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[1665] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL CAMINO DE LA SALVACIÓN PASA POR LA FAMILIA

Homilía de la Misa en la Noche de la Navidad, 25 diciembre 1994

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1. “Puer est natus nobis. Filius datus est nobis”: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 5).

En esta noche, en que se celebra el nacimiento del Señor, las palabras del profeta Isaías adquieren una particular actualidad. En verdad, nace el Niño. Escribe el evangelista Lucas: “Le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (2, 6-7). Son palabras que conocemos bien. Nos hablan mediante innumerables representaciones artísticas y muchos pasajes literarios. Están en el centro de la cultura cristiana y, en cierto sentido, también de la universal.

Nace el Dios-Hombre, escogiendo venir al mundo en el seno de una madre como todo hombre. Es el primogénito, el primero y el único, dado a luz por María. Como sucede con cualquier recién nacido, también él queda bajo el cuidado de su madre y de José, el carpintero, que por voluntad del Padre celestial se convierte en su custodio en la tierra.

El momento histórico de su nacimiento es preciso: Jesús viene al mundo en la época de César Augusto, mientras Quirino era el gobernador romano de Siria y tenía bajo su jurisdicción también Palestina. Jesús nace durante el censo dispuesto por Augusto para todo el imperio. Para acatar esa orden, José y María se acercaron de Nazaret a Belén, porque ambos pertenecían a la estirpe de David. Pero lo que tiene una elocuencia particular es el hecho de que, recién nacido, el niño Jesús fue colocado “en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (Lc 2, 7).

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2. “Puer est natus nobis. Filius datus est nobis...”.

El evangelio de san Lucas nos narra todo lo relativo al nacimiento del Niño: era un puer, es decir, un varón; la madre era virgen, esposa de un hombre de la casa de David (cf. 1, 27); el lugar del nacimiento fue Belén (cf. 2, 4); la cuna, un simple pesebre (cf. 2, 7). Narrando lo sucedido, Lucas deja entrever, al mismo tiempo, el ambiente familiar. Como toda familia humana, también la de Jesús atraviesa momentos difíciles. En efecto, poco después del nacimiento del Niño, tendrá que huir ante la crueldad de Herodes y, tras la muerte de éste, ya de nuevo en Galilea, compartirá la suerte de tanta gente sencilla de Israel.

Esta familia ha sido a lo largo de este año el modelo de todas las familias humanas, y lo seguirá siendo para siempre. En efecto, se trata de la sagrada Familia. La familia en la que vino al mundo el Hijo de Dios, el Redentor del mundo.

En la noche del nacimiento del Señor, los pastores, que custodiaban su rebaño en los campos en torno a Belén, oyeron unas palabras que los invitaban al lugar donde había sido colocado el Niño. Un ángel les dijo: “No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12). Así, los pastores de Belén pueden convencerse de que el camino de la salvación pasa a través de la familia.

También nosotros hemos podido convencernos nuevamente de esta verdad en el curso del año que está ya a punto de terminar, y que ha sido en todo el mundo y en la Iglesia el Año de la familia.

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3. “Filius datus est nobis”: “Un hijo se nos ha dado” (Is 9, 5).

¡Qué precisa esta distinción que hace el profeta Isaías! Anuncia el nacimiento del Señor, tal y como lo relatan los evangelios de Lucas y de Mateo, al igual que el de Juan. En efecto, el Niño nació como Hijo del hombre, hijo de una madre humana, pero al mismo tiempo este Hijo fue entregado por el Padre celestial como el más grande de los dones para el hombre. Reunidos aquí, somos testigos del misterio de la Encarnación. El Hijo consustancial al Padre, Aquel que profesamos en el Credo con las palabras “Dios de Dios, Luz de Luz”, se hace hombre. “La Palabra se hizo carne”, escribe san Juan en su evangelio (1, 14).

Con su nacimiento el Dios-Hombre introduce a toda la humanidad en la dimensión de la divinidad, otorga a cada hombre, que mediante la fe se abre a recibir su don, la participación en la vida divina. Éste es propiamente el significado de aquella salvación de la que oyeron hablar los pastores en la noche de Belén: “Os ha nacido un Salvador” (Lc 2, 11).

El camino de la salvación pasa a través de la familia, no sólo en el principal sentido humano del término, sino sobre todo a causa de lo que surge del nacimiento del Señor. En efecto, cuando el Padre eterno nos entrega a su Hijo para que habite entre nosotros, también se dona a sí mismo: junto con él nos da su paternidad, ofreciendo a todos, a la humanidad entera, la posibilidad de entrar a formar parte de la gran familia divina. Los caminos de la salvación del hombre se unen con aquella Familia divina que se manifestó en la noche de Belén. El Año de la familia, que está a punto de concluir, nos ayude a todos a profundizar en este misterio, para el bien de todos los hombres y de todas las naciones del mundo.

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4. Leemos en Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo” (9, 1-2).

¿Por qué la Navidad del Señor es un acontecimiento de alegría? Esto es lo que sucede, de hecho, no sólo entre los cristianos, sino también entre los demás hombres. El período de Navidad es, en la liturgia y en la tradición, un tiempo de particular gozo. Lo sentimos en los cantos que hoy, desde la medianoche, resuenan en esta basílica de San Pedro y en todo el orbe de la tierra. Estos cantos se escuchan también en medio del sufrimiento, como pueden testimoniar los que están viviendo la experiencia de la cárcel, del campo de concentración, del hospital o de otros lugares, en los que se ha sufrido o se continúa sufriendo. La alegría por el nacimiento del Hijo de Dios es más grande que el sufrimiento. Y yo comparto esta dicha con todos vosotros, y a todos os invito a ella con las palabras del ángel: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lc 2, 14).

Queridos hermanos y hermanas, os anuncio una gran alegría: por medio del Hijo que se ha hecho hombre por nosotros, ¡Dios nos ama!