[2141] • BENEDICTO XVI (2005- • LA FAMILIA DE FUNDCIÓN MATRIMONIAL, FUENTE DE LA VIDA Y DEL AMOR
De la Homilía Ci ritroviamo, en la Santa Misa en la Capilla Sixtina y administración del Sacramento del Bautismo, 7 enero 2007
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Nos volvemos a encontrar, también este año, para una celebración muy familiar: el bautismo de trece niños en esta estupenda capilla Sixtina, donde la creatividad de Miguel Ãngel y de otros insignes artistas supo realizar obras maestras que ilustran los prodigios de la historia de la salvación. E inmediatamente quisiera saludaros a todos los presentes: a los padres, a los padrinos y madrinas, a los parientes y amigos que acompañan a estos recién nacidos en un momento tan importante para su vida y para la Iglesia. Cada niño que nace nos trae la sonrisa de Dios y nos invita a reconocer que la vida es don suyo, un don que es preciso acoger siempre con amor y conservar con esmero en todo momento.
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El tiempo de Navidad, que se concluye precisamente hoy, nos ha hecho contemplar al Niño Jesús en la pobreza de la cueva de Belén, cuidado amorosamente por MarÃa y José. Cada hijo que nace Dios lo encomienda a sus padres; por eso, ¡cuán importante es la familia fundada en el matrimonio, cuna de la vida y del amor! La casa de Nazaret, donde vive la Sagrada Familia, es modelo y escuela de sencillez, paciencia y armonÃa para todas las familias cristianas. Pido al Señor que también vuestras familias sean lugares acogedores, donde estos pequeños puedan crecer, no sólo con buena salud, sino también en la fe y en el amor a Dios, que hoy con el bautismo los hace hijos suyos.
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El rito del bautismo de estos niños tiene lugar en el dÃa en que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, con la que, como decÃa, se concluye el tiempo de Navidad. Acabamos de escuchar el relato del evangelista san Lucas, que presenta a Jesús mezclado con la gente mientras se dirige a san Juan Bautista para ser bautizado. Cuando recibió también él el bautismo âescribe san Lucasâ âestaba en oraciónâ (Lc 3, 21). Jesús habla con su Padre. Y estamos seguros de que no sólo habló por sÃ, sino que también habló de nosotros y por nosotros; habló también de mÃ, de cada uno de nosotros y por cada uno de nosotros.
Después, el evangelista nos dice que sobre el Señor en oración se abrió el cielo. Jesús entra en contacto con su Padre y el cielo se abre sobre él. En este momento podemos pensar que el cielo se abre también aquÃ, sobre estos niños que, por el sacramento del bautismo, entran en contacto con Jesús. El cielo se abre sobre nosotros en el sacramento. Cuanto más vivimos en contacto con Jesús en la realidad de nuestro bautismo, tanto más el cielo se abre sobre nosotros.
Y del cielo âcomo dice el evangelioâ aquel dÃa salió una voz que dijo a Jesús; âTú eres mi hijo predilectoâ (Lc 3, 22). En el bautismo, el Padre celestial repite también estas palabras refiriéndose a cada uno de estos niños. Dice: âTú eres mi hijoâ. En el bautismo somos adoptados e incorporados a la familia de Dios, en la comunión con la santÃsima Trinidad, en la comunión con el Padre, con el Hijo y con el EspÃritu Santo. Precisamente por esto el bautismo se debe administrar en el nombre de la santÃsima Trinidad. Estas palabras no son sólo una fórmula; son una realidad. Marcan el momento en que vuestros niños renacen como hijos de Dios. De hijos de padres humanos, se convierten también en hijos de Dios en el Hijo del Dios vivo.
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Pero ahora debemos meditar en unas palabras de la segunda lectura de esta liturgia, en las que san Pablo nos dice: él nos salvó âsegún su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del EspÃritu Santoâ (Tt 3, 5). Un baño de regeneración. El bautismo no es sólo una palabra; no es sólo algo espiritual; implica también la materia. Toda la realidad de la tierra queda involucrada. El bautismo no atañe sólo al alma. La espiritualidad del hombre afecta al hombre en su totalidad, cuerpo y alma. La acción de Dios en Jesucristo es una acción de eficacia universal. Cristo asume la carne y esto continúa en los sacramentos, en los que la materia es asumida y entra a formar parte de la acción divina.
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Ahora podemos preguntarnos por qué precisamente el agua es el signo de esta totalidad. El agua es fuente de fecundidad. Sin agua no hay vida. Y asÃ, en todas las grandes religiones, el agua se ve como el sÃmbolo de la maternidad, de la fecundidad. Para los Padres de la Iglesia el agua se convierte en el sÃmbolo del seno materno de la Iglesia.
En un escritor eclesiástico de los siglos II y III, Tertuliano, se encuentran estas sorprendentes palabras: âCristo nunca está sin aguaâ. Con estas palabras Tertuliano querÃa decir que Cristo nunca está sin la Iglesia. En el bautismo somos adoptados por el Padre celestial, pero en esta familia que él constituye hay también una madre, la madre Iglesia. El hombre no puede tener a Dios como Padre, decÃan ya los antiguos escritores cristianos, si no tiene también a la Iglesia como madre. Asà de nuevo vemos cómo el cristianismo no es sólo una realidad espiritual, individual, una simple decisión subjetiva que yo tomo, sino que es algo real, algo concreto; podrÃamos decir, algo también material.
La familia de Dios se construye en la realidad concreta de la Iglesia. La adopción como hijos de Dios, del Dios trinitario, es a la vez incorporación a la familia de la Iglesia, inserción como hermanos y hermanas en la gran familia de los cristianos. Y sólo podemos decir âPadre nuestroâ, dirigiéndonos a nuestro Padre celestial, si en cuanto hijos de Dios nos insertamos como hermanos y hermanas en la realidad de la Iglesia. Esta oración supone siempre el ânosotrosâ de la familia de Dios.
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Pero ahora debemos volver al evangelio, donde Juan Bautista dice: âYo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo (...). Ãl os bautizará con EspÃritu Santo y fuegoâ (Lc 3, 16). Hemos visto el agua; pero ahora surge la pregunta: ¿en qué consiste el fuego al que alude san Juan Bautista? Para ver esta realidad del fuego, presente en el bautismo juntamente con el agua, debemos observar que el bautismo de Juan era un gesto humano, un acto de penitencia; era el esfuerzo humano por dirigirse a Dios para pedirle el perdón de los pecados y la posibilidad de comenzar una nueva vida. Era sólo un deseo humano, un ir hacia Dios con las propias fuerzas.
Ahora bien, esto no basta. La distancia serÃa demasiado grande. En Jesucristo vemos que Dios viene a nuestro encuentro. En el bautismo cristiano, instituido por Cristo, no actuamos sólo nosotros con el deseo de ser lavados, con la oración para obtener el perdón. En el bautismo actúa Dios mismo, actúa Jesús mediante el EspÃritu Santo. En el bautismo cristiano está presente el fuego del EspÃritu Santo. Dios actúa, no sólo nosotros. Dios está presente hoy aquÃ. Ãl asume y hace hijos suyos a vuestros niños.
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Pero, naturalmente, Dios no actúa de modo mágico. Actúa sólo con nuestra libertad. No podemos renunciar a nuestra libertad. Dios interpela nuestra libertad, nos invita a cooperar con el fuego del EspÃritu Santo. Estas dos cosas deben ir juntas. El bautismo seguirá siendo durante toda la vida un don de Dios, el cual ha grabado su sello en nuestra alma. Pero luego requiere nuestra cooperación, la disponibilidad de nuestra libertad para decir el âsÃâ que confiere eficacia a la acción divina.
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Estos hijos vuestros, a los que ahora bautizaremos, son aún incapaces de colaborar, de manifestar su fe. Por eso, asume valor y significado particular vuestra presencia, queridos padres y madres, y la vuestra, queridos padrinos y madrinas. Velad siempre sobre estos niños vuestros, para que al crecer aprendan a conocer a Dios, a amarlo con todas sus fuerzas y a servirlo con fidelidad. Sed para ellos los primeros educadores en la fe, ofreciéndoles, además de enseñanzas, también ejemplos de vida cristiana coherente. Enseñadles a orar y a sentirse miembros activos de la familia concreta de Dios, de la comunidad eclesial.
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Para ello os puede ayudar mucho el estudio atento del Catecismo de la Iglesia católica o del Compendio de ese Catecismo. Contiene los elementos esenciales de nuestra fe y podrá ser un instrumento muy útil e inmediato para crecer vosotros mismos en el conocimiento de la fe católica y para poderla transmitir Ãntegra y fielmente a vuestros hijos. Sobre todo, no olvidéis que es vuestro testimonio, vuestro ejemplo, lo que más influirá en la maduración humana y espiritual de la libertad de vuestros hijos. Aun en medio del ajetreo de las actividades diarias, a menudo vertiginosas, no dejéis de cultivar, personalmente y en familia, la oración, que constituye el secreto de la perseverancia cristiana.
A la Virgen Madre de Jesús, nuestro Salvador, presentado en la liturgia de hoy como el Hijo predilecto de Dios, encomendemos a estos niños y a sus familias: que MarÃa vele sobre ellos y los acompañe siempre, para que realicen completamente el plan de salvación que Dios tiene para cada uno. Amén.
[Insegnamenti BXVI, III/1 (2007), 30-33]
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Ci ritroviamo anche questâanno per una celebrazione tanto familiare, il Battesimo di 13 bambini, in questa stupenda Cappella Sistina, dove la creatività di Michelangelo e di altri insigni artisti ha saputo realizzare capolavori che illustrano i prodigi della storia della salvezza. E vorrei subito salutare tutti voi che siete presenti: i genitori, i padrini e le madrine, i parenti e gli amici che accompagnano questi neonati in un momento così importante per la loro vita e per la Chiesa. Ogni bambino che nasce ci reca il sorriso di Dio e ci invita a riconoscere che la vita è dono suo, dono da accogliere con amore e da custodire con cura, sempre e in ogni momento.
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Il tempo di Natale, che proprio oggi finisce, ci ha fatto contemplare il Bambino Gesù nella povera grotta di Betlemme, amorevolmente accudito da Maria e Giuseppe. Ogni figlio che nasce, Dio lo affida ai suoi genitori: quanto è importante allora la famiglia fondata sul matrimonio, culla della vita e dellâamore! La casa di Nazaret, dove vive la Santa Famiglia, è modello e scuola di semplicità , di pazienza e di armonia per tutte le famiglie cristiane. Prego il Signore perché anche le vostre famiglie siano luoghi accoglienti, dove questi piccoli possano crescere non solo in buona salute, ma anche nella fede e nellâamore verso Dio, che oggi con il Battesimo li rende suoi figli.
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Il rito del Battesimo di questi bambini si svolge nel giorno in cui celebriamo la festa del Battesimo del Signore, ricorrenza che, come dicevo, chiude il tempo natalizio. Abbiamo ascoltato poco fa il racconto dellâevangelista Luca, che presenta Gesù confuso tra la gente, mentre si reca da Giovanni Battista per essere battezzato. Ricevuto anche Lui il battesimo, âstava, ci dice san Luca, in preghieraâ (3,21). Gesù parla col Padre suo. E siamo sicuri che Egli ha parlato non solo per sé, ma anche di noi e per noi; ha parlato anche di me, di ognuno di noi e per ognuno di noi.
E poi lâevangelista ci dice che sopra il Signore in preghiera si aprì il cielo. Gesù entra in contatto col Padre, il cielo è aperto su di Lui. In questo momento possiamo pensare che il cielo sia aperto anche qui, sopra questi nostri bambini che, per il sacramento del Battesimo, entrano in contatto con Gesù. Il cielo si apre sopra di noi nel Sacramento. Quanto più viviamo in contatto con Gesù nella realtà del nostro Battesimo, tanto più il cielo si apre sopra di noi.
E dal cielo âritorniamo al Vangeloâ in quel giorno venne una voce che disse a Gesù: âTu sei il mio figlio predilettoâ (Lc 3,22). Nel Battesimo, il Padre celeste ripete queste parole anche per ognuno di questi bambini. Egli dice: âTu sei il mio figlioâ. Il Battesimo è adozione e assunzione nella famiglia di Dio, nella comunione con la Santissima Trinità , nella comunione col Padre, col Figlio e con lo Spirito Santo. Proprio per questo il Battesimo va amministrato nel nome della Santissima Trinità . Queste parole non sono solo una formula; sono realtà . Segnano il momento in cui i vostri bambini rinascono come figli di Dio. Da figli di genitori umani, diventano anche figli di Dio nel Figlio del Dio vivente.
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Ma dobbiamo adesso meditare una parola della seconda lettura di questa liturgia nella quale san Paolo ci dice: Siamo salvati âper la misericordia di Dio mediante un lavacro di rigenerazione e di rinnovamento nello Spirito Santoâ (Tt 3,5). Un lavacro di rigenerazione. Il Battesimo non è soltanto una parola; non è solamente una cosa spirituale, ma implica anche la materia. Tutta la realtà della terra viene coinvolta. Il Battesimo non concerne solo lâanima. La spiritualità dellâuomo investe lâuomo nella sua totalità , corpo e anima. Lâazione di Dio in Gesù Cristo è unâazione ad efficacia universale. Cristo assume la carne e questo continua nei sacramenti nei quali la materia viene assunta ed entra a far parte dellâazione divina.
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Adesso possiamo chiedere perché proprio lâacqua sia il segno di questa totalità . Lâacqua è lâelemento della fecondità . Senza lâacqua non câè vita. E così, in tutte le grandi religioni lâacqua è vista come il simbolo della maternità , della fecondità . Per i Padri della Chiesa, lâacqua diventa il simbolo del grembo materno della Chiesa.
In uno scrittore ecclesiastico del II-III secolo, Tertulliano, si trova una parola sorprendente. Egli dice: âCristo non è mai senza acquaâ. Con queste parole Tertulliano voleva dire che Cristo non è mai senza la Chiesa. Nel Battesimo siamo adottati dal Padre celeste, ma in questa famiglia che Egli si costituisce câè anche una madre, la madre Chiesa. Lâuomo non può avere Dio come Padre, dicevano già gli antichi scrittori cristiani, se non ha anche la Chiesa come madre. Vediamo così nuovamente come il cristianesimo non sia una realtà solo spirituale, individuale, una semplice decisione soggettiva che io prendo, ma sia qualcosa di reale, di concreto, potremmo dire qualcosa anche di materiale.
La famiglia di Dio si costruisce nella realtà concreta della Chiesa. Lâadozione a figli di Dio, del Dio trinitario, è contemporaneamente assunzione nella famiglia della Chiesa, inserimento come fratelli e sorelle nella grande famiglia dei cristiani. E solo se, in quanto figli di Dio, ci inseriamo come fratelli e sorelle nella realtà della Chiesa, possiamo dire âPadre nostroâ al nostro Padre celeste. Questa preghiera suppone sempre il ânoiâ della famiglia di Dio.
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Ma adesso, dobbiamo ritornare al Vangelo dove Giovanni Battista dice: âIo vi battezzo con lâacqua, ma dopo di me viene uno più forte di me che vi battezzerà con lo Spirito Santo e col fuocoâ (Lc 3,16). Abbiamo visto lâacqua; adesso però sâimpone la domanda: in che cosa consiste il fuoco a cui san Giovanni Battista accenna? Per vedere questa realtà del fuoco, presente nel Battesimo con lâacqua, dobbiamo osservare che il Battesimo di Giovanni era un gesto umano, un atto di penitenza, un protendersi dellâuomo verso Dio per chiedere il perdono dei peccati e la possibilità di iniziare una nuova esistenza. Era solo un desiderio umano, un andare verso Dio con le proprie forze.
Ora, questo non è sufficiente. La distanza sarebbe troppo grande. In Gesù Cristo vediamo che Dio ci viene incontro. Nel Battesimo cristiano, istituito da Cristo, non agiamo solo noi con il desiderio di essere lavati, con la preghiera di ottenere il perdono. Nel Battesimo agisce Dio stesso, agisce Gesù mediante lo Spirito Santo. Nel Battesimo cristiano è presente il fuoco dello Spirito Santo. Dio agisce, non soltanto noi. Dio è presente qui, oggi. Egli assume e rende suoi figli i vostri bambini.
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Ma, naturalmente, Dio non agisce in modo magico. Agisce solo con la nostra libertà . Non possiamo rinunciare alla nostra libertà . Dio interpella la nostra libertà , ci invita a cooperare col fuoco dello Spirito Santo. Queste due cose debbono andare insieme. Il Battesimo rimarrà per tutta la vita dono di Dio, il quale ha messo il suo sigillo nelle nostre anime. Ma sarà poi la nostra cooperazione, la disponibilità della nostra libertà a dire quel âsiâ che rende efficace lâazione divina.
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Questi bambini vostri, che ora battezzeremo, sono ancora incapaci di collaborare, di manifestare la loro fede. Per questo assume valore e significato particolare la vostra presenza, cari papà e mamme, e la vostra, cari padrini e madrine. Vegliate sempre su questi vostri piccoli, perché crescendo apprendano a conoscere Dio, ad amarlo con tutte le forze e a servirlo fedelmente. Siate per loro i primi educatori nella fede, offrendo insieme con gli insegnamenti anche gli esempi di una coerente vita cristiana. Insegnate loro a pregare e a sentirsi membri attivi della concreta famiglia di Dio, della comunità ecclesiale.
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Un aiuto importante potrà offrirvi lo studio attento del Catechismo della Chiesa Cattolica o del Compendio di tale Catechismo. Esso contiene gli elementi essenziali della nostra fede e potrà essere strumento quanto mai utile e immediato per crescere voi stessi nella conoscenza della fede cattolica e per poterla trasmettere integralmente e fedelmente ai vostri figli. Soprattutto, non dimenticate che è la vostra testimonianza, è il vostro esempio a incidere maggiormente sulla maturazione umana e spirituale della libertà dei vostri bambini. Pur presi dalle quotidiane attività spesso vorticose, non tralasciate di coltivare, personalmente e in famiglia, la preghiera che costituisce il segreto della perseveranza cristiana.
Alla Vergine Madre di Gesù, nostro Salvatore, presentato nellâodierna liturgia come il Figlio prediletto di Dio, affidiamo questi bambini e le loro famiglie: vegli Maria su di loro e sempre li accompagni, perché possano realizzare fino in fondo il progetto di salvezza che Dio ha per ciascuno. Amen.