale al Padre, Dio da Dio, amava qualificare se stesso come Figlio dell’uomo. Nato dalla Vergine Maria, crebbe infatti in una famiglia umana e, come Figlio di Dio, volle elargire a questa famiglia l’inesauribile ricchezza della santità divina.
1. cf. Dn 7, 9-14.
2. cf. Mt 16, 16.
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3. Celebrando l’Anno della Famiglia nella prospettiva di tale mistero, la Chiesa ha inteso al tempo stesso mettere in rilievo la bellezza e la sublimità della vocazione coniugale e di quella di genitori. Ha desi derato ricordare a tutti gli uomini quanto ognuno di noi debba alla propria famiglia, sottolineando nuovamente quel che il Concilio Vaticano II ha espresso in modo così appropriato nella Costituzione pastorale Gaudium et spes sulla Chiesa nel mondo contemporaneo, là dove parla della valorizzazione della dignità del matrimonio e della famiglia.
Un aspetto peculiare dell’interesse della Chiesa per la famiglia è sicuramente la sollecitudine per il bambino. Potrebbe del resto la Chiesa, che è madre, non avere questa sollecitudine, quando da tante parti si sente riferire di fatti veramente terrificanti? Penso, in particolare, allo sterminio brutale dei bambini della strada, alla costrizione di bambini alla prostituzione, al commercio di bambini da parte di organizzazioni che si occupano di trapianti di organi; penso ai minori vittime della violenza e della guerra e a quelli utilizzati per il traffico e lo spaccio della droga o per altre attività criminali. Tutte aberrazioni, queste, che fanno inorridire al solo nominarle.
Quali compiti pastorali si delineano per la Chiesa di fronte a problemi tanto urgenti e gravi! L’Anno della Famiglia ha sicuramente contribuito a suscitare nei vari ambienti ecclesiali una più viva sensibilità al riguardo. Le molteplici iniziative promosse in questi mesi hanno dato nuovo impulso alla pastorale familiare, stimolando l’impegno apostolico dei singoli membri della famiglia, nella linea di quella che è forse la più specifica dimensione dell’impegno dei laici nella Chiesa. Il Pontificio Consiglio per la Famiglia ha partecipato a tutta questa ricca attività ed ha intrapreso iniziative proprie. Desidero pertanto esprimere oggi un particolare ringraziamento al suo Presidente, il Signor Cardinale Alfonso Lopez Trujillo ed a tutti i suoi Collaboratori.
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4. Di pari passo con l’attenzione al bambino e alla famiglia si è sviluppata la considerazione per la vita. Il matrimonio e la famiglia devono costituire un ambiente di amore responsabile, proprio perchè l’amore coniugale è orientato alla vita. È quanto già sottolineava Papa Paolo VI nell’enciclica Humanae vitae, testo che col passare degli anni si conferma sempre più come intervento profetico e provvidenziale.
L’anno che volge ormai al suo termine ne ha offerto una prova particolarmente significativa. In occasione della Conferenza del Cairo l’umanità si è trovata, infatti, di fronte ad un progetto di documento preparato da un Organismo facente capo all’Organizzazione delle Nazioni Unite, sotto l’influsso di alcuni Governi ed Organizzazioni Non Governative. Nella sua formulazione originaria tale documento costituiva una seria minaccia per la dignità del matrimonio e della famiglia, e in special modo per quella vita di cui, secondo il piano del Creatore, matrimonio e famiglia devono essere al servizio.
La Chiesa ha sempre insegnato che tale servizio deve svolgersi in modo responsabile. Negli ultimi anni, di fronte al problema del crescente popolamento del pianeta, essa non soltanto ha insegnato il principio della paternità e maternità responsabili, ma ha anche operato con impegno pastorale per orientare le coscienze verso una sua conveniente attuazione.
Quanto però si voleva realizzare in questo ambito nel progetto iniziale della Conferenza del Cairo era assolutamente inaccettabile. In esso, in pratica, si tentava di includere, con linguaggio ambiguo, l’aborto tra gli altri mezzi per il controllo delle nascite. Fortunatamente, le preoccupanti proposte iniziali sono state poi ridimensionate nel corso dei lavori della Conferenza ed un richiamo al rispetto per i valori re ligiosi ed etici è entrato tra i principi che ispirano il documento finale. La voce della Chiesa ha cercato in ogni modo di farsi sentire, per contribuire al risveglio delle coscienze. Ciò ha suscitato un’eco favorevole non soltanto tra i cattolici e i cristiani, ma anche tra i seguaci della Legge di Mosè, tra i Musulmani, tra i rappresentanti di altre religioni non cristiane, nonchè tra persone di buona volontà non legate ad un credo religioso. Il quinto comandamento del Decalogo “Non uccidere!” rispecchia un principio primordiale della legge naturale, valido per tutti allo stesso modo.
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5. L’anno che sta per finire si è rivelato, inoltre, opportuno per suscitare nelle coscienze una più acuta sensibilità verso il valore della vita, compresa anche la vita dei non nati. Vorrei qui ricordare l’attività generosa ed illuminante svolta in questo campo da numerosi laici, soprattutto tra gli scienziati e i medici. E tra questi mi pare doveroso fare esplicita menzione di un uomo a tutti ben noto, che il Signore ha chiamato a sè il giorno di Pasqua del corrente anno: parlo del Prof. Jerôme Lejeune. È partita da lui l’iniziativa di fondare la Pontificia Accademia per la Vita, nella quale si raccolgono scienziati ed esperti che intendono dedicarsi alla difesa della vita ed alla sua promozione nella società. Compito dell’Accademia è, in particolare, di promuovere gli studi scientifici sulla vita, valore fondamentale da coltivare in ogni modo e con ogni mezzo, in stretto contatto con la comunità ecclesiale e con il mondo. Sono invitate a far parte dell’Accademia come membri corrispondenti persone che dedicano al tema della vita la loro attività professionale ed apostolica, operando in questo campo a prezzo talora di non pochi sacrifici.
La Pontificia Accademia per la Vita ha dunque carattere di organismo scientifico e pastorale. Come Pio XI nel suo pontificato promosse il rapporto della Chiesa con le scienze mediante l’istituzione della Pon tificia Accademia delle Scienze, così nei nostri tempi si è sentito il bisogno di un’istituzione accademica dedicata alla vita. Essa rimarrà in stretto contatto sia con il Pontificio Consiglio per la Famiglia che con
il Pontificio Consiglio della Pastorale per gli Operatori Sanitari. La responsabilità per la vita, infatti, è strettamente connessa con il servizio compiuto dai medici e da tutti gli operatori della sanità. Sono riconoscente al Signor Cardinale Fiorenzo Angelini per le iniziative di studio, i convegni e le altre attività che costantemente promuove per diffondere i principi etici cristiani nell’ambiente sanitario.
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6. L’anno che sta per finire s’è rivelato particolarmente favorevole per le Istituzioni della Sede Apostolica. Nei mesi scorsi, infatti, ha preso felicemente avvio anche la Pontificia Accademia delle Scienze Sociali. Nel ringraziare vivamente il Cardinale Roger Etchegaray, Presidente del Pontificio Consiglio “Iustitia et Pax” e quanti ne sono stati promotori e organizzatori, esprimo l’auspicio che la Sede Apostolica e in particolare il predetto Pontificio Consiglio possano trovare nella nuova Accademia un valido aiuto.
La dottrina sociale della Chiesa si è sviluppata infatti anche per merito di tanti esperti di scienze sociali, che hanno aiutato lo stesso Magistero a illustrare sempre meglio le esigenze evangeliche in rapporto alle sfide della storia.
Mi piace a tal proposito menzionare il contributo che grandi pensatori cattolici diedero all’elaborazione del concetto cristiano di democrazia. Me ne offre l’occasione una significativa ricorrenza, che cade esattamente in questi giorni: cinquant’anni fa, in occasione del Natale del 1944, Papa Pio XII pronunciò un memorabile radiomessaggio proprio sulla democrazia. Sullo sfondo dei disastri provocati dai totalitarismi e dalla guerra, il grande Pontefice volle esaminare secondo quali norme la democrazia deve essere regolata “per potersi dire una vera e sana democrazia” (3). E ricordò a tal proposito che un’autentica democrazia suppone un popolo consapevole dei suoi diritti e dei suoi doveri, capace di darsi governanti all’altezza dei loro compiti, dotati cioè di una “chiara intelligenza dei fini assegnati da Dio ad ogni società umana, congiunta col sentimento profondo dei sublimi doveri dell’opera sociale” (4). Solo a queste condizioni, infatti, quelli a cui è affidato il potere possono adempiere i propri obblighi “con quella coscienza della propria responsabilità, con quella oggettività, con quella imparzialità, con quella generosità, con quella incorruttibilità, senza le quali un governo democratico difficilmente riuscirebbe ad ottenere il rispetto, la fiducia e l’adesione della parte migliore del popolo” (5).
3. Discorsi e radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, vol. VI, p. 237.
4. Ivi, p. 241.
5. Ivi.
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7. Su questo come su altri importanti temi del vivere sociale il Magistero della Chiesa è sempre nuovamente sollecitato. Alla Pontificia Accademia delle Scienze Sociali, dunque, il compito di favorire il fecondo rapporto tra studiosi della società e Pastori della Chiesa. In particolare, si tratta di affrontare le problematiche che nascono da ingiustizie sociali oggi presenti in forme nuove rispetto a quelle denunciate cento anni fa nell’enciclica Rerum novarum. Ne hanno già parlato i Papi Giovanni XXIII nell’enciclica Mater et magistra e Paolo VI nella Populorum progressio. Le forme d’ingiustizia sociale dei giorni nostri assumono di mensioni ben più vaste che nel passato, giacchè non interessano soltanto le classi all’interno delle singole Nazioni, ma dilagano oltre i confini degli Stati per interessare i rapporti internazionali e persino intercontinentali. È difficile in questo momento svolgere un’analisi più ampia. Tuttavia, anche semplicemente osservando alcune tendenze presenti nella recente Conferenza del Cairo su “Popolazione e Sviluppo”, non si può non cogliere il tentativo di avallare un’ingiustizia a spese delle fasce sociali più umili del cosiddetto terzo mondo. Piuttosto che intraprendere un’azione mirante ad una più giusta distribuzione dei beni, promuovendo uno sviluppo integrale, si è cercato di proporre, e in un certo senso perfino di imporre, alle Nazioni più povere e in via di sviluppo delle soluzioni che includono l’aborto come loro componente essenziale, senza alcun rispetto per il valore fondamentale della vita.
A questo proposito, esprimo l’auspicio che ben diverso indirizzo possa caratterizzare il “vertice mondiale sullo sviluppo sociale” che si terrà a Copenaghen nel marzo prossimo e che affronterà i temi della lotta contro la povertà, della creazione di posti di lavoro produttivo e dell’integrazione sociale, temi tutti che la dottrina sociale della Chiesa ritiene importanti ed urgenti.
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8. Da tutto ciò si può capire quanto sia necessario che i grandi problemi della giustizia sociale siano affrontati con sollecitudine operosa ed insieme con chiari e solidi principi etici, se si vuole evitare il rischio del ricorso a rimedi peggiori dello stesso male. Proprio a questo scopo fu promosso, come uno dei primi frutti del Vaticano II, il Pontificio Consiglio “Iustitia et Pax”. Nel periodo postconciliare si è dimostrato quanto opportunamente esso rispondesse ai bisogni del tempo, e quanto indispensabile esso fosse per dare alla Chiesa possibilità di adempiere ai suoi compiti, a servizio del Vangelo e a servizio dell’uomo.
Ciò vale anche per il Consiglio della Cultura e per gli altri Dicasteri della Santa Sede. Se essi servono la Chiesa “ad intra”, nello stesso
tempo non cessano di assumersi compiti “ad extra”, in collaborazione con gli Episcopati di tutti i Paesi, insieme con i quali cercano le vie di opportune soluzioni.
Desidero porgere oggi un cordiale ringraziamento ai Signori Cardinali e Arcivescovi, Presidenti dei vari Dicasteri, ed ai loro collaboratori: sacerdoti, religiosi, religiose e laici. Nell’Anno della Famiglia lo faccio pensando, in particolare, alle famiglie dei collaboratori laici, ed auspico che la Curia Romana rivesta sempre più il carattere di una speciale famiglia. Con uguale affetto esprimo il mio augurio ai Superiori ed al personale del Governatorato dello Stato della Città del Vaticano, a tutti ed a ciascuno in particolare.
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9. L’anno che sta per finire ha visto la celebrazione a Roma di due Sinodi dei Vescovi: in primavera un sinodo continentale, dedicato ai problemi della Chiesa nel Continente africano; in autunno, quello dedicato alla vita consacrata e alla sua missione nella Chiesa e nel mondo. Si può dire che in entrambi si è potuto rivivere in qualche modo l’esperienza del Concilio Vaticano II e del suo spirito. È un’esperienza
che permette di analizzare con il metodo sinodale i problemi via via emergenti e di cercarne la soluzione. Nell’arco degli anni trascorsi dalla conclusione del Concilio ad oggi, questo metodo si è molto rinnovato. Per decidere questioni di grande importanza, c’è bisogno del Sinodo, di un incontro cioè di Pastori coadiuvati da esperti, i quali mediante la preghiera e lo scambio di esperienze siano in grado di proporre indicazioni operative utili per quell’annuncio del Vangelo che si attua con la parola e con la vita.
Ci prepariamo così al termine del secondo millennio. Nell’Anno giubilare la Chiesa vuole presentarsi davanti al suo Maestro e Signore come sposa fedele, che lo ama ed è sollecita della sua missione salvifica nel mondo. Quando infatti il Figlio dell’uomo viene tra noi, mistero che si rinnova liturgicamente nel tempo natalizio, ci porta sempre lo stesso messaggio, fonte di una speranza che è più forte di qualunque paura: “Dio ha tanto amato il mondo, da dare il suo Figlio unigenito, perchè chiunque crede in lui non muoia, ma abbia la vita eterna” (6).
Con questi sentimenti, grato per le parole del Cardinale Decano, desidero porgere i più cordiali auguri a tutti i Signori Cardinali, Arcivescovi e Vescovi, come pure ai presbiteri, ai diaconi, ai religiosi, alle religiose e ai dipendenti laici: la speranza e la gioia del Natale del Signore siano la nostra parte nella notte di Natale e durante l’intero pe riodo delle feste natalizie!
Auguri!
[Insegnamenti GP II, 17/2, 1121-1129]
6. Gv 3, 16.