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[1777] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA RELEVANCIA HISTÓRICA, POLÍTICA Y SOCIAL DE LA FAMILIA PARA LA HUMANIDAD

Discurso Sono lieto, a los participantes en un Congreso organizado por el Pontificio Consejo para la Familia y el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, 9 mayo 1996

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1. Me alegra acogeros en esta audiencia con ocasión del Congreso con el que habéis querido subrayar un aniversario para vosotros –y también para mí– tan significativo. Saludo y doy las gracias al cardenal Alfonso López Trujillo quien, al interpretar vuestros sentimientos de afecto y devoción, ha ilustrado también la razón particular de este encuentro. Saludo asimismo a monseñor Angelo Scola actual rector del Instituto pontificio para los estudios sobre el matrimonio y la familia, y a monseñor Carlo Caffarra, quien lo fue durante muchos años antes que él. Saludo a los profesores del Instituto y a los oficiales del Consejo pontificio para la familia, que participan en esta audiencia. A través de ellos, mi saludo se extiende a todos los que de alguna manera contribuyen a la vida de los dos organismos, cuyo XV aniversario de institución recordamos hoy.

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Un fruto del Sínodo de 1980

2. Los hechos son conocidos. Mi predecesor Pablo VI eligió la familia como tema del Sínodo ordinario de 1980. Una elección que confirmé posteriormente y que se hizo realidad con gran provecho para toda la Iglesia. Entre sus frutos más inmediatos figura la creación, en 1981, tanto del Consejo pontificio para la familia como del Instituto para los estudios sobre el matrimonio y la familia. El transcurso de los años ha demostrado cuán oportuna fue la creación de ambas instituciones para afrontar los desafíos que se plantean a la familia en nuestro tiempo. Se trata de dos instituciones que en ciertos aspectos se complementan y están llamadas a prestar un servicio particularmente importante para la vida de la Iglesia en este fin de siglo y de milenio.

La carta magna del Consejo pontificio para la familia es, seguramente, la exhortación apostólica Familiaris consortio, que ha constituido el punto de referencia constante de su actividad de promoción pastoral de la familia. Las reflexiones de los padres sinodales han brindado una serie riquísima de indicaciones y perspectivas pastorales, subrayando que los sujetos principales del apostolado familiar son las familias mismas, a las que, por tanto, los pastores deben dar todo su apoyo.

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Una institución necesaria

3. En la puesta en práctica de esas líneas pastorales durante estos años, el Consejo pontificio para la familia ha tenido como principales interlocutores a los obispos y a las Conferencias episcopales; junto con ellos ha tratado de promover una pastoral de conjunto centrada en la familia. En efecto, es cada vez más evidente que una pastoral sectorial no basta: la familia debe ocupar el centro de los planes diocesanos o nacionales, porque “el futuro de la Humanidad se fragua en la familia” (Familiaris consortio, 86).

¿Cómo no ver indicada en esta expresión de la Familiaris consortio toda la importancia histórica, política y social de las familias para la Humanidad entera? ¿Pueden esperar los pueblos un mañana sereno si la familia sufre ataques destructores que impiden la sagrada misión de los padres? Hoy es más necesario que nunca estimular a las familias para que descubran los recursos y las energías que llevan en sí y sean protagonistas responsables de su destino.

El lugar central que ocupa la familia se manifestó de modo concreto con ocasión del Año internacional de la familia, durante el que se tomó mayor conciencia del hecho de que, en la defensa de los valores humanos y cristianos primordiales de la sociedad, la familia sigue siendo un elemento decisivo. Por desgracia, algunos hechos recientes nos han situado ante la paradoja de organismos públicos, que tienen la tarea de defender la familia como primera célula de la sociedad y que, por el contrario, toman decisiones destinadas más bien a amenazarla y destruirla.

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4. Además de los obispos y de las Conferencias episcopales son también interlocutores del Consejo pontificio para la familia los movimientos, los grupos y las asociaciones que tienen como finalidad la defensa de la familia y de la vida. Verdaderamente es providencial que hoy surjan en la Iglesia tantas iniciativas con estas finalidades. ¿No se trata, acaso, de una confirmación de la intuición, que la Familiaris consortio ha hecho suya, según la cual las familias mismas deben sentirse llamadas a ser las verdaderas protagonistas de la evangelización de las familias?

Por este motivo, impulsado también por muchas experiencias realizadas en mi anterior ministerio sacerdotal y episcopal, he querido alentar este trabajo necesario con las familias, invitando a hacer de él el centro de la pastoral en las parroquias, en las diócesis y en las mismas Conferencias episcopales. Por esta misma razón, con el “motu proprio” Familia a Deo instituta, transformé el anterior Comité en Consejo pontificio para la familia, y me alegra comprobar que realiza con gran espíritu de iniciativa el trabajo que, como Sucesor de Pedro, he querido confiarle.

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5. A esta actividad pastoral también era necesario brindarle la aportación de un compromiso de profundización académica orientada con rigor científico. Precisamente por esto se creó el Instituto para los estudios sobre el matrimonio y la familia. Hoy, ciertamente, hay una grave y urgente necesidad de formación sistemática de los pastores en estas materias según una correcta visión de la antropología humana, iluminada por el Evangelio. Entre estas materias, los tratados sobre el matrimonio y la familia traducen a la vida ordinaria de los hombres las verdades que inspiran la visión cristiana del hombre. Por tanto, era preciso dar a la pastoral familiar un apoyo filosófico-teológico que reaccionara contra la visión atea y materialista de la vida. Hacía falta un instituto de nivel superior, donde los alumnos recibieran una preparación específica para poder contribuir a su vez –como profesores y animadores de la pastoral familiar en las diversas áreas geográficas– a enriquecer la vida de los fieles, ayudándoles a descubrir la vocación a la santidad de los cónyuges y de los demás miembros de la familia.

A quince años de su fundación es justo reconocer que el Instituto para los estudios sobre el matrimonio y la familia ha superado ampliamente la prueba. En él los alumnos, además de adquirir una formación doctrinal a nivel universitario en las diversas disciplinas, tienen la oportunidad de realizar una investigación para obtener el doctorado en un tema específico, alcanzando la madurez científica que se requiere en futuros agentes pastorales y profesores.

No es casual que durante estos años la nueva institución universitaria haya ido expandiéndose con la creación de numerosas filiales en diversos países y continentes. De este modo, se ha facilitado el acceso de los estudiantes y se ha hecho posible una mayor cercanía a los problemas concretos de las diversas áreas geográficas, aun conservando la unidad de propósitos y de dirección gracias a la disponibilidad de un cuerpo de profesores que garantiza la solidez doctrinal de la enseñanza y su fidelidad al magisterio de la Iglesia.

Son muchas las diócesis que hasta ahora se han beneficiado con la formación recibida en este Instituto por sacerdotes y estudiantes, y el de desear que también otros obispos refuercen la pastoral familiar de sus diócesis enviando estudiantes al Instituto de modo que en el futuro puedan disponer de colaboradores competentes en esta área central de la pastoral. Es motivo de consuelo ver cuántas diócesis se están abriendo a una pastoral más participada y en sintonía con los desafíos actuales.

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6. Expreso, por tanto, mi reconocimiento cordial a todos los que habéis trabajado durante estos años, recogiendo frutos tan prometedores. Al mismo tiempo, os aliento afectuosamente a continuar vuestra obra en un campo tan importante para el bien de la Iglesia.

Encomiendo a María santísima, Reina de la familia, vuestro compromiso y el de todos vuestros colaboradores, pidiéndole que acompañe con su protección vuestros esfuerzos y que los haga fecundos para el bien de las familias, de la Iglesia e incluso de la sociedad.

Con estos deseos, en prenda de constante afecto, os imparto a todos una bendición especial.

[E 56 (1996), 872-873]