[1746] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL PAPEL DE LA MUJER A LA LUZ DE MARÍA
Alocución Come ho già avuto, en la Audiencia General, 6 diciembre 1995
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1. Como ya he tenido oportunidad de ilustrar en las catequesis anteriores, el papel que Dios en su plan de salvación confió a María ilumina la vocación de la mujer en la vida de la Iglesia y de la sociedad, definiendo su diferencia con respecto al hombre. En efecto, el modelo que representa María muestra claramente lo que es específico de la personalidad femenina.
En tiempos recientes, algunas corrientes del movimiento feminista, con el propósito de favorecer la emancipación de la mujer, han tratado de asimilarla en todo al hombre. Pero la intención divina, tal como se manifiesta en la creación, aunque quiere que la mujer sea igual al hombre por su dignidad y su valor, al mismo tiempo afirma con claridad su diversidad y su carácter específico. La identidad de la mujer no puede consistir en ser una copia del hombre, ya que está dotada de cualidades y prerrogativas propias, que le confieren una peculiaridad autónoma, que siempre ha de promoverse y alentarse.
Estas prerrogativas y esta peculiaridad de la personalidad femenina, han alcanzado su pleno desarrollo en María. En efecto, la plenitud de la gracia divina favorecía en ella todas las capacidades naturales típicas de la mujer.
El papel de María en la obra de la salvación depende totalmente del de Cristo. Se trata de una función única, exigida por la realización del misterio de la Encarnación: la maternidad de María era necesaria para dar al mundo el Salvador, verdadero Hijo de Dios, pero también perfectamente hombre.
La importancia de la cooperación de la mujer en la venida de Cristo se manifiesta en la iniciativa de Dios que, mediante el ángel, comunica a la Virgen de Nazaret su plan de salvación, para que pueda cooperar con él de modo consciente y libre, dando su propio consentimiento generoso.
Aquí se realiza el modelo más alto de colaboración responsable de la mujer en la redención del hombre –de todo el hombre–, que constituye la referencia trascendente para toda afirmación sobre el papel y la función de la mujer en la historia.
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2. María, realizando esa forma de cooperación tan sublime, indica también el estilo mediante el cual la mujer debe cumplir concretamente su misión.
Ante el anuncio del ángel, la Virgen no manifiesta una actitud de reivindicación orgullosa, ni busca satisfacer ambiciones personales. San Lucas nos la presenta como una persona que sólo deseaba brindar su humilde servicio con total y confiada disponibilidad al plan divino de salvación. Éste es el sentido de la respuesta: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
En efecto, no se trata de una acogida puramente pasiva, pues da su consentimiento sólo después de haber manifestado la dificultad que nace de su propósito de virginidad, inspirado por su voluntad de pertenecer más totalmente al Señor.
Después de haber recibido la respuesta del ángel, María expresa inmediatamente su disponibilidad conservando una actitud de humilde servicio.
Se trata del humilde y valioso servicio que tantas mujeres, siguiendo el ejemplo de María, han prestado y siguen prestando en la Iglesia para el desarrollo del reino de Cristo.
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3. La figura de María recuerda a las mujeres de hoy el valor de la maternidad. En el mundo contemporáneo no siempre se da a este valor una justa y equilibrada importancia. En algunos casos, la necesidad del trabajo femenino para proveer a las exigencias cada vez mayores de la familia, y un concepto equivocado de libertad, que ve en el cuidado de los hijos un obstáculo a la autonomía y a las posibilidades de afirmación de la mujer, han ofuscado el significado de la maternidad para el desarrollo de la personalidad femenina. En otros, por el contrario, el aspecto de la generación biológica resulta tan importante, que impide apreciar las otras posibilidades significativas que tiene la mujer de manifestar su vocación innata a la maternidad.
En María podemos comprender el verdadero significado de la maternidad, que alcanza su dimensión más alta en el plan divino de salvación. Gracias a ella, el hecho de ser madre no sólo permite a la personalidad femenina, orientada fundamentalmente hacia el don de la vida, su pleno desarrollo sino que también constituye una respuesta de fe a la vocación propia de la mujer, que adquiere su valor más verdadero sólo a la luz de la alianza con Dios (cf. Mulieris dignitatem, 19).
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4. Contemplando atentamente a María también descubrimos en ella el modelo de la virginidad vivida por el Reino.
Virgen por excelencia, en su corazón maduró el deseo de vivir en ese estado para alcanzar una intimidad cada vez más profunda con Dios.
Mostrando a las mujeres llamadas a la castidad virginal el alto significado de esta vocación tan especial, María atrae su atención hacia la fecundidad espiritual que reviste en el plan divino: una maternidad de orden superior, una maternidad según el Espíritu (cf. ib. 21).
El corazón materno de María, abierto a todas las miserias humanas, recuerda también a las mujeres que el desarrollo de la personalidad femenina requiere el compromiso en favor de la caridad. La mujer, más sensible ante los valores del corazón, muestra una alta capacidad de entrega personal.
A cuantos en nuestra época proponen modelos egoístas para la afirmación de la personalidad femenina, la figura luminosa y santa de la Madre del Señor les muestra que sólo a través de la entrega y del olvido de sí por los demás se puede lograr la realización auténtica del proyecto divino sobre la propia vida.
Por tanto, la presencia de María estimula en las mujeres los sentimientos de misericordia y solidaridad con respecto a las situaciones humanas dolorosas, y suscita el deseo de aliviar las penas de quienes sufren: los pobres, los enfermos y cuantos necesitan ayuda.
En virtud de su vínculo particular con María, la mujer, a lo largo de la historia, ha representado a menudo la cercanía de Dios a las expectativas de bondad y ternura de la Humanidad herida por el odio y el pecado, sembrando en el mundo las semillas de una civilización que sabe responder a la violencia con el amor.
[E 55 (1995), 1951-1952]
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1. Come ho già avuto modo di illustrare nelle precedenti catechesi, il ruolo affidato dal disegno divino di salvezza a Maria, illumina la vocazione della donna nella vita della Chiesa e della società, definendone la differenza rispetto all’uomo. Il modello costituito in Maria, infatti, mostra chiaramente ciò che è specifico della personalità femminile.
In tempi recenti, alcune correnti del movimento femminista, nell’intento di favorire l’emancipazione della donna, hanno mirato ad assimilarla in tutto all’uomo. Ma l’intenzione divina manifestata nella creazione, pur volendo la donna uguale all’uomo per dignità e valore, ne afferma nel contempo con chiarezza la diversità e la specificità. L’identità della donna non può consistere nell’essere una copia dell’uomo, essendo dotata di qualità e prerogative proprie, che le conferiscono una sua autonoma peculiarità, sempre da promuovere e da incoraggiare.
Queste prerogative e peculiarità della personalità femminile hanno raggiunto in Maria il pieno sviluppo. La pienezza della grazia divina infatti favoriva in lei ogni capacità naturale tipica della donna.
Il ruolo di Maria nell’opera della salvezza è totalmente dipendente da quello di Cristo. Si tratta di una funzione unica, richiesta dal compimento del mistero della Incarnazione: la maternità di Maria era necessaria per dare al mondo il Salvatore, vero Figlio di Dio, ma anche perfettamente uomo.
L’importanza della cooperazione della donna alla venuta di Cristo viene posta in evidenza nell’iniziativa di Dio che, mediante l’angelo, comunica alla Vergine di Nazaret il suo disegno di salvezza, affinchè essa vi possa cooperare in modo consapevole e libero, esprimendo il proprio consenso generoso.
Si realizza qui il modello più alto della collaborazione responsabile della donna alla redenzione dell’uomo –di tutto l’uomo–, che costituisce il riferimento trascendente per ogni affermazione sul ruolo e la funzione della donna nella storia.
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2. Nel realizzare tale sublime forma di cooperazione, Maria indica anche lo stile attraverso il quale la donna deve concretizzare la sua missione.
Di fronte all’annuncio dell’angelo, la Vergine non manifesta alcun atteggiamento di orgogliosa rivendicazione, né intende soddisfare personali ambizioni. Luca ce la presenta desiderosa soltanto di offrire il suo umile servizio con totale e fiduciosa disponibilità al disegno divino di salvezza. È questo il senso della risposta: “Eccomi, sono la serva del Signore, avvenga di me quello che hai detto” (1).
Non si tratta infatti di un’accoglienza puramente passiva, dal momento che il suo consenso viene dato solo dopo aver manifestato la difficoltà che nasce dal suo proposito di verginità, ispirato dalla volontà di appartenere più integralmente al Signore.
Ricevuta la risposta dell’angelo, Maria esprime immediatamente la sua disponibilità, conservando un atteggiamento di umile servizio.
È l’umile, prezioso servizio che tante donne, sull’esempio di Maria, hanno offerto e continuano ad offrire nella Chiesa per lo sviluppo del regno di Cristo.
1. Lc 1, 38.
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3. La figura di Maria ricorda alle donne di oggi il valore della maternità. Non sempre nel mondo contemporaneo si dà a tale valore l’opportuno ed equilibrato rilievo. In alcuni casi, la necessità del lavoro femminile per provvedere alle accresciute esigenze della famiglia e un erroneo concetto di libertà, che vede nella cura dei figli un ostacolo all’ autonomia ed alle possibilità di affermazione della donna, hanno offuscato il significato della maternità per lo sviluppo della personalità femminile. In altri casi, al contrario, l’aspetto della generazione biologica diventa talmente rilevante da porre in ombra le altre significative possibilità che la donna ha di esprimere la sua innata vocazione ad essere madre.
In Maria, ci è dato di capire il vero significato della maternità che, all’interno del disegno divino di salvezza, raggiunge la sua dimensione più alta. Per lei l’essere madre non solo dona alla personalità femminile, fondamentalmente orientata verso il dono della vita, il suo pieno sviluppo, ma costituisce, altresì, una risposta di fede alla vocazione propria della donna, che assume il suo valore più vero solo alla luce dell’alleanza con Dio (2).
2. cf. Mulieris Dignitatem, 19 [1988 08 15/ 19].
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4. Guardando attentamente a Maria, noi scopriamo in lei anche il modello della verginità vissuta per il Regno.
Vergine per eccellenza, nel suo cuore ella ha maturato il desiderio di vivere in tale stato per raggiungere una intimità sempre più profonda con Dio.
Per le donne chiamate alla castità verginale, Maria, rivelando l’alto significato di così speciale vocazione, attira l’attenzione sulla fecondità spirituale che essa comporta nel piano divino: una maternità di ordine superiore, una maternità secondo lo Spirito (3).
Il cuore materno di Maria, aperto a tutte le miserie umane, ricorda altresì alle donne che lo sviluppo della personalità femminile richiede l’impegno nella carità. Più sensibile ai valori del cuore, la donna mostra un’alta capacità di dono personale.
A quanti nella nostra epoca, propongono modelli egoistici per l’affermazione della personalità femminile, la figura luminosa e santa della Madre del Signore mostra come solo nel donarsi e nel dimenticarsi per gli altri è possibile raggiungere la realizzazione autentica del progetto divino sulla propria vita.
La presenza di Maria, pertanto, incoraggia nelle donne i sentimenti di misericordia e di solidarietà per le situazioni umane dolorose, e suscita la volontà di alleviare le pene di coloro che soffrono: i poveri, gli infermi e quanti hanno bisogno di soccorso.
In virtù del particolare legame con Maria, la donna nel corso della storia ha rappresentato spesso la vicinanza di Dio alle attese di bontà e di tenerezza dell’umanità ferita dall’odio e dal peccato, seminando nel mondo i germi di una civiltà che sa rispondere alla violenza con l’amore.
[Insegnamenti GP II, 18/2, 1318-1321]
3. cf. Mulieris Dignitatem, 21 [1988 08 15/ 21].