[1764] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA INVESTIGACIÓN EN EL ÁMBITO DE LA BIOÉTICA, LIGADA AL RESPETO A LA DIGNIDAD DE LA VIDA HUMANA
Del Discurso Benvenuti a questo incontro, a los participantes en un Congreso Internacional de Bioética, promovido por el Instituto de Bioética de la Universidad Católica del Sacro Cuore, 17 febrero 1996
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2. El progreso científico y tecnológico diariamente pone al hombre frente a descubrimientos sorprendentes que, mientras suscitan su admiración, al mismo tiempo lo llevan a interrogarse, a veces con preocupación sobre las incógnitas del futuro. Descubre cada vez más que la dimensión ética de la investigación relacionada con la vida representa un patrimonio indispensable para garantizar su misma supervivencia.
La bioética, situada en la encrucijada de grandes realidades humanas, como la persona, la familia, la justicia social y la defensa del ambiente, sabe que debe afrontar cuestiones que afectan a las mismas fronteras de la vida, para garantizar el respeto a la naturaleza según las exigencias éticas de una cultura humanista. Sirviéndose de las necesarias aportaciones de las disciplinas jurídicas socioeconómicas y ambientales y, sobre todo, de la antropología, tiene el deber de indicar al mundo de la medicina, de la política, de la economía, y a la sociedad en su conjunto, la orientación moral que se ha de imprimir a la actividad humana y al proyecto del futuro.
Los temas de la ingeniería genética, del respeto del genoma humano, de la procreación responsable junto a la definición de las tareas y de los fines de la organización sanitaria y a los problemas relacionados con las intervenciones biomédicas en la corporeidad, en el enfermo y en el moribundo, no sólo son objeto de debate cultural y científico, sino de atención creciente por parte de los Parlamentos nacionales y de las asambleas internacionales, como ha sucedido recientemente en las Conferencias de El Cairo, de Copenhague y de Pekín.
En la cultura contemporánea, frente a la amplitud y la multiplicidad de los interrogantes que plantean las ciencias biomédicas, surge con insistencia creciente la necesidad de guías seguros y de maestros dignos de confianza. Por tanto, es urgente que la bioética reflexione en las raíces ontológicas y antropológicas de las normas que deben orientar opciones de una importancia tan decisiva.
Captando estas expectativas, vuestro Congreso se ha dedicado a examinar los criterios que fundan la bioética mediante una confrontación exigente y abierta entre representantes de diversas corrientes de pensamiento, desarrollando no sólo los aspectos de carácter histórico, sino también y sobre todo los problemas filo-
sóficos, éticos y religiosos, con la convicción de que el árbol de la reflexión ética, para conservar su vitalidad y dar frutos, debe hundir firmemente sus raíces en la verdad ontológica del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por Cristo.
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3. En este ámbito, es notable la contribución que recibe la investigación bioética de la Revelación y del magisterio de la Iglesia, que es su custodio e intérprete. Como recuerda el concilio Vaticano II, “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Gaudium et spes, 22). En efecto, “la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún (...), es la persona misma de Jesucristo” (Veritatis splendor, 2).
La bioética, nacida con el noble intento de garantizar la supervivencia y el desarrollo de la humanidad frente a las desproporcionadas fuerzas de cambio movilizadas por la investigación científica y tecnológica constituye el terreno privilegiado de un sincero y benéfico diálogo entre la Iglesia y la ciencia. En efecto, en la verdad del hombre y en su dignidad ontológica, percibida por la razón y revelada plenamente por Cristo, es donde pueden encontrarse respuestas adecuadas al interrogante ético que plantean la genética, los procesos de procreación, la vida que llega a su fin, los problemas del ambiente y del futuro de la humanidad. La Iglesia desea ofrecer a esta investigación su contribución específica, como ha hecho recientemente con las encíclicas Veritatis splendor y Evangelium vitae, indicando la base sólida de una bioética de gran profundidad metafísica y social en la antropología iluminada por la fe y en la moral fundada en la dignidad trascendente del hombre.
La Iglesia, respetando la legítima autonomía de la investigación científica y filosófica invita a los estudiosos a estar siempre a la escucha de las exigencias más profundas de la humanidad y a proponer soluciones plenamente respetuosas del hombre y de su destino. Quienes trabajan en este delicado sector no deben temer la verdad sobre el hombre que la Iglesia, por mandato de Cristo, proclama incansablemente. La confrontación sincera y constructiva con una antropología inspirada por la fe llevará a proyectar el futuro de la humanidad no en la arena del relativismo moral o en convenciones utilitaristas de corto alcance sino en fundamentos ciertos y objetivos, que no podrán menos de favorecer la consolidación de un mundo más acogedor para la vida humana.
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4. En el desafío que la cultura contemporánea lanza a los creyentes en el terreno de la bioética, un papel especial está reservado a los teólogos. En la confrontación con las conquistas de la ciencia y con las exigencias de la filosofía, están llamados a expresar la responsabilidad común que une a los creyentes ante la vida de todo hombre y ante el destino de la humanidad entera. En particular tienen el deber de ilustrar y motivar el vínculo que existe entre libertad y verdad; vínculo fundamental para una correcta visión ética y para el progreso auténtico de la humanidad.
En la encíclica Evangelium vitae recordé que en el mundo contemporáneo “el origen de la contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del hombre y su trágica negación en la práctica, está en un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro” (n. 19).
A los científicos, a los legisladores y a los hombres de cultura, los cristianos quieren ofrecer su contribución específica de valores y de fe, para construir juntos una sociedad respetuosa de todos, sobre todo de los más débiles.
[DP-29 (1996), 51-52]
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2. Il progresso scientifico e tecnologico pone quotidianamente l’uomo di fronte a scoperte sorprendenti che, mentre suscitano la sua ammirazione, lo portano nel contempo a interrogarsi, talora con sgomento, sulle incognite del futuro. Egli scopre sempre più che la dimensione etica della ricerca legata alla vita rappresenta un patrimonio indispensabile per garantire la sua stessa sopravvivenza.
La bioetica, posta com’è al crocevia di grandi realtà umane, quali la persona, la famiglia, la giustizia sociale, la difesa dell’ambiente, sa di dover affrontare questioni che toccano le frontiere stesse della vita, per garantire il rispetto della natura secondo le esigenze etiche di una cultura umanistica. Avvalendosi dei necessari apporti delle discipline giuridiche, socio-economiche ed ambientali e, soprattutto, dell’antropologia, essa ha il compito di indicare al mondo della medicina, della politica, dell’economia e alla società nel suo insieme, l’orientamento morale da imprimere all’attività umana ed alla progettazione del futuro.
I temi dell’ingegneria genetica, del rispetto del genoma umano, della procreazione responsabile, insieme alla definizione dei compiti e dei fini dell’organizzazione sanitaria e ai problemi legati agli interventi biomedici sulla corporeità, sul malato e sul morente, sono oggetto non solo di dibattito culturale e scientifico, ma di attenzione crescente da parte dei Parlamenti nazionali e delle Assemblee internazionali, come è avvenuto di recente nelle Conferenze del Cairo, di Copenaghen e di Pechino.
Nella cultura contemporanea, di fronte alla vastità e alla molteplicità degli interrogativi posti dalle scienze biomediche, affiora con crescente insistenza l’esigenza di guide sicure e di maestri affidabili. Appare, pertanto, urgente che la bioetica rifletta sulle radici ontologiche e antropologiche delle norme che devono orientare scelte di così decisiva importanza.
Cogliendo queste attese, il vostro Congresso si è soffermato ad esaminare i criteri fondativi della bioetica in un confronto esigente ed aperto tra esponenti di diverse correnti di pensiero, sviluppando non solo gli aspetti di carattere storico, ma anche e soprattutto le problematiche filosofiche, etiche e religiose, nella convinzione che l’albero della riflessione etica, per conservare la sua vitalità e dare frutti, deve porre saldamente le radici nella verità ontologica dell’essere umano, creato ad immagine e somiglianza di Dio e redento da Cristo.
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3. Notevole è il contributo derivante, in questo ambito, alla ricerca bioetica dalla Rivelazione e dal Magistero della Chiesa, che ne è custode e interprete. Come ricorda il Concilio Ecumenico Vaticano II, “solamente nel mistero del Verbo Incarnato trova vera luce il mistero dell’uomo” (1). Infatti “la risposta decisiva ad ogni interrogativo dell’uomo, in particolare ai suoi interrogativi religiosi e morali, è data da Gesù Cristo, anzi è Gesù Cristo stesso” (2).
Sorta con il nobile intento di garantire la sopravvivenza e lo sviluppo dell’umanità di fronte alle smisurate forze di cambiamento messe in campo dalla ricerca scientifica e tecnologica, la bioetica costituisce il terreno privilegiato di un sincero e proficuo dialogo tra la Chiesa e la scienza. È infatti nella verità dell’uomo e nella sua ontologica dignità, percepita dalla ragione e pienamente rivelata da Cristo, che possono essere trovate risposte adeguate alla domanda etica emergente dalla genetica, dai processi di procreazione, dalla vita morente, dai problemi dell’ambiente e del futuro dell’umanità. A questa ricerca la Chiesa intende offrire il suo specifico contributo, come ha fatto di recente con le Encicliche Veritatis splendor ed Evangelium vitae, indicando nell’antropologia illuminata dalla fede e nella morale fondata sulla trascendente dignità dell’uomo la solida base di una bioetica di grande respiro metafisico e sociale.
Nel rispetto della legittima autonomia della ricerca scientifica e filosofica, la Chiesa invita gli studiosi a restare sempre in ascolto delle istanze più profonde dell’umanità e a proporre soluzioni pienamente rispettose dell’uomo e del suo destino. Coloro che operano in questo delicato settore non devono temere la verità sull’uomo che la Chiesa, per mandato di Cristo, non si stanca di proclamare. Il confronto sincero e costruttivo con un’antropologia ispirata dalla fede porterà a progettare il futuro dell’umanità, non sulla sabbia del relativismo morale o su convenzioni utilitaristiche di corto respiro, ma su fondamenti certi e oggettivi, che non potranno non favorire il consolidarsi di un mondo più accogliente nei confronti della vita umana.
1. Gaudium et spes, n. 22.
2. Veritatis splendor, n. 2.
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4. All’interno della sfida che sul terreno della bioetica la cultura contemporanea rivolge ai credenti, un ruolo speciale è riservato ai teologi. Nel confronto con le acquisizioni della scienza e con le istanze della filosofia, essi sono chiamati ad esprimere la comune responsabilità che lega i credenti dinanzi alla vita di ogni uomo e ai destini dell’intera umanità. È loro compito, in particolare, illustrare e motivare il legame che esiste tra libertà e verità; legame fondamentale per una corretta visione etica e per l’autentico progresso dell’umanità.
Ricordavo nell’Enciclica Evangelium vitae che nel mondo contemporaneo “le radici della contraddizione che intercorre tra la solenne affermazione dei diritti dell’uomo e la loro tragica negazione nella pratica, risiedono in una concezione della libertà che esalta in modo assoluto il singolo individuo e non lo dispone alla solidarietà, alla piena accoglienza ed al servizio dell’altro” (3).
Agli scienziati, ai legislatori e agli uomini di cultura i cristiani intendono offrire il loro specifico contributo di valori e di fede, per costruire insieme una società rispettosa di tutti, soprattutto dei più deboli.
[Insegnamenti GP II, 19/1, 345-347]
3. n. 19 [1995 03 25b/ 19].