[1873] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA SOBRE LA “VERDAD” DEL ACTO DE AMOR CONYUGAL
Carta Ho appreso, a la Directora del Centro de Estudios e Investigación sobre la Regulación Natural de la Fertilidad, de la Universidad del Sacro Cuore de Roma (Italia), 27 febrero 1998
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1. He sabido con gran complacencia que ese Centro ha organizado un congreso nacional para conmemorar el trigésimo aniversario de la encíclica Humanae vitae, de mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI.
Deseo, ante todo, enviarle mi saludo a usted, gentil profesora, así como a los responsables, los investigadores y los agentes de la benemérita institución que usted dirige, manifestándoles mi estima y mi aprecio por la valiosa contribución que han dado durante estos años a la salvaguardia y promoción de la vida humana en su fase inicial. Mi saludo se dirige también a los congresistas y a los relatores que participan en los trabajos del Congreso: a todos deseo una fecunda profundización de la enseñanza de la Iglesia sobre la “verdad” del acto de amor mediante el cual los cónyuges participan en la acción creadora de Dios.
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2. La verdad de ese acto deriva de que es expresión de la entrega personal recíproca de los esposos, entrega que no puede menos de ser total, pues la persona es una e indivisible. En el acto que expresa su amor, los esposos están llamados a entregarse recíprocamente a sí mismos en la totalidad de su persona: nada de lo que constituye su ser puede quedar excluido de esta entrega. Ésta es la razón de la ilicitud intrínseca de la anticoncepción: introduce una limitación sustancial dentro de esta entrega recíproca, rompiendo la “inseparable conexión” que existe entre los dos significados del acto conyugal, el unitivo y el procreativo, que el Papa Pablo VI indicaba como inscrita por Dios mismo en la naturaleza del ser humano (cf. Humanae vitae, 12)[1].
En esta línea de reflexión, el gran Pontífice subrayaba con razón la “diferencia esencial” existente entre la anticoncepción y el recurso a los métodos naturales, para el ejercicio de una “procreación responsable”. La diferencia es de orden antropológico, puesto que implica, en resumidas cuentas, dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí (cf. Familiaris consortio, 32)[2]. En el pensamiento corriente con frecuencia los métodos naturales de regulación de la fertilidad se separan de la dimensión ética que les es propia, y se proponen en su aspecto meramente funcional. No es de extrañar, por tanto, que no se perciba la diferencia profunda que existe entre éstos y los métodos artificiales y, en consecuencia, se llegue a hablar de ellos como de una forma diversa de anticoncepción. Pero ciertamente no se deben considerar ni aplicar en esa perspectiva. Al contrario, la regulación natural de la fertilidad sólo en la lógica de la entrega recíproca entre el hombre y la mujer puede comprenderse rectamente y vivirse auténticamente como expresión cualificada de una real y mutua comunión de amor y de vida. Vale la pena reafirmar aquí que “la persona jamás ha de ser considerada un medio para alcanzar un fin; jamás, sobre todo, un medio de ‘placer’. La persona es y debe ser sólo el fin de todo acto. Solamente entonces la acción corresponde a la verdadera dignidad de la persona” (Carta a las familias, Gratissimam sane, 12)[3].
[1]. [1968 07 25/ 12]
[2]. [1981 11 22/ 32]
[3]. [1994 02 02ª/ 12]
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3. La Iglesia es consciente de las diversas dificultades que pueden encontrar los esposos, sobre todo en el actual contexto social, no sólo en la aplicación, sino también en la comprensión de la norma moral que les concierne. Como madre, la Iglesia se acerca a las parejas que tienen dificultades para ayudarles; pero lo hace recordándoles que el camino para hallar la solución a sus problemas no puede menos de pasar por el respeto pleno a la verdad de su amor. “No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo –decía Pablo VI– es una forma de caridad eminente hacia las almas” (Humanae vitae, 29)[4].
La Iglesia pone a disposición de los esposos los medios de gracia que Cristo ofrece en la Redención, y los invita a usarlos cada vez con mayor confianza. En particular, los exhorta a invocar el don del Espíritu Santo, que se derrama en su corazón gracias a la eficacia del sacramento que es típico de ellos: esta gracia es fuente de la energía interior necesaria para realizar las múltiples tareas de su estado, comenzando por la de ser coherentes con la verdad del amor conyugal. Al mismo tiempo, la Iglesia pide el compromiso de los científicos, de los médicos, del personal sanitario y de los agentes pastorales, a fin de que pongan a disposición de los cónyuges todos los subsidios que puedan ayudarles de forma eficaz a vivir plenamente su vocación (cf. ib., 23-27)[5].
Precisamente en esta perspectiva se sitúa también la obra valiosa a la que se dedican centros como el que usted, gentil profesora, ha promovido y sigue animando con encomiable esfuerzo. Al reconocer con aprecio la actividad de sensibilización que el Centro desarrolla mediante la promoción de conferencias, seminarios, congresos y cursos tanto a nivel nacional como internacional, quisiera aprovechar la ocasión para subrayar la importancia de la actividad de estudio e investigación, que también forma parte de las finalidades propias de esa institución, como lo indica su misma denominación. En efecto, es necesario esforzarse por difundir en el campo médico el conocimiento de los fundamentos científicos en que se apoyan los métodos naturales de regulación de la fertilidad, así como por desarrollar el estudio y la investigación sobre la naturaleza de los fenómenos bioquímicos y biofísicos que acompañan y permiten reconocer los períodos de fertilidad, favoreciendo así un ejercicio más fácil y seguro de la paternidad responsable.
[4]. [1968 07 25/ 29]
[5]. [1968 07 25/ 23-27]
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4. Espero que las aportaciones cualificadas de los estudiosos, que toman parte en los trabajos del actual Congreso nacional, resulten útiles para las investigaciones que se están llevando a cabo en este campo. Los conocimientos científicos cada vez más avanzados, unidos al respeto de los valores morales que propugna la Iglesia, contribuirán seguramente a consolidar la concepción del amor como don incondicional y total de las personas, y de la fecundidad como riqueza que hay que acoger con gratitud de manos del Creador.
Mientras invoco sobre usted, sobre los congresistas y sobre cuantos están en contacto con ese Centro, la incesante protección de María, Madre del amor hermoso, y de san José, custodio del Redentor, les envío de corazón, como prenda de mi afecto, la invocada bendición apostólica.
[OR (e.c.) 27.III.1998, 9]
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1. Ho appreso con vivo compiacimento che codesto Centro ha organizzato un Convegno Nazionale per commemorare il XXX anniversario dell’Enciclica Humanae vitae del mio venerato Predecessore, il Servo di Dio Paolo VI.
Desidero, anzitutto, far pervenire il mio saluto a Lei, Gentile Professoressa, come anche ai Responsabili, ai Ricercatori ed agli Operatori della benemerita Istituzione che Ella dirige, manifestando stima ed apprezzamento per il valido contributo offerto in questi anni alla salvaguardia ed alla promozione della vita umana nella sua fase iniziale. Il mio pensiero si estende pure ai Convegnisti ed ai Relatori che partecipano ai lavori congressuali: a tutti auguro un proficuo approfondimento dell’insegnamento della Chiesa circa la “verità” dell’atto d’amore nel quale i coniugi vengono resi compartecipi dell’azione creatrice di Dio.
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2. La verità di tale atto scaturisce dal suo essere espressione della reciproca donazione personale dei coniugi, una donazione che non può che essere totale, essendo la persona una e indivisibile. Nell’atto che esprime il loro amore, gli sposi sono chiamati a fare reciproco dono di se stessi nell’integralità della loro persona: nulla di ciò che costituisce il loro essere può restare escluso da questa donazione. Sta qui la ragione dell’intrinseca illiceità della contraccezione: essa introduce una sostanziale limitazione all’interno di questa reciproca donazione, rompendo quella “connessione inscindibile” tra i due significati dell’atto coniugale, l’unitivo ed il procreativo, che Papa Paolo VI indicaba come iscritta da Dio stesso nella natura dell’essere umano (cfr Humanae vitae, n. 12)[1].
In questa linea di riflessione, il grande Pontefice giustamente sottolineava la “differenza essenziale” esistente tra la contraccezione e il ricorso ai metodi naturali in ordine all’attuazione di una “procreazione responsabile”. La differenza è di ordine antropologico, perchè coinvolge, in ultima analisi, due concezioni della persona e della sessualità umana, tra loro irriducibili (cfr Lett. enc. Familiaris consortio, 32)[2]. Non è infrequente, nel pensiero corrente, che i metodi naturali di regolazione della fertilità vengano staccati dalla dimensione etica che è loro propria, e proposti nel loro aspetto meramente funzionale. Non stupisce che si cessi allora di percepire la differenza profonda che intercorre tra questi ed i metodi artificiali, e si arrivi di conseguenza a parlarne come di una diversa forma di contraccezione. Ma non è certo in quest’ottica che essi vanno visti ed applicati. Al contrario, è soltanto nella logica del dono reciproco fra l’uomo e la donna che la regolazione naturale della fertilità può essere rettamente compresa ed autenticamente vissuta quale espressione qualificata di una reale e mutua comunione di amore e di vita. Vale la pena di ribadire qui che “la persona non può mai essere considerata un mezzo per raggiungere uno scopo; mai, soprattutto, un mezzo di “godimento”. Essa è e deve essere solo il fine di ogni atto. Soltanto allora l’azione corrisponde alla vera dignità della persona” (Gratissimam sane, n. 12)[3].
[1]. [1968 07 25/ 12]
[2]. [1981 11 22/ 32]
[3]. [1994 02 02ª/ 12]
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3. La Chiesa è consapevole delle difficoltà di vario genere che, soprattutto nel presente contesto sociale, gli sposi possono incontrare non solo nell’attuazione, ma anche nella stessa comprensione della norma morale che li riguarda. Come madre, la Chiesa si fa vicina alle coppie in difficoltà per aiutarle; ma lo fa ricordando loro che la strada per trovare la soluzione ai loro problemi non può non passare attraverso il rispetto pieno della verità del loro amore. “Non sminuire in nulla la salutare dottrina di Cristo –ammoniva Paolo VI– è eminente forma di carità verso le anime” (Humanae vitae, 29)[4].
La Chiesa pone a disposizione degli sposi i mezzi di grazia che Cristo offre nella Redenzione, e li invita a farvi ricorso con sempre rinnovata fiducia. In particolare, essa li esorta ad invocare il dono dello Spirito Santo, che viene effuso nel loro cuore grazie all’efficacia del sacramento che è loro tipico: tale grazia è sorgente dell’energia interiore necessaria per assolvere ai molteplici compiti del loro stato, a cominciare da quello di essere coerenti con la verità dell’amore coniugale. Al tempo stesso, la Chiesa sollecita l’impegno degli uomini di scienza, dei medici, del personale sanitario, degli operatori pastorali, perchè vengano messi a disposizione dei coniugi tutti quei sussidi che possono rivelarsi un valido sostegno per vivere in pienezza la loro vocazione (cfr Humanae vitae, 23-27)[5].
È proprio in questa prospettiva che si situa anche l’opera preziosa, a cui attendono Centri come quello che Ella, Gentile Professoressa, ha promosso e continua ad animare con encomiabile impegno. Nel prendere atto con apprezzamento dell’attività di sensibilizzazione che il Centro svolge mediante la promozione di conferenze, seminari, convegni e corsi a livello sia nazionale che internazionale, vorrei cogliere l’occasione per sottolineare l’importanza dell’attività di studio e ricerca, che pure rientra nelle finalità proprie dell’Istituzione, come appare dalla stessa denominazione che la qualifica. È necessario infatti impegnarsi, da una parte, nella diffusione in campo medico della conoscenza dei fondamenti scientifici su cui poggiano i metodi naturali di regolazione della fertilità e, dall’altra, nello sviluppo dello studio e della ricerca sulla natura degli eventi biochimici e biofisici che accompagnano e rendono riconoscibili i periodi di fertilità, consentendo così una più facile e sicura attuazione della parternità responsabile.
[4]. [1968 07 25/ 29]
[5]. [1968 07 25/ 23-27]
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4. Auspico che i qualificati apporti degli studiosi, che prendono parte ai lavori del presente Convegno Nazionale, risultino utili per le ricerche che si stanno effettuando in questo campo. Le conoscenze scientifiche sempre più avanzate, unite al rispetto dei valori morali propugnati dalla Chiesa, non mancheranno di recare un efficace contributo all’affermarsi della concezione dell’amore come dono incondizionato e totale delle persone, e della fecondità come ricchezza da accogliere con gratitudine dalle mani del Creatore.
Mentre invoco su di Lei, sui Convegnisti e su quanti sono in contatto con codesto Centro l’incessante protezione di Maria, Madre del bell’amore, e di san Giuseppe, Custode del Redentore, invio di cuore, quale pegno di sempre memore affetto, l’invocata Benedizione Apostolica.
[OR 2-3.III.1998, 6]