[2137] • BENEDICTO XVI (2005- • LA GRANDEZA DE LA FE EN EL ANUNCIO DE LA MORAL DE LA VIDA MATRIMONIAL Y FAMILIAR
Del Discurso En premier lieu, al final del Encuentro con los Obispos de Suiza, 9 noviembre 2006
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[...] Recuerdo que cuando iba yo a Alemania, en las décadas de 1980 y 1990, me pedÃan entrevistas y siempre me daban por anticipado las preguntas. Se trataba de la ordenación de mujeres, de la anticoncepción, del aborto y de otros problemas como estos, que vuelven continuamente a la actualidad. Si nos dejamos arrastrar por estas discusiones, entonces se identifica a la Iglesia con algunos mandamientos o prohibiciones, y a nosotros se nos tacha de moralistas con algunas convicciones pasadas de moda, y la verdadera grandeza de la fe no se aprecia para nada. Por eso, creo que es fundamental poner de relieve continuamente la grandeza de nuestra fe, un compromiso del que no debemos permitir que nos aparten esas situaciones. [...]
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La segunda reflexión que me ha venido a la mente durante estos dÃas atañe a la moral. Escucho a menudo decir que hoy la gente tiene nostalgia de Dios, de espiritualidad, de religión, y que se comienza a ver de nuevo a la Iglesia como posible interlocutora, que puede dar una contribución a este respecto (ha habido un perÃodo de tiempo en que esto, en el fondo, sólo se buscaba en las otras religiones). Cada vez se toma mayor conciencia de que la Iglesia es una gran portadora de experiencia espiritual; es como un árbol, en el que pueden anidar las aves, aunque luego quieran de nuevo volar lejos, pero precisamente es el lugar donde pueden descansar durante cierto tiempo.
En cambio lo que resulta muy difÃcil a la gente es la moral que la Iglesia proclama. Sobre esto he reflexionado âde hecho, ya reflexiono sobre ello desde hace mucho tiempoâ y veo cada vez con mayor claridad que, en nuestra época, en cierto sentido, la moral se ha dividido en dos partes. No es que la sociedad moderna sencillamente no tenga moral, sino que, por decirlo asÃ, ha âdescubiertoâ y reivindica otra parte de la moral que tal vez no se ha propuesto suficientemente en el anuncio de la Iglesia en los últimos decenios, y también más. Son los grandes temas de la paz, la no violencia, la justicia para todos, la solicitud por los pobres y el respeto de la creación.
Esto ha llegado a ser un conjunto ético que, precisamente como fuerza polÃtica, tiene gran poder y constituye para muchos la sustitución o la sucesión de la religión. En lugar de la religión, a la que se ve como metafÃsica y algo del más allá âtal vez incluso como algo individualistaâ entran los grandes temas morales como lo esencial que luego confiere al hombre dignidad y lo compromete.
Esto es un aspecto; es decir, esta moralidad existe y fascina también a los jóvenes, que se comprometen en favor de la paz, de la no violencia, de la justicia, de los pobres y de la creación. Y realmente son grandes temas morales, que por lo demás pertenecen también a la tradición de la Iglesia. Los medios que se proponen para su solución, a menudo son muy unilaterales y no siempre son aceptables, pero ahora no debemos detenernos en esto. Los grandes temas están presentes.
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La otra parte de la moral, que con frecuencia en la polÃtica se percibe de modo muy controvertido, atañe a la vida. De esta moral forma parte el compromiso en favor de la vida, desde la concepción hasta la muerte, es decir, su defensa contra el aborto, contra la eutanasia, contra la manipulación y contra la autolegitimación del hombre a disponer de la vida.
A menudo se trata de justificar estas intervenciones con finalidades aparentemente grandes: para utilidad de las generaciones futuras. Asà se presenta también como algo moral incluso el apropiarse de la vida misma del hombre y manipularla. Pero, por otra parte, también existe la conciencia de que la vida humana es un don que exige nuestro respeto y nuestro amor desde el primer instante hasta el último, incluso cuando se trata de personas que sufren, discapacitadas o débiles.
En este contexto se presenta también la moral del matrimonio y de la familia. El matrimonio, por decirlo asÃ, está cada vez más marginado. Conocemos el ejemplo de algunos paÃses, donde se han realizado modificaciones de la ley, según las cuales el matrimonio ahora ya no se define como unión entre un hombre y una mujer, sino como unión entre personas. De este modo, como es obvio, se destruye la idea de fondo, y la sociedad, desde sus raÃces, se transforma en algo totalmente diverso.
La conciencia de que la sexualidad, el eros y el matrimonio como unión entre hombre y mujer van juntos ââlos dos serán una sola carneâ dice el Génesisâ, se debilita cada vez más; todo tipo de unión parece totalmente normal. Todo ello se presenta como una especie de moralidad de la no-discriminación y como un modo de libertad que se debe al hombre.
AsÃ, como es obvio, la indisolubilidad del matrimonio se convierte en una idea casi utópica, que precisamente también desmienten en la práctica muchas personas de la vida pública. De este modo también la familia se desintegra progresivamente. Desde luego, para el problema de la disminución impresionante del Ãndice de natalidad se dan múltiples explicaciones, pero con toda seguridad también desempeña un papel decisivo el hecho de que se quiere tener la vida para sà mismos, de que se confÃa poco en el futuro y de que precisamente se considera que ya no es realizable la familia como comunidad duradera, en la que puede crecer la generación futura.
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Por consiguiente, en estos ámbitos nuestro anuncio choca contra una conciencia contraria de la sociedad, por decirlo asÃ, con una especie de anti-moralidad, que se apoya en una concepción de la libertad vista como facultad de elegir autónomamente, sin directrices prefijadas, como no-determinación, por tanto como aprobación de todo tipo de posibilidades, presentándose asà de modo autónomo como éticamente correcto.
Pero la otra conciencia no ha desaparecido. Existe, y yo creo que debemos esforzarnos por volver a unir estas dos partes de la moralidad y poner de relieve que están inseparablemente unidas entre sÃ. Sólo si se respeta la vida humana desde la concepción hasta la muerte es posible y creÃble también la ética de la paz; sólo entonces la no violencia puede expresarse en todas las direcciones; sólo entonces respetamos verdaderamente la creación; y sólo entonces se puede llegar a la verdadera justicia.
Creo que en este aspecto tenemos una gran tarea por delante: por una parte, no presentar el cristianismo como un simple moralismo, sino como un don en el que se nos ha dado el amor que nos sostiene y nos proporciona la fuerza necesaria para saber âperder la propia vidaâ; y, por otra, en este contexto de amor donado, progresar también hacia las realizaciones concretas, las cuales siempre tienen como fundamento el decálogo, que con Cristo y con la Iglesia debemos leer en este tiempo de modo progresivo y nuevo.
[Insegnamenti BXVI, II/2 (2006), 595, 598-600]
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[...] Je me souviens, dans les années 80-90, lorsque jâallais en Allemagne, on me demandait des entretiens, et je connaissais déjà toujours les questions à lâavance. Il sâagissait de lâordination des femmes, de la contraception, de lâavortement, et dâautres questions semblables qui reviennent constamment. Si nous nous laissons entraîner dans ces discussions, alors, on identifie lâEglise avec certains commandements ou interdictions et nous apparaissons comme des moralistes ayant des convictions un peu démodées, et la véritable grandeur de la foi nâapparaît absolument pas. Câest pourquoi je pense que la chose fondamentale est de toujours souligner la grandeur de notre foi â un engagement duquel nous ne pouvons pas permettre que nous éloignent de telles situations. [...]
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La seconde chose qui mâest revenu précisément à lâesprit ces joursci, concerne la morale. Jâentends souvent dire quâil existe une nostalgie de Dieu, de spiritualité et de religion chez les personnes et que lâon recommence également à voir dans lâEglise un possible interlocuteur, dont on pourrait, à cet égard, recevoir quelque chose (il fut un temps où, au fond, on ne recherchait cela que dans les autres religions). On assiste à un nouvel approfondissement de la conscience selon laquelle lâEglise est porteuse de lâexpérience spirituelle; elle est comme un arbre, dans lequel les oiseaux peuvent faire leur nid, même si ensuite, ils veulent sâenvoler à nouveau â mais câest précisément le lieu où lâon peut se poser pendant un certain temps.
Ce qui apparaît au contraire très difficile pour les personnes est la morale que lâEglise proclame. Jâai réfléchi sur cela âjây réfléchis déjà depuis très longtempsâ et je vois toujours plus clairement que, à notre époque, la morale sâest en quelque sorte divisée en deux parties. La société moderne nâest pas simplement sans morale, mais a pour ainsi dire âdécouvertâ et revendique une autre partie de la morale qui, dans lâannonce de lâEglise au cours des dernières décennies et même plus, nâa sans doute pas été suffisamment proposée. Ce sont les grands thèmes de la paix, de la non-violence, de la justice pour tous, de la sollicitude pour les pauvres, et du respect de la création.
Cela est devenu un ensemble éthique qui, précisément comme force politique, possède un grand pouvoir et constitue pour de nombreuses personnes la substitution ou la succession de la religion. Au lieu de la religion, qui est considérée comme métaphysique et quelque chose de lâau-delà âpeut-être même comme une chose individualisteâ, entrent en compte les grands thèmes moraux comme lâessentiel qui confère également à lâhomme sa dignité et lâengage.
Cela est un premier aspect; câest-à -dire que cette moralité existe et attire également les jeunes, qui sâengagent pour la paix, pour la non-violence, pour la justice, pour les pauvres, pour la création. Et ce sont véritablement de grands thèmes moraux, qui appartiennent dâailleurs également à la tradition de lâEglise. Les moyens qui sâoffrent pour leur résolution sont également souvent unilatéraux, et ne sont pas toujours crédibles, mais nous ne pouvons pas nous arrêter sur cela à présent. Les grands thèmes sont présents.
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Lâautre partie de la morale, qui est souvent comprise de façon très controversée par la politique, concerne la vie. En fait partie lâengagement pour la vie, de sa conception à sa mort, câest-à -dire sa défense contre lâavortement, contre lâeuthanasie, contre la manipulation et contre lâauto-légitimation de lâhomme à disposer de sa vie.
On tente souvent de justifier ces interventions à travers les objectifs apparemment nobles de pouvoir, à travers cela, être utiles aux générations futures et, ainsi, détenir entre ses mains la vie elle-même de lâhomme et la manipuler apparaît même moral. Mais, dâautre part, existe également la conscience que la vie humaine est un don qui exige notre respect et notre amour, du premier au dernier moment, même pour les personnes qui souffrent, les porteurs de handicap, et les plus faibles.
Câest dans ce contexte que se place également la morale du mariage et de la famille. Le mariage est, pour ainsi dire, toujours plus marginalisé. Nous connaissons lâexemple de certains pays où a été apportée une modification législative, selon laquelle à présent, le mariage nâest plus défini comme un lien entre un homme et une femme, mais comme un lien entre des personnes; cela détruit évidemment lâidée de fond et la société, à partir de ses racines, devient une chose totalement différente.
La conscience que sexualité, eros et mariage comme union entre un homme et une femme vont de pair ââtous deux ne feront quâune seule chairâ dit la Genèseâ cette conscience sâatténue toujours plus; toute forme de lien semble absolument normale â le tout présenté comme une sorte de moralité de la non-discrimination et une forme de liberté due à lâhomme.
A travers cela, naturellement, lâindissolubilité du mariage est devenue une idée presque utopique qui, précisément par de nombreuses personnes de la vie publique également, semble démentie. Ainsi, la famille se désagrège progressivement. Certes, en ce qui concerne le problème de la baisse impressionnante du taux de natalité, il existe de multiples explications, mais un rôle décisif est certainement joué également par le fait que lâon veut avoir la vie pour soi, que lâon a peu confiance en lâavenir et que, précisément, lâon considère presque comme irréalisable la famille comme communauté durable, dans laquelle peut croître la génération future.
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Dans ces domaines, donc, notre annonce se heurte à une conscience contraire de la société, qui possède pour ainsi dire une sorte dâanti-moralité qui sâappuie sur une conception de la liberté considérée comme la faculté de choisir de façon autonome sans orientations prédéfinies, de la liberté considérée comme une non-discrimination, et donc comme une approbation de tout type de possibilités, se présentant ainsi de façon autonome comme éthiquement correcte.
Mais lâautre conscience nâa pas disparu. Elle existe, et je pense que nous devons nous engager à unir ces deux parties de la moralité et mettre en évidence le fait quâelles sont unies entre elles de façon inséparable. Ce nâest que si lâon respecte la vie humaine de sa conception jusquâà sa mort que lâéthique de la paix est également possible et crédible; ce nâest quâalors que la non-violence peut sâexprimer dans toutes les directions, ce nâest quâalors que nous accueillons véritablement la création et ce nâest quâalors quâil est possible de parvenir à la véritable justice.
Je pense quâà cet égard, un grand devoir nous attend: dâune part, ne pas faire apparaître le christianisme comme un simple moralisme, mais comme un don dans lequel nous a été donné lâamour qui nous soutient et qui nous donne ensuite la force nécessaire pour savoir âperdre notre vieâ; de lâautre, dans ce contexte dâamour donné, progresser également vers les concrétisations, pour lesquelles le fondement nous est toujours offert par le Décalogue quâavec le Christ et avec lâEglise, nous devons lire en notre temps de façon progressive et nouvelle.