[1913] • JUAN PABLO II (1978-2005) • UNA NUEVA CULTURA DE LA VIDA
Carta Im Schreiben, sobre la presencia de los Consultorios Familiares Católicos en el sistema estatal, a los Obispos de Alemania, 3 junio 1999
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1. En la carta del 11 de enero de 1998[1], cumpliendo mi responsabilidad de supremo Pastor de la Iglesia, os di algunas orientaciones para vuestro camino futuro en la difícil cuestión de la correcta inserción de los consultorios católicos en la asesoría prevista por los reglamentos del Estado, a tenor de la ley del 21 de agosto de 1995 sobre el embarazo y la familia. No sólo os invité a continuar sin vacilaciones, sino también a reforzar ulteriormente, en la medida de lo posible, la asesoría y la ayuda a las mujeres embarazadas que atraviesan dificultades. Al mismo tiempo, con vistas a la claridad de nuestro testimonio sobre la intangibilidad de toda vida humana, os invité a tomar medidas para que en los consultorios eclesiásticos o dependientes de la Iglesia ya no se entregara el certificado que, según la ley, constituye el requisito necesario para la realización despenalizada del aborto. Monseñor Karl Lehmann, presidente de vuestra Conferencia episcopal, el 6 de febrero de 1998 me comunicó, en vuestro nombre, que teníais el firme propósito de cumplir esta insistente petición mía. Como hice entonces, también hoy quisiera agradeceros una vez más esta decisión, que es expresión de vuestra profunda unidad con el Sucesor de Pedro, y de vuestro compromiso incondicional en defensa de la vida por nacer.
Para armonizar de modo correcto los dos aspectos de mi petición, habéis instituido un grupo de trabajo, cuyos resultados se presentaron los días 22 y 23 de febrero de 1999 a la asamblea plenaria de los obispos. Monseñor Lehmann, con carta del 12 de marzo de este año, me comunicó los resultados del grupo de trabajo y me informó de las conclusiones de la asamblea plenaria. De buen grado, os manifiesto mi gratitud por el gran empeño con que vosotros, en colaboración con muchos expertos, habéis buscado soluciones. Os doy las gracias por el hecho de que muchas veces os habéis referido claramente a la importancia de la unidad entre vosotros y con la Santa Sede, para encontrar una solución aceptable y superar la polarización que se ha creado entre los fieles. Durante las semanas pasadas, mediante el estudio y la oración en presencia del Señor, he sopesado los puntos de vista contenidos en vuestra respuesta, y quisiera presentaros ahora mi decisión.
[1]. [1998 01 11/ 1-8]
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2. La propuesta de solución preferida por la mayoría de vuestra Conferencia episcopal une un amplio “plan de asesoría y ayuda” a una nueva formulación del certificado de consulta, para la que el grupo de trabajo propone tres variantes a elección. El plan ofrece una serie de elementos ordenados claramente al bien de las mujeres embarazadas y a la defensa de los hijos por nacer. La integración de asesoría y ofrecimiento de ayuda, así como sobre todo las obligaciones contraídas con respecto al apoyo, ayuda y mediación, hacen que la finalidad de la actividad de asesoría eclesial –apoyo a las mujeres en situación de conflicto y defensa del derecho a la vida de los hijos por nacer– sea aún más clara que hasta ahora en la sociedad de vuestro país. Los múltiples ofrecimientos de asesoría y ayuda deben contribuir a que un número cada vez mayor de mujeres que atraviesan dificultades se dirijan a los consultorios eclesiales o dependientes de la Iglesia, y que la Iglesia siga estando presente de manera eficaz en la asesoría a las mujeres embarazadas.
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3. Sin embargo, la inserción del “plan de asesoría y ayuda” en el asesoramiento de los casos conflictivos prevista por la ley plantea serias cuestiones. El certificado que se entrega a las mujeres al final de la consulta ha adquirido ciertamente una función ulterior: documenta que la asesoría eclesiástica está orientada a la vida y constituye una garantía para la asignación de las ayudas prometidas. Para la valoración de la propuesta es decisiva la cuestión de si el texto conclusivo permite aún la utilización del certificado como acceso al aborto. Si fuera así, estaría en contraste con mi carta antes mencionada y con la declaración común del 26 de enero de 1998 del Consejo permanente de vuestra Conferencia episcopal, que se propone cumplir mi petición de que en adelante ya no se entregue un “certificado de esa naturaleza”.
El hecho de que el texto, sobre todo en las variantes 2 y 3, siga siendo por lo menos poco claro desde este punto de vista, es ciertamente también el motivo por el que no ha obtenido aún el consenso unánime de los obispos. La variante 1 de la propuesta se acerca más que todas las demás a vuestra voluntad y a la mía de dar “otro certificado”. Para que la índole jurídica y moral de este documento quede libre de cualquier forma de ambigüedad, os pido que aclaréis en el texto mismo que el certificado, que atestigua la asesoría eclesiástica y da derecho a las ayudas prometidas, no puede utilizarse para la realización despenalizada del aborto en conformidad con el código penal, § 218 a, 1. Por consiguiente, en el certificado escrito que se entrega a las mujeres en el marco del “plan de asesoría y ayuda”, de acuerdo con la variante 1, debe mencionarse exclusivamente la finalidad de la consulta y de las ayudas, y al final de la frase se debe añadir: “Este certificado no puede utilizarse para la realización despenalizada del aborto”.
Con este añadido necesario, las consultoras católicas y la Iglesia, por cuyo mandato trabajan las consultoras, se ven libres de una situación que está en conflicto con su visión de fondo en la cuestión de la defensa de la vida y con la finalidad de su asesoría. El compromiso incondicional en favor de toda vida por nacer, que la Iglesia asume ya desde el comienzo, no permite ninguna ambigüedad o componenda. Acerca de este punto, la Iglesia debe hablar, siempre y en todo lugar, con palabras y obras, con un lenguaje único e idéntico. Espero que esta solución contribuya también a restablecer, por lo que respecta a este importante problema, la unidad en vuestra Conferencia episcopal y a superar las tensiones que han surgido en la opinión pública católica.
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4. Queridos hermanos en el episcopado, sé que todos vosotros defendéis desde hace años el derecho a la vida de los hijos por nacer, y con el espíritu del Evangelio no escatimáis ningún esfuerzo para poder ayudar, con el consejo y con las obras, a las mujeres que atraviesan situaciones difíciles. Os agradezco esta profesión del evangelio de la vida. Quisiera subrayar una vez más que conozco y aprecio vuestra buena voluntad, y espero que sigáis presentando públicamente y sin temor los valores en que se funda esta actitud de la Iglesia. Al mismo tiempo, por la dignidad de la vida y la claridad del testimonio eclesial, os ruego que aceptéis unánimemente mi decisión sobre el problema y que la pongáis en práctica durante este año. Además, encontraréis el modo de ofrecer el “plan de asesoría y ayuda” no sólo a las mujeres que, a causa de su situación, difícilmente o de ningún modo pueden imaginar su vida con un hijo, sino también a las demás mujeres embarazadas que atraviesan dificultades y necesitan ayuda.
En esta ocasión, deseo dar las gracias a las numerosas personas que en vuestro amado país contribuyen de diversas maneras a hacer valer el derecho a la vida, garantizado por vuestra Constitución. Un servicio particularmente valioso prestan las consultoras, que asisten a las mujeres embarazadas que atraviesan dificultades y defienden la vida de los hijos por nacer. A ellas, y a todos los que en público o en privado están al servicio de la vida, les expreso mi sincera gratitud. Confío en que los fieles católicos, junto con muchos otros cristianos y hombres de buena voluntad, en unión con los obispos y conmigo como supremo Pastor de la Iglesia, prosigan valientemente la lucha por la vida de todos los hombres, nacidos y por nacer, ancianos y jóvenes, enfermos y sanos, y no escatimen ningún esfuerzo “para que se instaure finalmente en nuestro tiempo, marcado por tantos signos de muerte, una cultura nueva de la vida, fruto de la cultura de la verdad y del amor” (Evangelium vitae, 77)[2].
[OR (e.c.) 2.VII.1999, 8]
[2]. [1995 03 25b/ 77]
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1. Im Schreiben vom 11. Januar 1998[1] habe ich Euch in meiner Verantwortung als oberster Hirte der Kirche einige Richtlinien für das künftige Verhalten in der schwierigen Frage der rechten Zuordnung der katholischen Schwangerschaftsberatungsstellen zur staatlich geregelten Beratung gemäß dem Schwangeren- und Familienhilfeänderungsgesetz vom 21. August 1995 vorgelegt. Ich habe Euch eingeladen, Beratung und Hilfe für schwangere Frauen in Not nicht nur unverändert fortzuführen, sondern nach Möglichkeit noch zu verstärken. Gleichzeitig habe ich Euch um der Klarheit unseres Zeugnisses für die Unantastbarkeit jedes menschlichen Lebens willen eingeladen, in den kirchlichen oder der Kirche zugeordneten Beratungsstellen keine Bescheinigung mehr ausstellen zu lassen, die nach dem Gesetz die notwendige Voraussetzung für die straffreie Durchführung der Abtreibung darstellt. Bischof Karl Lehmann, der Vorsitzende Eurer Bischofskonferenz, hat am 6. Februar 1998 im Namen von Euch allen mitgeteilt, daß es Eure gemeinsame feste Absicht ist, dieser meiner dringlichen Bitte zu entsprechen. Wie schon damals, so möchte ich Euch heute nochmals für diese Entscheidung danken, die ebenso Ausdruck Eurer tiefen Einheit mit dem Nachfolger Petri wie Eures unbedingten Einstehens für den Schutz des ungeborenen Lebens ist.
Um die zwei Aspekte meiner Bitte richtig miteinander in Einklang zu bringen, habt Ihr eine Arbeitsgruppe eingesetzt, deren Ergebnisse am 22. und 23. Februar 1999 der Vollversammlung der Bischöfe vorgelegt wurden. Bischof Lehmann hat mir mit Schreiben vom 12. März 1999 die Ergebnisse der Arbeitsgruppe mitgeteilt und mich über die Beschlüsse der Vollversammlung informiert. Gerne anerkenne ich den großen Einsatz, mit dem Ihr in Zusammenarbeit mit vielen Fachleuten nach Lösungen gesucht habt. Ich danke Euch dafür, daß Ihr mehrmals deutlich auf die Bedeutung der Einheit untereinander und mit dem Heiligen Stuhl hingewiesen habt, um eine glaubwürdige Lösung zu finden und die entstandenen Polarisierungen unter den Gläubigen zu überwinden. In den vergangenen Wochen habe ich die in Eurer Antwort enthaltenen Gesichtspunkte in Studium und Gebet vor dem Herrn erwogen und möchte Euch nun meine Entscheidung vorlegen.
[1]. [1998 01 11/ 1-8]
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2. Der von der Mehrheit Eurer Bischofskonferenz bevorzugte Lösungsvorschlag verbindet einen umfänglichen “Beratungs- und Hilfeplan” mit einer Neuformulierung der Beratungsbescheinigung, für die die Arbeitsgruppe drei Varianten zur Wahl stellt. Der Plan bietet eine Reihe von Elementen, die eindeutig auf das Wohl der schwangeren Frauen und den Schutz der ungeborenen Kinder ausgerichtet sind. Die Integration von Beratung und Hilfsangebot sowie vor allem die verbindlichen Zusagen über Unterstützungen, Hilfen und Vermittlungen machen das Ziel der kirchlichen Beratungstätigkeit –Unterstützung der Frauen in Konfliktsituationen sowie Verteidigung des Lebensrechtes der ungeborenen Kinder– in der Gesellschaft Eures Landes noch klarer als bisher verständlich. Die vielfältigen Beratungs- und Hilfsangebote sollen dazu beitragen, daß noch mehr Frauen in Not sich an die kirchlichen oder der Kirche zugeordneten Beratungsstellen wenden und die Kirche auf wirksame Weise in der Schwangerenberatung präsent bleibt.
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3. Die Einbindung des “Beratungs- und Hilfeplans” in die gesetzliche Konfliktberatung wirft freilich ernste Fragen auf. Die Bescheinigung, die den Frauen am Ende der Beratung ausgestellt wird, hat gewiß eine zusätzliche Funktion erhalten; sie dokumentiert die Ausrichtung der kirchlichen Beratung auf das Leben und bildet eine Garantie für die Gewähr der zugesagten Hilfen. Entscheidend für die Wertung des Vorschlags ist die Frage, ob der am Ende stehende Text weiterhin die Verwendung des Scheins als Zugang zur Abtreibung gestattet. Wäre dies der Fall, so stünde er im Widerspruch zu meinem eingangs erwähnten Schreiben und zur gemeinsamen Erklärung des Ständigen Rates Eurer Bischofskonferenz vom 26. Januar 1998, meiner Bitte Folge zu leisten und in Zukunft nicht mehr einen “Schein solcher Art” ausstellen zu lassen.
Daß der Text, besonders in den Varianten 2 und 3, in dieser Hinsicht zumindest unklar bleibt, ist wohl auch der Grund, daß ihm die einmütige Zustimmung der Bischöfe versagt geblieben ist. Die Variante 1 des Vorschlags kommt Eurem und meinem Willen zu einem “anderen Schein” am nächsten. Damit die rechtliche und moralische Qualität dieses Dokuments unzweideutig wird, ersuche ich Euch, im Text selbst klarzustellen, daß der Schein, der die kirchliche Beratung bestätigt und Anrecht auf die zugesagten Hilfen gibt, nicht zur Durchführung straffreier Abtreibungen gemäß StGB § 218a (1) verwendet werden kann. Dies soll dadurch erfolgen, daß in der brieflichen Bescheinigung, die den Frauen im Rahmen des “Beratungs- und Hilfeplans” ausgehändigt wird, im Sinn der Variante 1 nur das Ziel der Beratung und Hilfe erwähnt und am Ende der Satz hinzugefügt wird: “Diese Bescheinigung kann nicht zur Durchführung straffreier Abtreibungen verwendet werden”.
Durch diesen notwendigen Zusatz werden die katholischen Beraterinnen und die Kirche, in deren Auftrag die Beraterinnen handeln, aus einer Situation befreit, die mit ihrer Grundauffassung in der Frage des Lebensschutzes und dem Ziel ihrer Beratung in Konflikt steht. Der unbedingte Einsatz für jedes ungeborene Leben, dem sich die Kirche von Anfang an verpflichtet weiß, läßt keine Zweideutigkeiten oder Kompromisse zu. Hier muß die Kirche in Wort und Tat immer und überall mit ein und derselben Sprache sprechen. Ich hoffe, daß diese Lösung auch hilft, die Einheit in Eurer Bischofskonferenz in dieser wichtigen Frage zurückzugewinnen und die entstandenen Spannungen in der katholischen Öffentlichkeit zu überwinden.
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4. Liebe Mitbrüder! Ich weiß, daß Ihr alle seit Jahren das Lebensrecht der ungeborenen Kinder verteidigt und keine Mühe scheut, um den Frauen in schwierigen Situationen im Geist des Evangeliums mit Rat und Tat zur Seite zu stehen. Ich danke Euch für dieses Bekenntnis zum Evangelium des Lebens. Ich möchte noch einmal unterstreichen, daß ich Euren guten Willen kenne und schätze und darauf vertraue, daß Ihr in der Öffentlichkeit die der kirchlichen Haltung zugrundeliegenden Werte weiterhin unerschrocken darlegen werdet. Zugleich bitte ich Euch, um der Würde des Lebens und der Klarheit des kirchlichen Zeugnisses willen meine Entscheidung in der Frage einmütig anzunehmen und innerhalb dieses Jahres in die Praxis umzusetzen. Dabei werdet Ihr Wege finden, den “Beratungs- und Hilfeplan” nicht nur jenen Frauen anzubieten, die sich aufgrund ihrer Situation ein Leben mit dem Kind kaum oder gar nicht vorstellen können, sondern auch den anderen schwangeren Frauen, die in Not sind und Hilfe brauchen. Es drängt mich, bei dieser Gelegenheit den vielen Menschen in Eurem geschätzten Land zu danken, die in der einen oder anderen Weise dazu beitragen, das in Eurer Verfassung verankerte Recht auf Leben zur Geltung zu bringen. Einen besonders wertvollen Dienst leisten die Beraterinnen, die den schwangeren Frauen in Not beistehen und sich für das Leben der ungeborenen Kinder einsetzen. Ihnen und allen, die öffentlich oder im Verborgenen dem Leben dienen, sage ich meinen aufrichtigen Dank. Ich vertraue darauf, daß die katholischen Gläubigen –zusammen mit vielen anderen Christen und Menschen guten Willens– in Einheit mit den Bischöfen und mit mir als dem obersten Hirten der Kirche den Kampf um das Leben aller Menschen, der geborenen wie der ungeborenen, der alten wie der jungen, der kranken wie der gesunden, mutig fortsetzen und keine Mühe scheuen, “daß in unserer Zeit, die allzu viele Zeichen des Todes aufweist, endlich eine neue Kultur des Lebens als Frucht der Kultur der Wahrheit und der Liebe entstehen möge” (Evangelium vitae, Nr. 77)[2].
[OR 23.VI.1999, 5]
[2]. [1995 03 25b/ 77]