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[1951] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA REDUCCIÓN EMBRIONARIA

Declaración Il Pontificio, del  Pontificio Consejo para la Familia, 12 julio 2000

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[1.–] El Consejo Pontificio para la Familia, invitado a expresar su postura con respecto a la “reducción embrionaria”, después de consultar a la Congregación para la doctrina de la fe, publica la siguiente declaración:

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[2.–] Actualmente están resultando cada vez más frecuentes los casos de embarazo múltiple, o sea, cuando en el seno materno hay varios embriones. De ordinario, estos casos acontecen a causa de la estimulación ovárica en situaciones de infertilidad o por recurrir a la fecundación artificial, sobre la cual ya se ha pronunciado el Magisterio (cf. Congregación para la doctrina de la fe, Donum vitae, II)[1]. Ante todo, es preciso constatar las situaciones difíciles e incluso dramáticas, que esas técnicas pueden originar. Por consiguiente, no se puede por menos de apelar a la responsabilidad de los médicos que, practicando la hiperestimulación sin la debida pericia y precaución, o aplicando las técnicas de fecundación artificial, provocan situaciones que pueden poner en peligro la vida de la madre y de los hijos concebidos.

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[3.–] Por lo que atañe a los embarazos múltiples, algunos afirman que no pueden llegar a su fin, sea por la muerte espontánea de los embriones en el útero, sea por el nacimiento prematuro de fetos sin esperanzas de sobrevivir. Además, añaden que, si llegan al parto todos los niños concebidos, es mayor la dificultad obstétrica y, por consiguiente, el peligro para la madre. Basándose en esto, llegan a la conclusión de que sería lícita la selección y eliminación de algunos embriones para salvar a los otros o, al menos, a uno de ellos. Por este motivo, se ha introducido la técnica que se suele llamar “reducción embrionaria”.

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[4.–] Al respecto, es necesario poner de relieve lo siguiente: dado que cada embrión debe ser considerado y tratado como persona humana, respetando su eminente dignidad (cf. Donum vitae, I, 1, 7)[2], al niño por nacer se le deben reconocer, desde el primer instante de su concepción, los derechos humanos fundamentales, y en primer lugar el derecho a la vida, que por consiguiente no puede ser violado de ningún modo. Así pues, más allá de toda confusión y ambigüedad, se ha de afirmar que la “reducción embrionaria” constituye un aborto selectivo, ya que consiste en la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente (cf. Evangelium vitae, 57)[3]. Por tanto, sea cuando se quiere como fin sea cuando se utiliza como medio, constituye siempre un desorden moral grave (cf. ib., 62)[4]. Al tratarse de una verdad accesible a la simple razón, la ilicitud de ese comportamiento es una norma válida para todos, incluidos los no creyentes (cf. ib., 101)[5]. La prohibición moral vale incluso en el caso en que la continuación del embarazo implique un peligro para la vida o para la salud de la madre y de los demás hermanos gemelos, pues no es lícito hacer el mal ni siquiera con vistas a conseguir un bien (cf. ib., 58)[6].

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[5.–] La vida del hombre procede de Dios; siempre es un don suyo, participación de su soplo vital (cf. ib., 39)[7]. La selección embrionaria, al conllevar la eliminación voluntaria de una vida humana, no puede justificarse ni por el principio del “mal menor” ni por el de “doble efecto”, puesto que no se puede aplicar ni uno ni otro en este caso. Además, no conviene subestimar la posibilidad de que el uso de la técnica de la reducción embrionaria lleve a una mentalidad eugenista, en virtud de la cual, mediante las técnicas de diagnóstico prenatal, se llegue a medir el valor de una vida humana sólo según los criterios de normalidad y de “bienestar físico” (cf. ib., 63)[8], a la luz de un concepto reducido de “calidad de vida”.

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[6.–] Que el Señor de la vida acompañe a los padres para cumplir su elevadísima misión y los sostenga en su compromiso de respetar el derecho a la existencia del hijo por nacer. Que él guíe, al mismo tiempo, a los que están al servicio de la vida a hacer todo lo posible para salvar a la madre y a los niños. Afortunadamente, gracias a los importantes progresos científicos llevados a cabo en estos años, no son pocos los casos en los que algunos embarazos múltiples han podido llegar a buen término. Por lo demás, sigue siendo cierto que, si una de las limitaciones humanas es asistir a veces impotentes a la muerte prematura de criaturas inocentes, nunca podrá ser moralmente lícito provocar la muerte voluntariamente.

[O.R. (e. c.), 21.VII.2000, 7]