[2120] • BENEDICTO XVI (2005- • AMAR EL AMOR HUMANO: LA HERENCIA DE JUAN PABLO II SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Discurso Con grande gioia, con ocasión del XXV Aniversario de la fundación el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, 11 mayo 2006
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Con gran alegrÃa me encuentro con vosotros en este XXV aniversario de la fundación del Instituto pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, en la Universidad pontificia Lateranense. Os saludo a todos cordialmente y os agradezco el gran afecto con que me habéis acogido. Doy las gracias de corazón a monseñor Livio Melina por sus amables palabras y también por haber abreviado. Podremos leer luego lo que querÃa decir, y queda más tiempo para compartir.
Los inicios de vuestro Instituto están relacionados con un acontecimiento muy especial: precisamente el 13 de mayo de 1981, en la plaza de San Pedro, mi querido predecesor Juan Pablo II sufrió el grave atentado, bien conocido, durante la audiencia en la que iba a anunciar la creación de vuestro Instituto. Este hecho tiene una importancia especial en la actual conmemoración, que celebramos poco después del primer aniversario de su muerte. Lo habéis querido destacar mediante la oportuna iniciativa de un congreso dedicado al tema: âLa herencia de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia: amar el amor humanoâ.
Con razón, vosotros sentÃs esta herencia de manera totalmente especial, pues sois los destinatarios y los continuadores de la visión que constituyó uno de los ejes de su misión y de sus reflexiones: el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia. Esta herencia no es simplemente un conjunto de doctrinas o de ideas; es ante todo una enseñanza dotada de una luminosa unidad sobre el sentido del amor humano y de la vida. La presencia de numerosas familias en esta audiencia ây por tanto no sólo los alumnos actuales y del pasado, sino sobre todo los alumnos del futuroâ es un testimonio particularmente elocuente de cómo la enseñanza de esa verdad ha sido acogida y ha dado sus frutos.
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La idea de âenseñar a amarâ ya acompañó al joven sacerdote Karol Wojtyla y sucesivamente lo entusiasmó cuando, siendo un joven obispo, afrontó los difÃciles momentos que siguieron a la publicación de la profética y siempre actual encÃclica Humanae vitae de mi predecesor Pablo VI. Fue en esa circunstancia cuando comprendió la necesidad de emprender un estudio sistemático de esta temática. Esto constituyó el substrato de esa enseñanza, que luego ofreció a toda la Iglesia en sus inolvidables Catequesis sobre el amor humano. Asà puso de relieve dos elementos fundamentales que en estos años vosotros habéis tratado de profundizar y que configuran la novedad misma de vuestro Instituto como entidad académica con una misión especÃfica dentro de la Iglesia.
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El primer elemento es que el matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más Ãntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. La sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de la auténtica imagen de Dios que el Creador quiso imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en la que está abierta al amor. Por tanto, la diferencia sexual que caracteriza el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo: expresa la forma del amor con la que el hombre y la mujer llegan a ser âcomo dice la sagrada Escrituraâ una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la transmisión de la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos.
Un segundo elemento caracteriza la novedad de la enseñanza de Juan Pablo II sobre el amor humano: su manera original de leer el plan de Dios precisamente en la convergencia de la revelación divina con la experiencia humana, pues en Cristo, plenitud de la revelación de amor del Padre, se manifiesta también la verdad plena de la vocación del hombre al amor, que sólo puede encontrarse plenamente en la entrega sincera de sà mismo.
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En mi reciente encÃclica subrayé cómo precisamente mediante el amor se ilumina âla imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su caminoâ (Deus caritas est, 1). Es decir, Dios se sirvió del camino del amor para revelar el misterio Ãntimo de su vida trinitaria. Además, la Ãntima relación que existe entre la imagen de Dios Amor y el amor humano nos permite comprender que âa la imagen del Dios monoteÃsta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humanoâ (ib., 11). Esta indicación queda todavÃa, en buena parte, por explorar. De este modo se perfila la tarea que el Instituto para estudios sobre el matrimonio y la familia tiene en el conjunto de sus estructuras académicas: iluminar la verdad del amor como camino de plenitud en todas las formas de existencia humana. El gran desafÃo de la nueva evangelización, que Juan Pablo II propuso con tanto impulso, debe ser sostenido con una reflexión realmente profunda sobre el amor humano, pues precisamente este amor es un camino privilegiado que Dios ha escogido para revelarse a sà mismo al mundo y en este amor lo llama a una comunión en la vida trinitaria. Este planteamiento también nos permite superar una concepción del amor como algo meramente privado, hoy muy generalizada. El auténtico amor se transforma en una luz que guÃa toda la vida hacia su plenitud, generando una sociedad donde el hombre pueda vivir. La comunión de vida y de amor, que es el matrimonio, se convierte asà en un auténtico bien para la sociedad. Evitar la confusión con otros tipos de uniones basadas en un amor débil constituye hoy algo especialmente urgente. Sólo la roca del amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer es capaz de fundamentar la construcción de una sociedad que se convierta en una casa para todos los hombres.
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La importancia que el trabajo del Instituto reviste en la misión de la Iglesia explica su configuración propia: de hecho, Juan Pablo II aprobó un solo Instituto con diferentes sedes distribuidas en los cinco continentes, con la finalidad de ofrecer una reflexión que muestre la riqueza de la única verdad en la pluralidad de las culturas. Esta unidad de visión en la investigación y en la enseñanza, a pesar de la diversidad de lugares y sensibilidades, representa un valor que tenéis que conservar, desarrollando las riquezas arraigadas en cada cultura. Esta caracterÃstica del Instituto se ha demostrado particularmente adecuada para el estudio de una realidad como la del matrimonio y la familia. Vuestro trabajo puede mostrar cómo el don de la creación vivido en las diferentes culturas ha sido elevado a gracia de redención por Cristo.
Para poder cumplir bien vuestra misión como fieles herederos del fundador del Instituto, el querido Juan Pablo II, os invito a contemplar a MarÃa santÃsima, la Madre del Amor Hermoso. El amor redentor del Verbo encarnado debe convertirse para cada matrimonio y en cada familia en âfuente de agua viva en medio de un mundo sedientoâ (ib., 42). A todos vosotros, queridos profesores, alumnos de hoy y de ayer, a todo el personal, asà como a las familias de vuestro Instituto, os expreso mis mejores deseos, que acompaño con una especial bendición apostólica.
[Insegnamenti BXVI, II/1 (2006), 577-580]
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Con grande gioia mi incontro con voi in questo XXV anniversario dalla fondazione, presso la Pontificia Università Lateranense, del Pontificio Istituto Giovanni Paolo II per Studi su Matrimonio e Famiglia. Vi saluto tutti con affetto e vi ringrazio per il grande affetto che ho trovato. Ringrazio di cuore Mons. Livio Melina per le gentili parole e anche per il fatto che ha abbreviato. Potremmo leggere quanto voleva dire, mentre rimane più tempo per lâaffetto.
Gli inizi del vostro Istituto si collegano con un evento molto speciale: proprio il 13 Maggio 1981 in Piazza San Pietro, il mio amato Predecessore Giovanni Paolo II subì il noto grave attentato durante lâUdienza in cui avrebbe dovuto annunciare la creazione del vostro Istituto. Questo fatto riveste un rilievo speciale nella presente commemorazione, che celebriamo a poco più di un anno dalla sua morte. Lo avete voluto evidenziare mediante lâopportuna iniziativa di un congresso su âLâeredità di Giovanni Paolo II sul matrimonio e la famiglia: amare lâamore umanoâ.
Giustamente voi sentite vostra questa eredità a titolo del tutto speciale, poiché siete i destinatari e i continuatori della visione che costituì uno dei centri portanti della sua missione e delle sue riflessioni: il piano di Dio sul matrimonio e la famiglia. Si tratta di un lascito, che non è semplicemente un insieme di dottrine o di idee, ma prima di tutto un insegnamento dotato di una luminosa unità sul senso dellâamore umano e della vita. La presenza di numerose famiglie a questa udienza âquindi non solo gli studenti attuali e del passato, ma gli studenti del futuro, soprattuttoâ è una testimonianza particolarmente eloquente di come lâinsegnamento di tale verità sia stato accolto ed abbia dato i suoi frutti.
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Lâidea di âinsegnare ad amareâ accompagnò già il giovane sacerdote Karol Wojtyla e successivamente lo entusiasmò, quando, giovane Vescovo, affrontò i difficili momenti che fecero seguito alla pubblicazione della profetica e sempre attuale Enciclica del mio Predecessore Paolo VI, la Humanae vitae. Fu in quella circostanza che egli comprese la necessità di intraprendere uno studio sistematico di questa tematica. Ciò costituì il sostrato di quellâinsegnamento che fu poi offerto a tutta la Chiesa nelle sue indimenticabili Catechesi sullâamore umano. Venivano così messi in rilievo due elementi fondamentali che voi in questi anni avete cercato di approfondire e che configurano la novità stessa del vostro Istituto quale realtà accademica con una missione specifica allâinterno della Chiesa.
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Il primo elemento è che il matrimonio e la famiglia sono radicati nel nucleo più intimo della verità sullâuomo e sul suo destino. La Sacra Scrittura rivela che la vocazione allâamore fa parte di quellâautentica immagine di Dio che il Creatore ha voluto imprimere nella sua creatura, chiamandola a diventargli simile proprio nella misura in cui è aperta allâamore. La differenza sessuale che connota il corpo dellâuomo e della donna non è dunque un semplice dato biologico, ma riveste un significato ben più profondo: esprime quella forma dellâamore con cui lâuomo e la donna, diventando âcome dice la Sacra Scritturaâ una sola carne, possono realizzare unâautentica comunione di persone aperta alla trasmissione della vita e cooperano così con Dio alla generazione di nuovi esseri umani.
Un secondo elemento caratterizza la novità dellâinsegnamento di Giovanni Paolo II sullâamore umano: il suo modo originale di leggere il piano di Dio proprio nella confluenza della rivelazione divina con lâesperienza umana. In Cristo infatti, pienezza della rivelazione dâamore del Padre, si manifesta anche la verità piena della vocazione allâamore dellâuomo, che può ritrovarsi compiutamente soltanto nel dono sincero di sé.
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Nella mia recente Enciclica ho inteso sottolineare come proprio mediante lâamore si illumini âlâimmagine cristiana di Dio e anche la conseguente immagine dellâuomo e del suo camminoâ (Deus caritas est, 1). In altre parole Dio si è servito della via dellâamore per rivelare il mistero intimo della sua vita trinitaria. Inoltre, il rapporto stretto che esiste tra lâimmagine di Dio Amore e lâamore umano ci permette di capire che âallâimmagine del Dio monoteistico corrisponde il matrimonio monogamico. Il matrimonio basato su un amore esclusivo e definitivo diventa lâicona del rapporto di Dio con il suo popolo e viceversa: il modo di amare di Dio diventa la misura dellâamore umanoâ (ibid., 11). Questa indicazione resta ancora in gran parte da esplorare. Ecco allora stagliarsi il compito che lâIstituto per Studi su Matrimonio e Famiglia ha nellâinsieme delle strutture accademiche: illuminare la verità dellâamore come cammino di pienezza in ogni forma di esistenza umana. La grande sfida della nuova evangelizzazione, che Giovanni Paolo II ha proposto con tanto slancio, ha bisogno di essere sostenuta con una riflessione veramente approfondita sullâamore umano, in quanto è proprio questo amore una via privilegiata che Dio ha scelto per rivelare se stesso allâuomo ed è in questo amore che lo chiama a una comunione nella vita trinitaria. Questâimpostazione ci permette anche di superare una concezione privatistica dellâamore, oggi tanto diffusa. Lâautentico amore si trasforma in una luce che guida tutta la vita verso la sua pienezza, generando una società abitabile per lâuomo. La comunione di vita e di amore che è il matrimonio si configura così come un autentico bene per la società . Evitare la confusione con altri tipi di unioni basate su un amore debole si presenta oggi con una speciale urgenza. Solo la roccia dellâamore totale e irrevocabile tra uomo e donna è capace di fondare la costruzione di una società che diventi una casa per tutti gli uomini.
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Lâimportanza che il lavoro dellâIstituto riveste nella missione della Chiesa spiega la sua configurazione propria: infatti, Giovanni Paolo II aveva approvato un solo Istituto in differenti sedi ripartite nei cinque continenti, col fine di poter offrire una riflessione che mostri la ricchezza dellâunica verità nella pluralità delle culture. Tale unità di visione nella ricerca e nellâinsegnamento, pur nella diversità dei luoghi e delle sensibilità , rappresenta un valore che dovete custodire, sviluppando le ricchezze radicate in ciascuna cultura. Questa caratteristica dellâIstituto si è rivelata particolarmente adeguata allo studio di una realtà come quella del matrimonio e della famiglia. Il vostro lavoro può manifestare in che modo il dono della creazione vissuto nelle differenti culture sia stato elevato a grazia di redenzione da Cristo.
Per poter realizzare bene la vostra missione come fedeli eredi del Fondatore dellâIstituto, lâamato Giovanni Paolo II, vi invitò a guardare a Maria Santissima, la Madre del BellâAmore. Lâamore redentore del Verbo incarnato deve convertirsi per ciascun matrimonio e in ciascuna famiglia in una âsorgente di acqua viva in mezzo a un mondo assetatoâ (Deus caritas est, 42). A tutti voi, carissimi docenti, studenti di oggi e di ieri, personale addetto, come anche alle famiglie che fanno capo al vostro Istituto, va il mio augurio più cordiale, che accompagno con una speciale Benedizione Apostolica.