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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1726] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS FRUTOS DEL SÍNODO DE ÁFRICA CONFIADOS DE MANERA PARTICULAR A LA RESPONSABILIDAD DE LA FAMILIA

Del Discurso The Church, durante la Tercera Sesión de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, Nairobi (Kenia), 19 septiembre 1995

1995 09 19b 0004

4. ¿Con qué recursos la Iglesia en África logrará superar esos enormes desafíos? El Sínodo dice: “El más importante [recurso], después de la gracia de Cristo, es el pueblo. El pueblo de Dios –entendido en el sentido teológico de la Lumen gentium, un pueblo que abarca a los miembros del Cuerpo de Cristo en su totalidad– ha recibido el mandato, que es al mismo tiempo un honor y un deber, de proclamar el mensaje evangélico (...). Es preciso preparar, motivar y fortalecer a toda la comunidad para la evangelización, a cada uno según su función específica dentro de la Iglesia” (Ecclesia in Africa, 53).

Por eso, con inmensa alegría y esperanza, encomiendo la exhortación apostólica “Ecclesia in Africa” a todos los sectores del pueblo de Dios que está en África, a los agentes de la evangelización.

En primer lugar, a los laicos.

La madurez de la comunidad católica en África dependerá en gran medida de la capacidad de los laicos para ejercer con responsabilidad su plena vocación y dignidad cristiana. Los laicos, hombres y mujeres, y en especial los jóvenes, se sienten a veces defraudados por el espacio que se les concede en la Iglesia, y porque no se les ayuda a desarrollar plenamente sus carismas específicos.

Los padres sinodales han reconocido la necesidad de un laicado dinámico: padres profundamente creyentes, educadores conscientes de sus responsabilidades, y líderes políticos que tengan un profundo sentido de la moralidad (cf. ib., 22).

Los frutos del Sínodo se confían de modo particular a las familias, a las familias que se esfuerzan por vivir plenamente su vocación cristiana, porque el hogar es la primera escuela de vida cristiana y “escuela del más rico humanismo” (ib., 92). Por el vigor de las tradiciones familiares africanas, los padres sinodales han considerado la Iglesia como familia de Dios, una idea clave de la evangelización de este continente (cf. ib., 63). Precisamente en la familia y por la familia, puede plantearse la importante cuestión de la inculturación de la fe en función de la experiencia de la realidad diaria. Las relaciones cordiales de la familia africana, la atención que sus miembros se prestan unos a otros, sobre todo a los niños y a los ancianos, la solidaridad que une a la familia con la comunidad más amplia, y su intenso amor y respeto a la vida que se concibe y nace; todo esto constituye un terreno fértil en el que el espíritu del Evangelio puede desarrollar un espléndido florecimiento del espíritu de las bienaventuranzas. Cuando los valores tradicionales de la familia se purifican, elevan y transforman gracias al encuentro con el evangelio de la vida, la comunidad católica redescubre la dimensión esencial de la fraternidad y del amor cristiano, que se opone al individualismo excesivo de las sociedades secularizadas (cf. ib., 43).

El Sínodo no podía ignorar los nuevos desafíos que la familia africana debe afrontar, a causa de la adopción, a veces impuesta, de modelos de desarrollo económico y social que no reflejan la índole de África. Así, en todos los países africanos, se conocen “los fenómenos de desarraigo familiar, urbanización, desocupación, así como las múltiples seducciones materialistas y una especie de trauma intelectual que provoca la avalancha de ideas insuficientemente cribadas, difundidas por los medios de comunicación social” (ib., 76). Ciertamente, África posee los recursos humanos y espirituales necesarios para encontrar su propio camino hacia un mejor desarrollo material y un bienestar mayor, sin importar los aspectos negativos de las sociedades de consumo. En la exhortación apostólica, he querido repetir lo que dije en el curso de mi visita a Malawi en 1988: “Pongo hoy ante vosotros un desafío, un desafío a que rechacéis un camino de vida que no corresponda con lo mejor de vuestras tradiciones locales y de vuestra fe cristiana.

Mucha gente en África mira más allá de África, hacia la llamada ‘libertad del estilo moderno de vida’. Hoy os urjo a que miréis dentro de vosotros mismos. Mirad a las riquezas de vuestras tradiciones, mirad a la fe que estamos celebrando en esta asamblea. Aquí encontraréis la libertad genuina, encontraréis aquí a Cristo que os guiará hacia la verdad” (ib., 48).

[O.R. (e. c.) 29.IX.1995, 16]