[1945] • JUAN PABLO II (1978-2005) • UNA CULTURA DE LA VIDA
Discurso Desidero anzitutto, a la VIAsamblea General de la Academia Pontificia para la Vida, con motivo del V aniversario de “Evangelium vitae”, 14 febrero 2000
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1. Deseo, ante todo, dar gracias al Consejo Pontificio para la Familia, al Consejo Pontificio para la Pastoral de los agentes sanitarios y a la Academia Pontificia para la Vida por haber pensado y organizado esta Jornada conmemorativa del quinto aniversario de la publicación de la encíclica Evangelium vitae. Tiene lugar en el marco de las celebraciones del Año jubilar, y quiere estar en sintonía de oración con la peregrinación que haré a Tierra Santa el mes próximo para venerar los lugares donde “el Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14).
Saludo al señor cardenal Alfonso López Trujillo y le agradezco los sentimientos manifestados en el saludo que me ha dirigido. Os saludo asimismo a todos vosotros, participantes en esta reflexión sobre un documento que considero central en el conjunto del magisterio de mi pontificado y en continuidad ideal con la encíclica Humanae vitae del Papa Pablo VI, de venerada memoria.
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2. En la encíclica Evangelium vitae, cuya publicación fue precedida por un consistorio extraordinario y una consulta a los obispos, tomé como punto de partida una perspectiva de esperanza para el futuro de la humanidad. Escribí: “A todos los miembros de la Iglesia, pueblo de la vida y para la vida, dirijo mi más apremiante invitación para que, juntos, ofrezcamos a este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana, para la edificación de una auténtica civilización de la verdad y del amor” (n. 6)[1].
Vida, verdad, amor: palabras que entrañan sugerencias estimulantes para el compromiso humano en el mundo. Están enraizadas en el mensaje de Jesucristo, que es camino, verdad y vida, pero también están grabadas en el corazón y en las aspiraciones de todos los hombres y mujeres.
La experiencia vivida en la sociedad, a la que la Iglesia ha llevado con renovado impulso su mensaje durante estos cinco años, permite comprobar dos hechos: por una parte, la persistente dificultad que el mensaje encuentra en un mundo que presenta graves síntomas de violencia y decadencia; por otra, la inmutable validez de ese mismo mensaje y también la posibilidad de su aceptación social en los ambientes donde la comunidad de los creyentes, implicando también la sensibilidad de los hombres de buena voluntad, expresa con valentía y unión su compromiso.
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3. Existen hechos que demuestran cada vez con mayor claridad cómo las políticas y las legislaciones contrarias a la vida están llevando a las sociedades hacia la decadencia moral, demográfica y económica. Por tanto, el mensaje de la encíclica no sólo puede presentarse como verdadera y auténtica indicación para la renovación moral, sino también como punto de referencia para la salvación civil.
Así pues, no tiene razón de ser esa mentalidad abandonista que lleva a considerar que las leyes contrarias al derecho a la vida –las leyes que legalizan el aborto, la eutanasia, la esterilización y la planificación de los nacimientos con métodos contrarios a la vida y a la dignidad del matrimonio– son inevitables y ya casi una necesidad social. Por el contrario, constituyen un germen de corrupción de la sociedad y de sus fundamentos.
La conciencia civil y moral no puede aceptar esta falsa inevitabilidad, del mismo modo que no acepta la idea de la inevitabilidad de las guerras o de los exterminios interétnicos.
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4. Gran atención merecen los capítulos de la encíclica que tratan sobre la relación entre la ley civil y la ley moral, por la importancia creciente que están destinados a tener en la renovación de la vida social. En ellos se pide a los pastores, a los fieles y a los hombres de buena voluntad, especialmente a los legisladores, un compromiso renovado y concorde para modificar las leyes injustas que legitiman o toleran dichas violencias.
Es preciso usar todos los medios posibles para eliminar el delito legalizado, o al menos para limitar el daño de esas leyes, manteniendo viva la conciencia del deber radical de respetar el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural de todo ser humano, aunque sea el último y el menos dotado.
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5. Existe otro campo muy amplio del compromiso en favor de la defensa de la vida en el que la comunidad de los creyentes puede mostrar su iniciativa: es el ámbito pastoral y educativo, sobre el que trata la cuarta parte de la encíclica, dando orientaciones concretas para la edificación de una nueva cultura de la vida. Durante estos cinco años se han emprendido numerosas iniciativas en las diócesis y las parroquias, pero queda aún mucho por hacer.
Una auténtica pastoral de la vida no se puede delegar simplemente a movimientos específicos, por más meritorios que sean, comprometidos en el campo sociopolítico. Siempre debe formar parte integrante de la pastoral eclesial, a la que compete el deber de anunciar el “evangelio de la vida”. Para que esto suceda de modo eficaz, es importante la realización tanto de planes educativos adecuados como de servicios e instituciones concretas de acogida.
Esto supone, ante todo, la preparación de los agentes pastorales en los seminarios y en las facultades de teología; requiere, además, la recta y concorde enseñanza de la moral en los diferentes tipos de catequesis y de formación de las conciencias; se concreta, por último, en la organización de servicios que permitan a todas las personas con dificultades recibir la ayuda necesaria.
A través de una acción educativa concorde en las familias y en las escuelas, hay que lograr que los servicios adquieran el valor de “signo” y mensaje. Del mismo modo que la comunidad requiere lugares de culto, debe sentir la necesidad de organizar, sobre todo en el ámbito diocesano, servicios educativos y operativos para sostener la vida humana, servicios que sean fruto de la caridad y signo de vitalidad.
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6. La modificación de las leyes tiene que ir precedida y acompañada por la modificación de la mentalidad y las costumbres a gran escala, de modo capilar y visible. En este ámbito, la Iglesia ha de hacer todo lo posible, sin aceptar negligencias o silencios culpables.
Me dirijo de modo particular a los jóvenes, que son sensibles al respeto de los valores de la corporeidad y, ante todo, del valor mismo de la vida concebida: ellos han de ser los primeros artífices y beneficiarios del trabajo que se realice en el marco de la pastoral de la vida.
Renuevo, asimismo, la exhortación que dirigí en la encíclica a toda la Iglesia: a los científicos y a los médicos, a los educadores y a las familias, así como a cuantos trabajan en los medios de comunicación social, y de modo especial a los especialistas en derecho y a los legisladores.
Gracias al compromiso de todos, el derecho a la vida podrá aplicarse concretamente en este mundo, en el que no faltan los bienes necesarios si se distribuyen bien. Sólo así se superará esa especie de silenciosa y cruel selección por la que los más débiles son injustamente eliminados.
Ojalá que todas las personas de buena voluntad se sientan llamadas a movilizarse por esta gran causa. Que las sostenga la convicción de que cada paso dado en defensa del derecho a la vida y en su promoción concreta es un paso dado hacia la paz y la civilización.
Esperando que esta conmemoración suscite un nuevo y concreto impulso para el compromiso en favor de la defensa de la vida humana y la difusión de la cultura de la vida, invoco sobre todos vosotros, y sobre cuantos trabajan con vosotros en este delicado sector, la intercesión de María, “Aurora del mundo nuevo y Madre de los vivientes” (Evangelium vitae, 105)[2], y os imparto de corazón la bendición apostólica.
[O.R. (e. c.), 25.II.2000, 7]
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1. Desidero, anzitutto, ringraziare il Pontificio Consiglio per la Famiglia, il Pontificio Consiglio per la Pastorale della Salute e la Pontificia Accademia per la Vita per aver pensato e organizzato questa Giornata commemorativa del quinto anniversario della pubblicazione dell’Enciclica Evangelium Vitae. Essa si svolge nel quadro delle celebrazioni dell’Anno giubilare e intende porsi in sintonia di preghiera con il Pellegrinaggio che farò in Terra Santa nel prossimo mese per venerare i luoghi ove “il Verbo si è fatto carne” (Gv 1, 14).
Saluto il Signor Cardinale Alfonso López Trujillo e lo ringrazio per i sentimenti manifestati nell’indirizzo rivoltomi. Saluto poi voi tutti, partecipanti a questa riflessione su un Documento che considero centrale nell’insieme del Magistero del mio Pontificato e in ideale continuità con l’Enciclica Humanae vitae del Papa Paolo VI di venerata memoria.
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2. Nell’Enciclica Evangelium Vitae la cui pubblicazione fu preceduta da un Concistoro straordinario e da una consultazione di Vescovi, ho preso le mosse da una prospettiva di speranza per il futuro dell’umanità. Scrivevo: “A tutti i membri della Chiesa, popolo della vita e per la vita, rivolgo il più grande invito perchè, insieme, possiamo dare a questo nostro mondo nuovi segni di speranza, operando affinchè crescano giustizia e solidarietà e si affermi una nuova cultura della vita umana, per l’edificazione di un’autentica civiltà della verità e dell’amore” (n. 6)[1].
Vita, verità, amore: parole ricche di suggestioni stimolanti per l’impegno umano nel mondo. Esse sono radicate nel messaggio di Gesù Cristo, che è Via, Verità e Vita, ma sono anche impresse nel cuore e nelle aspirazioni di ogni uomo e di ogni donna.
L’esperienza vissuta all’interno della società, a cui la Chiesa con rinnovato slancio ha portato il suo messaggio nel corso di questi cinque anni, consente di rilevare due fatti: da una parte, la persistente difficoltà che il messaggio incontra in un mondo che presenta gravi sintomi di violenza e di decadenza; dall’altra, l’immutata validità dello stesso messaggio ed anche la possibilità della sua recezione sociale laddove la comunità dei credenti, coinvolgendo anche la sensibilità degli uomini di buona volontà, coraggiosamente e unitariamente esprime il suo impegno.
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3. Esistono fatti che comprovano con crescente chiarezza come le politiche e le legislazioni contrarie alla vita stiano portando le società al decadimento, non solo morale ma anche demografico ed economico. Il messaggio dell’Enciclica può essere, pertanto, presentato non solo come vera e autentica indicazione per la rinascita morale, ma anche come punto di riferimento per la salvezza civile.
Non ha dunque ragion d’essere quella sorta di mentalità rinunciataria che porta a ritenere che le leggi contrarie al diritto alla vita –le leggi che legalizzano l’aborto, l’eutanasia, la sterilizzazione e la pianificazione delle nascite con metodi contrari alla vita e alla dignità del matrimonio– presentino una loro ineluttabilità e siano ormai quasi una necessità sociale. Al contrario, esse costituiscono un germe di corruzione della società e dei suoi fondamenti.
La coscienza civile e morale non può accettare questa falsa ineluttabilità, così come non accetta l’idea della ineluttabilità delle guerre o degli stermini inter-etnici.
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4. Grande attenzione meritano i capitoli dell’Enciclica che riguardano il rapporto fra legge civile e legge morale, per l’importanza crescente che essi sono destinati ad avere nel risanamento della vita sociale. Vi si chiede ai pastori, ai fedeli e agli uomini di buona volontà, specialmente se legislatori, un rinnovato e concorde impegno per la modifica delle leggi ingiuste che legittimano o tollerano tali violenze.
Non si lasci nulla di intentato per eliminare il delitto legalizzato o almeno per limitare il danno di tali leggi, mantenendo viva la consapevolezza del dovere radicale di rispettare il diritto alla vita dal concepimento alla morte naturale di ogni essere umano, fosse anche l’ultimo e il meno dotato.
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5. Ma un altro campo molto ampio di impegno in difesa della vita si apre alla intraprendenza della comunità dei credenti: è l’ambito pastorale ed educativo, sul quale si sofferma la quarta parte dell’Enciclica, tracciando concrete indicazioni per l’edificazione di una nuova cultura della vita. In questi cinque anni numerose iniziative sono state avviate nelle diocesi e nelle parrocchie, ma molto resta ancora da fare.
Un’autentica pastorale della vita non può essere semplicemente delegata a movimenti specifici, pur sempre meritori, operanti nel campo socio-politico. Essa deve sempre restare quale parte integrante della pastorale ecclesiale, a cui spetta il compito di annunciare il “Vangelo della vita”. Affinchè ciò avvenga in modo efficace, è importante la messa in opera sia di adeguati piani educativi che di servizi e di strutture concrete di accoglienza.
Ciò suppone innanzitutto la preparazione degli operatori pastorali nei Seminari e negli Istituti di Teologia; richiede poi il retto e concorde insegnamento della morale nelle varie forme di catechesi e di formazione delle coscienze; si concretizza, infine, nell’allestimento di quei servizi che possano consentire a tutte le persone in difficoltà di trovare il necessario aiuto.
Attraverso una concorde azione educativa nelle famiglie e nelle scuole, si cercherà di far sì che i servizi assumano il valore di “segno” e di messaggio. Come la comunità ha bisogno di luoghi di culto, così essa deve sentire il bisogno di organizzare, soprattutto a livello diocesano, servizi educativi e operativi per il sostegno alla vita umana, servizi che siano frutto della carità e segno di vitalità.
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6. La modifica delle leggi non può non essere preceduta e accompagnata dalla modifica della mentalità e del costume su vasta scala, in modo capillare e visibile. La Chiesa in questo ambito non lascerà nulla di intentato né potrà accettare negligenze o colpevoli silenzi.
Mi rivolgo in modo particolare a quei giovani che sono sensibili al rispetto dei valori della corporeità e anzitutto dello stesso valore della vita concepita: siano essi i primi artefici e beneficiari del lavoro che si farà nel contesto della pastorale della vita.
Rinnovo poi l’appello che nell’Enciclica ho rivolto a tutta la Chiesa: agli scienziati e ai medici, agli educatori e alle famiglie come a quanti operano nei mezzi di comunicazione sociale e, in modo speciale, ai cultori del diritto e ai legislatori.
Sarà grazie all’impegno di tutti che il diritto alla vita potrà trovare, in questo mondo a cui non mancano i beni necessari se ben distribuiti, concreta applicazione. Solo così si supererà quella sorta di silenziosa e crudele selezione per cui i più deboli vengono ingiustamente eliminati.
Ogni persona di buona volontà si senta chiamata a mobilitarsi per questa grande causa. La sostenga la convinzione che ogni passo fatto in difesa del diritto alla vita e nella concreta promozione di esso è un passo verso la pace e la civiltà.
Confidando che questa commemorazione possa suscitare nuovo e concreto slancio di impegno in difesa della vita umana e per la diffusione della cultura della vita, invoco su tutti voi e su quanti si adoperano con voi in questo delicato settore l’intercessione di Maria “Aurora del mondo nuovo e Madre dei viventi” (Evangelium vitae, 105)[2] e vi imparto di cuore la Benedizione Apostolica.
[O.R., 14-15.II.2000, 5]