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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[2111] • BENEDICTO XVI (2005- • EL CRISTIANISMO, UN “SÍ” A LA VIDA

Del Discurso Parlo subito, en el encuentro con los Sacerdotes y Diáconos de la Diócesis de Roma, 2 marzo 2006

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2. Pasemos a la segunda intervención, muy simpática, a propósito de las madres. Ahora no puedo comunicar grandes programas, palabras que podáis decir a las madres. Decidles simplemente: el Papa os da las gracias. Os expresa su gratitud porque habéis dado la vida, porque queréis ayudar a esta vida que crece y así queréis construir un mundo humano, contribuyendo a un futuro humano. Y no lo hacéis sólo dando la vida biológica, sino también comunicando el centro de la vida, dando a conocer a Jesús, introduciendo a vuestros hijos en el conocimiento de Jesús, en la amistad con Jesús. Este es el fundamento de toda catequesis. Por consiguiente, es preciso dar las gracias a las madres, sobre todo porque han tenido la valentía de dar la vida. Y es necesario pedir a las madres que completen ese dar la vida comunicando la amistad con Jesús1. [...]

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6. La intervención siguiente, dedicada a la familia, fue la del párroco de Santa Silvia. Aquí no puedo por menos de estar totalmente de acuerdo. También en las visitas “ad limina” hablo siempre con los obispos de la familia, que se ve amenazada de muchas maneras en el mundo. Se ve amenazada en África, porque resulta difícil encontrar el modo de pasar del “matrimonio tradicional” al “matrimonio religioso”, pues se tiene miedo a un compromiso definitivo. Mientras que en Occidente el miedo a tener hijos se debe al temor de perder algo de la vida, allá sucede lo contrario: si no consta que la mujer puede tener hijos, no se le permite acceder al matrimonio definitivo. Por eso, el número de matrimonios religiosos es relativamente escaso, e incluso muchos “buenos” cristianos, con un óptimo deseo de ser cristianos, no dan ese último paso.

El matrimonio también se ve amenazado, por otros motivos, en América Latina; en Occidente, como sabemos, se encuentra fuertemente amenazado. Por eso, con mucha mayor razón, nosotros, como Iglesia, debemos ayudar a las familias, que constituyen la célula fundamental de toda sociedad sana. Sólo así puede crearse en la familia una comunión de generaciones, en la que el recuerdo del pasado vive en el presente y se abre al futuro. Así realmente continúa y se desarrolla la vida, y sigue adelante. No hay verdadero progreso sin esta continuidad de vida y, asimismo, no es posible sin el elemento religioso. Sin la confianza en Dios, sin la confianza en Cristo, que nos da también la capacidad de la fe y de la vida, la familia no puede sobrevivir. Lo vemos hoy. Sólo la fe en Cristo, sólo la participación en la fe de la Iglesia salva a la familia; y, por otra parte, la Iglesia sólo puede vivir si se salva la familia.

Yo ahora no tengo la receta de cómo se puede hacer esto. Pero creo que debemos tenerlo siempre presente. Por eso, tenemos que hacer todo lo que favorezca a la familia: círculos familiares, catequesis familiares, enseñar la oración en familia. Esto me parece muy importante: donde se hace oración juntos, está presente el Señor, está presente la fuerza que puede romper incluso la “esclerocardía”, la dureza de corazón que, según el Señor, es el verdadero motivo del divorcio. Sólo la presencia del Señor, y nada más, nos ayuda a vivir realmente lo que desde el inicio el Creador quiso y el Redentor renovó. Enseñar la oración en familia y así invitar a la oración con la Iglesia. Y encontrar luego todos los demás modos2. [...]

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10. El último punto es el que tocó el vicario parroquial carmelita de Santa Teresa de Ávila, que hizo bien en manifestarnos sus preocupaciones. Ciertamente, sería erróneo un optimismo simple y superficial, que no capte las grandes amenazas que se ciernen sobre la juventud de hoy, sobre los niños y las familias. Debemos percibir con gran realismo estas amenazas, que surgen donde Dios está ausente. Debemos sentir cada vez más nuestra responsabilidad, para que Dios esté presente, y así la esperanza y la capacidad de avanzar con confianza hacia el futuro3.

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11. Vuelvo a tomar la palabra, comenzando por la Academia pontificia de la Inmaculada. Por lo que respecta a lo que usted ha dicho sobre el problema de los adolescentes, sobre su soledad y sobre la incomprensión por parte de los adultos, lo constatamos hoy. Es significativo que estos jóvenes, que en las discotecas tratan de estar muy cerca unos de otros, en realidad sufren una gran soledad y, naturalmente, también incomprensión. En cierto sentido, a mi parecer depende del hecho de que los padres, como se ha dicho, en gran parte se desentienden de la formación de la familia. Y, además, también las madres se ven obligadas a trabajar fuera de casa. La comunión entre ellos es muy frágil. Cada uno vive su mundo: son islas del pensamiento, del sentimiento, que no se unen. El gran problema de este tiempo –en el que cada uno, al querer tener la vida para sí mismo, la pierde porque se aísla y aísla al otro de sí– consiste precisamente en recuperar la profunda comunión que, en definitiva, sólo puede venir de un fondo común a todas las almas, de la presencia divina que nos une a todos.

Es necesario superar la soledad y también la incomprensión, porque también esta última depende del hecho de que el pensamiento hoy es fragmentado. Cada quien tiene su modo de pensar, de vivir, y no hay comunicación en una visión profunda de la vida. La juventud se siente expuesta a nuevos horizontes, que no comparten con la generación anterior, porque falta la continuidad de la visión del mundo, marcado por una sucesión cada vez más rápida de nuevos inventos. En los últimos diez años se han realizado más cambios que en los cien anteriores. Así se separan realmente estos dos mundos.

Pienso en mi juventud y en la ingenuidad –si se puede llamar así– en la que vivíamos, en una sociedad totalmente campesina comparada con la sociedad de hoy. Como vemos, el mundo cambia cada vez más rápidamente, de modo que también se fragmenta con esos cambios. Por eso, en un momento de renovación y de cambio, el elemento permanente resulta cada vez más importante.

Recuerdo cuando se debatió la constitución conciliar Gaudium et spes. Por una parte, se reconocía lo nuevo, la novedad, el “sí” de la Iglesia a la época nueva con sus innovaciones, el “no” al romanticismo del pasado, un “no” justo y necesario. Pero luego los padres, como se comprueba en los textos, dijeron también que, a pesar de ello, a pesar de que era necesario estar dispuestos a caminar hacia adelante, a abandonar incluso otras cosas que apreciábamos, hay algo que no cambia, porque es lo humano mismo, la creaturalidad. El hombre no es totalmente histórico. La absolutización del historicismo, según el cual el hombre sería sólo y siempre criatura fruto de un período determinado, no es verdadera. Existe la creaturalidad y precisamente esta realidad nos da también la posibilidad de vivir el cambio sin dejar de ser nosotros mismos.

Esta respuesta no indica lo que debemos hacer, pero, a mi parecer, el primer paso que se ha de dar es tener el diagnóstico. ¿Por qué esta soledad en una sociedad que, por otra parte, se presenta como una sociedad de masas? ¿Por qué esta incomprensión en una sociedad donde todos tratan de entenderse, donde domina la comunicación, y donde la transparencia de todo a todos es la ley suprema?

La respuesta está en el hecho de que vemos el cambio en nuestro propio mundo y no vivimos suficientemente el elemento que nos une a todos, el elemento creatural, que se hace accesible y se hace realidad en una historia determinada: la historia de Cristo, que no va contra la creaturalidad, sino que restituye lo que quiso el Creador, como dice el Señor refiriéndose al matrimonio.

El cristianismo, precisamente poniendo de relieve la historia y la religión como un dato histórico, un dato en una historia, comenzando desde Abraham, y por tanto como una fe histórica, habiendo abierto la puerta a la modernidad con su sentido del progreso, de avanzar siempre adelante, es al mismo tiempo una fe que se basa en el Creador, que se revela y se hace presente en una historia a la cual da su continuidad y, por consiguiente, la comunicabilidad entre las almas. Así pues, pienso que una fe vivida en profundidad y con toda la apertura hacia el hoy, pero también con toda la apertura hacia Dios, une los dos aspectos: el respeto a la alteridad y a la novedad, y la continuidad de nuestro ser, la comunicabilidad entre las personas y entre los tiempos.

El otro punto era: ¿cómo podemos vivir la vida como un don? Es una pregunta que nos planteamos sobre todo ahora, en Cuaresma. Queremos renovar la opción por la vida, que es, como he dicho, opción no para poseerse a sí mismos sino para darse a sí mismos. Me parece que sólo podemos hacerlo mediante un diálogo permanente con el Señor y un diálogo entre nosotros. También con la “corrección fraterna” es necesario madurar cada vez más ante una siempre insuficiente capacidad de vivir el don de sí mismos. Pero, a mi parecer, también aquí debemos unir los dos aspectos. Por una parte, debemos aceptar con humildad nuestra insuficiencia, aceptar este “yo” que nunca es perfecto pero que se proyecta siempre hacia el Señor para llegar a la comunión con el Señor y con todos.

Esta humildad para aceptar los propios límites es muy importante. Por otra parte, sólo así podemos también crecer, madurar y orar al Señor para que nos ayude a no cansarnos en el camino, aceptando con humildad que nunca seremos perfectos, aceptando también la imperfección, sobre todo del otro. Aceptando la nuestra podemos aceptar más fácilmente la del otro, dejándonos formar y reformar siempre de nuevo por el Señor4.

[Insegnamenti BXVI, II/1 (2006), 267, 270-271, 273-276]

1 [Pregunta 2] Como párroco, le pido unas palabras de aliento para las madres. Recordando a nuestras madres, su fe, la fuerza espiritual que mostraron en nuestra formación humana y cristiana, ayúdenos a hablar a las madres de todos los niños, de los muchachos que asisten al Catecismo, a menudo distraídos. Díganos unas palabras que podamos transmitir a las madres, diciéndoles: esto es lo que os dice el Papa.

2 [Pregunta 6] La diócesis de Roma está buscando el mejor modo de responder a las exigencias de las familias de hoy. Es necesario revitalizar la familia, haciendo que sea protagonista, y no sólo objeto, de la pastoral. Actualmente, la familia está amenazada por el relativismo y la indiferencia. Hay que ayudar a los padres, a los novios, a los niños, con catequesis y acompañamiento continuo. Es necesario impulsar a todos los miembros de la familia a reavivar la gracia de los sacramentos.

3 [Pregunta 10] Veo con preocupación la realidad de Roma, sobre todo la situación de los adolescentes y los jóvenes. Creo que debemos estar más cerca de nuestros fieles, especialmente de los más jóvenes. Es necesario que pongamos en acción nuestros carismas al servicio de la catequesis. Hay que mirar el ejemplo de los santos.

4 [Pregunta 11] Los adolescentes son las víctimas del actual “desierto de amor”, porque sufren terriblemente por la falta de amor que hay en el mundo. Soledad e incomprensión son sus mayores problemas. ¿Cómo podemos ayudarles? Por otra parte, nosotros, como sacerdotes, que debemos ser profesionales de la caridad, del amor, ¿cómo podemos lograr la plenitud de amor necesaria para hacer de nuestra vida un don a los demás?