[2110] • BENEDICTO XVI (2005- • DIOS AMA AL SER HUMANO YA ANTES DE QUE SEA IMPLANTADO EN EL SENO MATERNO
Del Discurso A tutti rivolgo, a los participantes en la Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida y en el Congreso Internacional sobre “El embrión humano en la fase de preimplantación”, 27 febrero 2006
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Dirijo a todos mi saludo deferente y cordial con ocasión de la asamblea general de la Academia pontificia para la vida y del congreso internacional, recién iniciado, sobre âEl embrión humano en la fase de preimplantaciónâ. De modo especial, saludo al cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, asà como a monseñor Elio Sgreccia, presidente de la Academia pontificia para la vida, al que agradezco las amables palabras con las que ha puesto de relieve el interés particular de las temáticas que se afrontan en esta circunstancia, y saludo al cardenal electo, Carlo Caffarra, amigo desde hace mucho tiempo.
En efecto, el tema de estudio elegido para vuestra asamblea, âEl embrión humano en la fase de preimplantaciónâ, es decir, en los primeros dÃas que siguen a la concepción, es una cuestión sumamente importante hoy, tanto por sus evidentes repercusiones sobre la reflexión filosófico-antropológica y ética como por sus perspectivas de aplicación en el ámbito de las ciencias biomédicas y jurÃdicas. Se trata, indudablemente, de un tema fascinante, pero difÃcil y arduo, dada la naturaleza tan delicada del asunto en cuestión y la complejidad de los problemas epistemológicos que conciernen a la relación entre la constatación de los hechos en las ciencias experimentales y la consiguiente y necesaria reflexión sobre los valores en el ámbito antropológico.
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Como se puede comprender bien, ni la sagrada Escritura ni la Tradición cristiana más antigua pueden contener exposiciones explÃcitas sobre vuestro tema. Sin embargo, san Lucas, al narrar el encuentro de la Madre de Jesús, que lo habÃa concebido en su seno virginal hacÃa sólo pocos dÃas, con la madre de Juan Bautista, ya al sexto mes de embarazo, testimonia la presencia activa, aunque escondida, de dos niños: âCuando oyó Isabel el saludo de MarÃa, saltó de gozo el niño en su senoâ (Lc 1, 41). San Ambrosio comenta: Isabel âpercibió la llegada de MarÃa, y él (Juan) la llegada del Señor; la mujer, la llegada de la mujer; el niño, la llegada del Niñoâ (Comm. in Luc., 2, 19. 22-26).
Con todo, aunque falten enseñanzas explÃcitas sobre los primeros dÃas de vida de la criatura concebida, es posible encontrar en la sagrada Escritura indicaciones valiosas que despiertan sentimientos de admiración y aprecio del hombre recién concebido, especialmente en quienes, como vosotros, se proponen estudiar el misterio de la generación humana. En efecto, los libros sagrados quieren mostrar el amor de Dios a cada ser humano aun antes de su formación en el seno de la madre. âAntes de haberte formado yo en el seno materno, te conocÃa, y antes que nacieses, te tenÃa consagradoâ (Jr 1, 5), dice Dios al profeta JeremÃas. Y el salmista reconoce con gratitud: âTú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocÃas hasta el fondo de mi almaâ (Sal 139, 13-14). Estas palabras adquieren toda su riqueza de significado cuando se piensa que Dios interviene directamente en la creación del alma de cada nuevo ser humano.
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El amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). No hace diferencia, porque en todos ve reflejado el rostro de su Hijo unigénito, en quien ânos ha elegido antes de la creación del mundo (...), eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos (...), según el beneplácito de su voluntadâ (Ef 1, 4-6). Este amor ilimitado y casi incomprensible de Dios al hombre revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada por sà misma, independientemente de cualquier otra consideración: inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc. En definitiva, la vida humana siempre es un bien, puesto que âes manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloriaâ (Evangelium vitae, 34).
En efecto, al hombre se le dona una altÃsima dignidad, que tiene sus raÃces en el Ãntimo vÃnculo que lo une a su Creador: en el hombre, en todo hombre, en cualquier fase o condición de su vida, resplandece un reflejo de la misma realidad de Dios. Por eso el Magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural (cf. ib., 57). Este juicio moral vale ya al comienzo de la vida de un embrión, incluso antes de que se haya implantado en el seno materno, que lo custodiará y nutrirá durante nueve meses hasta el momento del nacimiento: âLa vida humana es sagrada e inviolable en todo momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimientoâ (ib., 61).
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Queridos estudiosos, sé bien con cuáles sentimientos de admiración y de profundo respeto por el hombre realizáis vuestro arduo y fructuoso trabajo de investigación precisamente sobre el origen mismo de la vida humana: un misterio cuyo significado la ciencia será capaz de iluminar cada vez más, aunque es difÃcil que logre descifrarlo del todo. En efecto, en cuanto la razón logra superar un lÃmite considerado insalvable, se encuentra con el desafÃo de otros lÃmites, hasta entonces desconocidos. El hombre seguirá siendo siempre un enigma profundo e impenetrable. Ya en el siglo IV, san Cirilo de Jerusalén hacÃa la siguiente reflexión a los catecúmenos que se preparaban para recibir el bautismo: â¿Quién es el que ha preparado la cavidad del útero para la procreación de los hijos?, ¿quién ha animado en él al feto inanimado? ¿Quién nos ha provisto de nervios y huesos, rodeándonos luego de piel y de carne (cf. Jb 10, 11) y, en cuanto el niño ha nacido, hace salir del seno leche en abundancia? ¿De qué modo el niño, al crecer, se hace adolescente, se convierte en joven, luego en hombre y, por último en anciano, sin que nadie logre descubrir el dÃa preciso en el que se realiza el cambio?â. Y concluÃa: âestás viendo, oh hombre, al artÃfice; estás viendo al sabio Creadorâ (Catequesis bautismal, 9, 15-16).
Al inicio del tercer milenio, siguen siendo válidas estas consideraciones, que más que al fenómeno fÃsico o fisiológico se refieren a su significado antropológico y metafÃsico. Hemos mejorado enormemente nuestros conocimientos e identificado mejor los lÃmites de nuestra ignorancia; pero, al parecer, a la inteligencia humana le resulta demasiado arduo darse cuenta de que, contemplando la creación, encontramos la huella del Creador. En realidad, quien ama la verdad, como vosotros, queridos estudiosos, deberÃa percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos permite ver e incluso casi tocar la mano de Dios. Más allá de los lÃmites del método experimental, en el confÃn del reino que algunos llaman meta-análisis, donde ya no basta o no es posible sólo la percepción sensorial ni la verificación cientÃfica, empieza la aventura de la trascendencia, el compromiso de âir más alláâ.
Al inicio del tercer milenio, siguen siendo válidas estas consideraciones, que más que al fenómeno fÃsico o fisiológico se refieren a su significado antropológico y metafÃsico. Hemos mejorado enormemente nuestros conocimientos e identificado mejor los lÃmites de nuestra ignorancia; pero, al parecer, a la inteligencia humana le resulta demasiado arduo darse cuenta de que, contemplando la creación, encontramos la huella del Creador. En realidad, quien ama la verdad, como vosotros, queridos estudiosos, deberÃa percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos permite ver e incluso casi tocar la mano de Dios. Más allá de los lÃmites del método experimental, en el confÃn del reino que algunos llaman meta-análisis, donde ya no basta o no es posible sólo la percepción sensorial ni la verificación cientÃfica, empieza la aventura de la trascendencia, el compromiso de âir más alláâ.
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Queridos investigadores y estudiosos, os deseo que logréis cada vez más no sólo examinar la realidad objeto de vuestros esfuerzos, sino también contemplarla de modo tal que, junto con vuestros descubrimientos, surjan además las preguntas que llevan a descubrir en la belleza de las criaturas el reflejo del Creador. En este contexto, me complace expresar mi aprecio y agradecimiento a la Academia pontificia para la vida por su valioso trabajo de âestudio, formación e informaciónâ, del que se benefician los dicasterios de la Santa Sede, las Iglesias locales y los estudiosos atentos a todo lo que la Iglesia propone en el campo de la investigación cientÃfica y sobre la vida humana en su relación con la ética y el derecho.
Por la urgencia y la importancia de estos problemas, considero providencial la institución por parte de mi venerado predecesor Juan Pablo II de este organismo. Por tanto, a todos vosotros, presidencia, personal y miembros de la Academia pontificia para la vida, deseo expresaros con sincera cordialidad mi cercanÃa y mi apoyo. Con estos sentimientos, encomendando vuestro trabajo a la protección de MarÃa, os imparto a todos la bendición apostólica.
[Insegnamenti BXVI, II/1 (2006), 249-252]
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A tutti rivolgo il mio saluto deferente e cordiale in occasione dellâAssemblea Generale della Pontificia Accademia per la Vita e del Congresso internazionale, appena iniziato, su âLâembrione umano nella fase del preimpiantoâ. In modo speciale saluto il Cardinale Javier Lozano Barragán, Presidente del Pontificio Consiglio per la Pastorale della Salute, come anche Mons. Elio Sgreccia, Presidente della Pontificia Accademia per la Vita, che ringrazio per le gentili parole con le quali ha messo in luce lâinteresse particolare delle tematiche che vengono affrontate in questa circostanza.
In effetti, lâargomento di studio scelto per la vostra Assemblea, âLâembrione umano nella fase del preimpiantoâ, cioè nei primissimi giorni che seguono il concepimento, é una questione estremamente importante oggi, sia per le evidenti ripercussioni sulla riflessione filosoficoantropologica ed etica, sia per le prospettive applicative nellâambito delle scienze biomediche e giuridiche. Si tratta indubbiamente di un argomento affascinante, ma difficile e impegnativo, data la delicata natura del soggetto in esame e la complessità dei problemi epistemologici che riguardano il rapporto tra la rilevazione dei fatti a livello delle scienze sperimentali e la susseguente e necessaria riflessione sui valori a livello antropologico.
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Come si può ben comprendere, né la Sacra Scrittura né la Tradizione cristiana più antica possono contenere trattazioni esplicite del vostro tema. Ciononostante, San Luca nel raccontare lâincontro della Madre di Gesù, che lo aveva concepito nel suo seno verginale solo da pochi giorni, con la madre di Giovanni Battista, già al sesto mese di gravidanza, testimonia la presenza attiva, sebbene nascosta, dei due bambini: âAppena Elisabetta ebbe udito il saluto di Maria, il bambino le sussultò nel gremboâ (Lc 1,41). SantâAmbrogio commenta: Elisabetta âpercepì lâarrivo di Maria, lui (Giovanni) lâarrivo del Signore; la donna lâarrivo della donna, il bambino lâarrivo del bambinoâ (Comm. in Luc., 2,19.22-26).
Tuttavia, anche in mancanza di espliciti insegnamenti sui primissimi giorni di vita del nascituro, è possibile trovare nella Sacra Scrittura preziose indicazioni che motivano sentimenti dâammirazione e di riguardo nei confronti dellâuomo appena concepito, specialmente in chi, come voi, si propone di studiare il mistero della generazione umana. I libri sacri, infatti, intendono mostrare lâamore di Dio verso ciascun essere umano ancor prima del suo prender forma nel seno della madre. âPrima di formarti nel grembo materno, ti conoscevo, prima che tu venissi alla luce, ti avevo consacratoâ (Ger 1,5), dice Dio al profeta Geremia. E il Salmista riconosce con gratitudine: âSei tu che hai creato le mie viscere e mi hai tessuto nel seno di mia madre. Ti lodo, perché mi hai fatto come un prodigio; sono stupende le tue opere, tu mi conosci fino in fondoâ (Sal 139,13-14). Sono parole, queste, che acquistano tutta la loro ricchezza di significato quando si pensa che Dio interviene direttamente nella creazione dellâanima di ogni nuovo essere umano.
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Lâamore di Dio non fa differenza fra il neoconcepito ancora nel grembo di sua madre, e il bambino, o il giovane, o lâuomo maturo o lâanziano. Non fa differenza perché in ognuno di essi vede lâimpronta della propria immagine e somiglianza (Gn 1,26). Non fa differenza perché in tutti ravvisa riflesso il volto del suo Figlio Unigenito, in cui âci ha scelti prima della creazione del mondo... predestinandoci a essere suoi figli adottivi... secondo il beneplacito della sua volontà â (Ef 1,4-6). Questo amore sconfinato e quasi incomprensibile di Dio per lâuomo rivela fino a che punto la persona umana sia degna di essere amata in se stessa, indipendentemente da qualsiasi altra considerazione â intelligenza, bellezza, salute, giovinezza, integrità e così via. In definitiva, la vita umana è sempre un bene, poiché âessa è nel mondo manifestazione di Dio, segno della sua presenza, orma della sua gloriaâ (cfr Evangelium vitae, 34).
Allâuomo, infatti, è donata unâaltissima dignità , che ha le sue radici nellâintimo legame che lo unisce al suo Creatore: nellâuomo, in ogni uomo, in qualunque stadio o condizione della sua vita, risplende un riflesso della stessa realtà di Dio. Per questo il Magistero della Chiesa ha costantemente proclamato il carattere sacro e inviolabile di ogni vita umana, dal suo concepimento sino alla sua fine naturale (cfr Evangelium vitae, 57). Questo giudizio morale vale già agli inizi della vita di un embrione, prima ancora che si sia impiantato nel seno materno, che lo custodirà e nutrirà per nove mesi fino al momento della nascita: âLa vita umana è sacra e inviolabile in ogni momento della sua esistenza, anche in quello iniziale che precede la nascitaâ (ibid., n. 61).
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So bene, cari studiosi, con quali sentimenti di meraviglia e di profondo rispetto per lâuomo voi portiate avanti il vostro impegnativo e fruttuoso lavoro di ricerca proprio sullâorigine stessa della vita umana: un mistero il cui significato la scienza sarà in grado di illuminare sempre di più, anche se difficilmente riuscirà a decifrarlo del tutto. Infatti, appena la ragione riesce a superare un limite ritenuto invalicabile, altri limiti fino allora sconosciuti la sfidano. Lâuomo rimarrà sempre un enigma profondo e impenetrabile. Già nel secolo IV, S. Cirillo di Gerusalemme presentava ai catecumeni che si preparavano a ricevere il battesimo la seguente riflessione: âChi è colui che ha predisposto le cavità dellâutero alla procreazione dei figli? Chi ha animato in esso il feto inanimato? Chi ci ha provvisto di nervi e di ossa circondandoci, poi, di pelle e di carne (cfr Gb 10,11) e, non appena il bambino è nato, fa uscire dal seno abbondanza di latte? In qual modo il bambino, crescendo, diventa adolescente, da adolescente si muta in giovane, successivamente in uomo e infine in vecchio, senza che nessuno riesca a cogliere il giorno preciso nel quale si verifichi il mutamento?â E concludeva: âStai vedendo, o uomo, lâartefice; stai vedendo il sapiente Creatoreâ (Catechesi battesimale, 9, 15-16).
Allâinizio del terzo millennio, rimangono ancora valide queste considerazioni che si rivolgono, non tanto al fenomeno fisico o fisiologico, quanto al suo significato antropologico e metafisico. Abbiamo enormemente migliorato le nostre conoscenze e identificato meglio i limiti della nostra ignoranza; ma per lâintelligenza umana sembra sia diventato troppo arduo rendersi conto che, guardando il creato, ci si incontra con lâimpronta del Creatore. In realtà , chi ama la verità , come voi cari studiosi, dovrebbe percepire che la ricerca su temi così profondi ci pone nella condizione di vedere e anche quasi di toccare la mano di Dio. Al di là dei limiti del metodo sperimentale, al confine del regno che alcuni chiamano meta-analisi, là dove non basta più o non è possibile la sola percezione sensoriale né la verifica scientifica, inizia lâavventura della trascendenza, lâimpegno del âprocedere oltreâ.
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Cari ricercatori e studiosi, vi auguro che riusciate sempre più non solo ad esaminare la realtà oggetto delle vostre fatiche, ma anche a contemplarla in modo tale che, insieme alle vostre scoperte, sorgano pure le domande che portano a scoprire nella bellezza delle creature il riflesso del Creatore. In questo contesto, mi è caro esprimere un apprezzamento ed un ringraziamento alla Pontificia Accademia per la Vita per il suo prezioso lavoro di âstudio, formazione e informazioneâ di cui si avvantaggiano i Dicasteri della Santa Sede, le Chiese locali e gli studiosi attenti a quanto la Chiesa propone sul terreno della ricerca scientifica e intorno alla vita umana nel suo rapporto con lâetica e il diritto.
Per lâurgenza e lâimportanza di questi problemi, ritengo provvidenziale lâistituzione da parte del mio venerato predecessore Giovanni Paolo II di questo Organismo. A tutti voi, pertanto, Presidenza, personale e membri della Pontificia Accademia per la Vita, desidero esprimere con sincera cordialità la mia vicinanza ed il mio sostegno. Con questi sentimenti, affidando il vostro lavoro alla protezione di Maria, imparto a Voi tutti lâApostolica Benedizione.