[1893] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EQUIPARAR EL MATRIMONIO CON OTRAS FORMAS DE UNIÓN, UNA DECISIÓN GRAVE Y PELIGROSA
Del Discurso À l’occasion, al II Encuentro de Políticos y Legisladores de Europa, organizado por el Pontificio Consejo para la Familia, 23 octubre 1998
1998 10 23 0001
1. [...] Os expreso a todos mi profunda gratitud por haber aceptado participar, por iniciativa del Consejo pontificio para la familia, en las reflexiones de la Santa Sede sobre las cuestiones que se plantean continuamente acerca de la familia y el ámbito de la ética. Los progresos científicos y técnicos exigen una reflexión moral seria y profunda, así como legislaciones apropiadas, para poner la ciencia al servicio del hombre y de la sociedad. En efecto, no dispensan a nadie de plantearse las cuestiones morales fundamentales y encontrar respuestas adecuadas para el buen orden social (cf. Veritatis splendor, 2-3). Al dedicarse a conocer claramente los diferentes aspectos científicos, quienes tienen el deber de tomar decisiones políticas y sociales en sus naciones están llamados a fundar esencialmente sus actividades en los valores antropológicos y morales, y no en el progreso técnico que, en sí mismo, no es ni un criterio de moralidad ni un criterio de legalidad. A lo largo de este siglo, hemos podido comprobar muchas veces en Europa que, cuando se niegan los valores, las decisiones públicas tomadas no pueden menos de oprimir al hombre y a los pueblos.
1998 10 23 0002
2. Como hicieron en la antigüedad Sófocles y Cicerón, el filósofo contemporáneo Jacques Maritain recuerda que “el bien común de las personas humanas” consiste en “la vida buena de la multitud” (Les droits de l’homme et la loi naturelle, p. 20). El punto de partida de esta filosofía es la persona humana, que “tiene una dignidad absoluta, puesto que está en relación directa con lo absoluto” (ib., p. 16). Ya se sabe que algunas personas querrían justificar, en nuestros días, la obra del político que, “en su actividad, debería distinguir netamente entre el ámbito de la conciencia privada y el del comportamiento público” (Evangelium vitae, 69)[1]. Pero, en realidad, el valor de este último, particularmente en el marco de la vida democrática, “se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son, ciertamente, la dignidad de cada persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el ‘bien común’ como fin y criterio regulador de la vida política” (ib., 70)[2].
[1]. [1995 03 25b/ 69]
[2]. [1995 03 25b/ 70]
1998 10 23 0003
3. En el ámbito de la vida social, la Iglesia presta gran atención a las instituciones primarias, como la familia, célula básica de la sociedad, que sólo puede existir si se respetan los principios. La familia representa para cada nación y para toda la humanidad un bien de suma importancia. Ya en la antigüedad, como muestra Aristóteles, era considerada la institución social primera y fundamental, anterior y superior al Estado (cf. Ética a Nicómaco, VII, 12, 18), pues contribuye eficazmente a la bondad de la sociedad misma.
Es importante, por tanto, que los que están llamados a guiar el destino de las naciones reconozcan y afirmen la institución matrimonial; en efecto, el matrimonio tiene una condición jurídica específica, que reconoce derechos y deberes por parte de los esposos, de uno con respecto al otro y de ambos en relación con los hijos, y el papel de las familias en la sociedad, cuya perennidad aseguran, es primordial. La familia favorece la socialización de los jóvenes y contribuye a atajar los fenómenos de violencia mediante la transmisión de valores y mediante la experiencia de la fraternidad y la solidaridad, que permite vivir diariamente. En la búsqueda de soluciones legítimas para la sociedad moderna, no se la puede poner en el mismo nivel de simples asociaciones o uniones, y éstas no pueden beneficiarse de los derechos particulares vinculados exclusivamente a la protección del compromiso matrimonial y de la familia, fundada en el matrimonio, como comunidad de vida y amor estable, fruto de la entrega total y fiel de los esposos, abierta a la vida. Desde el punto de vista de los responsables de la sociedad civil, es importante que sepan crear las condiciones necesarias a la naturaleza específica del matrimonio, a su estabilidad y a la acogida del don de la vida.
En efecto, respetando la legítima libertad de las personas, equiparar al matrimonio otras formas de relación entre las personas y legalizarlas es una decisión grave, que no puede menos de perjudicar a la institución matrimonial y familiar. A largo plazo, sería perjudicial que ciertas leyes, no fundadas ya en los principios de la ley natural, sino en la voluntad arbitraria de las personas (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1904), concedieran la misma situación jurídica a diferentes formas de vida en común, creando gran confusión. Por tanto, las reformas relativas a la estructura familiar consisten ante todo en un fortalecimiento del vínculo conyugal y en un apoyo cada vez mayor a las estructuras familiares, recordando que los hijos, que en el futuro serán los protagonistas de la vida social, son los herederos de los valores recibidos y de la atención dedicada a su formación espiritual, moral y humana.
No hay que subordinar jamás la dignidad de la persona y de la familia solamente a los elementos políticos o económicos, o incluso a simples opiniones de posibles grupos de presión, aunque sean importantes. El ejercicio del poder descansa en la búsqueda de la verdad objetiva y en la dimensión de servicio al hombre y a la sociedad, reconociendo a toda persona humana, incluso a la más pobre y humilde, su dignidad trascendente e imprescriptible. Con este criterio deben tomarse las decisiones políticas y jurídicas indispensables para el futuro de la civilización.
1998 10 23 0004
4. Por otra parte, los niños son una de las riquezas principales de una nación, y conviene ayudar a los padres a cumplir su misión educativa, respetando los principios de responsabilidad y subsidiariedad, afirmando así el valor eminente de este servicio. Se trata de un deber y de una solidaridad legítima de toda comunidad nacional. En cierto modo, una sociedad y su futuro dependen de la política familiar que se pone en práctica.
1998 10 23 0005
5. Hoy, numerosas acciones contra la vida, reivindicadas como gestos de libertad, constituyen lo que he llamado “cultura de la muerte” (Evangelium vitae, 12)[3], que atenta contra los niños por nacer y contra las personas enfermas o ancianas. Es evidente que asistimos a una debilitación del sentido y del valor de la vida, así como a una especie de anestesia de las conciencias. Y todo atentado contra la vida de una persona es también un atentado contra la humanidad, ya que existe un vínculo de fraternidad entre todos los seres humanos, y nadie puede ser indiferente ante lo que le sucede a un hermano. Por consiguiente, los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados a unir sus fuerzas, con firmeza y paciencia, para hacer que triunfe la “cultura de la vida”, especialmente entre los jóvenes, a los que conviene dar una educación apropiada en los ámbitos moral, antropológico y biológico. La libertad y el sentido de la responsabilidad deben inculcarse desde la más tierna edad, para que lleguen a ser lo que son verdaderamente: “A la vez, inalienable autoposesión y apertura universal” (Veritaris splendor, 86). Así, los jóvenes estarán en condiciones de comprender lo que es la persona humana, realizar actos responsables en favor de la vida y convertirse en sus defensores ante las personas de su entorno.
[3]. [1995 03 25b/ 12]
1998 10 23 0006
6. Defender la vida en un mundo que carece de puntos de referencia supone recurrir a datos antropológicos claros y objetivos, para mostrar que, desde su concepción y hasta su fin natural, una persona es única y digna del respeto debido a todo ser humano, en virtud de su origen y su destino. Todo atentado contra la vida es una forma de negación de la dignidad personal del hombre que desfigura también a la humanidad y la solidaridad entre los seres humanos, dado que viola “el parentesco espiritual que agrupa a los hombres en una única gran familia, donde todos participan del mismo bien fundamental: la idéntica dignidad personal” (Evangelium vitae, 8)[4]. Todos los hombres están llamados a buscar el bien de las persona y el bien común, promulgando leyes justas y equitativas, pues la fuerza de las leyes implica la rectitud de las personas y la confianza necesaria para la convivencia social (cf. ibíd., 59)[5]. Los invito, asimismo, a seguir interesándose por la formación de la conciencia moral y cívica de las personas que, por medio de la recta razón, ilumina a los ciudadanos en su conducta personal y comunitaria, fundada en los principios de la verdad, la justicia, la igualdad y la caridad.
[OR (e.c.) 30.X.1998, 9-10]
[4]. [1995 03 25b/ 8]
[5]. [1995 03 25b/ 59]
1998 10 23 0001
1. [...] Je vous exprime à tous ma vive gratitude pour avoir accepté, à l’initiative du Conseil pontifical pour la Famille, de participer aux réflexions du Saint-Siège sur les questions qui ne cessent de se poser concernant la famille et les domaines éthiques. Les progrès scientifiques et techniques imposent une réflexion morale sérieuse et approfondie, ainsi que des législations appropriées, pour mettre la science au service de l’homme et de la société. En effet, ils ne dispensent personne de se poser les questions morales fondamentales et d’y trouver des réponses adéquates pour le bon ordre social (cf. Encyclique Veritatis splendor, nn. 2-3). Tout en s’attachant à connaître clairement les différents aspects scientifiques, ceux qui ont le devoir de prendre des décisions politiques et sociales dans leurs nations sont appelés à fonder leur démarche essentiellement sur les valeurs anthropologiques et morales, et non sur le progrès technique qui, en lui-même, n’est ni un critère de moralité ni un critère de légalité. Au cours de ce siècle, nous avons pu mesurer à plusieurs reprises en Europe que, lorsque les valeurs sont niées, les décisions publiques prises ne peuvent qu’opprimer l’homme et les peuples.
1998 10 23 0002
2. Comme c’était le cas dès l’Antiquité, avec Sophocle et Cicéron, le philosophe contemporain Jacques Maritain rappelle que “le bien commun des personnes humaines” consiste dans “la bonne vie de la multitude” (Les droits de l’homme et la loi naturelle, p. 20). Le point de départ de cette philosophie est la personne humaine, qui “a une dignité absolue, parce qu’elle est dans une relation directe avec l’absolu” (ibid., p. 16). On sait comment certains voudraient justifier, de nos jours, l’œuvre del l’homme politique qui “devrait séparer nettement dans son action le domaine de la conscience privée de celui de l’action politique” (Evangelium vitæ, n. 69)[1]. Mais, en réalité, la valeur de cette dernière, particulièrement dans le cadre de la vie démocratique, “se maintient ou disparaît en fonction des valeurs qu’elle incarne ou promeut: sont certainement fondamentaux et indispensables la dignité de toute personne humaine, le respect de ses droits intangibles et inaliénables, ainsi que la reconnaissance du “bien commun” comme fin et comme critère régulateur de la vie politique” (ibíd., n. 70)[2].
[1]. [1995 03 25b/ 69]
[2]. [1995 03 25b/ 70]
1998 10 23 0003
3. Dans le domaine de la vie sociale, l’Église porte une grande attention aux institutions primordiales comme celle de la famille, cellule de base de la société, qui ne peut exister que dans le respect des principes. La famille représente pour chaque nation et pour l’humanité entière un bien de la plus haute importance. Déjà dans l’antiquité, comme le montrait Aristote, elle était reconnue comme l’institution sociale première et fondamentale, antérieure et supérieure à l’État (cf. Éthique à Nicomaque, VII, 12, 18), contribuant efficacement à la bonté de la société elle-même.
Il importe donc que ceux qui ont été appelés à conduire la destinèe des nations reconnaissent et affermissent l’institution matrimoniale; en effet, le mariage a un statut juridique spécifique, reconnaissant des droits et des devoirs de la part des conjoints, l’un vis-à-vis de l’autre et à l’égard des enfants, et le rôle des familles dans la société, dont elles assurent la pérennité, est primordial. La famille favorise la socialisation des jeunes et contribue à endiguer les phénomènes de violence, par la transmission des valeurs, ainsi que par l’expérience de la fraternité et de la solidarité qu’elle permet de réaliser chaque jour. Dans la recherche de solutions légitimes pour la société moderne, elle ne peut pas être mise sur le même plan que de simples associations ou unions, et celles-ci ne peuvent bénéficier des droits particuliers liés exclusivement à la protection de l’engagement conjugal et de la famille, fondée sur le mariage, comme communauté de vie et d’amour stable, fruit du don total et fidèle des conjoints, ouverte à la vie. Du point de vue des responsables de la société civile, il importe qu’ils sachent créer les conditions nécessaires à la nature spécifique du mariage, à sa stabilité et à l’accueil du don de la vie. En effet, tout en respectant la légitime liberté des personnes, rendre équivalentes au mariage en les légalisant d’autres formes de relations entre des personnes est une décision grave qui ne peut que porter préjudice à l’institution conjugale et familiale. Il serait à long terme dommageable que des lois, fondées non plus sur les principes de la loi naturelle mais sur la volonté arbitraire des personnes (cf. Catéchisme de l’Église catholique, n. 1904), donnent le même statut juridique semblable à différentes formes de vie commune, entraînant de nombreuses confusions. Les réformes concernant la structure familiale consistent donc avant tout en un renforcement du lien conjugal et en un soutien toujours plus fort aux structures familiales, en gardant en mémoire que les enfants, qui seront demain les protagonistes de la vie sociale, sont les héritiers des valeurs reçues et du soin mis à leur formation spirituelle, morale et humaine.
On ne peut jamais subordonner la dignité de la personne et de la famille aux seuls éléments politiques ou économiques, ou encore à de simples opinions d’éventuels groupes de pression, même s’ils sont importants. L’exercice du pouvoir repose sur la recherche de la vérité objective et sur la dimension de service de l’homme et de la société, reconnaissant à tout sujet humain, même le plus pauvre et le plus petit, la dignité transcendante et impresciptible de la personne. Tel est le fondement sur lequel doivent s’élaborer les décisions politiques et juridiques indispensables à l’avenir de la civilisation.
1998 10 23 0004
4. D’autre part, les enfants sont une des richesses principales d’une nation et il convient d’aider les parents à remplir leur mission éducative, dans le respect des principes de responsabilité et de subsidiarité, affermissant ainsi la valeur insigne de ce service. C’est un devoir et une légitime solidarité de la part de toute communauté nationale. D’une certaine manière, une société et son avenir dépendent de la politique familiale qui est mise en œuvre.
1998 10 23 0005
5. Aujorud’hui, de nombreux actes contre la vie, revendiqués comme des gestes de liberté, constituent ce que j’ai appelé la “culture de mort” (cf. Encyclique Evangelium vitæ, n. 12)[3], qui atteint des enfants à naître et des personnes malades ou âgées. Il est clair que nous sommes affrontés à une faiblesse du sens et de la valeur de la vie, ainsi qu’à une forme d’anesthésie des consciences. Et toute atteinte à la vie d’une personne est aussi une attiente à l’humanité, car il y a un lien de fraternité entre tous les êtres, et ce qui arrive à un frère ne peut laisser personne indifférent. Les chrétiens et les hommes de bonne volonté sont donc appelés à unir leurs forces, avec fermeté et patience, pour faire triompher la “culture de vie”, en particulier au niveau de la jeunesse, à laquelle il convient de donner une éducation appropriée, sur les plans moral, anthropologique et biologique. La liberté et le sens de la responsabilité doivent être éduqués dès la plus tendre enfance, afin de devenir ce qu’ils sont vraiment: “Une possession inaliénable de soi en même temps qu’une ouverture universelle” (Encyclique Veritatis splendor, n. 86). Ainsi, les jeunes seront à même de comprendre ce qu’est la personne humaine, de poser des actes responsables en faveur de la vie, et ils pourront s’en faire les défenseurs auprès de ceux qui les entrourent.
[3]. [1995 03 25b/ 12]
1998 10 23 0006
[6.–] Défendre la vie dans un monde où les repères manquent suppose de se référer à des données anthropologiques claires et objectives, pour montrer que dès son origine et jusqu’à sa fin naturelle une personne est unique et digne du respect dû à tout être humain, en vertu même de son origine et de sa destination. Tout attentat à la vie est une forme de négation de la dignitè personnelle de l’être qui défigure aussi l’humanité et la solidarité entre les êtres, car il viole “la parenté spirituelle qui réunit les hommes en une seule grande famille, tous participant du même bien unique fondamental: une égale dignité personnelle” (Encyclique Evangelium vitæ, n. 8)[4]. Tous les hommes sont appelés à rechercher le bien des personnes et le bien commun, en promulgant des lois justes et équitables, car la force des lois entraîne la droiture des personnes et la confiance nécessaire à la convivialité sociale (cf. ibíd., n. 59)[5]. Je les invite ausi à avoir un souci renouvelé de la formation de la conscience morale et civique des personnes, qui, au moyen de la droite raison, éclaire les citoyens dans leur conduite personnelle et communautaire, fondée sur les principes de vérité, de justice, d’égalité et de charité.
Chers participanst à cette Rencontre, que vous soyez législateurs, hommes politiques, responsables d’associations familiales ou universitaires, je vous encourage à poursuivre la réflexion et à transmettre vos propres convictions morales et spirituelles à ceux avec lesquels vous coopérez. C’est un service à rendre aux hommes, pour que leur vie soit en harmonie avec ce qu’ils sont véritablement appelés à être. Il est important d’aider nos contemporains à rechercher la vérité et à fonder leur vie sur une saine anthropologie: elles seules, donnent le sens profond de toute existence, comme je l’ai souligné dans la récente Encyclique Fides et ratio.
Au terme de cette rencontre, en demandant au Christ de mettre en vous son Esprit pour que vous demeuriez fidèles aux valeurs fondamentales et aux convictions qui doivent guider votre mission au sein de la société, je vous accorde de grand cœur la Bénédiction apostolique, ainsi qu’à vos collaborateurs et aux membres de vos familles.
[OR 24.X.1998, 5]
[4]. [1995 03 25b/ 8]
[5]. [1995 03 25b/ 59]