[1936] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ACTITUD COMPRENSIVA CON LOS PADRES QUE CON RECTA INTENCIÓN PIDEN EL BAUTISMO PARA SUS HIJOS
Del Discurso Es ist mir, a un grupo de Obispos de Alemania, en la visita ad limina, 18 noviembre 1999
1999 11 18 0007
7. Otra tarea fundamental de los obispos consiste en el ejercicio de la función de santificar. “El obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles” (Sacrosanctum Concilium, 41). Por eso, el obispo es, por decir así, el primer liturgo de su diócesis y el principal dispensador de los misterios de Dios. Al mismo tiempo, le corresponde organizar, promover y conservar la vida litúrgica en la Iglesia particular a él encomendada (cf. Christus Dominus, 15).
A este propósito, quisiera recomendaros encarecidamente los dos sacramentos fundamentales: el bautismo y la Eucaristía. Recién elevado a la cátedra de Pedro, aprobé la Instrucción sobre el bautismo de los niños, en la que la Iglesia confirmó la praxis bautismal de los niños, usada desde el inicio. En la praxis pastoral de vuestras Iglesias locales con razón se insiste en la exigencia de administrar el bautismo sólo cuando se tiene fundada esperanza de que el niño será educado en la fe católica, a fin de que el sacramento pueda dar frutos (cf. Código de derecho canónico, c. 868, § 1, 2.º)[1]. Sin embargo, a veces, las normas de la Iglesia son interpretadas de modo más restrictivo de lo que se pretende con ellas. Así, sucede que a los padres el bautismo de su hijo se les retrasa o incluso niega sin motivo suficiente. La prudencia y la caridad pastoral parecen sugerir una actitud más comprensiva hacia los que con recta intención tratan de acercarse a la Iglesia, pidiendo el bautismo para su hijo. Asimismo, esa solicitud pastoral aconseja que los pastores no impongan requisitos que no sean exigidos por la doctrina o los mandamientos de la Iglesia. Está bien que el pastor de almas prepare a los padres de modo adecuado al bautismo de su hijo, pero también es importante que el primer sacramento de la iniciación cristiana se vea sobre todo como un don gratuito de Dios Padre al niño. La índole libre y gratuita de la gracia no resulta nunca tan evidente como con ocasión del bautismo: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10).
Además, no podemos hablar de renovación espiritual de la diócesis sin referirnos a la Eucaristía. Una tarea primaria de vuestro ministerio sacerdotal consiste en reafirmar el papel vital de la Eucaristía como “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen gentium, 11)[2]. En la celebración del sacrificio eucarístico no sólo culmina el servicio de los obispos y presbíteros; también encuentra en ella su centro dinámico la vida de todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo. La falta de sacerdotes y su desigual distribución, por un lado, y la reducción preocupante del número de los que regularmente frecuentan la santa misa dominical, por otro, constituyen un desafío que afrontan vuestras Iglesias. Para actuar como se debe, conviene tener en cuenta el principio fundamental según el cual la comunidad parroquial es necesariamente una comunidad eucarística; como tal, debe ser presidida por un sacerdote ordenado que, en virtud de su sagrada potestad y de la consiguiente insustituible responsabilidad, ofrece el sacrificio eucarístico in persona Christi (Pastores dabo vobis, 48). Me consta que algunos de vosotros, incluso en las regiones de antigua tradición católica, ya no pueden asegurar la presencia del sacerdote en cada parroquia. Es evidente que esa situación exige una solución provisional para no dejar abandonadas a las comunidades, con el riesgo de un progresivo depauperamiento espiritual. El hecho de que los religiosos y los laicos, por encargo vuestro, presidan las funciones dominicales de la Palabra puede ser loable en una situación de emergencia, pero esa situación a largo plazo no puede considerarse satisfactoria. Más aún, la falta de integridad sacramental de esas funciones litúrgicas debería impulsar a toda la comunidad parroquial a orar al Señor con mayor fervor e insistencia para que mande obreros a su mies (cf. Mt 9, 38).
[OR (e.c.) 3.XII.1999, 8]
[1]. [1983 01 25/ 868]
[2]. [1965 11 21a/ 11]
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7. Eine weitere Hauptaufgabe der Bischöfe liegt im Amt der Heiligung. “Im Bischof sehe man den Hohenpriester seiner Herde, von dem das Leben seiner Gläubigen in Christus gewissermaßen ausgeht und abhängt” (Sacrosanctum Concilium, 41). Daher ist der Bischof gleichsam der erste Liturge in seiner Diözese. Wie es ihm obliegt, hauptsächlicher Ausspender der Geheimnisse Gottes zu sein, so hat er auch die Leitung, Förderung und Aufsicht des gesamten liturgischen Lebens in der ihm anvertrauten Teilkirche inne (vgl. Christus Dominus, 15).
In diesem Zusammenhang möchte ich Euch die beiden Grundsakramente Taufe und Eucharistie besonders ans Herz legen. Kurz nachdem ich auf den Stuhl Petri erhoben wurde, billigte ich eine Instruktion über die Kindertaufe, in der die Kirche die von Anfang an angewandte Praxis der Kindertaufe bekräftigt. Mit Recht besteht man in der pastoralen Praxis Eurer Ortskirchen auf der Notwendigkeit, die Taufe nur dann zu spenden, wenn die berechtigte Hoffnung besteht, daß das Kind im katholischen Glauben erzogen wird und das Sakrament somit Früchte tragen kann (vgl. CIC, can. 868, 2)[1]. Allerdings werden bisweilen die Richtlinien der Kirche strenger ausgelegt, als sie beabsichtigt sind. So geschieht es, daß Eltern die Taufe ihres Kindes ohne hinreichenden Grund aufgeschoben oder ganz versagt wird. Pastorale Klugheit und Liebe scheinen indes eine verständnisvollere Haltung gegenüber jenen anzuraten, die sich wieder redlich der Kirche annähern wollen, indem sie um die Taufe ihres Kindes bitten. Umgekehrt soll dieselbe pastorale Liebe die Hirten davon abhalten, Forderungen zu stellen, die nicht von der Lehre oder den Geboten der Kirche verlangt werden. Es ist richtig, daß Eltern durch ihre Seelsorger auf die Taufe ihres Kindes angemessen vorbereitet werden, aber ebenso wichtig ist es, daß dieses erste christliche Initiationssakrament primär als Geschenk Gottes des Vaters an das Kind angesehen wird. Denn nirgendwo tritt das freie und unverdiente Wesen der Gnade deutlicher ins Licht als bei der Kindertaufe: “Nicht darin besteht die Liebe, daß wir Gott geliebt haben, sondern daß er uns geliebt und seinen Sohn als Sühne für unsere Sünden gesandt hat” (1 Joh 4, 10).
Außerdem können wir nicht von einer geistlichen Erneuerung der Diözese sprechen, ohne einen Blick auf den Stellenwert der Eucharistie zu werfen. Es gehört zu den vordringlichen Aufgaben Eures hohepriesterlichen Amtes, die lebenswichtige Bedeutung der Eucharistie als “Höhepunkt und Quelle des ganzen christlichen Lebens” (Lumen gentium, 11)[2] herauszuheben. In der Feier des heiligen Meßopfers gipfelt nicht nur der Dienst der Bischöfe und Priester, sie soll auch die Mitte sein, um die sich das Leben aller anderen Glieder des Leibes Christi bewegt. Der Mangel an Priestern oder ihre ungleichmäßige Verteilung einerseits und andererseits der besorgniserregende Rückgang der Zahl derer, die regelmäßig die Sonntagsmesse besuchen, bilden eine Herausforderung, der sich Eure Kirchen zu stellen haben. Um darauf in rechter Weise zu antworten, ist es angezeigt, dem Grundprinzip Rechnung zu tragen: Die Pfarrgemeinde muß eine eucharistische Gemeinschaft sein. Daher soll sie von einem geweihten Priester geleitet werden, der kraft seiner heiligen Gewalt und seiner damit verbundenen unersetzlichen Verantwortung das eucharistische Opfer in persona Christi darbringt (Pastores dabo vobis, 48). Freilich weiß ich, daß einige unter Euch –selbst in traditionell katholischen Gebieten– längst nicht mehr in der Lage sind, einen Priester in jede Gemeinde zu senden. Es ist offensichtlich, daß diese Situation eine Behelfslösung erfordert, um die Gemeinden nicht verwaist zu lassen und damit zu riskieren, daß sie geistlich immer mehr verarmen. Wenn deshalb von Euch beauftragte Ordensleute und Laien am Sonntag Wortgottesfeiern vorstehen, dann verdient diese Tatsache Lob in der Notsituation. Doch auf Dauer kann man diesen Zustand nicht als befriedigend bezeichnen. Im Gegenteil: Die sakramentale Unvollständigkeit dieser Gottesdienste sollte die gesamte Pfarrgemeinde dazu veranlassen, den Herrn noch inständiger mit ihrem Gebet zu bestürmen, daß er Arbeiter sende für seine Ernte (vgl. Mt 9, 38).
[OR 19.XI.1999, 4]
[1]. [1983 01 25/ 868]
[2]. [1965 11 21a/ 11]