[1700] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PRESENCIA Y PARTICIPACIÓN DE LA MUJER EN LA VIDA SOCIAL
Mensaje a la Secretaría General de la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, 26 mayo 1995
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1. Con mucho gusto le doy la bienvenida al Vaticano en este momento en que usted y sus colaboradoras están comprometidas en la preparación de la IV Conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer que se celebrará en Pekín el próximo mes de septiembre. Allí la atención de la comunidad internacional se concentrará sobre algunas cuestiones importantes y urgentes que atañen a la dignidad, al papel y a los derechos de la mujer. Su visita me permite expresarle mi profundo aprecio por sus esfuerzos encaminados a hacer de la Conferencia cuyo tema es: Acción por la igualdad, el desarrollo y la paz, una ocasión para reflexionar serena y objetivamente sobre estas metas vitales, y sobre el papel que la mujer ha de desempeñar a fin de alcanzarlas.
La Conferencia ha suscitado grandes expectativas en amplios sectores de la opinión pública. Consciente de que está en juego el bienestar de millones de mujeres en todo el mundo, la Santa Sede, como usted sabe, ha participado activamente en las reuniones preparatorias y regionales con vistas a la Conferencia. En este proceso, la Santa Sede ha discutido tanto sobre cuestiones locales como globales de particular interés para la mujer, no sólo con otras delegaciones y organizaciones, sino también y especialmente con las mujeres mismas. La delegación de la Santa Sede, compuesta en su mayor parte por mujeres, ha escuchado con gran interés y estima las esperanzas y los temores, las preocupaciones y las exigencias de mujeres de todo el mundo.
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2. Las soluciones para las cuestiones y los problemas planteados ante la Conferencia, para ser correctas y permanentes, no pueden basarse sólo en el reconocimiento de la dignidad inherente e inalienable de la mujer y en la importancia de su presencia y de su participación, en todos los ámbitos de la vida social. El éxito de la Conferencia dependerá de si ofrece una visión verdadera de la dignidad y de las aspiraciones de la mujer, una visión capaz de inspirar y apoyar respuestas objetivas y realistas a los sufrimientos, las luchas y las frustraciones que siguen formando parte de la vida de numerosísimas mujeres.
De hecho, el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano es el fundamento y la base del concepto de los derechos humanos universales. Para los creyentes, esa dignidad y los derechos que brotan de ella están cimentados sólidamente en la verdad de la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios. La Carta de las Naciones Unidas se refiere a esta dignidad de la misma manera, reconociendo la igualdad de derechos del hombre y la mujer (cf. Preámbulo, apartado 2), un concepto fundamental en casi todos los instrumentos internacionales sobre derechos humanos. Si el potencial y las aspiraciones de numerosas mujeres de todo el mundo no se hacen realidad se debe en gran parte al hecho de que no se defienden sus derechos humanos, reconocidos en esos instrumentos. En este sentido, la Conferencia puede lanzar una advertencia precisa, invitando a los gobiernos y a las organizaciones a trabajar efectivamente para garantizar legalmente la dignidad y los derechos de la mujer.
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3. Como ponen de relieve la mayoría de las mujeres, igualdad de dignidad no significa ser idéntica al hombre. Esto sólo empobrecería a la mujer y a toda la sociedad, deformando o perdiendo la riqueza única y los valores propios de la femineidad. En la visión de la Iglesia, la mujer y el hombre han sido llamados por el Creador a vivir en profunda comunión entre sí, a conocerse recíprocamente, a entregarse a sí mismos y actuar juntos tendiendo al bien común con las características complementarias de lo que es femenino y masculino.
Al mismo tiempo, no debemos olvidar que, en el nivel personal, cada uno experimenta su dignidad no como el resultado de la afirmación de sus derechos en el plano jurídico e internacional, sino como la consecuencia natural de una específica atención material, emotiva y espiritual recibida en el corazón de su propia familia. Ninguna respuesta a las cuestiones que atañen a la mujer puede olvidar su papel en la familia o tomar a la ligera el hecho de que toda vida nueva está confiada totalmente a la protección y al cuidado de la mujer que la lleva en su seno (cf. carta encíclica Evangelium vitae, 58). Para respetar este orden natural, es necesario oponerse a la falsa concepción según la cual el papel de la maternidad es opresivo para la mujer, y que un compromiso con su familia, particularmente con sus hijos, le impide alcanzar la plenitud personal, y a las mujeres en su conjunto les impide influir en la sociedad. Así se perjudica no sólo a los hijos, sino también a la mujer e incluso a la sociedad, cuando se la hace sentir culpable de querer permanecer en su casa para educar y cuidar a sus hijos. Por el contrario, habría que reconocer, aplaudir y apoyar con todos los medios posibles la presencia de la madre en la familia, tan importante para la estabilidad y el crecimiento de esta unidad básica de la sociedad. De la misma manera, la sociedad necesita recordar a los esposos y padres sus responsabilidades familiares, y debe esforzarse por crear una situación en la que no se vean obligados por las circunstancias económicas a salir siempre de su casa en busca de trabajo.
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4. Además, en el mundo actual, donde numerosos niños afrontan crisis que amenazan no sólo su desarrollo a largo plazo sino también su propia vida, es urgente restablecer y reafirmar la seguridad que proporcionan los padres responsables –madre y padre– en el ámbito de la familia. Los hijos necesitan el ambiente positivo de una vida familiar estable, que asegure su desarrollo hacia la madurez humana, las niñas en igualdad con los niños. La Iglesia ha mostrado históricamente, tanto con palabras como con hechos, la importancia de educar a las niñas, proporcionándoles asistencia sanitaria, particularmente donde de otro modo no podrían gozar de estos beneficios. Cumpliendo la misión de la Iglesia y apoyando los objetivos de la Conferencia sobre la mujer, impulsaremos a las instituciones y organizaciones católicas de todo el mundo a seguir preocupándose y a prestar atención especial a las niñas.
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5. En el mensaje de este año para la Jornada mundial de la paz, sobre el tema: La mujer, educadora para la paz, escribí que el mundo necesita urgentemente “escuchar las aspiraciones de paz que ellas (las mujeres) expresan con palabras y gestos y, en los momentos más dramáticos, con la elocuencia callada de su dolor” (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1995, n. 4, cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 1994, p. 4). De hecho debería ser evidente que “cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad cambia positivamente el modo mismo de comprenderse y organizarse la sociedad” (ib., n. 9). Se trata de un reconocimiento del papel único que la mujer desempeña para humanizar la sociedad y conducirla hacia los objetivos positivos de la solidaridad y la paz. De ningún modo la Santa Sede pretende limitar la influencia y la actividad de la mujer en la sociedad. Por el contrario, sin apartarla de su función en la familia, la Iglesia reconoce que la contribución de la mujer al bienestar y al progreso de la sociedad es incalculable; la Iglesia considera que las mujeres pueden hacer mucho más para salvar a la sociedad del virus mortal de la degradación y la violencia, que hoy registran un aumento dramático.
No deberían existir dudas de que sobre la base de su igual dignidad con el hombre, “las mujeres tienen pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derecho debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario” (ib., n. 9). En verdad, en algunas sociedades, la mujer ha dado grandes pasos en esta dirección, participando de un modo más decisivo, no sin haber superado numerosos obstáculos, en la vida cultural, social, económica y política (cf. ib. n. 4). La Conferencia de Pekín puede ayudar a consolidar este desarrollo positivo y esperanzador, en particular exhortando a todos los países a superar situacciones que impiden reconocer, respetar y apreciar a la mujer en su dignidad y competencia. Es preciso cambiar profundamente las actitudes y la organización de la sociedad para facilitar la participación de la mujer en la vida pública, y, al mismo tiempo, tomando las medidas necesarias para que tanto la mujer como el hombre puedan cumplir sus obligaciones especiales con respecto a la familia. En algunos casos ya se han realizado cambios para permitir que la mujer tenga acceso a la propiedad y a la administración de sus bienes. No se debería descuidar tampoco las dificultades especiales y los problemas que afronta la mujer que vive sola o que es jefe de familia.
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6. De hecho, el desarrollo y el progreso implican tener acceso a los recursos, y a las oportunidades, igual acceso no sólo entre los países menos desarrollados, los que están en vías de desarrollo y los más ricos, y entre las clases sociales y económicas, sino también entre hombres y mujeres (cf. Concilio Vaticano 11, constitución sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 9). Hay que hacer mayores esfuerzos para eliminar la discriminación contra la mujer en áreas que incluyen la educación, la asistencia sanitaria y el empleo. Donde se excluye sistemáticamente de estos bienes a determinados grupos o clases, y donde las comunidades o países carecen de infraestructuras sociales básicas y oportunidades económicas, las mujeres y los niños son los primeros que experimentan la marginación. Y aun así donde abunda la pobreza, o frente a la devastación de conflictos y guerras, o la tragedia de la emigración, forzada o por otras causas, muy a menudo es la mujer la que conserva las huellas de la dignidad humana, defiende la familia y preserva los valores culturales y religiosos. La historia se escribe casi exclusivamente como una narración de las conquistas del hombre, cuando, de hecho, en su mayor parte ha sido plasmada más a menudo por la acción decidida y perseverante de la mujer en busca del bien. En otra ocasión he escrito acerca de la obligación del hombre con respecto a la mujer en el ámbito de la vida y la defensa de la vida (cf. carta apostólica Mulieris dignitatem, 18). Es muy necesario aún hablar y escribir acerca de la gran deuda que tiene el hombre con respecto a la mujer en todos los otros campos del progreso social y cultural. La Iglesia y la sociedad humana han sido, y siguen siendo, inmensamente enriquecidas por la presencia y los dones únicos de la mujer, especialmente por las que se han consagrado al Señor y, en él, se han entregado al servicio de los demás.
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7. No cabe duda que la Conferencia de Pekín prestará atención a la terrible explotación de mujeres y niñas que existe en todas partes del mundo. La opinión publica sólo está comenzando a hacer inventario de las condiciones inhumanas en las que mujeres y niños se ven a menudo obligados a trabajar, especialmente en las áreas menos desarrolladas del mundo, con un sueldo mínimo o incluso sin él, y sin derechos ni seguridad laborales. ¿Y qué decir de la explotación sexual de mujeres y niñas? La trivialización de la sexualidad, especialmente en los medios de comunicación, y la aceptación en algunas sociedades de una sexualidad sin freno moral ni responsabilidad, son perjudiciales sobre todo para la mujer, pues aumentan los desafíos que ha de afrontar para defender su dignidad personal y su servicio a la vida. En una sociedad que sigue este camino, es muy fuerte la tentación de recurrir al aborto como una solución para el resultado no deseado de la promiscuidad sexual y la irresponsabilidad. Y aquí, una vez más, es la mujer la que soporta el mayor peso. A menudo abandonada a sus propias fuerzas, o presionada para que acabe con la vida de su hijo antes de que nazca, debe soportar después el peso de su conciencia, que le recuerda siempre que ha quitado la vida a su hijo (cf. Mulieris dignitatem, 14).
Una solidaridad radical con la mujer exige que se afronten las causas que impulsan a no desear al hijo. Jamás habrá justicia, incluyendo la igualdad, el desarrollo y la paz, tanto para la mujer como para el hombre, si no existe la determinación firme de respetar, proteger amar y servir a la vida, a toda vida humana, en cualquier estadio y situación (cf. Evangelium vitae, 5 y 87). Es bien sabido que ésta es una preocupación fundamental de la Santa Sede, y se reflejará en las posiciones que tomará su delegación en la Conferencia de Pekín.
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8. El desafío que afrontan la mayor parte de las sociedades consiste en apoyar, más aún, en fortalecer el papel de la mujer en la familia y, al mismo tiempo, hacer lo posible para que use todos sus talentos y ejerza todos sus derechos en la construcción de la sociedad. Sin embargo, una mayor presencia de la mujer en las fuerzas laborales, en la vida pública y, en general, en los procesos para tomar decisiones que marcan el camino de la sociedad, en plena igualdad con el hombre, seguirá siendo problemática mientras los costes estén a cargo del sector privado. En esta área el Estado tiene un deber de subsidiariedad, que ha de ejercer a través de apropiadas iniciativas legislativas y de seguridad social. En la perspectiva de políticas de libre mercado sin control, existen pocas esperanzas de que la mujer pueda superar los obstáculos que encuentre en su camino.
La Conferencia de Pekín afronta numerosos desafíos. Esperamos que, en su desarrollo, la Conferencia evite los escollos del individualismo exagerado, con el relativismo moral que lo acompaña, o, en el lado opuesto, los escollos de un condicionamiento social y cultural que no permite que la mujer llegue a tomar conciencia de su propia dignidad, con consecuencias drásticas para el propio balance de la sociedad y con continuo dolor y desesperanza por parte de tantas mujeres.
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9. Señora secretaria general, espero y pido a Dios que los participantes en la Conferencia aprecien la importancia de lo que se ha de decidir en ella, así como sus implicaciones para millones de mujeres de todo el mundo. Se requiere una gran sensibilidad para evitar el riesgo de tomar iniciativas que estén lejos de solucionar las necesidades de la vida concreta y satisfacer las aspiraciones de la mujer, a quien la Conferencia quiere servir y promover. Ojalá que, con la ayuda de Dios todopoderoso, usted y todas las personas implicadas trabajen con claridad de mente y rectitud de corazón, para que se alcancen más plenamente los objetivos de igualdad, desarrollo y paz.
[O.R. (e. c.) 2.VI.1995, 20-21]
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1. It is with genuine pleasure that I welcome you to the Vatican, at a time when you and your collaborators are engaged in preparing the United Nations Fourth World Conference on Women, to be held in Beijing in September. There, the attention of the world community will be focused on important, urgent questions regarding the dignity, the role and the rights of women. Your visit enables me to express deep appreciation for your efforts to make the Conference, on the theme of “Action for Equality, Development and Peace”, the occasion for a serene and objective reflection on these vital goals, and the role of women in achieving them.
The Conference has raised high expectations in large sectors of public opinion. Conscious of what is at stake for the well-being of millions of women around the world, the Holy See, as you are aware, has taken an active part in the preparatory and regional meetings leading up to the Conference. In this process, the Holy See has discussed both local and global issues of particular concern to women not only with other Delegations and organizations, but especially with women themselves. The Holy See’s Delegation, which has itself consisted mostly of women, has heard with keen interest and appreciation the hopes and fears, the concerns and demands of women all over the world.
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2. Solutions to the issues and problems raised at the Conference, if they are to be honest and permanent, cannot but be based on the recognition of the inherent, inalienable dignity of women, and the importance of women’s presence and participation in all aspects of social life. The Conference’s success will depend on whether or not it will offer a true vision of women’s dignity and aspirations, a vision capable of inspiring and sustaining objective and realistic responses to the suffering, struggle and frustration that continue to be a part of all too many women’s lives.
In fact, the recognition of the dignity of every human being is the foundation and support of the concept of universal human rights. For believers, that dignity and the rights that stem from it are solidly grounded in the truth of the human being’s creation in the image and likeness of God. The United Nations Charter refers to this dignity in the same instance as it acknowledges the equal rights of men and women (1), a concept prominent in almost every international human rights instrument. If the potential and aspirations of many of the world’s women are not realized, this is due in great part to the fact that their human rights, as acknowledged by these instruments, are not upheld. In this sense, the Conference can sound a needed warning, and call governments and organizations to work effectively to ensure the legal guarantee of women’s dignity and rights.
1. Cfr. United Nations Charter, Preamble, par. 2.
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3. As most women themselves point out, equality of dignity does not mean “sameness with men”. This would only impoverish women and all of society, by deforming or losing the unique richness and the inherent value of femininity. In the Church’s outlook, women and men have been called by the Creator to live in profound communion with one another, with reciprocal knowledge and giving of self, acting together for the common good with the complementary characteristics of that which is feminine and masculine.
At the same time we must not forget that at the personal level one’s dignity is experienced not as a result of the affirmation of rights on the juridical and international planes, but as the natural consequence of the concrete material, emotional and spiritual care received in the heart of one’s family. No response to women’s issues can ignore women’s role in the family or take lightly the fact that every new life is totally entrusted to the protection and care of the woman carrying it in her womb (2). In order to respect this natural order of things, it is necessary to counter the misconception that the role of motherhood is oppressive to women, and that a commitment to her family, particularly to her children, prevents a woman from reaching personal fulfilment, and women as a whole from having an influence in society. It is a disservice not only to children, but also to women and society itself, when a woman is made to feel guilty for wanting to remain in the home and nurture and care for her children. A mother’s presence in the family, so critical to the stability and growth of that basic unity of society, should instead be recognized, applauded and supported in every possible way. By the same token society needs to call husbands and fathers to their family responsibilities, and ought to strive for a situation in which they will not be forced by economic circumstances to move away from the home in search of work.
2. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Evangelium Vitae, 58 [1995 03 25b/ 58].
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4. Moreover, in today’s world, when so many children are facing crises that threaten not only their long-term development, but also their very life, it is imperative that the security afforded by responsible parents –mother and father– within the context of the family be re-established and reaffirmed. Children need the positive environment of a stable family life that will ensure their development to human maturity –girls on an equal basis with boys. The Church historically has demonstrated in action, as well as in word, the importance of educating the girl-child and providing her with health care, particularly where she may not otherwise have had these benefits. In keeping with the Church’s mission and in support of the goals of the Women’s Conference, Catholic institutions and organizations around the world will be encouraged to continue their care and special attention to the girl-child.
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5. In this year’s “World Day of Peace Message”, on the theme of “Women: teachers of peace”, I wrote that the world urgently needs “to heed the yearning for peace which they [women] express in words and deeds and, at times of greatest tragedy, by the silent eloquence of their grief” (3). It should in fact be clear that “when women are able fully to share their gifts with the whole community, the very way in which society understands and organizes itself is improved” (4). This is a recognition of the unique role which women have in humanizing society and directing it towards the positive goals of solidarity and peace. It is far from the Holy See’s intentions to try to limit the influence and activity of women in society. On the contrary, without detracting from their role in relation to the family, the Church recognizes that women’s contribution to the welfare and progress of society is incalculable, and the Church looks to women to do even more to save society from the deadly virus of degradation and violence which is today witnessing a dramatic increase.
There should be no doubt that on the basis of their equal dignity with men “women have a full right to become actively involved in all areas of public life, and this right must be affirmed and guaranteed, also, where necessary, through appropriate legislation” (5). In truth, in some societies, women have made great strides in this direction, being involved in a more decisive way, not without overcoming many obstacles, in cultural, social, economic and political life (6). This is a positive and hopeful development which the Beijing Conference can help to consolidate, in particular by calling on all countries to overcome situations which prevent women from being acknowledged, respected and appreciated in their dignity and competence. Profound changes are needed in the attitudes and organization of society in order to facilitate the participation of women in public life, while at the same time providing for the special obligations of women and of men with regard to their families. In some cases changes have also to be made to render it possible for women to have access to property and to the management of their assets. Nor should the special difficulties and problems faced by single women living alone or those who head families be neglected.
3. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1995,4, die 8 dec. 1994: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVII, 2 (1994) 1011 [1994 12 08a/4].
4. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1995, 9, die 8 dec. 1994: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVII, 2 (1994), p. 1013 [1994 12 08a/9].
5. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1995, 9, die 8 dec. 1994: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVII, 2 (1994), p. 1013 [1994 12 08a/9].
6. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1995, 4, die 8 dec. 1994: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVII, 2 (1994) 1011 [1994 12 08a/4].
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6. In fact, development and progress imply access to resources and opportunities, equitable access not only between the least developed, developing and richer countries, and between social and economic classes, but also between women and men7. Greater efforts are needed to eliminate discrimination against women in areas that include education, health care and employment. Where certain groups or classes are systematically excluded from these goods, and where communities or countries lack basic social infrastructures and economic opportunities, women and children are the first to experience marginalization. And yet, where poverty abounds, or in the face of the devastation of conflict and war, or the tragedy of migration, forced or otherwise, it is very often women who maintain the vestiges of human dignity, defend the family, and preserve cultural and religious values. History is written almost exclusively as the narrative of men’s achievements, when in fact its better part is most often moulded by women’s determined and persevering action for good. Elsewhere I have written about man’s debt to woman in the realm of life and the defence of life (8). How much still needs to be said and written about man’s enormous debt to woman in every other realm of social and cultural progress! The Church and human society have been, and continue to be, measurelessly enriched by the unique presence and gifts of women, especially those who have consecrated themselves to the Lord and in him have given themselves in service to others.
7. Cfr. Gaudium et Spes, 9.
8. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Mulieris Dignitatem, 18 [1988 08 15/ 18].
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7. The Beijing Conference will undoubtedly draw attention to the terrible exploitation of women and girls which exists in every part of the world. Public opinion is only beginning to take stock of the inhuman conditions in which women and children are often forced to work, especially in less developed areas of the globe, with little or no recompense, no labour rights, no security. And what about the sexual exploitation of women and children? The trivialization of sexuality, especially in the media, and the acceptance in some societies of a sexuality without moral restraint and without accountability, are deleterious above all to women, increasing the challenges that they face in sustaining their personal dignity and their service to life. In a society which follows this path, the temptation to use abortion as a so-called “solution” to the unwanted results of sexual promiscuity and irresponsibility is very strong. And here again it is the woman who bears the heaviest burden: often left alone, or pressured into terminating the life of her child before it is born, she must then bear the burden of her conscience which forever reminds her that she has taken the life of her child (9).
A radical solidarity with women requires that the underlying causes which make a child unwanted be addressed. There will never be justice, including equality, development and peace, for women or for men, unless there is an unfailing determination to respect, protect, love and serve life –every human life, at every stage and in every situation (10). It is well known that this is a primary concern of the Holy See, and it will be reflected in the positions taken by the Holy See Delegation at the Beijing Conference.
9. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Mulieris Dignitatem, 14 [1988 08 15/ 14].
10. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Evangelium Vitae, 5 et 87 [1995 03 25b/ 5 y 87].
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8. The challenge facing most societies is that of upholding, indeed strengthening, woman’s role in the family while at the same time making it possible for her to use all her talents and exercise all her rights in building up society. However, women’s greater presence in the work force, in public life, and generally in the decision making processes guiding society, on an equal basis with men, will continue to be problematic as long as the costs continue to burden the private sector. In this area the State has a duty of subsidiarity, to be exercised through suitable legislative and social security initiatives. In the perspective of uncontrolled free-market policies there is little hope that women will be able to overcome the obstacles on their path.
Many challenges face the Beijing Conference. We must hope that the Conference will set a course that avoids the reefs of exaggerated individualism, with its accompanying moral relativism, or –on the opposite side– the reefs of social and cultural conditioning which does not permit women to become aware of their own dignity, with drastic consequences for the proper balance of society and with continuing pain and despair on the part of so many women.
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9. Madame Secretary General, it is my hope and prayer that the participants in the Conference will appreciate the importance of what is to be decided there, and its implications for millions of women throughout the world. A great sensitivity is required in order to avoid the risk of prescribing action which will be far removed from the real-life needs and aspirations of women, which the Conference is supposed to serve and promote. With Almighty God’s help may you and all involved work with enlightened mind and upright heart so that the goals of equality, development and peace may be more fully realized.
[Insegnamenti GP II, 18/1, 1571-1577]