[1950] • JUAN PABLO II (1978-2005) • MEDICINA Y DERECHOS HUMANOS
Del Discurso Rivolgo il mio, a los participantes en el Congreso Nacional de Médicos Católicos Italianos, con ocasión de su Jubileo, 7 julio 2000
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2. El tema que habéis elegido para vuestro congreso –Medicina y derechos del hombre– es muy importante no sólo porque manifiesta el esfuerzo cultural de conjugar el progreso de la medicina con las exigencias éticas y jurídicas de la persona humana, sino también porque reviste gran actualidad a causa de las violaciones efectivas o potenciales del derecho fundamental a la vida, en el que se basan todos los demás derechos de la persona.
Con la actividad que realizáis, prestáis día a día un noble servicio a la vida. Vuestra misión de médicos os pone a diario en contacto con la misteriosa y estupenda realidad de la vida humana, impulsándoos a interesaros por los sufrimientos y las esperanzas de muchos hermanos y hermanas. Perseverad en vuestra generosa entrega, asistiendo de modo particular a los ancianos, a los enfermos y a los discapacitados.
Comprobáis que en vuestra profesión no bastan la asistencia médica y los servicios técnicos, aunque se realicen con profesionalidad ejemplar. Es preciso ofrecer al enfermo también la especial medicina espiritual que consiste en el calor de un auténtico contacto humano. Ese contacto puede devolver al paciente el amor a la vida, estimulándolo a luchar por ella, con un esfuerzo interior que a veces resulta decisivo para su curación.
Hay que ayudar al enfermo a recuperar no sólo el bienestar físico, sino también el psicológico y moral. Esto supone en el médico, además de competencia profesional, una actitud de solicitud amorosa, inspirada en la imagen evangélica del buen samaritano. El médico católico está llamado a testimoniar a toda persona que sufre los valores superiores, fundados sólidamente en la fe.
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3. Queridos médicos católicos, sabéis muy bien que vuestra misión imprescindible consiste en defender, promover y amar la vida de cada ser humano, desde su comienzo hasta su ocaso natural. Hoy, por desgracia, vivimos en una sociedad donde a menudo dominan no sólo una cultura abortista, que lleva a la violación del derecho fundamental a la vida del concebido, sino también una concepción de la autonomía humana, que se expresa en la reivindicación de la eutanasia como autoliberación de una situación que, por diversos motivos, ha llegado a ser penosa.
Sabéis que al católico jamás le es lícito hacerse cómplice de un presunto derecho al aborto o a la eutanasia. La legislación favorable a semejantes crímenes, al ser intrínsecamente inmoral, no puede constituir un imperativo moral para el médico, que podrá recurrir lícitamente a la objeción de conciencia. El gran progreso logrado durante estos años en los cuidados paliativos del dolor permite resolver de modo adecuado las situaciones difíciles de los enfermos terminales.
Toda persona verdaderamente respetuosa de los derechos del ser humano ha de afrontar con valentía las múltiples y preocupantes formas de atentado contra la salud y la vida. Pienso en las destrucciones, en los sufrimientos y en las muertes que afligen a poblaciones enteras a causa de conflictos y guerras fratricidas. Pienso en las epidemias y enfermedades que se registran entre las poblaciones forzadas a abandonar sus tierras para huir hacia un destino desconocido. ¡Cómo permanecer indiferentes ante tantas escenas conmovedoras de niños y ancianos que viven situaciones insoportables de malestar y sufrimiento, sobre todo cuando se les niega incluso el derecho fundamental a la asistencia sanitaria!
Es un amplio campo de acción que se abre ante vosotros, queridos médicos católicos, y expreso mi profunda estima a cuantos de entre vosotros deciden valientemente dedicar un poco de su tiempo a quienes se encuentran en condiciones tan duras. La cooperación misionera en el campo sanitario siempre ha sido muy apreciada y deseo de corazón que se intensifique ulteriormente este generoso servicio a la humanidad que sufre.
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4. Por desgracia, numerosos hombres y mujeres, especialmente en los países más pobres, al entrar en el tercer milenio, siguen sin tener acceso a servicios sanitarios y a medicinas esenciales para curarse. Muchos hermanos y hermanas mueren diariamente de malaria, lepra, sida, a veces en medio de la indiferencia general de quienes podrían o deberían prestarles ayuda. Ojalá que vuestro corazón sea sensible a este clamor silencioso. Queridos miembros de las asociaciones de médicos católicos, vuestra tarea consiste en trabajar a fin de que el derecho primario a lo que es necesario para el cuidado de la salud y, por tanto, a una adecuada asistencia sanitaria, sea efectivo para todos los hombres, prescindiendo de su posición social y económica.
Entre vosotros se encuentran investigadores de las ciencias biomédicas, las cuales, por su misma naturaleza, están destinadas a progresar, a desarrollarse y a mejorar las condiciones de salud y de vida de la humanidad. También a ellos les dirijo una apremiante exhortación a dar generosamente su contribución para asegurar a la humanidad condiciones mejores de salud, respetando siempre la dignidad y el carácter sagrado de la vida. En efecto, no todo lo científicamente factible es siempre moralmente aceptable.
Al volver a vuestras naciones respectivas, sentid el deseo de proseguir, con nuevo impulso, vuestra actividad de formación y actualización, no sólo en las disciplinas relativas a vuestra profesión, sino también en la teología y la bioética. Es muy importante, particularmente en las naciones donde viven Iglesias jóvenes, cuidar la formación profesional y ético-espiritual de los médicos y del personal sanitario, el cual afronta a menudo graves emergencias que exigen competencia profesional y adecuada preparación en el campo moral y religioso.
[O.R. (e. c.), 14.VII.2000, 6]
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2. Il tema scelto per il vostro Congresso –Medicina e Diritti dell’Uomo– è molto importante non solo per lo sforzo culturale che manifesta di coniugare il progresso della medicina con le esigenze etiche e giuridiche della persona umana, ma anche per l’attualità che riveste a motivo delle violazioni effettive o potenziali del fondamentale diritto alla vita, su cui poggia ogni altro diritto della persona.
Nell’attività che esercitate, voi compite ogni giorno un nobile servizio alla vita. La vostra missione di medici vi mette in quotidiano contatto con la misteriosa e stupenda realtà della vita umana, inducendovi a farvi carico delle sofferenze e delle speranze di tanti fratelli e sorelle. Perseverate in questa vostra generosa dedizione, avendo cura in particolar modo degli anziani, degli infermi e dei disabili.
Voi toccate con mano che nella vostra professione non bastano le cure mediche ed i servizi tecnici, sia pure espletati con esemplare professionalità. Occorre essere in grado di offrire al malato anche quella speciale medicina spirituale che è costituita dal calore di un autentico contatto umano. Esso è in grado di ridare al paziente amore per la vita, stimolandolo a lottare per essa, con uno sforzo interiore talora decisivo per la guarigione.
L’ammalato deve essere aiutato a ritrovare non solo il benessere fisico, ma anche quello psicologico e morale. Ciò suppone nel medico, accanto alla competenza professionale, un atteggiamento di amorevole sollecitudine, ispirata all’immagine evangelica del buon Samaritano. Presso ogni persona sofferente il medico cattolico è chiamato ad essere testimone di quei valori superiori che hanno nella fede il loro saldissimo fondamento.
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3. Cari medici cattolici, voi ben sapete che è vostra missione imprescindibile difendere, promuovere ed amare la vita di ogni essere umano dall’inizio al suo tramonto naturale. Oggi, purtroppo, viviamo in una società nella quale spesso dominano sia una cultura abortista, che porta alla violazione del diritto fondamentale alla vita del concepito, sia una concezione dell’autonomia umana, che s’esprime nella rivendicazione dell’eutanasia come auto-liberazione da una situazione fattasi per qualche motivo penosa.
Voi sapete che al cattolico non è mai lecito farsi complice di un presunto diritto all’aborto o all’eutanasia. La legislazione favorevole a simili crimini, essendo intrinsecamente immorale, non può costituire un imperativo morale per il medico, il quale si avvarrà a buon diritto del ricorso all’obiezione di coscienza. Il grande progresso, registrato in questi anni dalle cure palliative del dolore, consente di provvedere in modo adeguato alle situazioni difficili dei malati terminali.
Le molteplici e preoccupanti forme di attentato alla salute e alla vita vanno coraggiosamente affrontate da ogni persona veramente rispettosa dei diritti dell’essere umano. Penso alle distruzioni, alle sofferenze, alle morti, che affliggono intere popolazioni a causa di conflitti e guerre fratricide. Penso alle epidemie ed alle malattie, che si registrano tra le popolazioni costrette ad abbandonare le loro terre per fuggire verso l’ignoto. Come restare indifferenti dinanzi a scene struggenti di bambini e di anziani, che vivono insostenibili situazioni di disagio e di sofferenza, soprattutto quando ad essi viene negato persino il diritto fondamentale all’assistenza sanitaria! Èun vasto campo d’azione che si apre dinanzi a voi, cari medici cattolici, ed esprimo caloroso apprezzamento a quanti tra voi con coraggio decidono di dedicareun po’ del loro tempo a chi si trova in situazioni di così grande emergenza. La cooperazione missionaria in campo sanitario è stata sempre molto sentita ed auspico di cuore che un tale generoso servizio all’umanità sofferente s’accresca ulteriormente.
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4. Mentre entriamo nel terzo millennio, in particolar modo nei Paesi più poveri uomini e donne continuano purtroppo a non avere accesso a servizi sanitari e farmaci essenziali per curarsi. Molti fratelli e sorelle muoiono ogni giorno di malaria, di lebbra, di Aids, talora nell’indifferenza generale di coloro che potrebbero o dovrebbero prestare loro sostegno. Sia sensibile il vostro cuore a questi appelli silenziosi! È vostro compito, cari membri delle associazioni di medici cattolici, adoperarvi perchè il diritto primario a quanto è necessario per la cura della salute, e quindi ad un’adeguata assistenza sanitaria, diventi effettivo per ogni uomo, prescindendo dalla sua posizione sociale ed economica.
Tra voi ci sono ricercatori nelle scienze biomediche, le quali sono per loro natura finalizzate al progresso, allo sviluppo e al miglioramento delle condizioni di salute e di vita dell’umanità. Anche a loro rivolgo un pressante appello ad offrire generosamente il loro apporto per assicurare all’umanità condizioni di salute migliori, sempre rispettando la dignità e la sacralità della vita. Tutto ciò che è scientificamente fattibile, infatti, non è sempre moralmente accettabile.
Ritornando nelle vostre rispettive Nazioni, recate con voi il desiderio di continuare, con nuovo slancio, nella vostra attività di formazione e di aggiornamento non solo nelle discipline attinenti alla vostra professione, ma anche in ciò che riguarda la teologia e la bioetica. È quanto mai importante, particolarmente nelle nazioni dove vivono giovani Chiese, curare la formazione professionale ed etico-spirituale dei medici e del personale sanitario, posto non di rado di fronte a gravi emergenze che esigono competenza professionale e adeguata preparazione in campo morale e religioso.
[O.R., 8.VII.2000, 7]