[1803] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA APORTACIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD
Discurso C’est avec joie, a los participantes en el Encuentro Internacional “Mujeres”, promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos, 7 diciembre 1996
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1. Os acojo con alegría en este momento en que os habéis reunido para el encuentro titulado Mujeres, organizado por el Consejo pontificio para los laicos. Hace un año, la IV Conferencia mundial sobre la mujer que se celebró en Pekín puso oportunamente de relieve los desafíos morales culturales y sociales que la comunidad internacional debe afrontar aún. Entre los campos en los cuales es importante reflexionar para proponer soluciones adecuadas, es necesario notar particularmente las cuestiones de la garantía legal y real de los derechos de las personas, el acceso de todos a los sistemas educativos, el respeto a la dignidad de los individuos y de las familias y el reconocimiento de la identidad femenina y masculina.
No es exagerado decir que los trabajos de la Conferencia, seguidos con interés en todos los continentes, han subrayado con razón que todo lo que concierne a las mujeres está profundamente relacionado con el sentido que el mundo contemporáneo da a la vida. Por tanto, me complace que durante vuestras jornadas de estudio, profundicéis estas perspectivas, mostrando de este modo la atención constante de la Iglesia hacia una presencia renovada de la mujer en la vida social y su compromiso constante en este campo. Así, mediante vuestras reflexiones dais una contribución original a la Iglesia en sumisión al servicio del hombre, creado a imagen de Dios, “la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (Gaudium et spes, 24) y a la que le ha confiado la administración de toda la creación.
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2. Un compromiso renovado de todos para el bien de las mujeres del mundo entero: éste es el tema que habéis elegido, siguiendo las indicaciones que di a los miembros de la delegación de la Santa Sede, encabezados por una mujer, la víspera de su viaje a Pekín. Hoy quisiera una vez más expresar mi complacencia por el trabajo realizado por la delegación, que se interesó constantemente del bien real de todas las mujeres, teniendo en cuenta el ambiente sociocultural y, sobre todo, prestando atención al respeto de las personas. Además, recuerdo con fuerza a los responsables políticos y a todos los hombres y mujeres miembros de las organizaciones internacionales que hay que respetar a las persona por sí mismas, en la integridad de su ser corporal, intelectual y espiritual, para que nunca se las rebaje hasta ser consideradas y tratadas como un objeto o un instrumento al servicio de intereses políticos o económicos que, frecuentemente, se inspiran en ideologías neomaltusianas.
Vuestra iniciativa se sitúa en la perspectiva de la exhortación postsinodal Christifideles laici, en la que recordé una condición indispensable para asegurar a las mujeres el lugar que les corresponde en la Iglesia y en la sociedad: “Una más penetrante y cuidadosa consideración de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina, destinada a precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre” (n. 50) y el desarrollo de su genio particular.
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3. La búsqueda legítima de la igualdad entre el hombre y la mujer, en sectores tan importantes de la existencia como la educación, la vida profesional o la responsabilidad familiar, ha orientado las investigaciones hacia la cuestión de la igualdad de derechos. Por lo menos en los principios, esto ha permitido la eliminación de numerosas discriminaciones, aunque aún no se haya aplicado concretamente en todos los lugares y sea necesario proseguir la acción.
En el campo de los derechos de la persona hoy, más que nunca, conviene invitar a nuestros contemporáneos a preguntarse acerca de lo que, de modo indebido, se llama “salud reproductiva”, expresión que implica una contradicción que desnaturaliza el sentido mismo de la subjetividad; en realidad, incluye el pretendido derecho al aborto y, a partir de este hecho, niega el derecho elemental de todo ser humano a la vida y hiere a toda la humanidad, atacada en uno de sus miembros. “El origen de la contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del hombre y su trágica negación en la práctica está en un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro” (Evangelium vitae, 19).
El reconocimiento de la calidad del ser humano nunca está motivado por la conciencia o la experiencia que se puede tener de él, sino por la certeza de que, desde su origen, tiene un valor infinito, que le viene de su relación con Dios. Hay un primado del ser sobre la idea que los demás se hacen de él, y su existencia es absoluta y no relativa.
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4. Es necesario notar que actualmente la insistencia en la igualdad va acompañada también por una atención renovada a la diferencia y un gran respeto al carácter especifico del hombre y de la mujer. Una verdadera reflexión supone que los fundamentos de la diferencia y los de la igualdad estén bien puestos. En esta perspectiva, la Iglesia no sólo aporta su contribución en el campo teológico, sino que también participa en la investigación antropológica. No hay que olvidar el papel que han desempeñado los filósofos cristianos durante el siglo XX: han exaltado la grandeza de la persona humana. La Iglesia, actuando de este modo, participa en la creación de una base cultural común a los hombres y a las mujeres de buena voluntad, para dar una respuesta orgánica a los interrogantes de nuestros contemporáneos y recordar que la igualdad va acompañada por el reconocimiento de la diferencia, inscrita en la creación (cf. Gn 1, 27).
En nuestras sociedades, caracterizadas fuertemente por la búsqueda del éxito individual, cada persona constata, sin embargo, que no puede existir sin una apertura a las demás pues, como decía mons. Maurice Nedoncelle, “la persona humana es, por su naturaleza, para los otros” (La persona humana y su naturaleza, p. 5); sólo se descubre y se desarrolla conscientemente uniéndose a una cultura particular y, a través de ella, a la humanidad entera. Por tanto, la promoción de las personas y de sus relaciones interpersonales es, al mismo tiempo, una promoción de las culturas, que son como un cofre en el que todo ser encuentra el lugar que le corresponde, para la protección y el desarrollo de su ser.
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5. El amor conyugal es la más hermosa y la más alta expresión de la relación humana y de la entrega de sí porque es, esencialmente, una voluntad de promoción mutua. En la relación fundada en el amor recíproco, cada uno es reconocido por lo que es en verdad y está llamado a expresar y a realizar sus capacidades personales. Es “la lógica de la entrega sincera” (Carta a las familias, 11), fuente de vida y alegría, de ayuda y comprensión.
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6. El amor humano encuentra en el amor trinitario un modelo de amor y entrega perfectos. Y, mediante la entrega total de sí, Jesús da vida al pueblo de la nueva alianza. En la cruz, el Señor encomendó el discípulo amado a su Madre y su Madre al discípulo (cf. Jn 19, 26-27). ¿No compara el Apóstol el amor de Cristo y su Iglesia con el amor entre el hombre y la mujer? (cf. Ef 5, 25-32). Los textos bíblicos nos muestran también el sentido profundo de la maternidad de la mujer, que “ha sido introducida en el orden de la alianza que Dios ha realizado con el hombre en Jesucristo” (Mulieris dignitatem, 19). Esta maternidad, en su sentido personal y ético, manifiesta una creatividad de la que, en gran parte, depende la humanidad de todo ser humano; asimismo, invita al hombre a conocer y expresar su propia paternidad. De este modo, la mujer aporta a la sociedad y a la Iglesia su capacidad de cuidar a los hombres.
La Iglesia es nuestra madre. Nosotros aquí somos sus hijos, y estamos llamados a participar en esta generación de un pueblo nuevo para Dios. Aprendemos esta maternidad de María, porque, para todos los que trabajan en la regeneración de los hombres mediante su participación en la misión apostólica, ella es “el modelo de virgen y madre” (Lumen gentium, 63). De manera providencial, celebráis vuestro encuentro en la víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Ciertamente para todos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, hombres y mujeres, es una ocasión para contemplar a María e implorar su ayuda, a fin de que cada uno, según su vocación propia, contribuya al testimonio de la Iglesia Esposa de Cristo, “resplandeciente ..., sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 27).
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7. Al término de nuestro encuentro, a la vez que renuevo la expresión de mi complacencia por la iniciativa que ha tomado el Consejo pontificio para los laicos, deseo que vuestros trabajos sean fructuosos y den a la Iglesia instrumentos valiosos para su misión pastoral y su servicio en la sociedad. Os animo a proseguir vuestras iniciativas en las organizaciones católicas, las comunidades eclesiales y las diferentes asociaciones en las que trabajáis. Encomendándoos a la intercesión de las santas mujeres que, a lo largo de la historia han participado en el camino de la Iglesia, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.
[DP-160 (1996), 242-243]
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1. C’est avec joie que je vous accueille, au moment où vous êtes réunis pour la rencontre intitulée Femmes, organisée par le Conseil pontifical pour les Laïcs. Il y a un an, la IVème Conférence mondiale sur les Femmes, qui s’est tenue à Pékin, a opportunément mis en lumière les défis moraux, culturels et sociaux que la communauté internationale doit encore affronter. Parmi les domaines sur lesquels il est important de réfléchir, afin de proposer des solutions appropriées, il faut noter particulièrement les questions de la garantie légale et réelle des droits des personnes, l’accès pour tous aux systèmes éducatifs, le respect de la dignité des êtres et des cellules familiales, la reconnaissance de l’identité féminine et masculine. Il n’est pas exagéré de dire que les travaux de la Conférence, suivis avec intérêt sur tous les continents, ont souligné avec justesse que ce qui concerne les femmes est profondément lié au sens que le monde contemporain donne à la vie. Je me réjouis donc de ce que, au cours de vos journées d’étude, vous approfondissiez ces perspectives, montrant ainsi l’attention constante de l’Église pour une présence renouvelée de la femme dans la vie sociale et son engagement constant dans ce domaine. Ainsi, par vos réflexions, vous apportez une contribution originale à l’Église dans sa mission au service de I’homme, créé à l’image de Dieu, “seule créature sur terre que Dieu a voulue pour elle-même” (1) et à laquelle il a confié la gestion de toute la création.
1. Gaudium et Spes, 24.
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2. Un engagement renouvelé de tous pour le bien des femmes du monde entier: tel est le thème que vous avez choisi dans la ligne du mandat que je donnais aux membres de la Délégation du Saint-Siège, conduite par une femme, à la veille de leur départ pour Pékin. Aujourd’hui encore, je voudrais saluer le travail accompli par la Délégation, qui a eu sans cesse la préoccupation du bien réel de toutes les femmes, tenant compte du contexte socio-culturel et étant par-dessus tout attentive au respect des personnes. En outre, elle a rappelé avec force aux responsables politiques et à tous ceux et celles qui oeuvrent au sein d’organisations internationales que toute personne doit être respectée pour elle-même, dans l’intégrité de son être corporel, intellectuel et spirituel, afin qu’elle ne soit jamais rabaissée à être considérée et traitée comme un objet ou comme un instrument au service d’intérêts politiques ou économiques souvent inspirés par des idéologies néomalthusiennes. Votre démarche se situe dans la perspective de l’Exhortation post-synodale “Christifideles Laici”, dans laquelle j’avais évoqué une condition qui s’impose pour assurer aux femmes la place qui leur revient dans l’Église et dans la société: “L’étude sérieuse et approfondie des fondements anthropologiques de la condition masculine et féminine, visant à préciser l’identité personnelle propre de la femme dans sa relation de diversité et de complémentarité réciproque avec l’homme” (2) et l’épanouissement de son génie particulier.
2. Ioannis Pauli PP. II Christifideles Laici, 50.
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3. La recherche légitime de l’égalité entre l’homme et la femme, dans des secteurs aussi importants de l’existence que l’éducation, la vie professionnelle ou la responsabilité parentale, a orienté les investigations vers la question de la parité des droits. Au moins dans les principes, cela a permis l’abolition de nombreuses discriminations, bien que ce ne soit pas encore partout appliqué concrètement et qu’il soit nécessaire de poursuivre l’action.
Dans le domaine des droits de la personne, plus que jamais, il convient d’inviter nos contemporains à s’interroger sur ce que l’on appelle de manière indue la “santé de la reproduction”, expression qui comporte une contradiction dénaturant le sens même de la subjectivité; en réalité, elle inclut le prétendu droit à l’avortement et, de ce fait, elle nie le droit élémentaire de tout être humain à la vie et elle blesse l’humanité tout entière atteinte dans un de ses membres. “Les racines de la contradiction qui apparaît entre l’affirmation solennelle des droits de l’homme et leur négation tragique dans la pratique se trouvent dans une conception de la liberté qui exalte de manière absolue l’individu et ne le prépare pas à la solidarité, à l’accueil sans réserve ni au service du prochain” (3). La reconnaissance de la qualité d’être humain n’est jamais motivée par la conscience ou l’expérience que l’on peut en avoir, mais par la certitude que depuis son origine il a une valeur infinie, qui lui vient de son lien avec Dieu. Il y a une primauté de l’être sur l’idée que les autres s’en font, et son existence est absolue et non pas relative.
3. Eiusdem Evangelium Vitae, 19 [1995 03 25b/19].
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4. Actuellement, il faut noter que l’insistance sur l’égalité s’accompagne aussi d’une attention renouvelée à la différence et d’un grand respect des spécificités de l’homme et de la femme. Une véritable réflexion suppose que les fondements de la différence et ceux de l’égalité soient bien posés. Dans cette perspective, l’Église apporte non seulement sa contribution dans le domaine théologique, mais elle participe aussi à la recherche anthropologique. On ne peut pas oublier la part prise par les philosophes chrétiens du XXème siècle: ils ont exalté la grandeur de la personne humaine. Ce faisant, l’Église participe à la création d’une base culturelle commune aux hommes et aux femmes de bonne volonté, pour apporter une réponse organique aux interrogations de nos contemporains et pour rappeler que l’égalité va de pair avec la reconnaissance de la différence, inscrite dès la création (4).
Dans nos sociétés fortement marquées par la recherche de la réussite individuelle, chaque personne constate cependant qu’elle ne peut exister sans une ouverture aux autres, car, comme le disait Monseigneur Maurice Nédoncelle, “la personne humaine est pour soi par autrui” (5); elle ne se découvre et ne se développe consciemment qu’en se rattachant à une culture particulière, et, à travers elle, à l’humanité tout entière. La promotion des personnes et de leurs relations inter-personnelles est donc en même temps une promotion des cultures, qui sont comme un écrin dans lequel tout être trouve la place qui lui revient, pour la protection et la croissance de son être.
4. Cfr. Gen. 1, 27.
5. Maurice Nédoncelle, La personne humaine et sa nature, 5.
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5. L’amour conjugal est la plus belle et la plus haute expression de la relation humaine et du don de soi, car il est essentiellement une volonté de promotion mutuelle. Dans le face-à-face fondé sur l’amour réciproque, chacun est reconnu pour ce qu’il est en vérité et il est appelé à exprimer et à réaliser ses capacités personnelles. C’est “la logique du don désintéressé” (6), source de vie et de joie, d’aide et de compréhension.
6. Ioannis Pauli PP II Lettera alle Famiglie, 11 [1994 02 02/11].
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6. L’amour humain trouve dans l’amour trinitaire un modèle d’amour et de don parfaits. Et, par le don total de lui-même, Jésus donne naissance au peuple de la nouvelle Alliance. Sur la Croix, le Seigneur a confié l’un à l’autre le disciple qu’il aimait et sa Mère (7). L’Apôtre ne compare-t-il pas l’amour du Christ et de son Église à l’amour entre l’homme et la femme?8 Les textes bibliques nous dévoilent aussi le sens profond de la maternité de la femme qui “a été introduite dans l’ordre de l’Alliance que Dieu a établie avec l’homme en JésusChrist” (9). Cette maternité, dans son sens personnel et éthique, manifeste une créativité dont dépend en grande partie l’humanité de tout être humain; elle invite aussi l’homme à apprendre et à exprimer sa propre paternité. Ainsi, la femme apporte dans la société et dans l’Église sa capacité à prendre soin des hommes.
L’Église est notre mère. Nous qui sommes ses enfants, nous sommes appelés à participer à cet enfantement d’un peuple nouveau pour Dieu. Cette maternité, nous l’apprenons de Marie, car, pour tous ceux qui travaillent à la régénération des hommes par leur participation à la mission apostolique, elle est “le modèle de la vierge et de la mère” (10). De manière providentielle, vous tenez votre rencontre à la veille de la fête de l’Immaculée Conception. C’est certainement pour tous, prêtres, religieux, religieuses, laïcs, hommes et femmes, l’occasion de contempler Marie et de lui demander son aide, pour que chacun, selon sa vocation propre, contribue au témoignage de l’Église, Épouse du Christ, “resplendissante, sans tache, ni ride, ni rien de tel, mais sainte et immaculée” (11).
7. Cfr. Io. 19, 26-27.
8. Cfr. Eph. 5, 25-32.
9. Ioannis Pauli PP. II Mulieris Dignitatem, 19 [1988 08 15/19].
10. Lumen Gentium, 63.
11. Eph. 5, 27.
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7. Au terme de notre entretien, en me réjouissant de l’initiative prise par le Conseil pontifical pour les Laïcs, je souhaite que vos travaux soient fructueux et donnent à l’Église des instruments précieux pour sa mission pastorale et pour son service dans la société. Je vous encourage à poursuivre vos actions au sein des organisations catholiques, des communautés ecclésiales et de différentes associations dans lesquelles vous êtes engagés. En vous confiant à l’intercession des saintes femmes qui, tout au long de l’histoire, ont participé à la marche de l’Église, je vous donne de grand coeur ma Bénédiction Apostolique, étendue à toutes les personnes qui vous sont chères.
[Insegnamenti GP II, 19/2, 917-921]