[1813] • JUAN PABLO II (1978-2005) • SUFRIMIENTO Y TENSIÓN PASTORAL DE LA IGLESIA POR LOS HOGARES DISGREGADOS
Discurso Sono lieto, a los participantes en la XIII Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, 24 enero 1997
1997 01 24 0001
Ayuda pastoral eficaz
1. [...] La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este doloroso problema, que afecta a tantos hijos suyos. Ya en la exhortación apostólica Familiaris consortio reconocía que, tratándose de una plaga que aflige cada vez con más amplitud también a los ambientes católicos, “el problema debe afrontarse con atención improrrogable” (n. 84)[1]. La Iglesia, Madre y Maestra, busca el bien y la felicidad de los hogares y, cuando por algún motivo éstos se disgregan, sufre y trata de consolarlos, acompañando pastoralmente a estas personas, en plena fidelidad a las enseñanzas de Cristo.
[1]. [1981 11 22/ 84]
1997 01 24 0002
2. El Sínodo de los obispos de 1980 sobre la familia tomó en consideración esta penosa situación e indicó las líneas pastorales oportunas para tales circunstancias. En la exhortación apostólica Familiaris consortio, teniendo en cuenta las reflexiones de los padres sinodales, escribí: “La Iglesia, instituida para conducir a la salvación de los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes –unidos ya en el vínculo matrimonial sacramental– han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto, procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación” (n. 84)[2].
En este ámbito claramente pastoral, como bien habéis especificado en la presentación de los trabajos de esta Asamblea plenaria, se enmarcan las reflexiones de vuestro encuentro, orientadas a ayudar a las familias a descubrir la grandeza de su vocación bautismal y a vivir las obras de piedad, caridad y penitencia. Pero la ayuda pastoral supone que se reconoce la doctrina de la Iglesia expresada claramente en el Catecismo: “La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina” (n. 1.640)[3].
Sin embargo, estos hombres y mujeres deben saber que la Iglesia los ama, no está alejada de ellos y sufre por su situación. Los divorciados vueltos a casar son y siguen siendo miembros suyos, porque han recibido el bautismo y conservan la fe cristiana. Ciertamente, una nueva unión después del divorcio constituye un desorden moral, que está en contradicción con las exigencias precisas que derivan de la fe, pero esto no debe impedir el compromiso de la oración ni el testimonio activo de la caridad.
[2]. [1981 11 22/ 84]
[3]. [1992 10 11c/ 1640]
1997 01 24 0003
Fidelidad plena a la voluntad del Señor
3. Como escribí en la exhortación apostólica Familiaris consortio, los divorciados vueltos a casar no pueden ser admitidos a la comunión eucarística, “dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía” (n. 84)[4]. Y esto, en virtud de la misma autoridad del Señor, Pastor de los pastores, que busca siempre a sus ovejas. Esto también vale para el sacramento de la penitencia, pues la condición de vida de los divorciados vueltos a casar, que siguen casados, está en contradicción con su significado doble y unitario de conversión y reconciliación.
Sin embargo, no faltan caminos pastorales oportunos para salir al encuentro de estas personas. La Iglesia ve sus sufrimientos y las graves dificultades que atraviesan, y en su caridad materna se preocupa tanto por ellos como por los hijos de su anterior matrimonio: privados del derecho original a la presencia de ambos padres, son las primeras víctimas de estas situaciones dolorosas.
Es necesario, ante todo, poner en práctica con urgencia una pastoral de preparación y apoyo adecuado a los matrimonios en el momento de la crisis. Está en juego el anuncio del don y del mandamiento de Cristo sobre el matrimonio. Los pastores, especialmente los párrocos, deben acompañar y sostener de corazón a estos hombres y mujeres, ayudándoles a comprender que, aunque hayan roto el vínculo matrimonial, no deben perder la esperanza en la gracia de Dios, que vela sobre su camino. La Iglesia no deja de “invitar a sus hijos que se encuentran en estas situaciones dolorosas a acercarse a la misericordia divina por otros caminos (...), hasta que no hayan alcanzado las disposiciones requeridas” (Exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia, 34). Los pastores “están llamados a hacer sentir la caridad de Cristo y la materna cercanía de la Iglesia; los acogen con amor, exhortándolos a confiar en la misericordia de Dios y sugiriéndoles, con prudencia y respeto, caminos concretos de conversión y de participación en la vida de la comunidad eclesial” (Carta de la Congregación para la doctrina de la fe sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados vueltos a casar, 14 de septiembre de (199)4, n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de octubre de 1994, p. 5)[5]. El Señor, movido por la misericordia, sale al encuentro de todos los necesitados, con la exigencia de la verdad y con el aceite de la caridad.
[4]. [1981 11 22/ 84]
[5]. [1994 09 14/ 2]
1997 01 24 0004
Caridad y benevolencia
4. Por tanto, ¿cómo no seguir con preocupación la situación de tantos que, especialmente en las naciones económicamente desarrolladas, a causa de la separación viven una situación de abandono, sobre todo cuando se trata de personas a las que no se les puede imputar el fracaso de su matrimonio?
Cuando una pareja en situación irregular vuelve a la práctica cristiana es necesario acogerla con caridad y benevolencia, ayudándola a aclarar el estado concreto de su condición, a través de un trabajo pastoral iluminado e iluminador. Esta pastoral de acogida fraterna y evangélica es de gran importancia para los que habían perdido el contacto con la Iglesia, pues es el primer paso necesario para insertarlos en la práctica cristiana. Es preciso acercarlos a la escucha de la palabra de Dios y a la oración, implicarlos en las obras de caridad que la comunidad cristiana realiza en favor de los pobres y los necesitados, y estimular el espíritu de arrepentimiento con obras de penitencia, que preparen su corazón para acoger la gracia de Dios.
Un capítulo muy importante es el de la formación humana y cristiana de los hijos de la nueva unión. Hacerlos partícipes de todo el contenido de la sabiduría del Evangelio, según la enseñanza de la Iglesia, es una obra que prepara admirablemente el corazón de los padres para recibir la fuerza y la claridad necesarias a fin de superar las dificultades reales que encuentran en su camino y volver a tener la plena transparencia del misterio de Cristo, que el matrimonio cristiano significa y realiza. Una tarea especial, difícil pero necesaria, corresponde también a los otros miembros que, de modo más o menos cercano, forman parte de la familia. Ellos, con una cercanía que no puede confundirse con la condescendencia, han de ayudar a sus seres queridos, y de manera particular a los hijos, que por su joven edad sufren más los efectos de la situación de sus padres.
Queridos hermanos y hermanas, la recomendación que brota hoy de mi corazón es la de tener confianza en todos los que viven situaciones tan dramáticas y dolorosas. No hay que dejar de “esperar contra toda esperanza” (Rm 4, 18) que también los que se encuentran en una situación no conforme con la voluntad del Señor puedan obtener de Dios la salvación, si saben perseverar en la oración, en la penitencia y en el amor verdadero.
1997 01 24 0005
El Encuentro mundial de las familias
5. En fin, os agradezco vuestra colaboración para la preparación del segundo Encuentro mundial de las familias, que se celebrará en Río de Janeiro los días 4 y 5 del próximo mes de octubre. A las familias del mundo les dirijo mi invitación paterna a preparar ese encuentro mediante la oración y la reflexión. Sé que se ha preparado un instrumento útil para todas las familias, incluidas las que no podrán acudir a esa cita: se trata de catequesis, que servirán para iluminar a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a los movimientos familiares, favoreciendo una digna interiorización de los grandes temas relativos a la familia.
Os aseguro mi recuerdo en mi oración para que vuestros trabajos contribuyan a devolver al sacramento del matrimonio toda la carga de alegría y de lozanía perenne que le ha dado el Señor, al elevarlo a la dignidad de sacramento.
Os deseo que seáis testigos generosos y atentos de la solicitud de la Iglesia por las familias, y os imparto de corazón mi bendición, que extiendo con mucho gusto a todos vuestros seres queridos.
[OR (e.c.) 31.I.1997, 2]
1997 01 24 0001
1. [...] La Chiesa non può restare indifferente davanti a questo problema doloroso, nel quale sono implicati tanti suoi figli. Già nell’Esortazione Apostolica Familiaris consortio riconoscevo che, trattandosi di una piaga che intacca sempre più largamente anche gli ambienti cattolici, “il problema deve essere affrontato con premura indilazionabile” (n. 84)[1]. La Chiesa, Madre e Maestra, cerca il bene e la felicità dei focolari domestici e quando questi per qualunque motivo vengono disgregati, ne soffre e cerca di porvi rimedio accompagnando pastoralmente queste persone, in piena fedeltà agli insegnamenti di Cristo.
[1]. [1981 11 22/ 84]
1997 01 24 0002
2. Il Sinodo dei Vescovi del 1980 sulla famiglia ha preso in considerazione questa penosa situazione e ha indicato le linee pastorali opportune per tali circostanze. Nella Esortazione Apostolica Familiaris consortio, prendendo in considerazione le riflessioni dei Padri Sinodali, scrivevo: “La Chiesa, istituita per condurre a salvezza tutti gli uomini e soprattutto i battezzati, non può abbandonare a se stessi coloro che –già congiunti col vincolo matrimoniale sacramentale– hanno cercato di passare a nuove nozze. Perciò si sforzerà senza stancarsi di mettere a loro disposizione i suoi mezzi di salvezza” (n. 84)[2].
È in questo ambito chiaramente pastorale, come ben avete chiarito nella presentazione dei lavori di questa Assamblea Plenaria, che si inquadrano le riflessioni del vostro incontro, volte ad aiutare le famiglie a scoprire la grandezza della loro vocazione battesimale ed a vivere le opere di pietà, carità e penitenza. L’aiuto pastorale presuppone però che sia riconosciuta la dottrina della Chiesa chiaramente espressa nel Catechismo: “Non è in potere della Chiesa pronunciarsi contro questa disposizione della sapienza divina” (n. 1640)[3]. Sappiano tuttavia, questi uomini e queste donne, che la Chiesa li ama, non è lontana da loro e soffre della loro situazione. I divorziati risposati sono e rimangono suoi membri, perchè hanno ricevuto il battesimo e conservano la fede cristiana. Certo, una nuova unione dopo il divorzio costituisce un disordine morale, che contrasta con precise esigenze derivanti dalla fede, ma questo non deve precludere l’impegno della preghiera né la testimonianza operosa della carità.
[2]. [1981 11 22/ 84]
[3]. [1992 10 11c/ 1640]
1997 01 24 0003
3. Come ebbi a scrivere nella Esortazione Apostolica Familiaris consortio, i divorziati risposati non possono essere ammessi alla comunione eucaristica “dal momento che il loro stato e la loro condizione di vita contraddicono oggettivamente a quell’unione di amore tra Cristo e la Chiesa che è significata ed attuata dall’Eucaristia” (n. 84)[4]. E questo, in virtù della stessa autorità del Signore, Pastore dei Pastori, che cerca sempre le sue pecore. Ciò vale anche per la Penitenza, il cui duplice e unitario significato di conversione e di riconciliazione risulta contraddetto dalla condizione di vita di divorziati risposati che tali permangono.
Tuttavia, non mancano vie pastorali opportune per venire incontro a queste persone. La Chiesa vede le loro sofferenze e le gravi difficoltà in cui si muovono, e nella sua carità materna si preoccupa di loro non meno che dei figli del loro preccedente matrimonio: privati del diritto nativo alla presenza di ambedue i genitori, sono essi le prime vittime di simili vicende dolorose.
Occorre innanzitutto porre in essere con urgenza una pastorale di preparazione e di tempestivo sostegno alle coppie nel momento della crisi. È in questione l’annuncio del dono e del comandamento di Cristo sul matrimonio. I Pastori, specialmente i parroci, devono, con cuore aperto, accompagnare e sostenere questi uomini e donne facendo loro comprendere che, quand’anche avessero infranto il vincolo matrimoniale, non devono disperare della grazia di Dio, che veglia sul loro cammino. La Chiesa non cessa di “invitare i suoi figli, i quali si trovano in quelle situazioni dolorose, ad avvicinarsi alla misericordia divina per altre vie... finchè non abbiano raggiunto le disposizioni richieste” (Esort. Ap. Reconciliatio et Paenitentia, 34). I Pastori “sono chiamati a far sentire la carità di Cristo e la materna vicinanza della Chiesa, accogliendoli con amore, esortandoli a confidare nella misericordia di Dio, e suggerendo loro con prudenza e rispetto concreti cammini di conversione e di partecipazione alla vita della comunità ecclesiale” (Lettera della Congregazione per la Dottrina della Fede circa la recezione della comunione eucaristica da parte dei fedeli divorziati risposati, 14 settembre 1994, n. 2)[5]. Il Signore, mosso dalla misericordia, va incontro a tutti i bisognosi, allo stesso tempo con l’esigenza della verità e con l’olio della carità.
[4]. [1981 11 22/ 84]
[5]. [1994 09 14/ 2]
1997 01 24 0004
4. Come non seguire dunque con preoccupazione la situazione di tanti che, specialmente nelle nazioni economicamente sviluppate, a causa della separazione vivono una condizione di abbandono, specialmente quando si tratta di persone a cui non può essere imputato il fallimento del matrimonio?
Quando la coppia in situazione irregolare torna alla pratica cristiana è necessario accoglierla con carità e benevolenza, aiutandola a chiarire lo stato concreto della sua condizione, attraverso un lavoro pastorale illuminato ed illuminante. Questa pastorale di accoglienza fraterna ed evangelica, per coloro che avevano perduto il contatto con la Chiesa, è di grande importanza: è il primo passo necessario per inserirli in una pratica cristiana. Occorre avvicinarli all’ascolto della parola di Dio e alla preghiera, inserirli nelle opere di carità che la Comunità cristiana realizza nei riguardi dei poveri e dei bisognosi e stimolare lo spirito di pentimento con opere di penitenza che preparino i loro cuori ad accogliere la grazia di Dio.
Un capitolo molto importante è quello riguardante la formazione umana e cristiana dei figli della nuova unione. Farli partecipi di tutto il contenuto della sapienza del Vangelo, secondo l’insegnamento della Chiesa, è un’opera che prepara meravigliosamente i cuori dei genitori a ricevere la forza e la chiarezza necessarie per superare le dificoltà reali che sono sulla loro strada e per riavere la piena trasparenza del mistero di Cristo che il matrimonio cristiano significa e realizza. Un compito speciale, difficile ma necessario, riguarda anche gli altri membri che fanno pure parte, in misura più o meno stretta, della famiglia. Essi, con una vicinanza che non può essere confusa con la condiscendenza, vengano in aiuto dei loro cari e, in particolare modo, dei figli, che per la giovane età risentono maggiormente i contraccolpi delle vicende dei genitori.
Cari Fratelli e Sorelle, la raccomandazione che sgorga oggi dal mio cuore è quella di aver fiducia nei riguardi di tutti coloro che vivono in situazioni così drammatiche e dolorose. Non si deve cessare di “sperare contro ogni speranza” (Rm 4, 18) che anche quelli che si trovano in una situazione non conforme alla volontà del Signore possano ottenere da Dio la salvezza, se sapranno perseverare nella preghiera, nella penitenza e nell’amore vero.
1997 01 24 0005
5. Infine, vi ringrazio per la vostra collaborazione alla preparazione del secondo Incontro Mondiale delle famiglie, che si svolgerà a Rio de Janeiro, nei giorni 4 e 5 del prossimo mese di ottobre. Alle famiglie del mondo rivolgo il mio invito paterno a preparare, nella preghiera e nella riflessione, questo Incontro. Per i focolari che non potranno recarsi a tale appuntamento, so che è stato preparato uno strumento utile per tutti: si tratta di catechesi che serviranno ad illuminare i gruppi parrocchiali, le associazioni, i movimenti familiari, favorendo una degna interiorizzazione dei grandi temi concernenti la famiglia.
Vi assicuro il ricordo nella mia preghiera, affinchè i vostri lavori contribuiscano a restituire al sacramento del matrimonio tutta quella carica di gioia e di perenne freschezza che gli ha conferito il Signore, elevandolo alla dignità di sacramento.
Nell’augurarvi di essere testimoni generosi ed attenti della sollecitudine della Chiesa per le famiglie, di cuore vi imparto la mia Benedizione, che estendo volentieri a tutte le persone che vi sono care.
[OR 25.I.1997, 5]