[1927] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VIDA HUMANA, DON DEL AMOR DE DIOS A LA FAMILIA
Del Discurso It gives me, a los participantes en el VII Congreso Internacional de Oncología Ginecológica, 30 septiembre 1999
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1. Me alegra mucho recibiros a vosotros, participantes en el VII Congreso de la Sociedad internacional de oncología ginecológica. Doy gracias al profesor Mancuso por sus palabras de saludo, y a todos vosotros por lo que estáis haciendo por servir a quienes necesitan vuestra competencia médica, especialmente las mujeres enfermas de cáncer.
En la práctica de la medicina, afrontáis las realidades más fundamentales de la vida humana: nacimiento, sufrimiento y muerte. Compartís las dificultades de vuestros pacientes y sus inquietudes más profundas. Procuráis darles esperanza y, cuando es posible, curarlos. Quienes se someten a una operación, nunca olvidan a los médicos y a los asistentes sanitarios que los han acogido, visitado y curado. Vienen inmediatamente a nuestra memoria las palabras del Evangelio: “Venid, benditos de mi Padre. (...) Estaba enfermo, y me visitasteis” (Mt 25, 34. 36). “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). [...]
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5. Queridos amigos, mientras el siglo XX y el segundo milenio de la era cristiana están llegando a su fin, habéis venido a Roma como hombres y mujeres que están construyendo sobre la magnífica obra de sus predecesores en este siglo y en este milenio. El siglo XX ha vivido sus tragedias humanas, pero seguramente entre sus triunfos figura el extraordinario avance de la investigación y el tratamiento médicos (cf. Fides et ratio, 106). A la luz de esto, y más aún si consideramos los últimos mil años, no podemos por menos de aplaudir a los que abrieron el camino, dando gracias a Dios, que es la fuente de toda iluminación y curación. Mirar atrás significa comprender humildemente que recorremos un camino marcado por las intuiciones y la abnegación de los demás; al ver lo mucho que se ha avanzado, renovamos en este momento decisivo nuestra esperanza de que el poder de la muerte será, Dios mediante, derrotado.
No estáis solos en la gran tarea de combatir el cáncer y servir a la vida. Toda la familia humana está con vosotros; la Iglesia en todo el mundo os mira con respeto. Os aseguro a todos un especial recuerdo en mi oración, y encomiendo vuestra noble actividad a la intercesión de la Madre de Cristo, Salud de los enfermos. Invocando sobre vosotros la gracia y la paz de su Hijo, que curó a los enfermos y resucitó a los muertos, os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos a la amorosa protección de Dios todopoderoso.
[OR (e.c.) 15.X.1999, 6]
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1. It gives me great pleasure to welcome you, the participants in the Seventh Congress of the International Gynaecological Cancer Society. I am grateful to Professor Mancuso for his words of greeting, and I wish to thank all of you for what you are doing to serve those in need of your medical expertise, especially women stricken by cancer.
In the practice of medicine, you face the most fundamental realities of human life –birth, suffering and death. You share your patients’ difficulties and their most intense anxieties. You seek to offer hope and, where possible, healing. Those who undergo surgery never forget the doctors and health care specialists who welcomed them, visited them, treated them. The words of the Gospel come immediately to mind: “Come, you blessed of my Father... because I was sick and you came to my aid” (Mt 25, 34. 36)... “What you did to one of the least of these my brethren, you did to me” (Mt 25, 40). [...]
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5. Dear friends, as the twentieth century and the second millennium of the Christian era draw to a close, you have come to Rome as men and women who are building upon the magnificent work of your predecessors in this century and this millennium. The twentieth century has known its human catastrophes, but surely among its triumphs has been the extraordinary advance of medical research and treatment (cf. Fides et ratio, n. 106). In the light of this, and even more as we look back a thousand years, how can we not applaud those who have led the way and how can we fail to praise God who is the source of all enlightenment and healing? To look back like this is to understand humbly that we journey on a path marked out by the insight and self-sacrifice of others; seeing how far we have come, we renew our hope at this turningpoint that the power of death will be overcome as God wills.
In the great task of combatting cancer and serving life, you are not alone. The whole human family is with you; the Church throughout the world looks to you with respect. I assure you all of a special remembrance in my own prayers, and I entrust your noble work to the intercession of the Mother of Christ, Salus Infirmorum –Health of the Sick. Invoking upon you the grace and peace of her Son who healed the sick and raised the dead to life, I entrust you and your loved ones to the loving protection of Almighty God.
[OR 1.X.1999, 5]