[1871] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PROMOVER LA SALUD DE LA MUJER
Del Discurso Desidero esprimere, a los participantes en la Conferencia Internacional sobre “Mujer y Salud”, 20 febrero 1998
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2. En el Mensaje a la secretaria general de la IV Conferencia mundial sobre la mujer, que se celebró en Pekín, aludí a la “terrible explotación de mujeres y niñas que existe en todas partes del mundo”. Y añadí: “La opinión pública sólo está comenzando a hacer inventario de las condiciones inhumanas en las que mujeres y niños se ven a menudo obligados a trabajar, especialmente en las áreas menos desarrolladas del mundo” (26 de mayo de 1995, n. 7: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de junio de 1995, p. 20)[1].
Para toda sociedad es esencial que se garanticen esos derechos y que las sociedades que gozan del pleno desarrollo económico, y a veces de un porcentaje de bienes superfluos, dirijan su atención y su ayuda hacia esa parte de la humanidad. Pero esto no podrá hacerse sin el adecuado y oportuno reconocimiento del papel de la mujer, de su dignidad y de la importancia de su aportación específica al progreso de la sociedad en que vive: “Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el mismo modo de comprenderse y organizarse la sociedad” (Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1995, n. 9: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 1994, p. 5)[2].
[1]. [1995 05 26b/ 7]
[2]. [1994 12 08a/ 9]
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3. En particular, considero significativo el hecho de que en vuestra Conferencia internacional hayáis querido examinar todas las dimensiones de la salud de la mujer: la prevención y la curación de las enfermedades, el respeto a su integridad y a su capacidad procreativa, y los aspectos psicológicos y espirituales en las diversas situaciones en que puede encontrarse. Se va difundiendo una concepción de la salud que, paradójicamente, exalta y al mismo tiempo empobrece su significado, y de modo particular con respecto a la mujer.
En efecto, la salud ha sido definida como aspiración hacia el “pleno bienestar físico, psicológico y social, y no sólo como ausencia de enfermedad”. Pero cuando se concibe el bienestar en sentido hedonista, sin referencia a los valores morales, espirituales y religiosos, esta aspiración, en sí noble, puede disolverse dentro de un horizonte restringido que perjudica su impulso, con consecuencias negativas para la misma salud. Interpretada en esta dirección restringida, la búsqueda de la salud como bienestar ha llevado a considerar, también en documentos políticos importantes, la misma maternidad como un peso y una enfermedad, creando los supuestos, en nombre de la salud y de la calidad de vida, para la justificación de la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia. Es necesario rectificar esta deformación, porque “jamás habrá justicia, incluyendo la igualdad, el desarrollo y la paz, tanto para la mujer como para el hombre, si no existe la determinación firme de respetar, proteger, amar y servir a la vida, a toda vida humana, en cualquier estadio y situación” (Mensaje a la secretaria general de la IV Conferencia mundial sobre la mujer, celebrada en Pekín, 26 de mayo de 1995, n. 7: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de junio de 1995, p. 20[3]; cf. Evangelium vitae, 87[4]).
[3]. [1995 05 26b/ 7]
[4]. [1995 03 25b/ 87]
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4. Favorecer un equilibrio sanitario auténtico y global de la mujer significa ayudarle a insertar el bienestar físico, psicológico y social en una relación de armonía con los valores morales y espirituales. En esta perspectiva de realización de la persona y de la especificidad femenina, en que se realiza la oblación esponsal y materna, en la familia o en la vida consagrada, y se expresa el sentido de la solidaridad social, la salud representa, a la vez, una condición fundamental y una dimensión de la persona.
Por ese motivo, el concepto de salud debe fundarse en una visión antropológica completa, que considere como valores irrenunciables el respeto a la vida y a la dignidad de la persona, y de toda persona. Por tanto, la búsqueda de la salud no puede descuidar el valor ontológico de la persona y su dignidad personal: la persona conserva su plena dignidad incluso cuando su salud física o mental es deficiente.
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5. En la promoción de la salud de la mujer, la dimensión procreativa desempeña un papel especial, tanto desde el punto de vista de la realización de la personalidad femenina como de su posible función materna. Por tanto, promover la salud procreativa de la mujer implicará la prevención primaria de las enfermedades que pueden comprometer su fertilidad, así como el esfuerzo terapéutico, de consulta y asistencia, encaminado a preservar el organismo femenino en su integridad o a devolverle su funcionalidad; por el contrario, no podrá significar jamás una ofensa a la dignidad de la persona de la mujer o de la vida del hijo concebido.
En esta perspectiva, será siempre de gran importancia el compromiso moral de la mujer misma, que deberá aceptar y respetar en los comportamientos diarios los valores de su propia corporeidad, procurando asegurar su conformidad a las exigencia de salud. Esta promoción de la salud integral de la mujer no podrá menos de implicar también a la sociedad, y eso sucederá sólo con la aportación de las mujeres mismas: “La Iglesia reconoce –escribí a la secretaria general de la IV Conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer– que la contribución de la mujer al bienestar y al progreso de la sociedad es incalculable; la Iglesia considera que las mujeres pueden hacer mucho más para salvar a la sociedad del virus mortal de la degradación y la violencia, que hoy registran un aumento dramático” (ib., 5)[5].
[5]. [1995 05 26b/ 5]
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6. Todo el horizonte de la cultura y de la sociedad, y en primer lugar de la asistencia sanitaria, se debe replantear para que tenga en cuenta la dignidad de la mujer, en corresponsabilidad con el hombre y para el bien de las familias y de la misma comunidad humana.
Deseo repetir aquí el agradecimiento que expresé a las mujeres en la carta que les dirigí especialmente en 1995, con ocasión del Año internacional de la mujer: agradecimiento a las madres, a las esposas, a las hijas y hermanas, a las trabajadoras, a las consagradas. Hoy quisiera manifestar mi agradecimiento a las mujeres que ejercen la medicina, pues participan cada vez en mayor número en la promoción de la salud de los demás, convirtiéndose de modo especial en protectoras de la vida.
Deseo que todos los hombres, la sociedad en su conjunto y las autoridades políticas, den su contribución a la obtención del bien de la salud para cada mujer y cada hombre, como garantía de una civilización que tenga en cuenta la dignidad de la persona humana.
[OR (e.c.) 13.III.1998, 9]
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2. Nel Messaggio al Segretario Generale della IV Conferenza Mondiale sulla Donna, svoltasi a Pechino, ho accennato al “terribile sfruttamento delle donne e delle giovani in ogni parte del mondo”. Ed ho aggiunto: “L’opinione pubblica comincia soltanto ora a valutare le condizioni disumane in cui le donne e i bambini vengono spesso costretti a lavorare in particolare nelle aree meno sviluppate del mondo” (26 maggio 1995)[1].
È essenziale per ogni società che tali diritti siano garantiti e che le società, che godono del pieno sviluppo economico e talora di un tasso di beni superflui, portino la loro attenzione e il loro aiuto a questa umanità. Ciò non potrà essere fatto senza un adeguato e corrispondente riconoscimento del ruolo della donna, della sua dignità e dell’importanza di un suo apporto specifico al progresso della società in cui vive: “Quando le donne hanno la possibilità di trasmettere in pienezza i loro doni all’intera comunità, la stessa modalità con cui la società si comprende e si organizza ne risulta positivamente trasformata” (Messaggio per la Giornata Mondiale per la Pace, 1995, n.9)[2].
[1]. [1995 05 26b/ 7]
[2]. [1994 12 08a/ 9]
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3. In particolare, ritengo significativo che nella vostra Conferenza Internazionale abbiate voluto esaminare tutte le dimensioni della salute della donna: la prevenzione e la cura delle malattie, il rispetto della sua integrità e delle sue capacità procreative, gli aspetti psicologici e spirituali nelle diverse situazioni in cui può trovarsi. Si va diffondendo, infatti, una concezione della salute che, paradossalmente, ne esalta e al tempo stesso ne impoverisce il significato e ciò in particolare in relazione alla donna.
La salute, infatti, è stata definita come tensione verso il “pieno benessere fisico, psicologico e sociale e non soltanto come assenza di malattia”. Quando, però, il benessere viene concepito in senso edonistico senza riferimento ai valori morali, spirituali e religiosi, questa aspirazione, in sè nobile, può risolversi entro un orizzonte ristretto che ne mortifica lo slancio con conseguenze negative sulla salute stessa. Interpretata in questa direzione riduttiva, la ricerca della salute come benessere ha portato a considerare, anche in documenti politici importanti, la stessa maternità come un peso e una malattia, creando i presupposti, in nome della salute e della qualità di vita, per la giustificazione della contraccezione, della sterilizzazione, dell’aborto e della stessa eutanasia. Bisogna rettificare questa deformazione perchè “non ci saranno mai giustizia, uguaglianza e sviluppo e pace per le donne o per gli uomini, se non ci sarà un’incrollabile determinazione a rispettare, difendere, amare e servire la vita, ogni vita umana in ogni fase e in ogni situazione” (Ibíd., n. 7[3]; cfr Enciclica Evangelium vitae, n. 87[4]).
[3]. [1995 05 26b/ 7]
[4]. [1995 03 25b/ 87]
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4. Favorire un autentico e globale equilibrio sanitario della donna significa aiutarla ad inserire il benessere fisico, psicologico e sociale in un rapporto d’armonia con i valori morali e spirituali. In quest’ottica di realizzazione della persona e della specificità femminile, in cui si attua la oblatività sponsale e materna, nella famiglia o nella vita consacrata, e si esprime il senso della solidarietà sociale, la salute rappresenta, ad un tempo, una condizione fondamentale ed una dimensione della persona.
Per questo motivo il concetto di salute deve essere fondato su una visione antropologica compiuta, che consideri il rispetto della vita e della dignità delle persona e di ogni persona valori irrinunciabili. La ricerca della salute non può, pertanto, trascurare il valore ontologico della persona e la sua dignità personale: anche laddove la salute fisica o mentale è deficitaria, la persona conserva infatti la sua piena dignità.
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5. Nella promozione della salute della donna ha un ruolo speciale la dimensione procreativa, dal punto di vista della realizzazione sia della personalità femminile che dell’eventuale compito materno. Promuovere la salute procreativa della donna implicherà, pertanto, la prevenzione primaria delle malattie che possono compromettere la fertilità, l’impegno terapeutico, consulenziale e assistenziale volto a preservare l’organismo femminile nella sua integrità o a restituirne la funzionalità; non potrà, invece, mai significare offesa alla dignità della persona della donna o della vita del concepito.
In questa prospettiva, sarà sempre di grande rilievo l’impegno morale della donna stessa, la quale dovrà assumere e rispettare nei comportamenti quotidiani i valori della propria corporeità, cercando di assicurarne la conformità con le esigenze della salute. Questa promozione della salute integrale della donna non potrà non coinvolgere anche la società e ciò avverrà solo con l’apporto delle donne stesse: “La Chiesa riconosce –ho scritto al Segretario Generale della IV Conferenza Mondiale dell’ONU sulla donna– che il contributo della donna al benessere e al progresso della società è incalcolabile ed auspica che le donne facciano anche di più per salvare la società dal virus letale della degradazione e della violenza che oggi si sta diffondendo in modo crescente e drammatico” (n. 5)[5].
[5]. [1995 05 26b/ 5]
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6. È tutto l’orizzonte della cultura e della società, e in primo luogo dell’assistenza sanitaria, che va riportato a misura della dignità della donna, in corresponsabilità con l’uomo e per il bene delle famiglie e della stessa comunità umana.
Desidero qui ripetere il grazie che ho rivolto alle donne nella Lettera diretta specificamente a loro nel 1995 in occasione dell’Anno Internazionale della Donna: il grazie alle donne madri, alle donne spose, alle donne figlie e sorelle, alle donne lavoratrici, alle donne consacrate. Oggi vorrei aggiungere un grazie alle donne che esercitano la medicina: esse partecipano sempre più numerose alla promozione della salute altrui, divenendo a titolo speciale custodi della vita.
Auspico che tutti gli uomini, la società nel suo insieme e le autorità politiche, portino il loro contributo per il conseguimento del bene della salute per ogni donna e per ogni uomo, a garanzia di una civiltà che sia a misura della dignità della persona umana.
[OR 21.II.1998, 5]