[2103] • BENEDICTO XVI (2005- • LA FUNCIÓN DE LOS “MEDIOS” EN EL SOSTENIMIENTO Y APOYO DE LA VIDA MATRIMONIAL Y FAMILIAR
Mensaje In the wake para la XI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2006
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1. Al cumplirse el cuadragésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, me alegra recordar su Decreto sobre los Medios de Comunicación Social, Inter Mirifica, que señaló especialmente el poder de los medios para ejercer una influencia en toda la sociedad humana. La necesidad de herramientas que ayuden al bien de la humanidad me ha impulsado a reflexionar, en mi primer mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, sobre la idea de los medios como una red que facilita la comunicación, la comunión y la cooperación.
San Pablo, en su carta a los Efesios, describe vÃvidamente nuestra vocación humana como la de âparticipantes de la naturaleza divinaâ (Dei verbum, 2): por Cristo tenemos acceso al Padre en el EspÃritu; ya no somos extranjeros y extraños, sino ciudadanos con los santos y los miembros de la familia de Dios, transformándonos en un templo santo, una morada para Dios (cf. Ef 2, 18-22). Este sublime retrato de una vida de comunión pone en movimiento todos los aspectos de nuestra vida como cristianos. La invitación a acoger con autenticidad la autocomunicación de Dios en Cristo significa en realidad una llamada a reconocer su fuerza dinámica dentro de nosotros, que desde ahà desea propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida prevalente en el mundo (cf. HomilÃa para la Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 21 de agosto 2005).
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2. Los avances tecnológicos en los medios han conquistado en cierta medida tiempo y espacio, haciendo la comunicación entre las personas tanto instantánea como directa, aun cuando están separadas por enormes distancias. Este desarrollo presenta un potencial enorme para servir al bien común y âconstituye un patrimonio a salvaguardar y promoverâ (El Rápido Desarrollo, 10). Sin embargo, como todos sabemos, nuestro mundo está lejos de ser perfecto. Diariamente se nos recuerda que la inmediatez de la comunicación no necesariamente se traduce en la construcción de la cooperación y la comunión en la sociedad.
Iluminar las conciencias de los individuos y ayudar a formar su pensamiento nunca es una tarea neutral. La comunicación auténtica demanda valor y decisión radicales. Requiere la determinación de aquellos que trabajan en los medios para no debilitarse bajo el peso de tanta información ni para conformarse con verdades parciales o provisionales. Por el contrario, requiere tanto la búsqueda como la transmisión de lo que es el sentido y el fundamento último de la existencia humana, personal y social (cf. Fides et Ratio, 5). De esta forma, los medios pueden contribuir constructivamente a la propagación de todo lo que es bueno y verdadero.
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3. El llamado a los medios de comunicación de hoy a ser responsables, a ser protagonistas de la verdad y promotores de la paz que ella conlleva, supone numerosos desafÃos. Aunque los diversos instrumentos de comunicación social facilitan el intercambio de información, ideas y entendimiento mutuo entre grupos, también están teñidos de ambigüedad. Paralelamente a que facilitan âuna gran mesa redondaâ para el diálogo, algunas tendencias dentro de los medios engendran una forma de monocultura que oscurece el genio creador, reduce la sutileza del pensamiento complejo y desestima la especificidad de prácticas culturales y la particularidad de la creencia religiosa. Estas son distorsiones que ocurren cuando la industria de los medios se reduce al servicio de sà misma o funciona solamente guiada por el lucro, perdiendo el sentido de responsabilidad hacia el bien común.
Asà pues, deben fomentarse siempre el reporte preciso de los eventos, la explicación completa de los hechos de interés público y la presentación justa de diversos puntos de vista. La necesidad de sostener y apoyar la vida matrimonial y familiar es de particular importancia, precisamente porque se relaciona con el fundamento de cada cultura y sociedad (cf. Apostolicam Actuositatem, 11).
En colaboración con los padres, las industrias de la comunicación social y el entretenimiento pueden ayudar en la difÃcil pero altamente satisfactoria vocación de educar a la niñez, con la presentación de modelos edificantes de vida y amor humanos (cf. Inter Mirifica, 11). Es muy descorazonador y destructivo para todos nosotros cuando lo opuesto ocurre. ¿No lloran nuestros corazones, muy especialmente, cuando los jóvenes son sujetos de expresiones degradantes o falsas de amor que ridiculizan la dignidad otorgada por Dios de cada persona humana y socavan los intereses de la familia?
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4. Para motivar tanto una presencia constructiva como una percepción positiva de los medios en la sociedad, deseo reiterar la importancia de los tres pasos identificados por mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, necesarios para el servicio que deben prestar al bien común: formación, participación y diálogo (cf. El Rápido Desarrollo, 11).
La formación en el uso responsable y crÃtico de los medios ayuda a las personas a utilizarlos de manera inteligente y apropiada. El profundo impacto que los medios electrónicos en particular ejercen al generar un nuevo vocabulario e imágenes, que introducen tan fácilmente en la sociedad, no habrÃa de ser sobrevalorado. Precisamente porque los medios contemporáneos configuran la cultura popular, ellos mismos deben sobreponerse a toda tentación de manipular, especialmente a los jóvenes, y por el contrario deben impulsarse en el deseo de formar y servir. De este modo, ellos protegen en vez de erosionar el tejido de la sociedad civil, tan valioso para la persona humana.
La participación en los medios surge de su naturaleza: son un bien destinado a toda persona. Como servicio público, la comunicación social requiere de un espÃritu de cooperación y co-responsabilidad con escrupulosa atención en el uso de los recursos públicos y en el desempeño de los cargos públicos (cf. Ãtica en las Comunicaciones Sociales, 20), incluyendo el recurso a marcos normativos y a otras medidas o estructuras diseñadas para lograr este objetivo.
Finalmente, los medios de comunicación deben aprovechar y ejercer las grandes oportunidades que les brindan la promoción del diálogo, el intercambio de conocimientos, la expresión de solidaridad y los vÃnculos de paz. De esta manera ellos se transforman en recursos incisivos y apreciados para la construcción de la civilización del amor que toda persona anhela.
Estoy seguro de que unos serios esfuerzos para promover es- tos tres pasos, ayudarán a los medios a desarrollarse sólidamente como una red de comunicación, comunión y cooperación, ayu- dando a los hombres, mujeres y niños, a prestar más atención a la dignidad de la persona humana, a ser más responsables y abiertos a los otros, especialmente a los miembros más necesitados y débiles de la sociedad (cf. Redemptor Hominis, 15; Ãtica en las Comunicaciones Sociales, 4).
Para concluir, retomo las alentadoras palabras de San Pablo: Cristo es nuestra paz. En él somos uno (cf. Ef 2, 14). ¡Rompa- mos juntos los muros divisorios de la hostilidad y construyamos la comunión de amor según los designios que el Creador nos dio a conocer por medio de su Hijo!
[Insegnamenti BXVI, II/1 (2006), 97-100]
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1. In the wake of the fortieth-anniversary of the closing of the Second Vatican Ecumenical Council, I am happy to recall its Decree on the Means of Social Communication, Inter Mirifica, which in particular recognized the power of the media to influence the whole of human society. The need to harness that power for the benefit of all mankind has prompted me, in this my first message for World Communications Day, to reflect briefly on the idea of the media as a network facilitating communication, communion, and cooperation.
Saint Paul, in his letter to the Ephesians, vividly depicts our human vocation to be âsharers in the divine natureâ (Dei Verbum, 2): through Christ we have access in one Spirit to the Father; so we are no longer strangers and aliens but citizens with the saints and members of the household of God, growing into a holy temple, a dwelling place for God (cf. Eph 2:18-22). This sublime portrayal of a life of communion engages all aspects of our lives as Christians. The call to be true to the self-communication of God in Christ is in fact a call to recognize his dynamic force within us, which then seeks to spread outwards to others, so that his love can truly become the prevalent measure of the world (cf. Homily for World Youth Day, Cologne, 21 August 2005).
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2. Technological advances in the media have in certain respects conquered time and space, making communication between people, even when separated by vast distances, both instantaneous and direct. This development presents an enormous potential for service of the common good and âconstitutes a patrimony to safeguard and promoteâ (Rapid Development, 10). Yet, as we all know, our world is far from perfect. Daily we are reminded that immediacy of communication does not necessarily translate into the building of cooperation and communion in society.
To inform the consciences of individuals and help shape their thinking is never a neutral task. Authentic communication demands principled courage and resolve. It requires a determination of those working in the media not to wilt under the weight of so much information nor even to be content with partial or provisional truths. Instead it necessitates both seeking and transmitting what is the ultimate foundation and meaning of human, personal and social existence (cf. Fides et Ratio, 5). In this way the media can contribute constructively to the propagation of all that is good and true.
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3. The call for todayâs media to be responsible âto be the protagonist of truth and promoter of the peace that ensuesâ carries with it a number of challenges. While the various instruments of social communication facilitate the exchange of information, ideas, and mutual understanding among groups, they are also tainted by ambiguity. Alongside the provision of a âgreat round tableâ for dialogue, certain tendencies within the media engender a kind of monoculture that dims creative genius, deflates the subtlety of complex thought and undervalues the specificity of cultural practices and the particularity of religious belief. These are distortions that occur when the media industry becomes selfserving or solely profit-driven, losing the sense of accountability to the common good.
Accurate reporting of events, full explanation of matters of public concern, and fair representation of diverse points of view must, then, always be fostered. The need to uphold and support marriage and family life is of particular importance, precisely because it pertains to the foundation of every culture and society (cf. Apostolicam Actuositatem, 11).
In cooperation with parents, the social communications and entertainment industries can assist in the difficult but sublimely satisfying vocation of bringing up children, through presenting edifying models of human life and love (cf. Inter Mirifica, 11). How disheartening and destructive it is to us all when the opposite occurs. Do not our hearts cry out, most especially, when our young people are subjected to debased or false expressions of love which ridicule the God-given dignity of every human person and undermine family interests?
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4. To encourage both a constructive presence and a positive perception of the media in society, I wish to reiterate the importance of three steps, identified by my venerable predecessor Pope John Paul II, necessary for their service of the common good: formation, participation, and dialogue (cf. Rapid Development, 11).
Formation in the responsible and critical use of the media helps people to use them intelligently and appropriately. The profound impact upon the mind of new vocabulary and of images, which the electronic media in particular so easily introduce into society, cannot be overestimated. Precisely because contemporary media shape popular culture, they themselves must overcome any temptation to manipulate, especially the young, and instead pursue the desire to form and serve. In this way they protect rather than erode the fabric of a civil society worthy of the human person.
Participation in the mass media arises from their nature as a good destined for all people. As a public service, social communication requires a spirit of cooperation and co-responsibility with vigorous accountability of the use of public resources and the performance of roles of public trust (cf. Ethics in Communications, 20), including recourse to regulatory standards and other measures or structures designed to effect this goal.
Finally, the promotion of dialogue through the exchange of learning, the expression of solidarity and the espousal of peace presents a great opportunity for the mass media which must be recognized and exercised. In this way they become influential and appreciated resources for building the civilization of love for which all peoples yearn.
I am confident that serious efforts to promote these three steps will assist the media to develop soundly as a network of communication, communion and cooperation, helping men, women and children, to become more aware of the dignity of the human person, more responsible, and more open to others especially the neediest and the weakest members of society (cf. Redemptor Hominis, 15; Ethics in Communications, 4).
In conclusion, I return to the encouraging words of Saint Paul: Christ is our peace. In him we are one (cf. Eph 2:14). Let us together break down the dividing walls of hostility and build up the communion of love according to the designs of the Creator made known through his Son!