[1836] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA SEXUALIDAD HUMANA, CAPACIDAD DE COLABORAR CON EL PODER CREADOR DE DIOS
Del Discurso Sono lieto, a los participantes en el Congreso Mundial de Endoscopia Ginecológica, 21 junio 1997
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1. [...] Con vuestro Congreso habéis querido destacar la contribución que la aplicación del extraordinario desarrollo de las ciencias puede brindar a la calidad de la vida humana, subrayando al mismo tiempo el profundo significado que entraña vuestra actividad científica y profesional. En efecto, la endoscopia ginecológica os lleva diariamente al umbral mismo del misterio de la vida, al que el hombre de ciencia está llamado a acercarse con espíritu humilde y confiado, oponiéndose a todo intento de manipulación.
Durante vuestras intensas jornadas de estudio habéis tenido la oportunidad de profundizar las perspectivas abiertas por el encuentro entre la investigación científica y el “evangelio de la vida” y, superando el estrecho horizonte de las competencias de cada sector, os habéis sentido estimulados a considerar el conjunto de las realidades fundadas en la originalidad de la persona humana. De ese modo, vuestra investigación ha adquirido un fuerte valor sapiencial, a causa de la visión antropológica y ética global en la que se ha movido.
Ha sido oportuno, puesto que la ciencia, separada de los valores auténticos que definen a la persona, corre el riesgo de convertirse en un mero ejercicio instrumental, dependiendo de la ley de la oferta y la demanda. En lugar de responder a las necesidades profundas del hombre, se limita a producir fragmentos de solución para sus exigencias inmediatas. De ese modo, se rompe la íntima conexión que existe entre la actividad del hombre y la profundidad de su ser creado a imagen de Dios.
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Cooperación con el Creador
2. La tarea histórica, que asocia en la investigación científica a creyentes y hombres de buena voluntad, consiste en promover, por encima de todo convencionalismo jurídico, lo que favorece la dignidad del hombre. Quien tiene el don de la fe sabe que en el origen de toda persona hay un acto creador de Dios, hay un designio de amor que espera poder realizarse. Esta verdad fundamental, accesible también mediante la fuerza, aunque limitada, de la razón, permite vislumbrar la altísima misión inscrita en la sexualidad humana que, en efecto, está llamada a cooperar con el poder creador de Dios.
Precisamente en esta cooperación la libertad humana encuentra su expresión más elevada y su límite insuperable. De aquí deriva también el significado peculiar de vuestra actividad profesional y científica, orientada a escrutar los secretos de la naturaleza para llegar a descubrir su verdad profunda, haciendo posible así la realización concreta de las opciones que se inspiran en ella. Se trata de un camino que, alejándose de ideologías dominantes, expone frecuentemente a la incomprensión y a la marginación y, por tanto, exige fidelidad constante a la verdad de Dios y a la verdad del hombre. Pero también es un camino que, formando mentalidades abiertas a la verdad, se convierte en ejercicio eminente de caridad.
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Responsabilidad ética
3. Para realizar todo esto, es necesario tomar clara conciencia de la responsabilidad ética. En nuestro tiempo, este compromiso adquiere con frecuencia perfiles dramáticos, sobre todo frente a los “atentados, relativos a la vida naciente y terminal, que presentan caracteres nuevos respecto al pasado y suscitan problemas de gravedad singular, por el hecho de que tienden a perder, en la conciencia colectiva, el carácter de ‘delito’ y a asumir paradójicamente el de ‘derecho’” (Evangelium vitae, 11)[1]. De ese modo, la cuestión ética se sitúa en el horizonte de la cultura y en la raíz de la vida personal y colectiva.
Frente a la tentación de autonomía y apropiación, la Iglesia recuerda a los contemporáneos que “la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital” (ib., 39)[2], y que “la vida es tal cuando se difunde y se da; en la fraternidad, en la solidaridad, en la generación de nuevas vidas, en el testimonio supremo del martirio; frente a la tentación de la negación autodestructora, recuerda que ‘la vida es siempre un bien’” (ib., 34)[3].
Esta perspectiva, que no es ajena a la investigación racional, encuentra iluminación plena en la revelación cristiana, pues en el camino de la fe el hombre puede vislumbrar una posibilidad auténtica de bien y de vida incluso en las realidades de sufrimiento y de muerte, que dramáticamente atraviesan su existencia. Entonces, en el rostro desfigurado del Crucificado reconoce los rasgos de Dios; en su cruz, el árbol de la vida.
[1]. [1995 03 25b/ 11]
[2]. [1995 03 25b/ 39]
[3]. [1995 03 25b/ 34]
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Liderazgo profético
4. Después de siglos de progresiva separación entre fe y cultura, los éxitos de la modernidad, preocupantes en algunos aspectos, desafían a los creyentes a desempeñar un liderazgo profético y a transformarse en fuerza propulsora para la construcción de la civilización del tercer milenio.
La fe cristiana no considera contingente y transitoria la preocupación por el futuro del hombre. En la perspectiva de la meta escatológica, impulsa a los creyentes a comprometerse en el mundo actual para lograr un desarrollo respetuoso de toda dimensión humana, porque “gloria de Dios es el hombre que vive” (san Ireneo, Adv. haer. IV. 20, 7).
Por tanto, es preciso captar en la renovada relación entre fe, praxis social e investigación científica, perfiles profesionales adecuados a las exigencias de nuestro tiempo y a los valores perennes del hombre, capaces de realizar la integración entre fe y vida. En efecto, “el evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres. Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común” (Evangelium vitae, 101)[4].
Ilustres profesores, en el umbral del tercer milenio os renuevo a cada uno la invitación a haceros promotores de la civilización del amor, sosteniendo durante su etapa de formación a vuestros jóvenes estudiantes y colaboradores, para que se amplíe y consolide cada vez más el frente que defiende la vida.
Con estos deseos, os imparto una bendición apostólica especial a vosotros y a cuantos trabajan con vosotros en un ámbito científico tan importante.
[OR (e.c.) 4.VII.1997, 9]
[4]. [1995 03 25b/ 101]
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1. [...] Con il vostro Convegno voi avete voluto porre in evidenza il contributo che l’applicazione degli straordinari sviluppi delle scienze può offrire alla qualità della vita umana, sottolineando al tempo stesso i significati profondi presenti nella vostra attività scientifica e professionale. Infatti, l’Endoscopia ginecologica vi conduce quotidianamente alle soglie stesse del mistero della vita, a cui l’uomo di scienza è chiamato ad accostarsi con animo umile e fiducioso, resistendo ad ogni tentativo di manipolazione.
Nelle vostre intense giornate di studio, avete avuto modo di approfondire le prospettive aperte dall’incontro tra la ricerca scientifica ed il “Vangelo della vita” e, superando il ristretto orizzonte delle competenze settoriali, vi siete spinti a considerare l’insieme delle istanze fondate nella originalità della persona umana. La vostra ricerca ha assunto così una forte valenza sapienziale, a motivo della visione antropologica ed etica globale nella quale s’è mossa.
È opportunamente. La scienza, infatti, sganciata dai valori autentici che definiscono la persona, rischia di decadere ad esercitazione strumentale, irretita nella legge della domanda e dell’offerta. Invece di rispondere ai bisogni profondi dell’uomo, essa si limita allora a produrre frammenti di soluzione per le sue esigenze immediate. Viene così recisa quell’intima connessione che riconduce l’attività dell’uomo alla profondità del suo essere creato ad immagine di Dio.
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2. Il compito storico, che accomuna nella ricerca scientifica credenti ed uomini di buona volontà, consiste nel promuovere, oltre ogni convenzionalità giuridica, quanto favorisce la dignità dell’uomo. Chi ha il dono della fede sa che all’origine di ogni persona c’è un atto creativo di Dio, c’è un disegno d’amore che attende di potersi realizzare. Questa verità fondamentale, accessibile anche con le forze pur limitate della ragione, lascia intravedere l’altissima missione inscritta nella sessualità umana: essa è, infatti, chiamata a cooperare con la potenza creatrice di Dio.
È proprio in questa cooperazione che la libertà umana trova la propria espressione più alta e il proprio limite invalicabile. Da qui deriva pure il peculiare significato della vostra attività professionale e scientifica, tesa a scrutare i segreti della natura per arrivare a decifrarne la verità profonda, rendendo così possibile la concreta attuazione delle scelte che ad essa s’ispirano. Si tratta di un cammino che, discostandosi da ideologie dominanti, espone spesso all’incomprensione e all’emarginazione ed esige, perciò, costante fedeltà alla verità di Dio e alla verità dell’uomo. Ma è anche un cammino che, formando mentalità aperte alla verità, diventa esercizio eminente di carità.
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3. È necessaria per tutto questo una chiara assunzione di responsabilità etica. Nel nostro tempo tale impegno assume spesso contorni drammatici, soprattutto di fronte agli “attentati concernenti la vita nascente e terminale, che presentano caratteri nuovi rispetto al passato e sollevano problemi di singolare gravità per il fatto che tendono a perdere, nella coscienza collettiva, il carattere di ‘delitto’ e ad assumere paradossalmente quello di ‘diritto’...” (Enc. Evangelium vitae, 11)[1]. La questione etica si colloca in tal modo nell’orizzonte della cultura ed alla radice della vita personale e collettiva.
Di fronte alla tentazione dell’autonomia e dell’appropriazione, la Chiesa ricorda ai contemporanei che “la vita dell’uomo proviene da Dio, è suo dono, sua immagine e sua impronta, partecipazione del suo soffio vitale” (ibíd., n. 39)[2], e che “la vita è tale quando si diffonde e si dona: nella fraternità, nella solidarietà, nella generazione di nuove vite, nella testimonianza suprema del martirio; di fronte alla tentazione della negazione autodistruttiva, ricorda che ‘la vita è sempre un bene’” (ibíd., n. 34)[3].
Questa prospettiva, non estranea all’investigazione razionale, trova pienezza di luce nella rivelazione cristiana. È sul sentiero della fede, infatti, che l’uomo è messo in grado di scorgere nelle stesse realtà di sofferenza e di morte, che drammaticamente attraversano la sua esistenza, una possibilità autentica di bene e di vita. Nel volto sfigurato del Crocifisso riconosce allora le sembianze di Dio; nella sua croce, l’albero della vita.
[1]. [1995 03 25b/ 11]
[2]. [1995 03 25b/ 39]
[3]. [1995 03 25b/ 34]
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4. Dopo secoli di progressiva separazione tra fede e cultura, gli esiti, per certi aspetti preoccupanti, della modernità sfidano i credenti ad assumere un ruolo trainante e profetico ed a farsi polo propulsivo per la costruzione della civiltà del terzo millennio.
La fede cristiana non considera contingente e transitoria la preoccupazione per il futuro dell’uomo. Nella prospettiva del traguardo escatologico, essa spinge i credenti ad impegnarsi nel mondo presente per uno sviluppo rispettoso di ogni dimensione umana, perchè “gloria di Dio è l’uomo vivente” (S. Ireneo, Adv. haer. IV, 20, 7).
Occorre, pertanto, individuare, nel rinnovato rapporto tra fede, prassi sociale e ricerca scientifica, profili professionali adeguati alle esigenze del nostro tempo ed ai valori perenni dell’uomo, capaci di realizzare l’integrazione tra fede e vita. Infatti, “il Vangelo della vita è per la città degli uomini. Agire a favore della vita è contribuire al rinnovamento della società mediante l’edificazione del bene comune” (Enc. Evangelium vitae, 101)[4].
Illustri Docenti, alle soglie del terzo millennio rinnovo a ciascuno di voi l’invito a farsi promotore della civiltà dell’amore, sostenendo nel cammino formativo i vostri giovani studenti e collaboratori per far sì che sempre più s’allarghi e si consolidi il fronte a difesa della vita.
Con tali auspici, imparto a voi ed a quanti con voi operano in un ambito scientifico così importante una speciale Benedizione Apostolica.
[OR 22.VI.1997, 5]
[4]. [1995 03 25b/ 101]