[1738] • JUAN PABLO II (1978-2005) • TESTIGOS DEL “EVANGELIO DE LA VIDA”
Mensaje Mit besonderer Freude, a los Misioneros de la Sagrada Familia con ocasión del X Capítulo General, 14 octubre 1995
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1. Con especial alegría os saludo cordialmente y os bendigo, queridos miembros del capítulo general de los Misioneros de la Sagrada Familia. Como representantes de todas las provincias y países donde vuestra congregación presta su servicio, habéis venido a Roma para celebrar vuestro décimo capítulo general, a fin de discutir las líneas directrices de vuestra futura actividad misionera, con el espíritu del siervo de Dios padre Jean Berthier, que fundó vuestra comunidad hace cien años. Le expreso mis mejores deseos a usted, querido padre Wilhelmus van der Weiden, que ha sido elegido superior general para el próximo sexenio, así como a los otros miembros del nuevo consejo general. Al mismo tiempo, me gustaría aprovechar esta oportunidad para expresar mi reconocimiento al anterior superior general y a sus colaboradores en la guía de vuestra comunidad. A través de vosotros envío un cordial saludo a todos los miembros de vuestra congregación esparcidos por el mundo, además de mi sincero agradecimiento por el múltiple trabajo, extraordinariamente fecundo, que habéis realizado en favor de la construcción y el crecimiento de la Iglesia.
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2. Las deliberaciones de vuestro capítulo general han tenido como guía este tema: La familia, nuestra vida y nuestra misión. Habéis tratado una serie de cuestiones de gran importancia para la Iglesia y para el mundo, porque la familia es la piedra angular de la sociedad humana, así como la célula básica de la vida de la Iglesia. Desde vuestra fundación, basada en el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, habéis tenido presente este ideal. Por desgracia, esta célula básica de la vida humana y espiritual está hoy muy amenazada por la indiferencia, y es necesario volver a su santidad y a su inviolabilidad originales. Por eso, sé que estáis firmemente convencidos de que las bases de un futuro de paz para la familia humana, en el umbral del tercer milenio cristiano, ha de descansar en los fundamentos seguros de los valores naturales y espirituales, que han sido inscritos en la persona humana. Así, con gran respeto a vuestro propio carisma original, quisiera exhortaros a considerar siempre “el apostolado con la familia como una de las tareas prioritarias”, cada vez más urgente a causa de la situación actual del mundo (Familiaris consortio, 74).
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3. Además de la solicitud que tenéis con respecto a la familia en los múltiples aspectos de su concreta existencia diaria en la Iglesia y en el mundo, prestáis especial atención al apostolado vocacional, porque la familia es la célula básica de la vida espiritual. Cuando la familia logra desarrollar plenamente su riqueza espiritual, puede llegar a convertirse, por así decirlo, en “el primer seminario” (Optatam totius, 2). Del mismo modo, la acción de los religiosos en el ámbito del apostolado familiar, mediante su consagración a Dios puede atraer la atención hacia ese “maravilloso matrimonio (...) por el que la Iglesia tiene como único esposo a Cristo” (Perfectae caritatis, 12). Por eso, se convierten en testigos del amor que todo lo abraza y que, “a través de la castidad aceptada por el reino de los cielos, los capacita cada vez más para entregarse generosamente al servicio de Dios y a las obras de apostolado” (Familiaris consortio, 74). Así, mediante el encuentro con vosotros y vuestro testimonio de vida, pueden ganarse nuevos testigos para el evangelio de la vida, y de este modo vuestra misión puede abrir los corazones de nuevos misioneros que colaboren en la misión de la Iglesia y lleven a cabo la actividad salvífica del Señor (cf. Redemptoris missio, 61): “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).
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4. Por tanto, queridos Misioneros de la Sagrada Familia, al igual que trabajáis con tanto ardor en vuestros centros cercanos y lejanos, en los caminos y en las encrucijadas del mundo, así también lo estáis haciendo desde el misterio más íntimo de la Iglesia, desde el poder del Verbo de Dios encarnado, que comenzó su misión en una familia humana. Como el Señor, también vosotros sentís compasión, en el más profundo sentido de la palabra, cuando veis a tantas personas, vejadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor (cf. Mt 9, 36). Sabiendo que habéis sido enviados a esas personas, dadles el espacio en que puedan desarrollarse humana y espiritualmente. Por vuestra parte, debéis transformaros cada vez más en lo que habéis puesto en el centro de vuestra espiritualidad: una familia espiritual que vive su misión en relación con Dios, con sencillez y modestia, y dando testimonio en vuestra vida de Aquél que os ha enviado. No permitáis que pierdan intensidad la belleza y el resplandor de vuestra vocación misionera. Construid sobre la base de la experiencia de vuestros hermanos mayores, y confiad en el compromiso y la creatividad de los más jóvenes: en sus manos está el futuro de vuestra comunidad. En ellos y en todos los jóvenes pongo mi especial esperanza y mi mayor confianza para toda la Iglesia. Ellos pasarán la antorcha de la fe al siglo próximo.
A todos vosotros, queridos hermanos, os expreso mis mejores deseos para el futuro de la congregación de los Misioneros de la Sagrada Familia. Encomiendo en mis oraciones a vosotros, vuestras inquietudes y preocupaciones, vuestras intenciones y esperanzas, a la Madre de Dios, bajo cuyo patrocinio vuestro fundador puso su obra, en la montaña de La Salette, donde se la honra como Madre de la reconciliación. Os imparto cordialmente a vosotros, y a todos los miembros de vuestra congregación, mi especial bendición apostólica.
[O.R. (e. c.) 24.XI.1995, 11]
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1. Mit besonderer Freude richte ich an Euch, liebe Mitglieder des Generalkapitels der Missionare von der Heiligen Familie, herzliche Segensgrüße. Als Vertreter aller Provinzen und Länder, in denen Eure Kongregation tätig ist, seid Ihr zu Eurem 10. Generalkapitel nach Rom gekommen, um aus dem Geist Eures Gründers, des Dieners Gottes P. Jean Berthier, heraus, der Eure Gemeinschaft vor einhundert Jahren ins Leben gerufen hat, die Grundlinien Eures zukünftigen missionarischen Wirkens zu beraten. Meine besten Segenswünsche gelten Ihnen, lieber P. Wilhelmus van der Weiden, der Sie für die kommenden sechs Jahre zum Generaloberen bestellt worden sind, sowie den anderen Mitgliedern der neuen Generalleitung. Gleichzeitig möchte ich die Gelegenheit wahrnehmen, dem bisherigen Generaloberen und seinen Mitarbeitern für den engagierten Dienst in der Leitung Eurer Gemeinschaft meine Anerkennung zu bezeugen. Durch Euch geht mein herzlicher Gruß an die Mitglieder Eurer Kongregation in aller Welt, mit dem ich meinen aufrichtigen Dank verbinde für das vielfältige und überaus segensreiche Wirken, durch das Ihr zum Aufbau und Wachstum der Kirche beigetragen habt.
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2. “Familie –unser Leben, unsere Sendung”: unter diesem Leitthema standen die Beratungen Eures Generalkapitels. Ihr habt Euch einem Fragenkomplex zugewandt, der für Kirche und Welt von erstrangiger Bedeutung ist, ist doch die Familie ebenso Grundbaustein der menschlichen Gesellschaft wie auch Keimzelle des kirchlichen Lebens. Durch das Vorbild der heiligen Familie von Nazareth steht Euch dieser Tatbestand seit Eurer Gründung beispielhaft vor Augen. Leider ist diese Urzelle menschlichen und geistlichen Lebens heute außerordentlichen Bedrohungen ausgesetzt, die eine Rückbesinnung auf ihre ursprüngliche Heiligkeit und Unantastbarkeit verlangen. Deswegen weiß ich mich Euch in der festen Überzeugung verbunden, daß an der Basis einer friedlichen Zukunft der Menscheitsfamilie angesichts des herannahenden dritten christlichen Jahrtausends eine Rückbesinnung auf die verläßlichen Grundlagen der natürlichen und spirituellen Werte stehen muß, wie sie dem Menschen schöpfungsgemäß innewohnen. Daher möchte ich an Euch ”eindringlich appellieren, bei aller grund sätzlichen Beachtung des eigenen und besonderen Charismas das Familienapostolat als eine der vorrangigen Aufgaben anzusehen, die durch die heutigen Verhältnisse besonders dringend geworden sind“1.
1. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 74 [1981 11 22/ 74].
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3. Neben der Sorge um die Familie in den vielfältigen Bezügen ihres konkreten Alltagslebens in Kirche und Welt gilt Euer besonderes Augenmerk auch der Berufungspastoral, also der Familie als Keimzelle geistlichen Lebens. Wo sich die Familie in ihrem geistlichen Reichtum voll entfalten kann, vermag sie selbst ”gleichsam das erste Seminar“2 zu sein. Doch kann gerade auch das Wirken von Ordensleuten in ihrer Weihe an Gott im Bereich der Familienpastoral den Blick zu weiten auf den ”Ehebund der Kirche mit Christus, ihrem einzigen Bräutigam“3, wodurch sie zu Zeugen jener umfassenden Liebe werden, ”die in ihnen durch die Ehelosigkeit um des Himmelreiches willen eine immer größere Bereitschaft weckt, sich hochherzig dem Dienst vor Gott und den Werken des Apostolates zu widmen“4. So können aus der Begegnung mit Euch und Eurem Lebenszeugnis neue Zeugen für das Evangelium des Lebens gewonnen werden, so vermag Eure Mission neuen Missionaren das Herz zu öffnen, um an der Sendung der Kirche mitzuwirken und das Heilswerk des Herrn fortzusetzen (5): ”Ihr werdet meine Zeugen sein in Jerusalem und in ganz Judäa und Samarien bis an die Grenzen der Erde“6.
2. Optatam Totius, 2 [1965 10 28a/ 2].
3. Perfectae Caritatis, 12.
4. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 74 [1981 11 22/ 74].
5. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Redemptoris Missio, 61.
6. At 1,8.
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4. So sehr Ihr, liebe Missionare von der Heiligen Familie, in den nahen und fernen Zentren, an deren Straßen und Wegkreuzungen der Welt arbeitet, wirkt Ihr gleichermaßen aus dem innersten Geheimnis der Kirche heraus, aus der Kraft des menschgewordenen Wortes Gottes, das seine Sendung in einer menschlichen Familie begonnen hat. Ihr selbst fühlt Euch im wahrsten Sinn des Wortes ”bewegt“, wenn Ihr, wie der Herr selbst, die vielen Menschen seht, die müde und erschöpft sind wie Schafe, die keinen Hirten haben (7). Schenkt diesen Menschen, zu denen Ihr Euch gesandt wißt, Raum, in dem sie sich menschlich entfalten und geistlich erheben können. Werdet selbst immer mehr das, was ihr als Grundlage allen Lebens in den Mittelpunkt Eurer Spiritualität gestellt habt: eine geistliche Familie, die in Gottverbundenheit, Einfachheit und Bescheidenheit ihre Sendung lebt und in ihrem Leben den bezeugt, der Euch gesandt hat. Laßt die Schönheit und Strahlkraft Eurer missionarischen Berufung nicht verdunkeln. Baut auf die Erfahrung der älteren Mitbrüder und vertraut auf das Engagement und den Ideenreichtum der jüngeren: in ihnen liegt die Zukunft Eurer Gemeinschaft, auf sie und auf alle jungen Menschen setze ich in tiefem Vertrauen meine besondere Hoffnung für die ganze Kirche. Sie werden es sein, die die Fackel des Glaubens weit in das kommende Jahrtausend hineintragen werden.
Euch allen, liebe Brüder, gelten für die Zukunft der Kongregation der Missionare von der Heiligen Familie meine aufrichtigen Wünsche. Ich empfehle Euch, Eure Sorgen und Anliegen, Eure Vorhaben und Hoffnungen der Gottesmutter an, unter deren Schutz Euer Gründer auf dem Berg von La Salette, wo sie als ”Mutter der Versöhnung“ verehrt wird, sein Werk gestellt hat. Dazu erteile ich Euch und allen Mitgiedern Eurer Kongregation von Herzen meinen besonderen Apostolischen Segen.
[Insegnamenti GP II, 18/2, 852-855]
7. Cfr. Mt 9,36.