[1937] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL VALOR PROFUNDO DE LA FEMINIDAD
Alocución Tra le sfide, en la Audiencia General, 24 noviembre 1999
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1. Entre los desafíos del actual momento histórico sobre los que la ocasión del gran jubileo nos impulsa a reflexionar he señalado, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, el que atañe al respeto de los derechos de la mujer (cf. n. 51). Hoy deseo recordar algunos aspectos de la problemática relativa a la mujer, a los que, por lo demás, ya me he referido en otras ocasiones.
Sobre el tema de la promoción de la mujer arroja mucha luz la sagrada Escritura, indicando el proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer en los dos relatos de la creación.
En el primero se afirma: “Creó Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). Esa afirmación es la base de la antropología cristiana, pues señala el fundamento de la dignidad del hombre en cuanto persona en su ser creado “a imagen” de Dios. Al mismo tiempo, el texto dice con claridad que ni el hombre ni la mujer separadamente son imagen del Creador, sino el hombre y la mujer en su reciprocidad. Representan en igual medida la obra maestra de Dios.
En el segundo relato de la creación, a través del simbolismo de la creación de la mujer a partir de la costilla del hombre, la Escritura pone de relieve que la humanidad realmente no está completa hasta que es creada la mujer (cf. Gn 2, 18-24). Ésta recibe un nombre que, por la asonancia verbal en la lengua hebrea, expresa relación con el hombre (iß/ißßah). “Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 371)[1]. El hecho de que la mujer sea presentada como una “ayuda adecuada a él” (Gn 2, 18) no ha de interpretarse en el sentido de que la mujer sea sierva del hombre, pues “ayuda” no equivale a “siervo”; el salmista dice a Dios: “Tú eres mi ayuda” (Sal 70, 6; cf. 115, 9. 10. 11; 118, 7; 146, 5). Esa expresión quiere decir, más bien, que la mujer es capaz de colaborar con el hombre porque es su correspondencia perfecta. La mujer es otro tipo de “yo” en la humanidad común, constituida en perfecta igualdad de dignidad por el varón y la mujer.
[1]. [1992 10 11b/ 372]
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2. Conviene alegrarse de que la profundización de “lo femenino” haya contribuido, en la cultura contemporánea, a replantear el tema de la persona humana en función del recíproco “ser el uno para el otro” en la comunión interpersonal. Hoy concebir a la persona en su dimensión oblativa se está convirtiendo en un logro de principio. Por desgracia, a veces eso no se refleja en la práctica. Por tanto, entre las numerosas agresiones contra la dignidad humana, es preciso condenar con vigor la violación generalizada de la dignidad de la mujer, que se manifiesta con la explotación de su persona y de su cuerpo. Es necesario luchar enérgicamente contra cualquier práctica que ofenda a la mujer en su libertad y en su femineidad: el así llamado “turismo sexual”, la compraventa de muchachas, la esterilización masiva y, en general, toda forma de violencia hacia el otro sexo.
Una actitud muy diversa exige la ley moral, que predica la dignidad de la mujer como persona creada a imagen de un Dios-comunión. Hoy resulta más necesario que nunca volver a proponer la antropología bíblica sobre el carácter relacional, que ayuda a comprender de modo auténtico la identidad de la persona humana en su relación con las demás personas y, en particular, entre hombre y mujer. En la persona humana, considerada en su aspecto “relacional”, se descubre una huella del misterio mismo de Dios, revelado en Cristo como unidad sustancial en la comunión de tres divinas personas. A la luz de este misterio se entiende bien la afirmación de la Gaudium et spes según la cual la persona humana, que “es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí misma sino en la entrega sincera de sí misma” (n. 24). La diferencia entre hombre y mujer recuerda la exigencia de la comunión interpersonal, y la meditación en la dignidad y vocación de la mujer corrobora la concepción del ser humano como comunión (cf. Mulieris dignitatem, 7)[2].
[2]. [1988 08 15/ 7]
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3. Precisamente esta índole de comunión que lo femenino evoca con vigor permite replantear la paternidad de Dios, evitando las representaciones de tipo patriarcal tan rechazadas, no sin motivo, en algunas corrientes de la literatura contemporánea. En efecto, se trata de captar el rostro del Padre dentro del misterio de Dios en cuanto Trinidad, es decir, perfecta unidad en la distinción. La figura del Padre se ha de replantear en su vínculo con el Hijo, el cual desde la eternidad está dirigido hacia él (cf. Jn 1, 1) en la comunión del Espíritu Santo. Es preciso subrayar también que el Hijo de Dios se hizo hombre en la plenitud de los tiempos y nació de la Virgen María (cf. Ga 4, 4) y eso proyecta luz también sobre lo femenino, mostrando en María el modelo de mujer que Dios quiere. En ella y mediante ella aconteció lo más grande que ha sucedido en la historia de los hombres. La paternidad de Dios Padre no sólo está relacionada con Dios Hijo en el misterio eterno, sino también con su encarnación realizada en el seno de una mujer. Si Dios Padre que “engendra” al Hijo desde la eternidad, para “engendrarlo” en el mundo valoró a una mujer, María, haciéndola así “Theotókos”, Madre de Dios, eso tiene significado para captar la dignidad de la mujer en el proyecto divino.
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4. Así pues, el anuncio evangélico de la paternidad de Dios, lejos de constituir una limitación para la dignidad y el papel de la mujer, es una garantía de lo que lo “femenino” simboliza humanamente, es decir: acoger, cuidar del ser humano y engendrar la vida. En efecto, todo ello está arraigado de modo trascendente en el misterio de la eterna “generación” divina. Desde luego, la paternidad de Dios es totalmente espiritual. Sin embargo expresa aquella eterna reciprocidad e índole relacional propiamente trinitaria que está en el origen de toda paternidad y maternidad y que funda la riqueza común de lo masculino y lo femenino.
Por consiguiente, la reflexión sobre el papel y la misión de la mujer encaja muy bien en este año dedicado al Padre, impulsándonos a un compromiso aún más intenso para que a la mujer se le reconozca todo el espacio que le corresponde en la Iglesia y en la sociedad.
[OR (e.c.) 26.XI.1999, 3]
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1. Tra le sfide dell’attuale momento storico su cui l’occasione del grande Giubileo ci spinge a riflettere ho additato, nella Lettera Apostolica Tertio Millennio adveniente, quella connessa con il rispetto dei diritti della donna (cfr TMA, 51). Desidero oggi richiamare alcuni aspetti della problematica femminile, su cui del resto non ho mancato di intervenire già in altre occasioni.
Sul tema della promozione della donna getta grande luce la Sacra Scrittura, indicando il progetto di Dio sull’uomo e sulla donna nei due racconti della creazione.
Nel primo si afferma: “Dio creò l’uomo a sua immagine; a immagine di Dio lo creò, maschio e femmina li creò” (Gen 1, 27). È un’affermazione che sta alla base dell’antropologia cristiana, poichè addita il fondamento della dignità dell’uomo in quanto persona nel suo essere creato “ad immagine” di Dio. Al tempo stesso il testo dice con chiarezza che non l’uomo né la donna separatamente sono immagine del Creatore, ma l’uomo e la donna nella loro reciprocità. Essi rappresentano in egual misura il capolavoro di Dio.
Nel secondo racconto della creazione, attraverso il simbolismo della creazione della donna dalla costola dell’uomo, la Scrittura mette in evidenza che l’umanità non è di fatto completa, finchè non è creata anche la donna (cfr Gen 2, 18-24). Questa riceve un nome che, fin dall’assonanza verbale nella lingua ebraica, dice relazione all’uomo (iß/ißßah). “Creati insieme, l’uomo e la donna sono voluti da Dio l’un per l’altro” (Catechismo della Chiesa Cattolica, 371)[1]. Che la donna venga presentata come un “aiuto simile a lui” (Gen 2, 18) non va inteso nel senso che la donna sia serva dell’uomo –“aiuto” non equivale a “servo”; il Salmista dice a Dio: “Tu sei mio aiuto” (Sal 70, 6; cfr 115, 9. (10). (11); 118, 7; 146, 5)–; l’espressione vuole dire piuttosto che la donna è in grado di collaborare con l’uomo perchè ne è la perfetta corrispondenza. La donna è un altro tipo di “io” nella comune umanità, costituita in perfetta uguaglianza di dignità dal maschio e dalla femmina.
[1]. [1992 10 11b/ 372]
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2. C’è da gioire per il fatto che l’approfondimento del “femminile” abbia contribuito, nella cultura contemporanea, a un ripensamento del tema della persona umana in funzione del reciproco “essere per l’altro” nella comunione interpersonale. Oggi il concepire la persona nella sua dimensione oblativa sta diventando un’acquisizione di principio. Purtroppo essa è spesso disattesa sul piano pratico. Con forza dunque, tra le tante aggressioni alla dignità umana, va deprecata quella diffusa violazione della dignità della donna che si manifesta con lo sfruttamento della sua persona e del suo corpo. Occorre contrastare vigorosamente ogni prassi che offende la donna nella sua libertà e femminilità: il cosiddetto “turismo sessuale”, la compravendita delle giovani ragazze, la sterilizzazione di massa, e in generale, ogni forma di violenza nei confronti dell’altro sesso.
Ben diverso atteggiamento richiede la legge morale, che predica la dignità della donna come persona creata ad immagine di un Dio-Comunione! È oggi più che mai necessario riproporre l’antropologia biblica della relazionalità, che aiuta a cogliere in modo autentico l’identità della persona umana nel suo rapporto con le altre persone e in particolare tra uomo e donna. Nella persona umana pensata in termini di “relazionalità” si ritrova un vestigio del mistero stesso di Dio, rivelato in Cristo come unità sostanziale nella comunione di tre divine persone. Alla luce di questo mistero ben si comprende l’affermazione della Gaudium et spes secondo cui la persona umana, “che è in terra la sola creatura che Dio abbia voluta per se stessa, non può ritrovarsi pienamente se non attraverso un dono sincero di sè” (GS, 24). La diversità tra uomo e donna richiama l’esigenza della comunione interpersonale, e la meditazione sulla dignità e vocazione della donna corrobora la concezione comunionale dell’essere umano (cfr Mulieris dignitatem, 7)[2].
[2]. [1988 08 15/ 7]
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3. Proprio questa attitudine comunionale che il femminile fortemente evoca, consente di ripensare la paternità di Dio, evitando quelle proiezioni figurative di tipo patriarcale tanto contestate, non senza motivo, in alcune correnti della letteratura contemporanea. Si tratta in effetti di cogliere il volto del Padre all’interno del mistero di Dio in quanto Trinità, cioè perfetta unità nella distinzione. La figura del Padre va rimeditata nel suo legame col Figlio, il quale dall’eternità è rivolto verso di lui (cfr Gv 1, 1) nella comunione dello Spirito Santo. Occorre anche sottolineare che il Figlio di Dio si è fatto uomo nella pienezza dei tempi ed è nato dalla Vergine Maria (cfr Gal 4, 4), e ciò proietta luce anche sul femminile, mostrando in Maria il modello di donna voluto da Dio. In Lei e mediante Lei è accaduto ciò che vi è di più grande nella storia degli uomini. La paternità di Dio-Padre non solo è relazionata a Dio-Figlio nel mistero eterno, ma anche alla sua Incarnazione avvenuta nel grembo di una donna. Se Dio-Padre, che “genera” il Figlio dall’eternità, per “generarlo” nel mondo ha valorizzato una donna, Maria, rendendola così “Theotokos”, Madre di Dio, ciò non è senza significato per cogliere la dignità della donna nel progetto divino.
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4. L’annuncio evangelico della paternità di Dio pertanto, lungi dall’essere limitante nei confronti della dignità e del ruolo della donna, si pone viceversa a garanzia di ciò che il “femminile” umanamente simbolizza, cioè l’accogliere, il prendersi cura dell’uomo, il generare alla vita. Tutto ciò è infatti radicato in modo trascendente nel mistero dell’eterno “generare” divino. La paternità in Dio è certo del tutto spirituale. Essa tuttavia esprime quell’eterna reciprocità e relazionalità propriamente trinitaria che sta all’origine di ogni paternità e maternità e fonda la comune ricchezza del maschile e del femminile.
La riflessione sul ruolo e la missione della donna ben si colloca dunque in questo anno dedicato al Padre, spronandoci ad un impegno ancora più incisivo, perchè alla donna sia riconosciuto tutto lo spazio che le è proprio nella Chiesa e nella società.
[OR 25.XI.1999, 6]