[1939] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS HIJOS CON DISCAPACIDADES, DON DE DIOS A LA FAMILIA
Del Discurso Sono lieto, a los participantes en el Congreso sobre “La familia y la integración del ‘discapacitado’ en la infancia y la adolescencia”, 4 diciembre 1999
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1. [...] En el marco del Adviento, que nos prepara para celebrar el nacimiento del Señor, vuestro simposio adquiere una importancia singular. En efecto, a la luz del Niño Jesús es más fácil la reflexión sobre la condición de los niños. Cuando las dificultades, los problemas o las enfermedades afectan a la infancia, los valores de la fe pueden ayudar a los valores humanos para hacer que se reconozca y respete también a los minusválidos su dignidad personal originaria. Por tanto, es muy oportuno vuestro congreso, que centra su atención en las familias, para ayudarles a descubrir, también en los hijos minusválidos, un signo del amor de Dios.
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2. La llegada de un hijo discapacitado es, sin duda alguna, un acontecimiento desconcertante para la familia, que queda íntimamente afectada. También desde este punto de vista, es importante animar a los padres a dedicar “una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido” (Familiaris consortio, 26)[1].
La familia es el lugar por excelencia donde se recibe el don de la vida como tal y se reconoce la dignidad del niño con expresiones de particular cariño y ternura. Sobre todo cuando los niños tienen más necesidades y están más expuestos al riesgo de ser rechazados por los demás, la familia puede tutelar con mayor eficacia su dignidad, igual a la de los niños sanos. Es evidente que en esas situaciones los núcleos familiares que deben afrontar problemas complejos tienen derecho a ser apoyados. De ahí la importancia de personas que sepan estar cerca de ellos, ya sean amigos, médicos o asistentes sociales. Hay que alentar a los padres a afrontar esa situación, ciertamente no fácil, sin encerrarse en sí mismos. Es importante que no sólo compartan el problema los familiares más íntimos, sino también personas competentes y amigas.
Éstos son los “buenos samaritanos” de nuestro tiempo que, con su presencia generosa y amistosa, repiten el gesto de Cristo, el cual hizo sentir siempre su cercanía consoladora a los enfermos y a las personas que se encontraban en dificultades. La Iglesia expresa su gratitud a esas personas que día a día y en todos los lugares se esfuerzan por aliviar los sufrimientos con “gestos cotidianos de acogida, sacrificio y cuidado desinteresado” (Evangelium vitae, 27)[2].
[1]. [1981 11 22/ 26]
[2]. [1995 03 25b/ 27]
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3. Si el niño que tiene dificultades se halla insertado en un hogar acogedor y abierto, no se siente solo, sino en el corazón de la comunidad, y así puede aprender que la vida siempre merece ser vivida. Los padres, por su parte, experimentan el valor humano y cristiano de la solidaridad. He recordado en otras ocasiones que es preciso demostrar con los hechos que la enfermedad no crea brechas infranqueables, ni impide relaciones de auténtica caridad cristiana con quien la padece. Por el contrario, la enfermedad debe suscitar una actitud de especial atención a esas personas, que pertenecen con pleno derecho a la categoría de los pobres, a quienes corresponde el reino de los cielos.
Pienso, en este momento, en el ejemplo de extraordinaria dedicación a sus hijos que han dado innumerables padres; pienso en las múltiples iniciativas de familias dispuestas a acoger con gran generosidad a niños minusválidos, en custodia o en adopción. Cuando las familias se alimentan abundantemente de la palabra de Dios, se producen en su seno milagros de auténtica solidaridad cristiana. Ésta es la respuesta más convincente que se puede dar a cuantos consideran a los niños minusválidos como un peso o creen incluso que no son dignos de vivir plenamente el don de la existencia. Acoger a los más débiles, ayudándoles en su camino, es signo de civilización.
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4. Los pastores y los sacerdotes tienen la misión de sostener a los padres para que comprendan y acepten que la vida es siempre don de Dios, incluso cuando está marcada por el sufrimiento y la enfermedad. Toda persona es sujeto de derechos fundamentales, que son inalienables, inviolables e indivisibles. Toda persona; por consiguiente, también el minusválido, que, precisamente a causa de su minusvalía, puede encontrar mayores dificultades en el ejercicio concreto de esos derechos. Por tanto, necesita que la sociedad no lo deje solo, sino que lo acoja y, según sus posibilidades, lo inserte en ella como miembro con pleno derecho.
Ante todo ser humano, siempre digno del máximo respeto en virtud de su dignidad de persona, la sociedad civil y la Iglesia tienen papeles específicos que desempeñar, contribuyendo a desarrollar en la comunidad la cultura de la solidaridad. El minusválido, como cualquier otro sujeto débil, debe ser estimulado a convertirse en protagonista de su existencia. Compete, ante todo, a la familia, superado el primer momento, comprender que el valor de la existencia trasciende el de la eficiencia. Si no sucede así, corre el riesgo de desmoralizarse y quedar defraudada cuando, a pesar de todas las tentativas, no se obtienen los resultados esperados de curación o recuperación.
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5. Evidentemente, la familia necesita un apoyo adecuado por parte de la comunidad. En algunos casos hacen falta sistemas de intervención rápida para los momentos cruciales y otras veces se ha de recurrir a instituciones donde existan pequeñas comunidades debidamente equipadas, cuando la convivencia en la familia ya no es posible.
En todo caso, es importante mantener la comunicación familiar en un nivel constantemente elevado, puesto que, como es sabido, hablar, escuchar y dialogar son factores esenciales para regular y armonizar el comportamiento. Además, es necesario que el hijo discapacitado pueda disfrutar de momentos de atención y amor dedicados a él. En esta función, la familia es indispensable; pero sólo con sus fuerzas difícilmente logrará obtener resultados apreciables. Se abre aquí el espacio para la intervención de asociaciones especializadas y de otras formas de ayuda extrafamiliar, que aseguren la presencia de personas con las que el niño minusválido pueda dialogar y entablar relaciones educativas y amistad.
La vida de grupo y la amistad constituyen, asimismo, una gran ayuda para disminuir la dificultad de inserción y lograr una mejor adaptación personal y social, gracias a la creación de relaciones abiertas y gratificantes.
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6. Amadísimos hermanos y hermanas, he reflexionado junto con vosotros en algunos aspectos prácticos de gran importancia, relacionados con la integración de los niños minusválidos en la familia y en la sociedad. Mucho se ha escrito acerca de este tema, y la acción pastoral debe dedicar gran atención a los problemas que implica. Los niños merecen los mejores cuidados, y esto vale en particular cuando se encuentran en condiciones difíciles.
Sin embargo, por encima de cualquier investigación científica provechosa y de cualquier iniciativa social y pedagógica, para el creyente es importante el humilde y confiado abandono en las manos de Dios. En la oración, sobre todo, la familia encontrará la energía para afrontar las dificultades. Los familiares, recurriendo constantemente al Señor, aprenderán a acoger, amar y valorar al niño o la niña marcados por el sufrimiento.
María, Madre de la esperanza, ayude y sostenga a cuantos deben afrontar esas situaciones. A ella le encomiendo vuestro meritorio compromiso, a la vez que os imparto complacido a vosotros, y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.
[OR (e.c.) 24.XII.1999, 12]
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1. [...] Nel contesto dell’Avvento, che ci prepara a celebrare la nascita del Signore, acquista un rilievo singolare questo vostro Simposio. Alla luce del Bambino Gesù diventa, infatti, più facile la riflessione sulla condizione dei bambini. Quando difficoltà, problemi o malattie colpiscono l’infanzia, è allora che i valori della fede possono venire in soccorso dei valori umani, per far sì che sia riconosciuta e rispettata l’originaria dignità personale anche dei disabili. È, pertanto, quanto mai opportuno questo vostro Congresso, che volge la sua attenzione alle famiglie, per aiutarle a scoprire, anche nei figli portatori di handicap, un segno dell’amore di Dio.
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2. L’arrivo di un figlio sofferente è senza dubbio un evento sconcertante per la famiglia, che ne resta intimamente scossa. Anche da questo punto di vista appare importante incoraggiare i genitori a riservare “una specialissima attenzione al bambino, sviluppando una profonda stima per la sua dignità personale, come pure un grande rispetto ed un generoso servizio per i suoi diritti. Ciò vale per ogni bambino, ma acquista una singolare urgenza quanto più il bambino è piccolo e bisognoso di tutto, malato, sofferente o handicappato” (Familiaris Consortio, 26)[1].
La famiglia è il luogo per eccellenza, dove il dono della vita è ricevuto come tale, e la dignità del bambino è riconosciuta con espressioni di particolare cura e tenerezza. Soprattutto quando i bambini sono più bisognosi ed esposti al rischio di essere da altri rifiutati, è la famiglia che può tutelarne con maggiore efficacia la pari dignità rispetto ai bambini sani. È chiaro che in tali situazioni i nuclei familiari, messi di fronte a problematiche complesse, hanno diritto di essere sostenuti. Di qui l’importanza di persone che sappiano stare loro vicino, siano esse amici, medici o assistenti sociali. I genitori devono essere incoraggiati ad affrontare la situazione certamente non facile, senza chiudersi in loro stessi. È importante che il problema sia condiviso, oltre che dai più stretti familiari, da persone competenti ed amiche.
Sono questi i “buoni samaritani” del nostro tempo che, con la loro presenza generosa ed amichevole, ripetono il gesto di Cristo, il quale fece sentire sempre la sua vicinanza confortatrice ai malati ed alle persone in difficoltà. La Chiesa è grata a queste persone che ogni giorno e dappertutto si sforzano di alleviare le sofferenze con “gesti quotidiani di accoglienza, di sacrificio, di cura disinteressata” (Evangelium Vitae, 27)[2].
[1]. [1981 11 22/ 26]
[2]. [1995 03 25b/ 27]
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3. Se il fanciullo in difficoltà si trova inserito in un focolare accogliente ed aperto, non si sente solo ma nel cuore della comunità e può apprendere così che la vita è sempre degna di essere vissuta. I genitori, da parte loro, sperimentano il valore umano e cristiano della solidarietà. Ho avuto modo di ricordare in altre occasioni che occorre dimostrare coi fatti che la malattia non crea fossati invalicabili, né impedisce rapporti di autentica carità cristiana con chi ne è vittima. La malattia, anzi, deve suscitare un atteggiamento di speciale attenzione verso queste persone che appartengono a pieno diritto alla categoria dei poveri a cui spetta il regno dei cieli.
Penso, in questo momento, ad esempi di straordinaria dedizione da parte di innumerevoli genitori verso i loro figli; penso alle molteplici iniziative di famiglie pronte ad accogliere con slancio generoso bambini disabili in affidamento o in adozione. Quando le famiglie sono nutrite abbondantemente della Parola di Dio, avvengono nel loro seno miracoli di autentica cristiana solidarietà. È questa la risposta più convincente a quanti considerano i bambini handicappati come un peso o addirittura come non degni di vivere appieno il dono dell’esistenza. Accogliere i più deboli, aiutandoli nel loro cammino, è segno di civiltà.
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4. Compito dei Pastori e dei Sacerdoti è di sostenere i genitori, per chè comprendano ed accettino che la vita è sempre dono di Dio, anche quando è segnata dalla sofferenza e da infermità. Ogni persona è soggetto di diritti fondamentali che sono inalienabili, inviolabili, indivisibili. Ogni persona: quindi anche il disabile, che proprio a causa del suo handicap può incontrare maggiori difficoltà nell’esercizio concreto di tali diritti. Ha, perciò, bisogno di non essere lasciato solo, ma di essere dalla società accolto ed in essa, secondo le possibilità, inserito come membro a pieno titolo.
Dinanzi ad ogni essere umano, degno sempre del massimo rispetto in virtù della propria dignità di persona, la società civile e la Chiesa hanno ruoli specifici da espletare, contribuendo a sviluppare nella comunità la cultura della solidarietà. Il portatore di handicap, come ogni altro soggetto debole, deve essere incoraggiato a diventare protagonista della sua esistenza. Compete, innanzitutto, alla famiglia, superato il primo momento, comprendere che il valore dell’esistenza trascende quello dell’efficienza. Se così non avviene, essa rischia di rimanere delusa e sfiduciata quando, nonostante ogni tentativo, non si ottengono i risultati sperati di guarigione o di recupero.
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5. Evidentemente la famiglia ha bisogno di un sostegno adeguato da parte della comunità. Sono necessari talora sistemi di pronto intervento per i momenti critici ed alle volte si richiedono strutture residenziali sul tipo di piccole comunità adeguatamente attrezzate, quando la convivenza in famiglia non è più possibile.
In ogni caso è importante mantenere la comunicazione familiare ad un livello costantemente elevato, poichè è risaputo che parlare, ascoltare, dialogare sono fattori essenziali per regolare e armonizzare il comportamento. È necessario, inoltre, che il figlio in difficoltà sia in grado di cogliere momenti di attenzione e di amore verso di lui. In questa funzione la famiglia è indispensabile; ma essa con le sole sue forze difficilmente riuscirà ad ottenere risultati apprezzabili. Si apre qui lo spazio per l’intervento di associazioni specializzate e di altre forme di aiuto extra-familiare, che assicurino la presenza di persone con le quali il bambino disturbato possa dialogare e instaurare rapporti educativi e di amicizia. La vita di gruppo, poi, e l’amicizia costituiscono una condizione ottimale per favorire il decondizionamento e un migliore adattamento personale e sociale, grazie all’instaurarsi di rapporti aperti e gratificanti.
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6. Carissimi Fratelli e Sorelle, mi sono soffermato a riflettere insieme con voi su alcuni aspetti pratici di grande importanza, riguardanti l’integrazione dei fanciulli disabili nella famiglia e nella società. Molto su questo argomento è stato scritto ed a tali problematiche l’azione pastorale deve riservare grande attenzione. I bambini meritano ogni cura e ciò vale in particolare quando essi si trovano in condizioni difficili.
Al di là, tuttavia, d’ogni proficua ricerca scientifica e d’ogni iniziativa sociale e pedagogica, per il credente è importante l’umile e fiducioso affidamento a Dio. È soprattutto nella preghiera che la famiglia troverà l’energia per far fronte alle difficoltà. Nel costante ricorso al Signore i familiari apprenderanno ad accogliere, amare e valorizzare il bambino o la bambina segnati dalla sofferenza.
Maria, Madre della speranza, aiuti e sostenga quanti si trovano coinvolti in queste situazioni. Affido a Lei il vostro meritevole impegno, mentre volentieri imparto a voi ed a quanti vi sono cari una speciale Benedizione Apostolica.
[OR 5.XII.1999, 4]