[1894] • JUAN PABLO II (1978-2005) • INVIOLABILIDAD DE LA VIDA DEL SER HUMANO INOCENTE
Discurso Con piacere, a la XIII Conferencia Internacional organizada por el Pontificio Consejo para la Pastoral de Agentes Sanitarios, 31 octubre 1998
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1. De buen grado os doy mi bienvenida a todos vosotros, que participáis en la Conferencia internacional que el Consejo pontifico para la pastoral de los agentes sanitarios ha organizado sobre un tema que constituye uno de los aspectos tradicionales de la solicitud pastoral de la Iglesia. Expreso mi estima a cuantos de entre vosotros dedican su trabajo a las complejas problemáticas que afectan a los miembros ancianos de la sociedad, un sector cada vez más numeroso en todas las sociedades del mundo.
Agradezco a monseñor Javier Lozano Barragán las nobles palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos comunes. Vuestra Conferencia ha querido afrontar el problema con el respeto al anciano que resplandece en la sagrada Escritura cuando nos presenta a Abraham y Sara (cf. Gn 17, 15-22), describe la acogida que Simeón y Ana brindaron a Jesús (cf. Lc 2, 23-28), llama a los sacerdotes con el nombre de ancianos (cf. Hch 14, 23; 1 Tm 4, 14; 5, 17, 19; Tt 1, 5; 1 P 5, 1), sintetiza el homenaje de toda la creación en la adoración de veinticuatro ancianos (cf. Ap 4, 4) y, por último, designa a Dios mismo como “el Anciano” (cf. Dn 7, 9-22).
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2. Vuestro itinerario de estudio subraya la grandeza y belleza de la vida humana, cuyo valor se conserva en toda edad y condición. Así, se reafirma con autoridad el evangelio de la vida que la Iglesia, escrutando asiduamente el misterio de la Redención, acoge con asombro siempre renovado y se siente llamada a anunciar a los hombre de todos los tiempos (cf. Evangelium vitae, 2)[1].
La Conferencia no se ha dedicado sólo a los aspectos demográficos y médico-psicológicos de la persona anciana; también ha tratado de profundizar el tema, fijando su atención en todo lo que la Revelación presenta al respecto, confrontándolo con la realidad que vivimos. Igualmente, se ha puesto de relieve, de manera histórico-dinámica, la obra de la Iglesia a lo largo de los siglos, con propuestas útiles y necesarias de actualización de todas las iniciativas asistenciales, en colaboración responsable con las autoridades civiles.
[1]. [1995 03 25b/ 2]
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3. La ancianidad es la tercera etapa de la existencia: la vida que nace, la vida que crece y la vida que llega a su ocaso son tres momentos del misterio de la existencia, de la vida humana que “proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital” (Evangelium vitae, 39)[2].
El Antiguo Testamento promete a los hombres larga vida como premio por el cumplimiento de la ley de Dios: “El temor del Señor prolonga los días” (Pr 10, 27). Era convicción común que la prolongación de la vida física hasta la “feliz ancianidad” (Gn 25, 8), cuando el hombre podía morir “lleno de días” (Gn 25, 8), debía considerarse una prueba de particular benevolencia por parte de Dios. Es preciso redescubrir también este valor en una sociedad que muchas veces da la impresión de que habla de la edad avanzada sólo como un problema.
Prestar atención a la complejidad de las problemáticas que caracterizan al mundo de las personas ancianas significa, para la Iglesia, escrutar un “signo de los tiempos” e interpretarlo a la luz del Evangelio. Así, de modo adecuado a cada generación, responde a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre su relación recíproca (cf. Gaudium et spes, 4).
[2]. [1995 03 25b/ 39]
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4. Nuestro tiempo se caracteriza por un aumento de la duración de la vida que, unido a la disminución de la fertilidad, ha llevado a un notable envejecimiento de la población mundial.
Por primera vez en la historia del hombre, la sociedad se encuentra frente a una profunda alteración de la estructura de la población, que la obliga a modificar sus estrategias asistenciales, con repercusiones en todos los niveles. Se trata de volver a proyectar la sociedad y discutir nuevamente su estructura económica, así como la visión del ciclo de la vida y de las interacciones entre las generaciones. Es un verdadero desafío planteado a la sociedad, la cual es justa en la medida en que responde a las necesidades asistenciales de todos sus miembros: su grado de civilización es proporcional a la protección de los miembros más débiles del entramado social.
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5. En esta obra también han de ser llamados a participar los ancianos, considerados muchas veces sólo destinatarios de intervenciones asistenciales; las personas ancianas pueden alcanzar con los años una mayor madurez en inteligencia, equilibrio y sabiduría. Por eso el Sirácida aconseja: “Acude a la reunión de los ancianos; ¿hay un sabio?, únete a él” (Si 6, 34); y también: “No desprecies lo que cuentan los ancianos, pues ellos también han aprendido de sus padres; de ellos aprenderás prudencia y a dar respuesta en el momento justo” (Si 8, 9). De aquí se deduce que no hay que considerar a las personas ancianas sólo como objeto de atención, cercanía y servicio. También ellas pueden dar una valiosa contribución a la vida. Gracias al rico patrimonio de experiencias que han adquirido a lo largo de los años, pueden y deben ser transmisoras de sabiduría y testigos de esperanza y caridad (cf. Evangelium vitae, 94)[3].
La relación entre familia y ancianos ha de verse como una relación en la que se da y se recibe. También los ancianos dan: no se puede ignorar su experiencia, madurada a lo largo de los años. Aunque ésta, como puede suceder, no esté en sintonía con los tiempos que cambian, hay toda una serie de vivencias que pueden transformarse en fuente de numerosas sugerencias para los familiares, constituyendo la continuación del espíritu de grupo, de las tradiciones, de las opciones profesionales, de las fidelidades religiosas, etc. Conocemos todas las relaciones privilegiadas que existen entre los ancianos y los niños. Pero también los adultos, si saben crear en torno a los ancianos un clima de consideración y afecto, pueden obtener de ellos sabiduría y discernimiento para realizar opciones prudentes.
[3]. [1995 03 25b/ 94]
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6. Desde esta perspectiva, la sociedad debe redescubrir la solidaridad entre las generaciones: debe redescubrir el sentido y el significado de la edad avanzada en una cultura dominada excesivamente por el mito de la productividad y la eficiencia física. Debemos permitir que los ancianos vivan con seguridad y dignidad, y es preciso ayudar a sus familias, también económicamente, para que sigan constituyendo el lugar natural de las relaciones entre generaciones.
Ulteriores observaciones han de hacerse también por lo que respecta a la asistencia socio-sanitaria y de rehabilitación, que muchas veces puede resultar necesaria. El progreso de la técnica al servicio de la salud alarga la vida, pero no necesariamente mejora su calidad. Es preciso elaborar estrategias asistenciales que consideren en primer lugar la dignidad de las personas ancianas y les ayuden, en la medida de lo posible, a conservar un sentido de autoestima, para que no les suceda que, sintiéndose un peso inútil, lleguen a desear y pedir la muerte (cf. ib., 94)[4].
[4]. [1995 03 25b/ 94]
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7. La Iglesia, llamada a realizar gestos proféticos en la sociedad, defiende la vida desde sus primeros albores hasta su fin natural con la muerte. Sobre todo para esta última fase, que a menudo se prolonga durante meses y años y crea problemas muy graves, apelo hoy a la sensibilidad de las familias para que acompañen a sus seres queridos hasta el término de su peregrinación terrena. ¡Cómo no recordar estas conmovedoras palabras de la Escritura: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no lo desprecies en la plenitud de tu vigor. Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido... El día de tu tribulación Dios se acordará de ti...”! (Si 3, 12-15).
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8. El respeto que debemos a los ancianos me obliga a elevar, una vez más, mi voz contra todos los métodos de acortar la vida, que se conocen con el nombre de eutanasia.
Frente a una mentalidad secularizada, que no tiene respeto por la vida, especialmente cuando es débil, debemos subrayar que es un don de Dios, en cuya defensa todos estamos comprometidos. Este deber corresponde, en particular, a los agentes sanitarios, cuya misión específica consiste en ser “ministros de la vida” en todas sus fases, especialmente en las que están marcadas por la debilidad y la enfermedad.
“La tentación de la eutanasia es uno de los síntomas más alarmantes de la ‘cultura de la muerte’, que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar” (cf. Evangelium vitae, 64)[5].
La eutanasia es un atentado contra la vida, que ninguna autoridad humana puede legitimar, puesto que la vida del inocente es un bien del que no se puede disponer.
[5]. [1995 03 25b/ 64]
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9. Dirigiéndome ahora a todas las personas ancianas del mundo, quisiera decirles: amadísimos hermanos y hermanas, no os desaniméis: la vida no termina aquí, en la tierra; por el contrario, aquí tiene sólo su inicio. Debemos ser testigos de la resurrección. La alegría debe ser la característica de las personas ancianas; una alegría serena, porque los tiempos corren y se aproxima la recompensa que el Señor Jesús ha preparado para sus siervos fieles. ¡Cómo no pensar en las conmovedoras palabras del apóstol Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida”! (2 Tm 4, 7-8).
[OR (e.c.) 13.XI.1998, 6]
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1. Con piacere do il mio benvenuto a tutti voi che partecipate alla Conferenza Internazionale, che il Pontificio Consiglio della Pastorale per gli Operatori Sanitari ha organizzato su di un tema che costituisce uno degli aspetti tradizionali della preoccupazione pastorale della Chiesa. Esprimo il mio apprezzamento a quanti tra voi dedicano il loro lavoro alle complesse problematiche che coinvolgono la componente anziana della società, una componente sempre più numerosa in tutte le società del mondo.
Ringrazio Mons. Javier Lozano Barragán per le nobili parole con cui ha interpretato i comuni sentimenti. La vostra Conferenza ha inteso affrontare il problema con quel rispetto per l’anziano che riluce nella Sacra Scrittura quando ci pone davanti agli occhi Abramo e Sara (Gen 17, 15-22), descrive l’accoglienza fatta a Gesù da Simeone e Anna (Lc 2, 23-38), chiama i sacerdoti col nome di anziani (At 14, 23; 1 Tm 4, 14; 5, 17, 19, Tt 1, 5; 1 Pt 5, 1), sintetizza l’omaggio di tutta la creazione nell’adorazione di ventiquattro seniori (Ap 4, 4) e designa infine Dio stesso come “il vegliardo” (Dn 7, 9-22).
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2. Il vostro percorso di studio sottolinea la grandezza e la preziosità della vita umana, il cui valore si conserva in ogni età ed in ogni condizione. Viene così riaffermato con autorevolezza quel Vangelo della vita che la Chiesa, scrutando assiduamente il mistero della Redenzione, accoglie con sempre rinnovato stupore e si sente chiamata ad annunciare agli uomini di tutti i tempi (cfr Evangelium vitae, 2)[1].
La conferenza non si è dedicata solo agli aspetti demografici e medico-psicologici della persona anziana, ma ha anche cercato di approfondire il discorso fissando lo sguardo su quanto la Rivelazione presenta al riguardo, confrontandolo con la realtà che viviamo. Anche l’opera della Chiesa lungo il corso dei secoli è stata messa in luce in maniera storico-dinamica, con utili e doverose proposte di aggiornamento di tutte le iniziative assistenziali, in collaborazione responsabile con le autorità civili.
[1]. [1995 03 25b/ 2]
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3. L’anzianità è la terza stagione dell’esistenza: la vita che nasce, la vita che cresce, la vita che tramonta sono tre momenti del mistero dell’esistenza, di quella vita umana che “proviene da Dio, è suo dono, sua immagine e impronta, partecipazione del suo soffio vitale” (Evangelium vitae, 39)[2].
L’Antico Testamento promette agli uomini lunga vita come premio per l’adempimento della legge di Dio: “Il timore del Signore prolunga i giorni” (Pr 10, 27). Era convinzione comune che il prolungamento della vita fisica fino alla “felice canizie” (Gen 25, 8), quando l’uomo poteva morire “sazio di giorni” (Gen 25, 8), doveva considerarsi una prova di particolare benevolenza da parte di Dio. Occorre riscoprire anche questo valore in una società che molte volte sembra parlare dell’età anziana solo in termini di problema.
Prestare attenzione alla complessità delle problematiche che connotano il mondo della persona anziana significa, per la Chiesa, scrutare un “segno del tempo” ed interpretarlo alla luce del Vangelo. Così, in modo adatto a ciascuna generazione, essa risponde ai perenni interrogativi degli uomini sul senso della vita presente e futura e sul loro reciproco rapporto (cfr Gaudium et spes, 4).
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4. I nostri tempi si caratterizzano per un aumento nella durata della vita che, unendosi al declino della fertilità, ha condotto ad un notevole invecchiamento della popolazione mondiale.
Per la prima volta nella storia dell’uomo, la società si trova di fronte ad un profondo sovvertimento della struttura della popolazione, così da essere obbligata a modificare le sue strategie assistenziali, con ripercussioni a tutti i livelli. Si tratta di riprogettare la società e di ridiscuterne la struttura economica, come pure la visione del ciclo della vita e delle interazioni fra generazioni. È una vera sfida posta alla società, la quale si rivela giusta nella misura in cui risponde ai bisogni assistenziali di tutti i suoi membri: il suo grado di civiltà è proporzionale alla protezione dei componenti più deboli del tessuto sociale.
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5. A questa opera deve essere chiamata a partecipare anche la persona anziana, molte volte considerata solo destinataria di interventi assistenziali; la popolazione anziana può raggiungere con gli anni una maggiore maturità come intelligenza, come equilibrio e saggezza. Per questo il Siracide ammonisce: “Frequenta le riunioni degli anziani; qualcuno è saggio? Unisciti a lui” (Sir 6, 34); ed ancora: “Non trascurare i discorsi dei vecchi, perchè anch’essi hanno imparato dai loro padri; da essi imparerai l’accorgimento e come rispondere a tempo opportuno” (Sir 8, 9). Ne deriva che la persona anziana non è da considerare solo oggetto di attenzione, vicinanza e servizio. Anch’essa ha un prezioso contributo da offrire alla vita. Grazie al ricco patrimonio di esperienze acquisito lungo gli anni, può e deve essere dispensatrice di sapienza, testimone di speranza e di carità (cfr Evangelium vitae, 94)[3].
Il rapporto famiglia-anziani deve essere visto come un rapporto di dare e ricevere. Anche l’anziano dà: non può essere ignorata l’esperienza maturata negli anni. Se questa, come può succedere, è fuori sintonia con i tempi che cambiano, c’è tutto un vissuto che può diventare fonte di numerose indicazioni per i familiari, costituendo la continuazione dello spirito di gruppo, delle tradizioni, delle scelte professionali, delle fedaltà religiose, ecc. Conosciamo tutti i rapporti privilegiati che esistono tra gli anziani e i bambini. Ma anche gli adulti, se sanno creare attorno agli anziani un clima di considerazione e di affetto, possono attingere da loro saggezza e discernimento per compiere scelte prudenti.
[3]. [1995 03 25b/ 94]
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6. È in questa prospettiva che la società deve riscoprire la solidarietà fra le generazioni: deve riscoprire il senso e il significato dell’età anziana in una cultura troppo dominata dal mito della produttività e dell’efficienza fisica. Dobbiamo permettere all’anziano di vivere con sicurezza e dignità e la sua famiglia deve essere aiutata anche in termini economici, per continuare a costituire il luogo naturale dei rapporti intergenerazionali.
Ulteriori osservazioni devono essere fatte anche per quell’assistenza socio-sanitaria e riabilitativa, che molte volte può rendersi necessaria. I progressi nelle tecnologie a servizio della salute allungano la vita, ma non necessariamente ne migliorano la qualità. Occorre elaborare strategie assistenziali che considerino in primo luogo la dignità della persona anziana e la aiutino, per quanto possibile, a conservare un senso di autostima affinchè non avvenga che, sentendosi un peso inutile, arrivi a desiderare e a chiedere la morte (cfr Evangelium vitae, 94)[4].
[4]. [1995 03 25b/ 94]
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7. La Chiesa, chiamata a gesti profetici nella società, difende la vita dai suoi primi albori fino alla sua conclusione nella morte. Soprattutto per quest’ultima fase, che spesso si prolunga per mesi ed anni e crea problemi molto gravi, faccio oggi appello alla sensibilità delle famiglie, perchè sappiano accompagnare i loro cari fino al termine del pellegrinaggio terreno. Come non ricordare le accorate parole della Scrittura: “Figlio, soccorri tuo padre nella vecchiaia, non contristarlo durante la sua vita. Anche se perdesse il senno, compatiscilo e non disprezzarlo, mentre sei nel pieno vigore. Poichè la pietà verso il padre non sarà dimenticata. ...Nel giorno della tua tribolazione Dio si ricorderà di te...” (Sir 3, 12-15).
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8. Il rispetto che dobbiamo all’anziano mi obbliga ad alzare ancora una volta la voce contro tutte quelle pratiche di abbreviamento della vita che vanno sotto il nome di eutanasia.
Di fronte ad una mentalità secolarizzata che non ha rispetto della vita specialmente quando essa è debole, dobbiamo sottolineare che essa è un dono di Dio alla cui salvaguardia siamo tutti impegnati. Questo dovere tocca, in particolare, gli operatori sanitari, la cui specifica missione è di farsi “ministri della vita” in tutte le sue fasi, specialmente in quelle segnate dalla debolezza e dalla malattia.
“La tentazione dell’eutanasia appare come uno dei sintomi più allarmanti della “cultura della morte” che avanza soprattutto nella società del benessere” (cfr Evangelium vitae, 64)[5].
L’eutanasia è un attentato alla vita che nessuna autorità umana può legittimare, essendo la vita dell’innocente un bene indisponibile.
[5]. [1995 03 25b/ 64]
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9. Rivolgendomi ora a tutte le persone anziane del mondo, vorrei dire loro: carissimi fratelli e sorelle, non perdetevi d’animo: la vita non termina qui, sulla terra; essa anzi ha qui soltanto il suo inizio. Dobbiamo essere testimoni della risurrezione! La gioia deve essere la caratteristica della persona anziana; una gioia serena, perchè i tempi maturano e si approssima la ricompensa che il Signore Gesù ha preparato al suo servo fedele. Come non pensare alle toccanti parole dell’apostolo Paolo?: “Ho combattuto la buona battaglia, ho terminato la mia corsa, ho conservato la fede. Ora mi resta solo la corona di giustizia che il Signore, giusto giudice, mi consegnerà in quel giorno; e non solo a me, ma anche a tutti coloro che attendono con amore la sua manifestazione” (2 Tim 4, 7-8).
[OR 1.XI.1998, 4]